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Capítulo 45 | Traiciones

Después vi salir de la boca del dragón, de la bestia y de la del falso profeta tres espíritus inmundos, como ranas: los espíritus de demonios que hacen prodigios y van a reunir a los reyes de toda la tierra para la guerra del gran día del Dios todopoderoso.

—Apocalipsis 16:13-14.

Aless me contó todo lo que sabía del Juicio Final. Desde siempre, él pensó que era el propio Infierno. No fue hasta que lo enviaron a la Tierra a convencerme de aceptar el trato que Lucifer le reveló que el Juicio era otro paso más en el incierto viaje de la muerte.

—No sé cómo es exactamente, pero no creas que ese al que llaman Dios le tiembla la mano para eliminar un alma malévola. Bueno, Lucifer tiene su propia teoría... Dice que las envía a un vacío donde no hay ley ni orden, donde vagan conscientes de que jamás saldrán de ahí.

—¿Lucifer estuvo alguna vez presente cuando era ángel?

—Sí, él era su mano derecha, su preferido, el más leal. Por supuesto que estuvo allí.

—¿Conoces su historia, lo que hizo que lo expulsaran?

Negó con la cabeza y luego se encogió de hombros.

—Creo que pensó que yo nunca lo entendería.

Lo miré a punto de decirle mis suposiciones, sin embargo, cambié de idea antes de abrir la boca. Cuando me hizo ver que lo mío con Alessandro no era posible porque éramos de mundos opuestos, él me dijo que sabía lo que sentía y cómo dolía. Lucifer se enamoró, estoy casi segura de ello.

—No sé. Él te conoce más de lo que pensamos. Y a mí también.

—Ya lo dicen, ¿no? Más sabe el Diablo por viejo que por diablo.

De la comisura de Aless tiró una leve sonrisa. Mi corazón crujió al pensar que si él era juzgado no volvería a verlo nunca más.

—¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo vamos a detener el Juicio Final?

—Tenemos que hablar con Lucifer. Él sabe todos los detalles. Aunque hay un problema... No sabemos cómo va a reaccionar cuando nos vea.

Sentí que el corazón me estallaba cuando dijo aquello. Ya no sólo por las consecuencias, sino porque Aless y yo éramos un equipo. Estábamos juntos en esto y pagaría conmigo aquel error sin pensárselo dos veces. Eso me gustaba y al mismo tiempo me aterraba. Si le llegaba a pasar algo por mi culpa..., no me lo perdonaría.

Cuando le conté a Alessandro lo que había visto antes de enfrentarme al Diablo, él supo al instante que se trataba de una ilusión. Yo no comprendía nada, pues sabía del mundo de los ángeles lo justo y necesario. Al parecer, algunos de ellos pueden entrar en la mente y hacerte ver cosas que no son reales. Al fin y al cabo, la magia de los brujos viene de ellos.

Claramente, era yo quien traicionaba a Lucifer. Aunque no me quedé a ver el final, la visión fue muy completa. Pasó lo que ellos querían que pasara. Y es que yo aún no estaba preparada para todo aquello. No sabía de ángeles, no sabía de magia, por lo hablar de que la controlaba a duras penas. No hacía mucho que había empezado a usarla y a entender un poco mejor el mundo que me rodeaba.

—No debimos de ir. Fue muy precipitado.

—La venganza es así, Eline. Te carcome por dentro. Hay que tener la mente fría y ser paciente para escoger el momento idóneo.

Estábamos en lo cierto. Lucifer nunca había llegado tan lejos, la avaricia le pudo, y no era de extrañar, pues él era el más pecador de todos. A pesar de ello, no me podía permitir titubear en un momento tan crítico como ese. Tenía que actuar y rápido.

Habían pasado seis días desde que me había convertido en hija del diablo y se habían desencadenado las consecuencias del apocalipsis. Siguiendo la siniestra costumbre del número siete, podíamos adivinar cuándo se celebraría el Juicio Final. Y justamente esa fecha era al día siguiente.

Bajé a mi cuarto para coger algo de ropa limpia y darme una ducha. Habíamos estado toda la mañana buscando hechizos contra la magia negra y demás conjuros que me protegieran ante un posible enfrentamiento fatal con Lucifer. El Infierno era su terreno, su fortaleza, así que si iba a ir a buscarlo hasta allí debía asegurarme de que, si las cosas no salían bien, podría salir indemne de la mística prisión.

Luchar contra un ángel era otro nivel. No suponía ni mucho menos el mismo esfuerzo que hacerlo contra un espíritu o una sociedad de humanos que conocían bastante el ocultismo. Aunque fuera la hija del diablo, tenía ciertas limitaciones cuando el oponente era Lucifer. Había ido adquiriendo mucho poder de las almas y ya no era sólo un ángel.

Lucifer se había convertido en el Diablo, había alcanzado algo parecido a lo que tenía Dios.

Cada vez que recordaba el hecho de que era tan poderoso como para haber creado un imperio allí abajo y haberme dotado de un poder descomunal, tenía que tragar saliva para poder respirar. Lucifer era un contrincante difícil.

Salí de mi habitación allá por las once y media. Pensaba ducharme rápido para poder subir a comer al altillo el plato italiano que había preparado Aless. Era una antigua receta de su infancia.

Una voz me detuvo antes de alcanzar el aseo.

—Eline, espera —me llamó Olivia—. Por fin te encuentro. Hace días que no te veo. ¿Tu familia está bien?

Asentí, aunque no pude siquiera sonreír. Aún no había tenido la oportunidad de decirle la verdad sobre Ian y eso me pesó mucho en aquel momento.

Olivia curvó levemente los labios y después volvió a ponerse seria.

—Ian me dijo que hacía tiempo que no hablabais, así que no sé si lo sabes... Su padre, el señor Moore, ha fallecido. Bueno, lo encontraron el jueves en su coche con signos de violencia.

Ahogué un grito.

—¡Oh, Dios santo! —exclamé aterrada. A pesar de que fue él el que lo organizó todo para que mi tío me secuestrara la noche de la gala, él no parecía merecer ese tipo de muerte—. ¿Se sabe quién fue?

—No tienen nada, pero corre el rumor de que hay alguien en la ciudad impartiendo justicia. En la última semana ha habido muchas muertes en las mismas circunstancias y todos tenían antecedentes, registrados o no.

Sentí que el aire desaparecía de mis pulmones. Los últimos días había estado saliendo de cacería con Alessandro de forma involuntaria y no podía recordar qué había ocurrido exactamente, mucho menos saber quiénes habían sido las víctimas. El alma se me partió al pensar en que yo podría ser perfectamente la culpable.

Arthur Moore estaba metido en muchas cosas ilegales que lo relacionaban con Daniel. Si había sido capaz de entregar a una chica inocente a ese malnacido que tenía por tío, podría haber sido capaz de muchas otras cosas. Por no olvidar que él estuvo implicado en el caso Medianoche y había condenado a mi padre a cadena perpetua, seguramente a favor de Daniel, quien recién había salido de prisión.

Aún así nada de eso me era suficiente para justificar lo que quiera que hubiera pasado. Porque, dadas las fechas en las que había ocurrido, tenía algo claro y es que yo podría haber tenido que ver. El corazón se me oprimía sólo de pensarlo. Era el padre de Ian.

—Oh... —susurré sin saber qué decir o hacer—. ¿Cómo...? ¿Cómo está Ian? —balbuceé.

—Destrozado. Ha sido un golpe muy duro —mencionó cabizbaja—. El funeral será esta tarde a las cuatro.

—Gracias. —Tragué saliva, intentando mantener la compostura.

Mi amiga hizo amago de irse y se detuvo en seco, acordándose de algo:

—¿Tú estás bien? Cuando te dije que salía con Ian te fuiste sin decir nada. ¿Te... molestó? Pensaba que tú y Alessandro...

—No es eso —la corté de pronto—, no me molestó en ese sentido. Es complicado. Creo que será mejor que te lo explique otro día. Yo... Tengo que irme.

—Está bien —respondió. Vaciló, aunque al final alzó la mano y me dio un apretón en el brazo—. Cuídate.

—Tú también. —Le dediqué una sonrisa tierna. A pesar de mis ausencias, Olivia y Sophie permanecían a mi lado y eso me llenaba el corazón.

Durante la ducha no pude dejar de darle vueltas. Si lo habían encontrado el jueves, eso era porque había sido asesinado esa misma madrugada o la noche de antes. Necesitaba confirmarlo. El jueves fue hace cinco noches, cuando Aless aún no me cubría las espaldas. De hecho, fue la noche en que dejé inconsciente a Alessandro porque había intentado impedírmelo.

Cuando regresé arriba, le conté lo que había descubierto y me eché a llorar. Había sido yo, es que no había lugar a duda. Las circunstancias eran las mismas que el resto. Una noticia me lo corroboró después.

Aunque el caso permanece bajo secreto de sumario por petición de la familia, se sabe que el crimen tuvo lugar en la madrugada del 1 de mayo a la salida del bufete. Otros datos que han trascendido se basan en la posibilidad de que el reputado abogado estuviese relacionado con temas ilegales y que el ya nombrado como el «Justiciero de Melbourne» lo haya tachado de su lista negra.

No me pude creer lo que leía, pues el rumor ya había alcanzado los periódicos e incluso le habían puesto nombre. Por no hablar de una lista negra que no existía en absoluto. No obstante, todo eso no me importó. Era el padre de Ian y, aunque fuese un mafioso, era su padre y me dolía por él. Ian estaba roto de dolor.

Comí en silencio y después me preparé para asistir al funeral. Aless vino conmigo. Como marcaba el protocolo, los dos vestimos de luto. El cielo, como ya se había vuelto costumbre, continuaba de un color cálido. Una vez estuve frente al cementerio, me acordé de la primera vez que lo pisé. Fue con él en nuestra primera cita, después de ir a la Galería Nacional de Victoria y cenar en un restaurante.

Justo allí descubrí que era médium.

Alessandro me cogió de la mano y juntos llegamos hasta el mausoleo de la familia Moore. Había evitado llegar a tiempo para no tener que ver cómo cargaban con el ataúd en el desfile fúnebre.

En el lugar se habían congregado un montón de familiares, amigos, compañeros y conocidos del padre de Ian. Busqué el rostro de mi compañero entre la muchedumbre. Lo hallé junto al sepulcro cargando el féretro a hombros. Su madre, Claire, tenía los ojos hinchados y se limpiaba las lágrimas con un pañuelo de tela. Olivia se encontraba junto a su familia en un lateral.

Cuando terminó la ceremonia me acerqué a ver a mi compañero de clase y esperé que terminara de hablar. No tardó en verme y se disculpó con el hombre para venir hasta mí.

—Eline...

—Lo siento mucho, Ian.

Sentí que iba a romperme cuando él se lanzó a abrazarme. A mi lado, Aless se apartó un poco incómodo.

—Nunca quise hacerte daño —susurró en mi oído y yo abrí los ojos de golpe.

Me separé de él.

—Mi padre me obligó a sacarte de la gala, yo... había bebido y no fui consciente de sus planes hasta que llegaron los de seguridad. Quiero que sepas que siento mucho lo que te hice, que nunca fue mi intención entregarte a nadie...

Evité mirarlo cuando pronunció esa última frase y en el proceso vi cómo Aless apretaba los puños. Quise impedir una confrontación, pero ya era tarde.

—Eres un hipócrita —masculló Aless con la voz fría y grave—. La secuestraron y tuvo un accidente de tráfico —le reprochó acercándose peligrosamente a él—. Querían matarla.

Ian retrocedió amedrantado. Puse una mano delante de Alessandro para detenerlo.

—Sé que no me vas a perdonar —pronunció débilmente mi examigo.

—Ya te he perdonado —musité en su dirección—, pero no podemos ser amigos.

Desvié la mirada y di media vuelta. No podía seguir allí más sabiendo que yo era la asesina de su padre, que había acabado con su vida de forma cruel, que era la causante de tanto dolor. Un pensamiento cruzó mi mente. A veces es mejor cargar con el dolor de la muerte que con el peso de la culpa.

Porque, en mi caso, fue el segundo. No fue hasta que descubrí la verdad sobre mi padre que supe lo que había estado soportando mi madre por dentro. Y, a pesar de no expresármelo, pude verlo. A ella le dolían las acciones de mi padre, le pesaba el dolor causado, la angustia de saber que su marido había asesinado y destruido familias.

Y era peor por el solo hecho de pensar que él seguía vivo mientras sus víctimas se pudrían en el cementerio.

Ya cuando la tarde caía, Aless y yo nos preparamos para lo que pudiera pasar. Igual que había razones para seguir a salvo, las había para que Lucifer nos destruyera. Pero había una que era clave y es que, sin mí, no volvería a contraatacar al Cielo hasta dentro de mucho, mucho tiempo.

Habían pasado más de dos mil años desde que encontró a Madian hasta que me encontró a mí. Realmente, Lucifer podría pasarse de nuevo otros dos milenios para volver a entrar al Cielo y estaba casi segura de que esa alternativa le costaba más que perdonarme la vida.

Encendí unas velas y me concentré para descender al Infierno. Alessandro me acompañó, luego me guio por los pasadizos en la roca hasta donde se hallaba el Diablo.

Lucifer estaba con los ojos cerrados sentado en un trono de huesos que ya había podido ver antes en una visión de Aless. Vestía como de costumbre, con pieles de animal colgadas de los hombros y una calavera de macho cabrío como corona del abismo. Una especie de halo místico lo rodeaba.

—Los traidores regresan —articuló de forma pesada sin abrir los ojos, todavía concentrado en su tarea. Aless y yo nos miramos sin decir nada—. Parece que no me tenéis miedo porque venir aquí es una muerte segura... Ah, no, que tú ya estás muerto, Tagliagole.

Escuché la mandíbula de Aless crujir después de que Lucifer lo volviese a nombrar así.

—Pero tú, Eline, eres muy valiente por venir hasta aquí. —Sonrió de forma cínica, sin dejar de hablar como si estuviese embriagado—. No creas que por tu alto puesto tienes más poder que yo. Estoy recuperando todo lo que me arrebataste hace unas horas.

—Era la única manera de salir de esa —contesté con cautela. Parecía demasiado tranquilo para todo lo que había pasado.

Lucifer soltó una carcajada.

—Esa es una curiosa manera de decirlo. Pasaste por encima de mí para salvarlo a él y al final él va a ser juzgado igualmente. Muy lista, querida —se mofó—. La lealtad es lo primero que pido. Te recuerdo, por si lo olvidabas, que con esa cicatriz que llevas en el brazo me diste tu alma, por lo que me debes ser leal ante todo y ante todos. ¿Es que esa parte no la explican en la universidad?

Volvió a sacar una de esas sonrisas maléficas.

—Aún estamos a tiempo.

—Ya... Mi ejército sigue convaleciente porque una niña de veintiún años se enamoró del alma de un asesino. El amor puede ser una fortaleza o una maldita debilidad.

No me gustó nada que llamara a Alessandro de ese modo, menos aún cuando ya le dije que él ya no era esa persona. Respiré hondo cuando mencionó la frase del amor. Está claro que él se enamoró antaño y dudé seriamente si utilizarlo en su contra.

—¿Vas a esperar otros casi tres milenios para encontrar a la próxima hija del diablo? —intervino entonces Alessandro.

—No. Ni mucho menos. —Carraspeó terminando el hechizo. Levantó los párpados y dejó ver un par de ojos negros como pozos para después regresar a la normalidad—. Porque, por desgracia, esa sería mi última oportunidad.

Fruncí el ceño.

—¿La última? —preguntó Aless. Ambos desconocíamos esa parte de la profecía.

—No creas que esto es un ciclo —le dijo acomodándose más, si cabe, en su trono—. Las dos líneas genealógicas sólo se cruzarán tres veces. La próxima es la última y podría no darse hasta dentro de mucho más tiempo de lo que tardé en encontrar a Eline. No pienso correr ese riesgo.

—Entonces, ¿a qué estamos esperando? —insistió.

Lucifer lo miró queriendo atravesarlo con la mirada.

—Esto no va a quedar impune. Me habéis traicionado. ¿Y por qué? —Se rio—. ¡Por amor!

Vi la oportunidad y lo hice. Le pregunté. Metí el dedo en la llaga como él había hecho conmigo.

—Lo dices porque sabes lo que es —susurré solamente.

—¿Que si sé lo que es? —gritó enfurecido y luego extendió los brazos como señalando algo—. Todo lo que tienes alrededor es la consecuencia de haber traicionado por amor.

Apretó la mandíbula y frunció los labios en una fina línea. A continuación, su voz se volvió mucho más severa y gélida, recalcando la importancia de cada una de sus palabras:

—No sólo fui el primero en caer, yo creé una nueva especie, yo le di poder a la tierra. La primera bruja nació de mí, por eso tu magia es la más poderosa de todas, porque es la más antigua. Eres hija de la muerte, del fuego y del Infierno.

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