❛❛ Cuando el último pétalo caiga
De niño mi madre solía decirme que habían cosas que no se pueden controlar. Al principio no lo entendí, ni siquiera cuando fui un joven adolescente, y peor cuando llegué a la adultez. Pero un día, un día que quisiera borrar de mi memoria, lo entendí.
Mientras miro el escenario frente a mí, mi mente rememora uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Ese que aún no consigo asimilar. Ese que mi mente ya sabe, pero mi corazón se niega a aceptar.
Los días previos a aquel, estuve planeando con esmero lo haría, observando hasta el más mínimo detalle para poder corregir lo que pudiera salir mal.
—Creo que deberías tomarlo con calma —sugirió Nam, sin embargo él estaba igual de ansioso que yo.
Ese día decidí contarle todo lo que había estado planeando al respecto, después de todo él era mi mejor amigo y yo estaba a punto de proponerle matrimonio a su querida hermana menor. En realidad, Neveah era su hermanastra, hija de la mujer que su padre tomó por esposa después de que su madre falleciera tras perder la batalla contra el cancer; pero él la consideraba como si de su propia sangre se tratase. Así que sí, tanto él como yo estábamos ansiosos.
—No puedes pedirme eso, no precisamente tú, que tampoco estás muy tranquilo que se diga —contradije.
Mi amigo suspiró, levantando las manos en señal de rendición.
—Bien, bien. Solo dime en qué más quieres que te ayude.
Dejé la caja sobre la mesa y lo guié hasta la cocina, a la que no tomaba más de diez pasos en llegar.
Realmente mi departamento no era muy grande, pero sí bastante cómodo. También contaba con todo lo necesario y el espacio suficiente como para que dos o tres personas residan en este. Así que, de momento, estaba bien.
—¿Ves esto de aquí? —señalé al abrir la nevera, asintió—. Dentro se encuentra el anillo de compromiso, en el centro.
—Ajá. ¿Y por qué me dices esto?
—En caso de que, debido a la glotonería de tu hermana, se llegue a atragantar ni bien dar un primer bocado.
Me miró mal, aunque no dijo nada. Tanto él como yo éramos conscientes de lo mucho que Neveah amaba el dulce y las golosinas en general.
—Entonces, mi trabajo es evitar que se trague el anillo, ¿cierto?
—Exactamente eso, mi buen amigo —cerré la nevera—. Tanto tu padre como Kyra están al tanto de esto también, así que era necesario que tú lo supieses.
—Bueno —asintió—. ¿Y cuándo piensas proponérselo?
—El domingo.
—¿El domingo? —asentí—. Vamos, Seokjin, eso es en dos días —exclamó con incredulidad.
Encogí los hombros.
—La verdad es que he estado esperando mucho tiempo para esto —me sinceré—, así que no puedo esperar más.
—De acuerdo. Sea como sea, sabes que cuentas con mi apoyo.
Ambos sonreímos y diez minutos después él salió de mi departamento. Ya era de noche y él debía regresar para llevar a Neveah al aeropuerto. Estaríamos separados el fin de semana debido a su inesperada visita a un autor que la editorial para la que trabajaba no conseguía contactar, por ello lo había planeado así. Regresaría el domingo por la tarde, yo la iría a recoger y tras una plática sobre cómo le fue la llevaría a aquel restaurante que tanto quería visitar, en donde le propondría matrimonio.
Eso era lo que estaba en mis planes, pero nunca imaginé lo que podría acontecer antes de que tan siquiera el avión en el que venía de regreso arribara.
Solo puedo recordar el sonido de mi teléfono tras la llegada de un nuevo mensaje mientras me daba una ducha para ir por ella. Me sorprendió muchísimo lo que decía, pero aún más el que lo haya enviado cuando aún se encontraba arriba del avión.
"Recuerda lo mucho que te amo. Recuerda que mi corazón siempre estará contigo. Recuerda lo valioso que has sido para mí. Recuerdalo, aún cuando el último pétalo caiga."
Quise responder su mensaje con palabras sinceras, palabras que salieran de mi corazón y expresaran lo que sentía por ella, sin embargo el sonido de un vaso rompiéndose en pedazos me detuvo. Cuando asomé la cabeza para ver qué había sucedido, me encontré a mi madre de rodillas en el suelo, con la mirada fija en la pantalla del televisor mientras cubría su boca y lágrimas caían por sus mejillas. En cuanto dirigí mi mirada a donde sus ojos enfocaban, sentí cómo el alma parecía abandonar mi cuerpo.
Nunca sabría cómo expresar lo que sentí en ese momento. Lo único que sé es que fue tal la conmoción, que a día de hoy, tras haberse cumplido ya tres años de su partida, consigo superarlo.
El destino había sido tan cruel con nosotros que, justo en el avión que la mujer que amaba había abordado en su regreso, había subido también un terrorista. Amenazó a las azafatas con un arma, para luego abrirse el abrigo que llevaba puesto y mostrar los detonantes que cargaba encima. Todo había quedado registrado por las cámaras del avión, que transmitían en vivo hasta la base, y posteriormente fue transmitido a nivel nacional.
Todos los noticieros del país habían hablado del momento en que un terrorista acabó con su vida y la de setenta personas más, incluidos el piloto, copiloto y las azafatas de la aerolínea en ese vuelo. Internet había sido colapsado por la noticia y los medios internacionales comenzaron a hablar del suceso. Mientras tanto, los familiares de los fallecidos en el vuelo F0005 con arribo al aeropuerto internacional de Incheon sufríamos la pérdida de nuestros seres queridos.
Los padres de Neveah no podían creer lo que había sucedido, Namjoon estaba igual de conmocionado que ellos, y yo... yo había caído preso de un bloqueo emocional; durante su funeral no pude derramar una sola lárgima, pero al momento en que fuimos a enterrar su cuerpo, comprendí que no volvería a verla nunca más. Mis oídos no volverían a ser inundados por el sonido de su risa, tampoco podría volver a apreciar la calidez de sus ojos sonrientes, mucho menos volvería a sentir sus brazos abrazando los míos.
Y así es como fueron pasando los días, los meses, y los años.
Ahora, mientras observo con atención a los niños riendo junto a sus padres en el parque, me vuelvo a preguntar si tal vez esos seríamos Neveah y yo de no haber ocurrido tal tragedia. Y quisiera obtener una respuesta a ello, pero sé que nunca la tendré.
Me levanto del banquillo en donde estaba sentado y metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo, me dispongo a salir del parque para regresar a mi desolado departamento. Y, a cada paso que doy, voy sintiendo cómo los pétalos de las flores de cerezo caen sobre mi cabeza.
Entonces en mi mente vuelvo a escuchar el sonido de su dulce voz diciendo:
—Te amaré hasta el final de mis días. Incluso cuando el último pétalo caiga.
—Yo también. Yo también te amaré hasta el final de mis días.
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