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Capítulo 30 | Hija del diablo

Cuando el sol se apague, reinará la oscuridad.

Caía una lluvia de cenizas del cielo. La nieve se había convertido en polvo después de que el firmamento se cubriera de nubes negras de las que se desprendían chispas de fuego. Parecía magia, pero era algo muy distinto. Un presagio. «Toda acción tiene su reacción».

Un vendaval se llevó esas partículas ardientes y me alborotó el pelo. Miré a mi alrededor y, a pesar de que sólo había nevado un poco, todo parecía un caos. La nieve, las cenizas, el viento. No podía controlarlo.

«Bienvenida al Infierno».

Varias lágrimas rodaron por mis mejillas mientras veía a algunas personas correr para salvaguardarse de las fuertes ráfagas de viento. Lo curioso es que yo no podía sentirlas, a pesar de que me también me envolvían.

—Eline.

Su voz me devolvió a la consciencia.

—Aless, ¿qué está pasando? —grité fuerte a causa del viento.

—Te has convertido. Ahora tienes un gran poder... Eres capaz de controlar el tiempo. —Señaló la ciudad de nuestro alrededor. Estaba desatando una tormenta.

—¿Cómo hago para que pare?

—No lo sé. Lucifer se ha ido. Él ya ha obtenido lo que quería.

Aless permaneció frente a mí. Mirara donde mirara sólo veía remolinos de viento llevándose cualquier cosa ligera que encontrase a su paso. Volví a posar la vista sobre él, mis ojos llenos de lágrimas. ¿Qué había hecho?

Él no dudó en acercarse y rodearme entre sus brazos.

—Tranquila, ya ha pasado. Estás a salvo.

El miedo, poco a poco, desapareció y con él la tormenta. Ya no podía notar el calor que desprendía Alessandro, porque ahora yo también tenía un fuego en mi interior. Era parte del Infierno. Me había convertido en aquello que tanto dije que no sería. Una hija del mal.

El recuerdo de Madian aún vagaba por mi cabeza. Lucifer se había presentado ante ella y la había obligado a jurarle servicio. Ella no tuvo otra opción. Las preguntas seguían atormentándome. ¿Qué ocurrió con ella después? ¿Por qué dejó de ser hija del diablo? No podía saberlo. No controlaba las visiones. Supuse que al convertirme había conectado con ella de una forma especial. Había accedido a su memoria.

Hubo un detalle que no se me pasó por alto. Ella había matado a alguien.

—La he visto —susurré despegando mi rostro de su pecho y mirándolo a los ojos—. Madian juró servicio a Lucifer. Él... la obligó.

Me acordé de la pasada discusión con Aless. Estaba repitiéndome que de algún modo yo juré ante Lucifer, que dejé que me marcara y que intercediese en el hilo de, no sólo mi vida, sino la de mi madre y la de mi abuela. En algún momento lo hice, sentencié mi propio final. Me negué en rotundo a creerme que yo había sido capaz de tal cosa. No obstante, los hechos eran los hechos.

Lo hice, aunque no lo recordara, lo hice.

Permití que me pusiera su marca. La calavera de un macho cabrío, el símbolo de Lucifer, representando la muerte.

—Tranquila, Eline —murmuró mientras volvía a abrazarme y nos mejía lentamente—. Encontraremos la manera de deshacer el pacto.

Quería decirle que no la había, que ya era tarde, pero las palabras se quedaron atoradas en alguna parte de mi garganta. Me sentía agotada después de todo lo que había pasado, pero aún tenía algo pendiente. Debía rescatar a mi familia.

—Mi madre y mi abuela... —pronuncié, sin aliento, zafándome de él.

—Estás muy débil. Tienes que descansar. Ya entregamos el dinero, estarán bien, no te preocupes.

—¿Cómo no me voy a preocupar? Son mi única familia.

—Mañana las rescataremos, te lo prometo. Si haces ahora el hechizo, podrías morir o no sé... Estás pálida y no dejas de temblar.

No me había dado cuenta hasta que lo dijo. Mi cuerpo tiritaba sin parar. Aunque me doliese admitirlo, no podría apenas aguantar una carrera. ¿Cómo las salvaría en esas condiciones? Necesitaba un hechizo poderoso que sólo era capaz de hacer cuando estuviese al cien por cien de mi capacidad. Finalmente, desistí y le pedí que me acompañara hasta mi casa.

No me había ido muy lejos del lugar tras la conversión, pero el bajón me había dado tan fuerte que cualquier sitio me parecía demasiado lejano. Aless insistió en quedarse una vez me hubo ayudado a entrar en la cama y haberme arropado.

—Necesito estar sola. Estaré bien, sólo tengo que descansar.

En verdad, no quería que se fuese. Quería que estuviese a mi lado, pero necesitaba pensar. En cuanto se fue, no del todo convencido, me eché a llorar. La impotencia de no poder recordar cuándo había jurado ante Lucifer, cuándo me había condenado para siempre, me carcomía lentamente. Había puesto en peligro las vidas de todo el mundo, incluidas las de mi familia.

¿Qué era lo que yo tenía que no tenía otra bruja? ¿Por qué yo?

No lo entendía. Y hasta que no lo entendiese no pararía.

Puede que me hubiese obligado a convertirme, pero me negaba a ser yo quien le entregase almas al Diablo. Él mismo había dicho que no podía obtener poder de mí, así que tenía que darle el poder de las almas podridas. ¿Qué podía hacer alguien con tanto poder? O más bien, ¿qué podía hacer alguien como él con tanto poder?

No iba a hacerlo. No le entregaría ni un alma.

En algún momento, en medio de aquel revoltijo de pensamientos, caí rendida en un sueño reparador.

Me desperté por el sonido del timbre. Me costó ubicarme, pues había pasado el último mes viviendo fuera de casa. Cuando abrí los ojos, supe exactamente quién estaba en el piso de abajo tocando de forma insistente el portero. Podía notar la energía que desprendía a más distancia de la que lo hacía antes.

Me coloqué los zapatos y salí a su encuentro. ¿La casa estaba acalorada o era sensación mía? Fue abrir la puerta y ver su cara de una latente preocupación. Su mano estaba por tocar de nuevo al timbre.

—Eline. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy bien. Estaba durmiendo, ¿qué haces aquí?

—No me has llamado. Te dije que me llamaras. Estaba preocupado. Llevas durmiendo más de catorce horas.

Abrí los ojos como platos. ¿Catorce horas?

—¿De verdad estás bien? —Asentí con la mirada perdida en el suelo, aún conmovida—. ¿Has desayunado? Ya es hora de comer.

Lo miré negando, la verdad es que cuando lo dijo me entró un hambre atroz. Insistí en quedarnos en casa y comer, pero Aless me convenció de ir al restaurante de Paolo. Me duché y me vestí con ropa limpia antes de salir. Me subí en la moto detrás de él y en menos de lo que canta un gallo estaba aparcando frente a La bella Italia.

El restaurante estaba a rebosar dada la hora y así por encima vi que no había mesas libres. Había al menos una decena de camareros sirviendo, pero Paolo no estaba por ningún sitio. Debía de estar en la cocina. Aless fue hasta el enorme mostrador de mármol, repleto de bollería y platos de muestra.

—Hola —le habló al primer camarero que se nos acercó—, dile a Paolo que Alessandro está fuera, ¿vale? Y rápido.

—No hace falta que...

—Sí hace. Estás hambrienta.

Paolo salió en un minuto con su traje de chef un poco manchado. Se notaba que lo habíamos pillado cocinando.

—Alessandro, Eline, ¿qué os trae por aquí? ¿Buscáis una mesa?

—Sí, venimos a comer. ¿Tienes mesa?

—Siempre reservo las mejores a mis mejores clientes —musitó, acto seguido hizo un guiño.

Aless sonrió mirándome. Paolo nos guio hasta unas escaleras y subimos hasta la planta de arriba. Allí tenía un salón privado con algunas mesas y cristaleras que daban al río. Las vistas eran mucho mejores que desde abajo. Todo se veía tan bonito.

—Os traeré la carta.

Me senté frente a Alessandro mientras mi mente se desocupaba un poco. No me había dado cuenta de lo tensa que estaba.

—Aquí tenéis. Os recomiendo el menú especial de la semana. Hay que coger fuerzas —Nos sonrió a ambos—, el tiempo se ha vuelto loco.

Ninguno de los dos dijimos nada. Eché un vistazo al menú que decía y lo pedí. Aless me segundó. En cuanto se hubo ido, le pregunté por lo bajo:

—¿Sabe que eres un demonio?

—Claro que no. No lo sabes más que tú y el Infierno. Relájate y repone fuerzas, tenemos que planear lo que vamos a hacer a continuación.

—Haré un hechizo de seguimiento para saber dónde están y entraremos.

—¿Recuerdas lo que pasó la última vez que hiciste eso?

Me petrifiqué al sentir una avalancha de recuerdos. Había tirado abajo un edificio y eso que ni siquiera tenía el poder que tenía en ese momento.

—Tienes que poner un límite o todo saldrá por los aires. —Asentí—. Te ayudaré a controlar la magia. No te preocupes.

Colocó su mano sobre la mía. Me había puesto muy nerviosa sólo de pensar en lo que podría suceder si no controlaba los poderes. Lucifer me había dado el poder y se había limpiado las manos. ¿Esperaba que supiese controlarlo de buenas a primeras? Estaba chiflado si así era.

—Todo es culpa de Lucifer... Se va sin más. Si al menos, después de todo lo que me ha hecho, hubiese tenido la consideración de ayudarme. Pero ¿qué digo? Él no tiene de eso.

—Es culpa mía. Me dio órdenes de enseñarte a controlar la magia, de prepararte para este momento, y no lo he hecho. Creí que podría salvarte antes de que llegara el día.

—No tienes culpa de nada.

Paolo llegó justo entonces para servirnos. No volvimos a hablar en toda la comida, pues los platos no dejaban de llegar y Aless se había marchado hacia otra parte. Yo también me encontraba lejos de allí, pensando en las consecuencias que podría tener aquello.

La comida estuvo deliciosa. Sin duda, Paolo era un chef magnífico. A pesar de conocer quién era realmente, un mafioso, había hecho lo posible para que pudiera escapar de mi tío en cuanto lo supo, me brindó servicio médico cuando estuve desangrándome, era agradable y nos acogía como si fuésemos sus propios hijos. Por ello, merecía mi simpatía. Sin embargo, me costaba verlo como antes. La verdad es que era un criminal.

—Paolo, ¿has averiguado algo sobre la mafia de la Medianoche y esos Hijos de las Tinieblas? —le preguntó Aless.

El chef cogió una silla y tomó asiento a nuestro lado.

—No demasiado. Nosotros no nos relacionamos con ese tipo de organizaciones.

—¿De qué tipo de organizaciones hablas? —quiso saber él, pero yo ya conocía la respuesta.

—Tráfico de personas y de órganos.

—Joder... —dejó escapar.

Tragué saliva. Dirigió una mirada de empatía hacia mí. Sabía cuánto me dolía aquello, que alguien de mi sangre haya hecho algo tan horrible.

—Tengo a varios hombres investigando, pero la seguridad es muy alta. Les está costando hallar algo con sentido. Sus miembros son como fantasmas. Arthur está liado con la mafia, pero dudo que sepa lo que se esconde tras ella. Me da que es algo turbio, con tanto secretismo...

—Gracias, Paolo —le agradecí de corazón.

—De nada, tesoro. Haré todo lo que esté en mi mano.

Habíamos vuelto a mi casa y estaba leyendo el grimorio Oráculos para intentar encontrar un hechizo de seguimiento que tuviese añadido un bloqueo de magia negra. Intentar encontrar algo o a alguien cuando había sido oculta con esa clase de poder era demasiado difícil. Deshacer los bloqueos de magia negra no había funcionado nunca en soledad. Para ello, se hacía una especie de convergencia de poderes, donde todas las brujas del aquelarre se unificaban para aumentar su capacidad.

El tiempo se agotaba y aquello era lo único que tenía, pero yo no tenía aquelarre. Había desaparecido con el paso del tiempo y la masiva caza de brujas. Pensé que, quizás, si lograba mezclar las tres cosas podría llegar hasta mi objetivo.

Un hechizo de seguimiento, un desbloqueo para magia negra y una convergencia.

Mi magia se había vuelto mucho más poderosa por haberme convertido en hija del diablo y no sólo eso, sino que también era una fuente de magia negra. Según me dijo Aless, en el hechizo hice un sacrificio eterno. Vendí mi alma al Diablo para obtener todos esos poderes.

Mi alma le pertenecía a él y los poderes me pertenecían a mí.

En consecuencia, la convergencia con Alessandro funcionaría.

—¿Lo has encontrado? —quiso saber, al notar que me había quedado mirándolo.

—No, pero se me ha ocurrido algo.

Le conté mi idea y me dio la enhorabuena. Me dijo que tenía talento para la magia. Desde que había conectado con los ancestros había adquirido ciertos conocimientos acerca de los hechizos. Podían existir infinidad de conjuros, se podían crear nuevos y sabía cómo hacerlo. Era como un instinto, lo sentía dentro.

En el salón de casa, tracé un pequeño pentáculo y coloqué un mapa de la ciudad junto a unos zapatos de mi madre. Encendí las velas con sólo una mirada. Aless fue el primero en verter su sangre en el mapa. La mía, poco después, se camufló entre la suya. Tras el eclipse, se había vuelto mucho más oscura. Como si estuviese envenenada.

Nos dimos las manos y le pedí que repitiera conmigo una frase en hebreo.

Instantáneamente noté todo su poder fluyendo a través de mí y supuse que él también sentía el mío dentro de sí. Cerramos los ojos y continuamos invocando el lugar donde se encontraba mi madre. El desbloqueo salió perfecto, al poseer los dos magia negra había sido mucho más sencillo de lo que lo describía el grimorio. Supe que la sangre se movía sobre el papel porque parte de la energía empezó a abandonar mi cuerpo poco a poco.

Ambos nos quedamos observando la mancha de sangre hasta que ésta se detuvo.

—¿Estás lista?

—Más que nunca.

Llegar al lugar nos llevó alrededor de media hora en moto. Atravesamos la ciudad en tiempo récord. Alessandro se había convertido en un experto al manillar, ya que por suerte aquella vez no estuvimos a punto de provocar ningún accidente. Detuvo el vehículo a medio kilómetro. El resto lo haríamos a pie.

Antes de aventurarnos en aquella sombría villa a las afueras de Melbourne, Aless cogió mi mano y la besó.

—Estoy seguro de que podrás hacerlo, Eline. Recuerda mantener bajo control tu poder. Estaré a tu lado. No te dejes llevar por la ira, podrías arrepentirte y no quiero que eso te suceda, ¿de acuerdo?

Asentí, convencida de sus palabras. Mi madre y mi abuela necesitaban que mantuviera bajo control la situación. Podría pasarles algo grave si mis poderes terminaban explotando. Recordé cómo cedió el edificio la última vez que rescaté a alguien y se me encogió el corazón.

Lo primero que hice fue hacer caer el suministro eléctrico. Las cámaras de vigilancia se apagaron y pudimos entrar sin que supieran que lo estábamos haciendo. Podía sentir dónde estaba una persona y adelantarme a sus movimientos. Dejé K.O.* a los primeros hombres que aparentemente vigilaban la entrada. Sabían que alguien había entrado, pero no tenían idea.

Vinieron varios hombres, conté cuatro, y dispararon a diestro y siniestro con subfusiles. Antes de que la primera bala saliera de su lugar, yo ya había creado un escudo a nuestro alrededor y tras el tiroteo inicial adormecí a todos los atacantes con un chasquido y poco más. Aless se quedó impresionado por mi rapidez de reacción, pero no era yo. Era la hija del diablo.

Acto seguido, los generadores de emergencia se pusieron en marcha y la luz regresó. Fundí todas las bombillas y cámaras que encontré a mi paso antes de que pudieran siquiera llegar a enfocarme. Notaba la energía de mi abuela y mi madre, así que sabía perfectamente en qué parte se encontraban. No obstante, aquella mansión era como un laberinto. Por las escaleras que guiaban al sótano llegaron más adversarios.

Aless tumbó al primero de un puñetazo. El segundo que salió se elevó en el aire hasta golpear el techo, cayó y quedó inconsciente. Los que venían detrás vacilaron al ver que no lo había tocado siquiera, pero luego dispararon. Sólo hizo falta un gesto con el brazo para que sus armas cayeran y ellos quedaran suspendidos contra la pared sintiendo una fuerza sobrenatural aplastándoles el pecho.

—¿Dónde están mi madre y mi abuela?

Todos enmudecieron, aterrados, mientras algunos se movían intentando escapar y otros se quedaban inmóviles.

—Creo que ha sido bastante clara. ¡¿Dónde están?!

—A... Abajo —tartamudeó el más valiente.

Lo solté y lo cogí por la camiseta.

—Juro que, si les habéis hecho el menor daño, lo pagaréis caro.

—No... No le hemos hecho nada.

Lo arrastré escaleras abajo. En cuanto llegamos, Aless me lo arrebató para darle un empujón.

—Dinos dónde —le ordenó, furioso.

—Sé dónde es... —musité.

Corrí sin mirar atrás por un pasillo, pasé varias puertas sabiendo que no estaban allí y llegué hasta un salón. Ellas estaban al otro lado, podía notar su energía mucho más fuerte.

Cuando entré, noté que toda la sangre se evaporaba de mi cuerpo.

Lo que vi me dejó sin aliento. Para alguien como yo que nunca había tenido contacto con el mundo de la oscuridad, aquel instante me dejó traumatizada. Había una persona encapuchada arrodillada frente a una figura de mármol que sostenía una calavera negra. Alguien susurró su nombre en mi cabeza y sentí un escalofrío.

Baal.

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*K.O.: abreviatura de knock-out, que significa 'nocaut'.

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