17
La encontró canturreando mientras barría con una vieja escoba despajada, volteó con una sonrisa al escuchar sus pasos.
—¡Hola!
—Hola, Siria, ¿cómo estás?
—Muy bien, entra, acabo de limpiar.
—¡Qué bien! ¿Kevin está contigo?
—No, dijo que estaría aquí cuando despertara, pero se debe haber entretenido por ahí... Y tú, ¿qué haces? ¿Para qué lo buscas?
—Estuve conversando con él en la plaza y..., pues nada, me distraje y se fue.
—¡Típico de Kev! Seguro sabía que vendrías y ha ido por algo para convidarte, porque no tenemos nada aquí, ¿sabes? Kevin se las arregla para conseguir comida. ¿Nos sentamos?
Carmela miró a su alrededor buscando una silla o un banco, no encontró nada. Cuando vio a Siria sentarse en el piso con las piernas cruzadas, lo comprendió, y se sentó también. Nievas se mantuvo afuera para no asustar a la joven, atento a lo que conversaran.
—¿Keira y Ondina están aquí?
Siria exhaló un suspiro corto que, según consideró Carmela, encerraba tristeza.
—No.
—¿Dónde están?
—¿Para qué las quieres?
—Me gustaría conocerlas.
La muchacha apretó los labios y perdió la mirada en el suelo.
—No les gustan las gentes, ya te lo dije.
—De acuerdo. Tal vez en otro momento. —Hizo una pausa para no apabullarla—. Siria... ¿recuerdas la noche en que nos conocimos?
—Ahá.
—Me dijiste que habías visto cosas, que sabías cosas... —El cuerpo de la chica se tensó, su mirada se clavó, cristalizada, en sus ojos. Kevin tenía razón, asustaba, era como si viera dentro suyo—. Yo..., me gustaría ayudarte, ayudarlos...
—¿A qué? —Le impresionó lo distinta que sonó su voz. Seca, cortante.
—Bueno..., me acabas de decir que Kevin suele ir por comida. Tal vez les vendría bien vivir en un sitio más caliente, con comidas diarias...
—¿Quieres llevarnos a un hospital? —Definitivamente, su voz había cambiado. Su mirada también. Se había endurecido. Siria se puso de pie con la espalda encorvada. Carmela se levantó de un salto.
—No. No quiero llevarte a ningún hospital... —dijo con las manos delante, como si previniera un ataque—. Tranquila.
La miraba con ojos huecos, ajenos, furibundos. Duró un instante, luego respiró despacio, profunda y lentamente; poco a poco fue aflojando los hombros, parpadeó como si tuviera sueño. Apoyó la espalda contra la pared y se dejó caer, abrazándose a sus rodillas.
—¿Qué quieres? —preguntó apagado.
—No sé si soy la indicada para preguntar.
—¡Cuéntale! —La voz de Kevin sonó detrás. Siria estiró las manos hacia él y el chico se sentó a su lado, la abrazó, mirando con desafío a la policía.
—No puedo... —balbuceó la chica—. Me confundo...
—¿Qué viste, qué sabes? —Le urgían esas respuestas.
Ella gimoteó enrollada en los brazos de Kevin, mordía las uñas de sus pulgares con los ojos perdidos, fijos en un mundo que la llenaba de miedo.
—A mi papá —sollozó—. Mi papá encima de mi mamá. Haciéndole cosas que ella no quiere. La golpea. —Cerró el puño sobre el abrigo de Kevin y hundió su rostro en él, lloriqueando—. La quema. No hace sopa porque se la tira encima y la quema... No canta, no canta. Mamá no canta... No le gustó la sopa que hizo mamá, no le gustó, no le gustó...
»Me golpeó cuando grité. Yo... yo grité... porque le hacía daño... A mi papá no le gustan las gentes... no le gustan. Mamá quiere cuidarme, la patea. Hay sangre, mucha sangre por todos los lados.
Carmela cerró los ojos. Afuera, Nievas escuchaba sobrecogido.
—Cuéntale todo —susurró Kevin sujetándola más fuerte—. Tengo que darte la medicación y luego te dormirás. Cuéntale ahora. —Siria se revolvió, convulsionando como si fuera a vomitar. Él la sujetó con mayor firmeza—. Ella nos ayudará, ¿verdad?
Carmela asintió.
—¡Ella lo mató! —gritó Siria entre llantos—. ¡Mi mamá mató a mi papá y lo tiramos al pozo! Me dijo que nunca lo cuente, que no lo cuente... Y después... me dormí... y no estaba... se fue..., se colgó del sauce... yo ¡No pude hacer nada! ¡No hice nada! ¡Me dormí! ¡No pude hacer nada!
—Tranquila, chiquita, tranquila... Tú no tienes culpa de nada...
—Es lo que le digo siempre —intervino Kevin—, pero están esas dos que le llenan la cabeza de voces...
—¿Keira y Ondina?
El chico asintió. Siria lloraba amargo, aferrada a su amigo.
—¿Y Pablo? ¿Qué pasó con Pablo? ¿Lo sabes?
La chica estalló en un grito desgarrador que la hizo temblar, Nievas se asomó, intranquilo.
—Él... Él... ¡quiso hacerme lo mismo que mi papá le hacía a mamá... lo mismo! ¡Me agarró..., quiso quitarme la ropa... yo... lo golpeé, lo golpeé fuerte!
—Y ¿luego?
—Busqué... busqué la llave... Corrí. Después estaba en la ventana. ¡Colgando! ¡Colgado como mi mamá! ¡Mi mamá! ¡Como mi mamá!
Carmela esperó unos segundos a que se calmara con las caricias de Kevin.
—¿Le contaste a alguien lo sucedido? —susurró después.
Siria se deshizo de Kevin, se levantó y comenzó a caminar por el salón, negando con la cabeza.
—No, no, no, yo no sé, yo no sé, yo no sé.... Mamá no quiere comer, no quiere comer. Hay que limpiar la sangre, hay que limpiarla. Limpiar la sangre, limpiar, hay sangre. No hay más sangre. El sauce llora, está llorando....
Kevin sacó las pastillas y fue en busca de un vaso con agua. Intentó dárselas, pero ella las tiró con un manotazo. Carmela le gritó a Nievas que llamara una ambulancia.
—¡Kevin! —gritó Siria con esa voz diferente, algo más aguda que la habitual.
—¡No la escuches! —gritó Kevin—. ¡Eres tú, Siria, solo escúchame a mí!
Carmela observó con desesperación cómo la chica se le acercaba con un cuchillo en la mano
—¡No tenías que traer a esta mujer acá! —gritó ella—. ¡Es basura! ¡Te lo advertí!
Nievas rodeó la instalación y entró por otra esquina, tomó a la chica por detrás y la sujetó con fuerza, obligándola a soltar el cuchillo. Los gritos eran ensordecedores. A Carmela no le quedó más remedio que forcejear con ella hasta que logró esposarla, entonces, Kevin la medicó.
Para cuando llegó la ambulancia, se había calmado.
—Te contaré todo —murmuró, amarrada en la camilla, al pasar junto a Carmela.
—Lo sé, cariño, lo sé. Iré a verte en un rato. Tienes que ayudarme a cerrar esa puerta tan fea.
Siria asintió con dulzura. Kevin quiso acompañarla, pero la inspectora se lo impidió.
—¡Me dijiste que Keira y Ondina existían! —le reprochó ni bien el cortejo médico desapareció de la vista—. ¡Casi llegué a creerte!
—Es que es tan difícil todo, es tan difícil... —El chico se echó a llorar, hundiendo la cabeza entre las rodillas—. Ella no está loca... está enferma. ¡Cuando tiene sus remedios es hermosa, y es buena!
La vida desgarrada de otros. El mundo diferente. Los infiernos de cada uno. Carmela inspiró largo y lo tocó en el hombro.
—Lo sé —dijo—. Vamos, necesito tu declaración, te buscaré un buen sitio donde quedarte.
—Quiero ir con Siria.
—Inspectora —susurró Nievas, acercándose—. Ha habido otro ataque, han intentado asesinar a...
—Al cubano.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque creo que ya lo comprendo todo. Dile a Correa que se comunique conmigo lo antes posible y llama a Eliana, tengo que hablar con ella. ¿Han detenido al ayudante de cocina?
—Sí. ¿Cómo....?
—Te lo dije, creo que ya lo tengo. Me falta hacer algunas preguntas a ciertas personas y lo cerramos.
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