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Viento primaveral

Desde que era muy pequeña, gustaba de ir a la colina a la que ya había puesto nombre, un nombre que definía lo que la hacía sentir, Armonía le llamaba. Se lo había puesto porque era el lugar donde solía ir a poner en orden sus sentimientos y pensamientos cuando se encontraba preocupada, enfadada o turbada, como ahora.

Había descubierto que su familia escondía un secreto porque había sido partícipe, sin quererlo, de parte de una conversación de sus padres un tanto acalorada y subida de tono, pero hablaban bajito porque sabían que su hija andaba cerca.
Natalie nada más oír aquellas palabras no pudo creer lo que escuchaba de boca de sus padres.

-Frank, no podemos seguir ocultándoselo durante mucho más tiempo- le decía su madre a su padre con la cabeza gacha, como si se encontrara afligida por algo.

-Pues yo pienso que no deberíamos contárselo nunca, ella es feliz y lo seguirá siendo en su ignorancia, si tú no le cuentas nada, porque yo no pienso hacerla sufrir.

Ella, paralizada como estaba en el pasillo, quiso quedarse a escuchar, pero algo dentro de sí la hizo cambiar de opinión, volver sobre sus pies y emprender la caminata hacia Armonía para despejarse o, más bien, para hacerse un lío tremendo en su mente y su corazón. Le dolía, le dolía tanto que sus padres le mintieran, nunca hubiera podido imaginar que tuvieran un secreto, al parecer uno muy oscuro, que ocultarle a ella.

Siempre había sabido que era diferente a sus padres, a los que se atrevería a decir que no se parecía en nada en absoluto. Pero a su abuela paterna sí que se parecía. No dejaba de pensar y pensar, pero siempre llegaba al mismo sitio. Pensaba que era adoptada a veces, otras se decía a sí misma que no, que había algo más, algo que le ocultaban, pero rápidamente dejaba de pensarlo porque sus padres nunca mentían. Hoy había comprobado que no era así.

Un aire fresco meció sus cabellos dorados, aquel color de cabello que no compartía con sus padres, pero sí con su abuela. Parecía una muñeca de porcelana con esos ojos azules y ese cuerpo esbelto que era estilizado sin llegar a ser voluptuoso, como lo era el de su madre.
Se sentía estafada, tanto que tenía ganas de darle golpes a algo, pero en su lugar dejó su cuerpo laxo apoyado sobre sus rodillas, arrugando así su vestido de raso blanco con bordados amarillos, cosa que hoy poco le importaba. Era hora de irse ya para llegar a tiempo de la cena, pero no se sentía con fuerzas para hacerlo.
Se colocó una mano en la frente a modo de visera al divisar algo a lo lejos porque, aunque estaba sentada bajo su árbol preferido, un roble que parecía tener más de un centenar de años, el aire que se levantaba mecía las ramas de aquel majestuoso milagro de la naturaleza y hacía que entraran algunos rayos del sol primaveral tan excepcionalmente calurosos para principios de primavera.

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La vio a lo lejos tan pensativa y tan distante, tan hermosa, que sólo pudo pensar que era un ángel caído del cielo. Pensó varias veces en dirigirse hacia ella pero cuando se decidió a hacerlo vio como se levantaba, se pasaba las manos por su hermoso vestido -como ella- y se dirigía hacia el camino que desembocaba en el pueblo. Sí, debía ser del pueblo, porque las chicas del campo como él no se vestían así ni poseían esa apariencia de inocencia y de distinción, sino que eran rudas por los trabajos tan duros que llevaban a cabo y en sus armarios no cabía ese tipo de indumentaria. Se dijo a sí mismo que la olvidaría.

No era la primera vez que la veía ahí sentada, bajo el roble, pero nunca se atrevía a acercarse a ella, ese tipo de chicas le estaba vedado a él que solo se dedicaba a las labores del campo, como sus padres. Ese tipo de chica seguramente acabaría casada con un ricachón del pueblo, de otro pueblo o de la ciudad, el cual seguramente la maltrataría físicamente a pesar de ofrecerle regalos caros, regalos que él nunca podría hacerle, el cual cuando se cansara de ella dirigiría su carruaje hacia el burdel para saciar sus más bajas necesidades. Ella nunca se casaría con él. Él no merecía para sí una princesa como ella, aunque si fuese suya la trataría con el mayor de los mimos. Princesa era el nombre que pensaba que debía tener porque así lo parecía. La veía tan frágil, tan perfecta...

Princesa nunca lo había visto a él, porque cuando posaba sus lindos ojos del color del cielo en su posición, él se escondía detrás de un árbol o de alguna parte donde ella no pudiera notar su presencia.

Hoy, que por fin se había decidido a acercarse, ella se había levantado y se había ido. Eso debería ser una señal de Dios para que se olvidara de tales intenciones y se decidara a lo que estaba destinado. Sí, seguramente eso sería. Debía olvidarla.

Definitivamente debía olvidarla.

Porfis, comentad y si os gusta, apretad la estrellita.
💗Besos💗

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