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Capítulo 26 | Maldiciones

Tenía una gruesa hoja de metal rozando mi cuello. Era tan fría como un témpano de hielo. Podía sentir la sangre bullir incluso antes de que pudiera deslizarla.

—Este no es un sitio para niñas como tú, mucho menos a medianoche.

No me había dado cuenta de que era medianoche, pero su recordatorio cobró importancia en ese mismo momento. No tenía miedo, no cuando todo su cuerpo se inmovilizó con musitar unas palabras en hebreo. Fue tan sencillo. Me sentí poderosa cuando aparté su brazo de mí y le quité la navaja cuando él no podía ni pestañear.

Un error.

Unos pasos me sacaron de mi ensimismamiento, pero ya era demasiado tarde. Me tapó la boca y me arrastró hasta el otro lado de la pared. El tipo de la navaja volvió a moverse, no sin una mueca perpleja. No pude hacer nada contra la fuerza con que me retenía ese hombre. Me empujó y caí dentro de una habitación con varios jóvenes. Cerró con llave.

Todos tenían una mordaza en la boca y estaban atados de manos y pies.

Rápidamente, desaté a la chica que tenía al lado.

—¿Hay más?

Ella asintió.

—Nos han dividido en varios trasteros —susurró con la voz tomada.

—Desátalos a todos, voy a intentar salir.

—Nos matarán a todos —dijo un chico al que acababa de quitar el trapo de la boca.

Negué con la cabeza y me acerqué a la puerta. En mi cerebro se reprodujeron las palabras de Alessandro. «No necesitas ningún hechizo para hacer magia, sólo concéntrate en lo que quieres, visualízalo y luego hazlo». Vislumbré el bombín de la cerradura y me imaginé que tenía una llave. A la primera no funcionó, puse más esmero y no me rendí hasta que hizo clic.

Me llevé un dedo a los labios antes de decirles:

—Quedaros aquí hasta que os dé el aviso.

Abrí la puerta. Vi a un hombre armado al final de la hilera de almacenes, él también me vio. Desenfundó su pistola e intentó dispararme, iba a murmurar el conjuro que había memorizado, pero sin más cayó abatido. Detrás de él apareció de entre las sombras la figura de Alessandro. Volví a mirar al tipo y entonces vi la marca del Diablo en su nuca.

Me paralicé.

—¿Estás bien? —quiso saber mientras se aproximaba a mí más rápido de lo que hubiese deseado.

—No des un paso más.

No me hizo caso.

—¿A qué ha venido esto? —Se pasó la mano por detrás de la cabeza y su mano se tiñó de granate oscuro—. Joder.

—¿Esto es obra de Lucifer?

—¿Qué? —pronunció realmente asombrado.

—¿No ves la marca que tiene?

Aless miró donde le estaba señalando hasta que sus ojos captaron el pentagrama invertido que había grabado con tinta en su piel. Nos acercamos y él le apartó la camiseta para ver mejor su tatuaje.

Hijos de las Tinieblas —leyó en el texto que circundaba a la estrella de cinco puntas.

—¿Sabes qué significa eso?

—Está claro que no es una marca de Lucifer, de ser así lo sabríamos. —Sacudió su cabeza—. Vamos, tenemos que salir de aquí.

Me tomó de la mano y tiró de mí hacia el lugar por el que habíamos venido. Hice fuerza para el lado contrario.

—No, no nos vamos hasta que resolvamos esto.

—Tienen armas que no conozco. —Recogió la pistola y la examinó—. No sé si es buena idea.

—Ten cuidado, estará cargada.

No sé si llegó a entenderme. Dos hombres llegaron corriendo y, sin previo aviso, Aless les disparó. Le dio a uno en la pierna.

—Qué magia negra es esta —se mofó al tiempo que miraba asombrado el artilugio.

Antes de que la bala de otro tipo saliera de la cámara, mi mano se movió por instinto y surgió una especie de escudo protector que hizo que la bala rebotara por el lugar.

—Te lo dije —susurró a mi lado.

Después, llegó un último hombre. Los detuve con el hechizo que había memorizado para la ocasión: en cuanto pronuncié la última palabra los tres cayeron inconscientes con un simple giro de muñeca.

—Lo has conseguido.

Me volteé hacia él sonriendo.

—Gracias. —Me quedé absorta por un momento, como si quien estuviese allí unos segundos antes no hubiese sido yo. Había detenido a tres hombres en un periquete—. Hay que llamar a la policía.

—¿Vas a llamar a la policía? —Parecía ofendido.

—Por supuesto. —Di media vuelta y abrí la puerta del trastero donde estaban los jóvenes secuestrados—. Estáis a salvo.

La chica me abrazó con fuerza al ver que sus captores estaban desmayados al otro lado. Vi que Aless recogía las armas y las alineaba en una mesa. Procedí con la siguiente puerta y allí encontré a Lily. Al verme, se sorprendió.

—¿Eline?

No me dio tiempo a responder cuando de pronto me abrazó muy fuerte y se deshizo en un llanto. Algunas personas son de cristal y no lo sabemos hasta que se rompen.

—¿Cómo has podido...? —Hipó.

—Tranquila, no ha...

—Ha sido gracias a ella que estáis libres del destino que esos malnacidos os habían preparado —terció Alessandro.

Todo quedó en silencio y, en medio de esa quietud, unas palabras cambiaron la euforia que había sentido hacía apenas unos segundos:

—Deberíais ver esto... —murmuró la voz ahogada de un chico.

Aless se aproximó hasta el lugar y cerró la puerta, pero antes de que lo hiciese lo vi todo. Cadáveres. Había varios, amontonados y en mal estado... La bilis se me subió por el esófago y estuve a punto de vomitar. A pesar de haber cerrado la puerta, la imagen se había grabado en mi retina.

¿Quién podía haberles hecho aquello? ¿Había sido Daniel? ¿Había sido la mafia de mi padre? El corazón me latía descontrolado, respiraba agitada... No había podido llegar a tiempo. No había salvado la vida de esas personas. El corazón me ardía.

—Mira, Eline —me llamó mientras se agachaba a ver los tatuajes de los demás, ajeno a lo que estaba pasando ante mi cabeza. Me agaché a su lado. Las marcas eran idénticas—. Pertenecen al mismo grupo y al parecer es algo importante. ¿Crees que está relacionado con la mafia de la Medianoche?

—No sé... —tartamudeé—. Voy... Voy a llamar a la policía. Todas esas personas están... —Apenas me salía la voz del cuerpo—. Ellos casi... Dios mío. La policía debe.... Ellos pueden declarar... Sacaremos algo en claro.

—¿Lo mismo que cuando casi te secuestran? Sigues siendo igual de ingenua.

Aquella frase me incendió.

—Ni siquiera sabes de qué estás hablando. Primero, en el callejón no había nadie, por lo tanto, no había testigos. Segundo, me ayudaron cuando a mi madre le dieron una paliza. Así que no...

—¿Ves a Daniel entre rejas? —me irrumpió alterado—. Volvió a intentarlo y estuvo muy a punto de conseguirlo. Estas cosas, Eline... —Cogió una de las pistolas y no hizo más que apuntar a uno de los hombres y disparó—, se terminan así. Al maldito Infierno.

Un segundo estruendo resonó por todo el garaje. Todas las personas presenciaron aquellos asesinatos a sangre fría. Me quedé completamente atónita. El resto había gritado o permanecido inmóvil ante el acto, pero nadie dijo nada.

—¡¿Qué estás haciendo?!

—Lo que hay que hacer.

Sin más hizo lo mismo con el tercero y hasta con el último tipo, que estaba al otro lado.

—Todo el mundo a su casa —sentenció con la voz más áspera que había escuchado de él.

—Aunque los hayas matado —se atrevió a decirle señalando a los mafiosos Lily, que no había visto los cuerpos en el otro trastero—, habrá más gente detrás. Esas marcas son de una organización. Estos ya no podrán hacernos daño, pero los otros sí.

Sin más retrocedió y se unió al grupo de personas que salían del edificio por la puerta del garaje. Nos quedamos Aless y yo a solas, junto con los cuatro cadáveres. Quienes lo habían visto todo, como yo y como Aless, permanecieron un momento sin reaccionar. Hasta que Alessandro les insistió en que se marcharan de allí. Una mirada suya bastó para que los que dudaban se fuesen.

—No lo entiendes, Eline. Aquí hay gato encerrado.

Negué.

Indicó la puerta donde habían aparecido decenas de cuerpos sin vida.

—¿Para qué secuestrarlos si los vas a matar?

Aún seguía afectada. Por todo. Hice un esfuerzo en razonar lo que estaba diciendo y lo cierto es que tenía razón. Nada tenía sentido.

—Esto es cosa de mi tío. —Fue lo único que dije.

No hacía más de media hora que habíamos llegado a la residencia, en el más absoluto silencio. Aún podía oler el humo y el polvo impregnados en mi cabello, en mi piel, en todo mi ser. Me sentía asqueada por todo lo que había tenido que ver y tolerar. Una hora atrás, Alessandro había borrado cualquier huella nuestra y había quemado los cuerpos de los cuatro tíos a los que había matado sin siquiera pestañear.

El quinto hombre, el de la navaja, había huido. O eso es lo que pensamos.

Después de presenciar aquel desfile de llamas, mi yo interno había explotado. Alessandro había sobrepasado todos mis límites. Le había gritado con la voz raspada y el corazón en la boca.

—No tienes ningún derecho a elegir quién vive o quién muere —le había espetado, agarrándolo por el cuello de la camiseta y empujándolo contra la pared—. Deberían haber sido llevados ante la justicia, juzgados por sus crímenes y encarcelados como dicta la ley.

—Lo que tú sigues sin entender es que la ley no es suficiente para ellos. ¿Estarías satisfecha si tu tío estuviese en la cárcel? ¿Crees que así no manejaría su organización igualmente? Estás equivocada.

—¡El que está equivocado eres tú! —No iba a dejar que ganara aquella batalla. Nadie debería tener el derecho de matar.

—¡No tienes ni idea! —me había chillado fuera de sí, tanto que se deshizo de mi agarre en un santiamén y había pasado a ser yo la que estaba contra la pared. Su brazo me estaba oprimiendo el pecho y por más que empujaba no había fuerza que lo moviese de su posición—. Esos hombres no habrían dudado en matarte ni un mísero segundo. Tienes suerte de que haya llegado a tiempo.

—Veo que tú tampoco has dudado en matar.

Aquella frase me había salido como un hilo de voz que no había querido pronunciar en alto. Los ojos de Aless se encendieron.

—Si fuese tan sencillo como lo pintas, Eline.

Acababa de perder el curso de la conversación, ¿de qué estaba hablando? Su mandíbula se apretó.

—No ves detrás de esa máscara de asesino que te empeñas en ponerme —me dijo con calma, pero sin perder la dureza—. ¿Qué hay de lo que sentías por mí antes de que todo se fuera al infierno?

Aquella pregunta me caló. La expresión de mi rostro dejó de verse enfurecida, todas mis facciones se relajaron y mi fuerza quedó reducida a nada. Siempre conseguía tocar mi fibra más sensible. Había intentado ocultar mis sentimientos por él, engañarlos a todos, engañarme a mí misma. ¿Y de qué servía?

Estuve a punto de llorar delante de él, sin embargo, no le iba a dar esa oportunidad. Con mis ojos llenos de agua y la ira azotando todos los rincones de mis nervios, un impulso lo apartó de mí de una, dispuesta a huir. «No me voy a derrumbar, no me voy a derrumbar», me repetía hasta que de pronto sus brazos rodearon mi cintura en un intento de retenerme y todo estalló por los aires.

Me había convertido en una bomba de relojería.

Una nube de polvo me impedía ver si estaba bien. Cuando se fue aclarando vi que había algunos escombros por el suelo, que habían caído tras el impacto. ¿Qué había sido aquello? ¿Había sido yo? No hice más que mirarme y descubrí la herida de mi estómago sangrando.

—¡Eline!

Tosí al notar que me tragaba parte del polvo en suspensión. Me levanté como si nada, ignorando la punzada que notaba en el abdomen. Seguramente me había saltado algún punto. Sentí rabia porque la herida ya estaba completamente cerrada, aquello no debería haber pasado.

En cuanto todo se aclaró, Alessandro vino corriendo hasta donde estaba y se dio cuenta enseguida de que el corte estaba sangrando. Su cara de pánico al ver mi sangre hizo que todas mis entrañas se removieran. Aquel sentimiento jamás iba a morir.

—No es nada...

—Esto es culpa mía —se responsabilizó mientras se pasaba ambas manos por la cara—. Tendría que haberte parado los pies desde un principio.

Esa fue la primera vez que me sentí verdaderamente culpable de mis actos. Aquel ataque podría habernos costado la vida a más de uno de haberse producido poco antes. No podía controlar mi poder, no podía controlarme. Y allí estaba él, culpándose de lo que había pasado cuando en verdad la culpa era mía.

Me abrazó mientras todo lo que había alrededor se venía abajo y no sé cómo salimos de ahí antes de que los pilares del viejo edificio cedieran y todo se hiciera una montonera de escombros. Nos subimos a la moto y nos marchamos de allí, no sin antes llamar a la policía. Aless me dejó hacerlo. Supongo que pensó que si eso me hacía sentir mejor sería bueno. Les dije que era una de las desaparecidas para dar credibilidad y que habíamos conseguido escapar, pero que habían tirado el edificio abajo.

Aquella noche, una parte de nuestros corazones se rompió con la misma arma. El médico de Paolo me cosió de nuevo los puntos que habían saltado. No sé de qué estuvieron hablando Aless y su amigo italiano, sin embargo, la forma en que la cara de Alessandro se retorcía hasta dar aquel puñetazo en la pared me lo reveló todo.

Esos hombres pertenecían a una banda alineada con la mafia de la Medianoche. Estaba liderada por uno de los socios menores que se hacía llamar Belial. Alessandro supo inmediatamente que aquello no había sido casualidad. Alguien poderoso había intervenido. Paolo también estaba convencido de que Belial no hubiera sido tan descuidado. No a menos que alguien con poder lo hubiese exigido.

Nos prometió averiguar si detrás de aquello se encontraba Daniel. Arthur, el padre de Ian, y Paolo eran muy buenos amigos y el primero a su vez muy amigo de Daniel. Si había sido él lo sabríamos.

Después de ducharnos, subimos a su dormitorio. Ninguno iba a dormir. Era muy temprano por la mañana y el sol ya estaba subiendo cuando entramos al altillo. El cielo se veía salpicado por unas nubes de color púrpura.

—Los hijos de las tinieblas se mencionan en los manuscritos del Mar Muerto, en La Regla de la Guerra. Pero no sé si eso tiene que ver con esto.

Aless estaba intentando descifrar lo que había pasado. Sin mucho éxito.

Nada tenía sentido. Pensaba que Daniel estaría detrás de todo, estaba muy segura. Pero aquello no tenía sentido. Ponerse en evidencia de esa forma... ¿Para qué? ¿Para demostrarme su poder?

—Daniel se hizo llamar Belcebú antes de que sucediese el accidente. ¿Crees que hay algo más oscuro detrás de esa mafia?

—No sólo lo creo, estoy seguro. Belial es otro nombre de demonio. Puede que sea una coincidencia que ellos se apoden con nombres en clave y que estos tengan que ver con el Infierno, no obstante, sabiendo la relación de tu antepasada Madian, es posible que Daniel y tu padre hubiesen descubierto...

—No lo creo —lo corté—. Mi abuela mantuvo el secreto y de no ser por ti y Lucifer se lo hubiese llevado a la tumba.

—No digo que ella lo contara, pero...

—Pero ¿qué? —chillé colérica—. ¿Qué estás insinuando?

—Daniel es mucho más listo de lo que pensamos, Eline. El ocultismo está más presente de lo que crees. Sea lo que sea para lo que trabaja, hay algo muy gordo detrás.

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