Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6

Carmela se molestó consigo misma por haber hablado tanto y tan amablemente con Rolando. Desde el divorcio se había propuesto mantener distancia con los hombres que mostraran interés romántico en ella. No porque pensara que jamás volvería a enamorarse, como escuchaba a tantas divorciadas o separadas recientes, sino porque consideraba que se debía un tiempo para sí misma, para lamer sus heridas a gusto. Seguía sin captar bien las intenciones del cubano.

Por eso y, pese a que Rolando ya se encontraba atareado con sus rutinas, se sintió aliviada cuando vio entrar a Correa en quien veía, tal vez de modo intuitivo, un sustituto intrínseco del padre faltante.

El inspector tenía todo el porte de los viejos detectives televisivos, usaba gabardina de color plomo y sombrero de fieltro, lo que provocaba cierta ternura en Carmela, que se puso de pie para saludarlo con un cálido abrazo. El hombre se quitó el abrigo y el sombrero, y los colgó en la silla de al lado.

—Perdón por el retraso, querida, es que quería terminar algo... ¿Cómo va tu caso? ¿Ya pediste comida? ¡Tengo un hambre feroz!

—El «chef» dice que hay un guiso de carne que está muy rico, ¿quiere que pidamos eso?

—Sí, por favor.

Pidió la comida mediante señas, esperando que a Rolando no se le ocurriera acercarse. Conociendo a Correa, podrían pasar horas charlando—. ¿Tomamos vino?

—¡Claro! ¿Qué clase de investigadores seríamos si bebiéramos agua o gaseosa?

—¿Unos conscientes de que tienen que conducir después?

—¡Ah, nimiedades, querida! ¡Tampoco es que nos vamos a tomar un barril!

Mientras esperaban la comida, y durante ella, la inspectora le relató el caso Sócrates de punta a punta, sin omitir detalle. Finalizó con el mensaje grabado de Eliana Estrada.

—Es extraño que los resultados se hayan logrado tan rápido —expresó Correa apoyando los cubiertos en el plato—, pero no es imposible que, a pesar de ello, estén correctos. Solo una cosa no me cuadra y es la huella. Dices que la fotografiaste, ¿verdad? —Carmela asintió—. Con el celular —agregó pensativo; ella se apuró en sacarlo del bolso y enseñarle la imagen. Él se colocó las gafas y la observó con detenimiento, la amplió y la regresó a su sitio varias veces, luego dejó el aparato y volvió a tomar los cubiertos—. Creo que es imposible que, con una fotografía de tan baja calidad, cómo es la de un móvil, se haya determinado que hay una capa de algo encima de la huella. Si se hubiera intentado levantarla con papel adhesivo o gelatina, estos hubieran quedado limpios, ¿verdad? Porque la huella no podría ser levantada, ya que hay una película encima. Ahora, ¿cómo puedes especificar eso con una fotografía?

—Pensé que habría programas para..., no sé, girar la imagen, verla en su grosor...

—Si existe tal cosa, querida, no está en el laboratorio de Puerto Arenas, te lo aseguro. Es llamativo. Pero pásamela, si quieres, y la mando a analizar con mis peritos.

—Sí, por supuesto.

—¿Talla treinta y seis, me dijiste?

—Si, Mercedes, la empleada de los Sócrates tiene esa talla, pero trabaja con zapatillas de suela lisa. La madre del occiso calza igual.

—Y estaba en España.

—Exacto. Se fueron hace una semana, imposible que durara tanto si fuera suya.

—¿La novia?

—Treinta y ocho, igual que yo. Y que Eliana. Dígame, ¿datar la pintura y la hebra? en Puerto Arenas no creo que sea tan difícil, ¿es factible?

—Claro que es factible, aunque se requiere de más tiempo.

—Es lo que no tengo.

—Esa es otra cosa que no comprendo, el suceso ocurrió ¿cuándo? ¿Hace dos días?

—En la medianoche entre el miércoles y el jueves.

—¿Por qué quiere Perdomo cerrarlo tan rápido?

—Y, con las respuestas que le dio Eliana, no veo por qué no lo haría. Ella debió pasarme el informe a mí en primera instancia, no a Perdomo.

—Eso es verdad. ¡Me extraña de Eliana, que siempre ha sido tan profesional! Pero no te amargues, criatura, yo llamo a Perdomo esta misma noche, o mañana, y le doy mi opinión, aunque no la haya pedido. En cuanto a las pruebas, se pueden repetir más exhaustivamente. ¿Tienes algún otro dato como para solicitar unos días más?

Carmela apoyó los codos en la mesa, cruzó los dedos y encajó su mentón en ellos, posición que adoptaba cada vez que sentía cierta inseguridad en sus pensamientos.

—Tenemos, por un lado, la palabra de quienes conocieron a Pablo Sócrates, hay coincidencia general en que el muchacho no pudo haberse suicidado, tenía proyectos, sueños...

—Eso no es gran cosa, el verdadero suicida no da avisos a nadie. O por lo menos, la mayoría de ellos no lo hace. Los que viven amenazando con que se van a matar, son los que no quieren hacerlo y buscan ayuda de esa manera, llamando la atención.

—Lo sé.

—¿Y por otro?

—¿Perdón?

—Dijiste que, por un lado, tienes la palabra de los conocidos, falta el otro lado.

—¡Ah, sí! Una corazonada... Verá, la misma noche de la muerte de Pablo conocí a una chica en la plaza, acá nomás, llamada Siria.

—¿Siria Mendizábal?

—No sé el apellido. ¿La conoce?

—No creo que haya muchas «Siria» en el pueblo. ¿Veinte años, delgada, bonita y con pinta de zaparrastrosa? —Carmela asintió, asombrada—. ¿Qué tiene que ver con tu caso?

—Ella no, es una canción que canta y que habla de puertas. Puertas que uno tiene que elegir.

—¿Una canción? Perdona, pero no... ¡Oh! ¡La frase que hallaron en la escena!

—Exacto. ¿Qué sabe de ella?

—No mucho; lo que sabe todo el mundo debido a la muerte de la madre y la desaparición del padre.

—¿Qué fue lo que pasó?

Correa se limpió con la servilleta y levantó los hombros. 

—La madre apareció colgada del árbol aquel. —Señaló hacia la plaza—. Hace unos ocho años... Suicidio. Aunque sabíamos que la mató el marido, no hubo forma de probarlo, no apareció absolutamente nada para caratular el caso como homicidio, ni golpes, ni drogas, nada. Al tipo no lo encontramos nunca. Simplemente, la trajo hasta la plaza y la colgó, el desgraciado. 

—¿Y ella se dejó ahorcar, así como así? 

—Quién sabe, tal vez le amenazó a la hija, Siria; no sé. Lo buscamos hasta con Interpol. Nada. Ni rastros.

—¿Y qué pasó con la niña?

—Tenía doce años, quedó en custodia de una tía y después ya no sé. Un día la encontré por acá, le pregunté qué pasó y me dijo que no quiso viajar con la tía y se volvió a Los Sauces.

—¿Adónde fue la tía?

—¡No sé tanto, Carmelita! No conviene involucrarse demasiado con los casos, ¿recuerdas?

—Sí, claro, es que..., me dijo que vive en un asentamiento... Supongo que antes habrá tenido una casa...

—Era alquilada. No hay ningún asentamiento en Los Sauces.

Atardecía cuando dieron por finalizado el «almuerzo». Correa no permitió que pusiera un centavo y pagó la cuenta bajo la mirada socarrona de Rolando, que hasta se permitió guiñarle un ojo a la inspectora. Esta se sorprendió con el atrevimiento y se prometió no regresar por un tiempo al Pinar del Río.

Luego, mentor y discípula caminaron del brazo hasta donde habían dejado sus respectivos automóviles. Ya no llovía.

—Creo que voy a ir a ver a Eliana ahora mismo —deslizó Correa.

—No sé si habrá vuelto. Dijo que llegaba esta noche.

—Bueno, la visitaré mañana entonces. Quiero saber exactamente qué le dijeron en el laboratorio. Ella es muy eficiente, cómo habrás notado, me extraña que aceptara todo de buenas a primeras. Supongo que le habrán dado una explicación razonable. ¡Ah! Tal vez ella te pueda contar algo más sobre Siria, estuvo en el caso también. No sé si habrá seguido en contacto con la tía que se la llevó, pero conocía a Ivanna.

—¿Ivanna?

—La mamá de la chica, la que se colgó.

Carmela levantó las cejas y lamentó haber dejado de fumar, aunque, en el fondo, se sentía orgullosa de ello.  El celular de Correa tintineó, él dudó entre atender o no. Se decidió a hacerlo cuando leyó el nombre en la pantalla. Carmela también alcanzó a verlo: Perdomo. El inspector le dio la espalda y habló en voz baja. Luego de colgar, se tomó unos segundos antes de volverse hacia ella.

—Tengo que irme —dijo.

—¿Pasó algo malo?

Él la miró a los ojos. Usualmente, su mirada era mansa y divertida; esta vez, rezumaba una profunda tristeza.

—Encontraron un cuerpo en el lago. Quiere que me haga cargo, como que no tengo bastante...

El hombre había bajado la vista y la voz se le había hecho hilo.

—Lo acompaño, lo sigo en mi auto —resolvió ella. 

Correa se quitó el sombrero, se rascó la cabeza y volvió a colocarlo.

—Si, creo que será mejor que me acompañes, tarde o temprano te vas a enterar. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro