Epílogo | Por y para siempre
Un año después.
Ayer estaba en el altillo de Fletcher Hall, el que había sido su hogar durante todos esos meses. La luz entraba por la ventana mientras daba algunas pinceladas más al cuadro del árbol sangriento que estaba pintando. La estancia parecía enorme. La ausencia de Aless seguía notándose en cada respiración y dolía, dolía tanto...
No me había atrevido a tocar nada de lo que había en su cuarto. No había podido mover el lienzo Tempesta que pintó de mí. El invierno había vuelto a Melbourne y con él miles de recuerdos de nuestro fatídico final. Había sido un arrebato de valentía el que me había llevado a subir las escaleras y a desempolvar algunas de sus cosas.
El lienzo seguía en el caballete bajo una sábana que lo protegía de la luz. Cuando por fin logré alzar la mano y desprender la tela, sentí que algo afilado se hundía en mi pecho. Porque podía recordar a la perfección la noche en que los dos subimos y él me enseñó su obra. Podía recordar cada detalle de esa escena.
Alessandro había ido retocando algunos trazos hasta darlo por finalizado. Ahora, un año después, la pintura estaba completamente seca. El lienzo era una magnífica obra de arte. Entonces, me acordé de esa promesa que le hice. Lucharía por ver su nombre en un museo, lucharía por que fuese reconocido mundialmente. Él fue el verdadero autor de La Mona Lisa de Isleworth. Merece ser sabido, merece ser eterno.
Justo entonces, como un retazo de recuerdos, miré hacia los pies de su cama. Había realizado copias de las obras de Leonardo da Vinci y Sandro Botticelli y había conseguido venderlas como auténticas gracias a su gran dote para la pintura. Me agaché y deslicé la maleta vieja que quedaba.
Con un temblor en la mano, abrí la cremallera y descubrí un montón de fajos de billetes. Tuve miedo. Era muchísimo dinero. Pero después una idea iluminó mi mente. Lo haría... Utilizaría ese dinero para viajar a Florencia y comenzar a defender su autoría en el mundo del arte.
Varias lágrimas se deslizaron por mi rostro al pensar en viajar hasta su ciudad natal sin él. Porque ese fue uno de los sueños de los que hablamos el mismo día en que murió. Aless prometió enseñarme cada rincón de la cuna del Renacimiento y yo me entusiasmé con la idea de recorrer el centro histórico de su mano. Nos imaginé a ambos en el puente Vecchio al atardecer... Y ahora todo eso se ha esfumado.
Cerré la maleta y fui hasta el caballete. Tapé el lienzo que había permanecido ahí tantísimo tiempo y lo dejé junto a la pared. Aless tenía un segundo lienzo en blanco, apoyado junto a sus tubos de pintura al óleo y los pinceles. La paleta de mezclas conservaba restos de todos los colores que él había usado.
Sin pensarlo más, seguí el hormigueo que nacía de mis dedos y subía a velocidad de vértigo y coloqué el lienzo en blanco para empezar a llenarlo de tonos grises. Pasé todo el día dándole forma al fondo anieblado de un bosque. Tracé los troncos oscuros y delgados de los árboles. Cuando los últimos rayos de luz se desvanecieron, limpié los pinceles y lo guardé todo.
Al ver cómo había quedado el lienzo, supe que Aless estaría orgulloso.
Él se llevó consigo un pedazo de mí. A día de hoy, aún no sé cómo encajar todas las piezas en las que se partió mi corazón. Quizás en un futuro pueda conseguir lo más parecido a lo que tenía antes, pero el puzle jamás volverá a estar completo. Cuando todo deje de doler para pasar a ser un recuerdo no creo que quede nada de la chica que comenzó la universidad.
La rutina me ha mantenido a flote durante el último año y lo peor es que no he sabido cómo explicarle a mi madre o a mis amigas qué le sucedió a Alessandro. Lucifer me prometió que no incineraría su cuerpo. Estuvo excavando una tumba en mitad de la noche en el cementerio de Melbourne para que pudiera visitarlo. Talló su nombre en una lápida, pero evitó poner una fecha de nacimiento a conciencia. Tampoco escribió el día en que murió, aunque yo recuerdo perfectamente que fue un miércoles 7 de mayo de 2014.
Desde ese día no he vuelto a pisar el Infierno. Sigo llevando almas al Diablo. Nos reunimos cada sábado en el cementerio y antes de irse siempre me acompaña hasta donde el cuerpo de Aless descansa, a pesar de que todavía, un año después, sigue sin entender por qué velo por su tumba si él ya no está ahí. Supongo que da cierto confort pensar que está tan cerca.
En la piedra escribió una frase en italiano que ya había grabado a fuego en mi corazón.
L'animo è creato ad amar.
La frase la había sacado de un verso de la Divina Comedia de Dante, en concreto de su segunda parte, Purgatorio. «El alma está creada para amar». Y mientras terminaba de grabarla, me dijo que Aleph le confesó durante su caída que había sido un error que los ángeles tuviesen una.
Él se ha convertido en la única persona que me entiende, la única que me acompaña en las noches y una de las pocas me abraza cuando me derrumbo. Porque, aunque todos sepan que Aless se ha ido para siempre, sólo nosotros sabemos todo lo que pasó en realidad. Así que, en cierto sentido, ésa fue su forma de pedirme perdón.
Y yo lo acepté.
Después de todo, nuestra historia ya estaba escrita desde el principio. El ángel que se enamoró, el artista demonio que en verdad era humano y la bruja maldita que no pudo retener el alma de la persona a la que amaba.
Pero, ante todo, confiaba. No todo estaba perdido.
—Estás viva —me había dicho Lucifer uno de los sábados en el cementerio—. Eso ya es mucho más de lo que tienen todos estos que nos rodean. No pierdas la oportunidad que tienes de vivir. Disfruta de cada día. Llévalo en tu corazón, pero no dejes de disfrutar cada segundo que estás aquí.
Un instante después, señaló el firmamento.
—Desde allí arriba, la Tierra es vista como un paraíso. Lo que es curioso porque muchos de los que están aquí abajo piensan que el Cielo es el verdadero paraíso. Al final, siempre anhelamos aquello que no tenemos. Por eso, debes disfrutar de tu vida aquí antes de descubrir qué hay después. Si algo es seguro para todos los mortales, esa es la muerte. Vive, Eline, vive por ti, vive por Alessandro, vive por tus ancestros, vive por todos.
—¿Eso significa que cuando muera liberarás mi alma?
—Eso es lo que firmamos en Harmagedón. Era consciente de lo que hacía y es lo justo. Al final, eso es lo que ambos buscábamos.
Miré al cielo de nuevo, como si allí pudiese ver a Alessandro como una estrella brillante. Puede que algún día nos encontremos en el más allá, puede que algún día volvamos a ser. Aless se llevó un pedazo de mí y, aunque por mis venas corre sangre divina y a la vez llena de muerte, todavía no sé qué hay al otro lado.
La muerte es incierta. Puede ser un viaje sin retorno, puede ser ausencia, puede ser desdicha. Puede ser una nueva oportunidad, el final de todo o el principio de una eternidad.
Hay leyes que no se pueden romper, fronteras que es mejor no traspasar cuando el sol se apague y la tierra se vuelva un infierno.
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