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XIII


Casi a las nueve de la noche, Alex luchaba con un fuerte dolor de cabeza que iba aumentando gradualmente, se había tomado dos termos de café durante todo el día, taza tras taza, y no se había levantado de la computadora más que para ir al baño y prepararse un sándwich a media tarde. A su alrededor, todo era un completo caos. Sobre la mesa reposaba la última taza de café a medio tomar, ya fría, bolas de papeles cubriendo más de la mitad de la mesa, garabatos en su bloc, y la luz de la pantalla reducida al mínimo, para no empeorar su jaqueca. Angelika, por su parte, estaba en pijama mirando en la televisión un Talent Show sobre cocina, Brianna dormitaba hecha un rosco a sus pies, sobre la alfombra. Alex tecleaba sin parar, de pronto echó una profunda maldición, y anotó rápidamente otro teléfono en el bloc. Angelika se puso de pie, calzándose las pantuflas, y caminó hasta su escritorio, rodeándole por la espalda y apoyando sus manos en el pecho. Le dio un beso en el cuello y miró la pantalla, apoyando la barbilla en su hombro. Alex estornudó, el cabello de ella le hizo cosquillas en la nariz, y ambos rieron levemente.

—Lo siento —dijo Angelika—. ¿Cómo vas con eso?

—He conseguido otro número de teléfono, pero a todos los sitios donde he llamado me han parecido muy poco fiables. Veremos qué suerte hay con este, de todas formas estoy agotado, ya no puedo ver más nada sobre las personas a las que llamo y me está doliendo la cabeza, si no tengo éxito con este teléfono pues... —Alex se encogió de hombros a medida que se frotaba el caballete de la nariz, de forma exasperada. —No lo sé, nos joderemos, supongo.

Alex tomó el teléfono inalámbrico encima de la mesa, cubierto por unos papeles arrugados, marcó rápidamente y pulsó la tecla de llamada. Del otro lado sonó una vez, dos, varias.

—Vaya, nunca creí que el gran equipo Connor me llamase alguna vez —dijo una voz detrás de la línea. Alex sintió que se le helaba la sangre. ¿Seria alguien del gobierno? Se preguntó.

¿Cómo sabía que se trataba de ellos?

—¿Hablo con Vince Holligan? —preguntó, consultando de reojo el bloc donde había anotado el nombre rápidamente, debajo del número de teléfono.

—El mismo, aunque hermano, debes haberte tirado tus buenas horas dentro de la internet como para dar con mi teléfono privado —dijo la voz agitada del otro lado, una pausa, y el sonido de un inhalador asmático de fondo. Un par de toses bastante secas—. Ya, lo siento...

—Descuida, ¿cómo sabias que éramos nosotros? —preguntó Alex. Angelika lo miraba detenidamente, casi que con preocupación. Él formó un círculo con el pulgar y el índice, indicando que todo marchaba de maravilla, al menos de momento. Solo así ella volvió a ocupar su lugar en el sillón, mirándole de reojo, y bajando el volumen del televisor.

—Porque nunca contesto una llamada sin saber de dónde proviene. Y algo me dice que debes estar jodido como para estar buscando un hacker. ¿Quién te pasó mi teléfono?

—Un seguidor de mi blog, no recuerdo su nombre ahora, pero me mando un inbox diciéndome que llamara a este número.

—Pues bien, dime cuál es tu problema y en que puedo ayudarte, entonces.

—¿Tienes alguna idea de cómo rastrear una llamada telefónica? —preguntó Alex.

—Claro, con el equipo adecuado es tarea sencilla, ¿por qué?

Alex se puso de pie repentinamente, súbitamente sintió la imperiosa necesidad de mirar por la ventana hacia la calle. Angelika lo miró sin comprender, viéndole apartar un centímetro la cortina, lo suficiente como para asomar un ojo y mirar a la acera. Un hombre de largo sobretodo negro caminaba lentamente, de forma casi distraída, mirando de reojo hacia la casa.

—¿Hola? —dijo Holligan, del otro lado de la línea.

—Aquí estoy, te lo diré cuando vengas a mi casa, tengo que evitar los detalles. ¿Puedes venir?

—¿Hay mucha mierda en el asunto?

—Gobierno —fue todo lo que Alex respondió. Del otro lado un leve resoplido.

—Madre mía, peces gordos nadando en fango, como a mí me gusta —respondió Holligan del otro lado de la línea—. Iré en persona en cuanto pueda.

—De acuerdo, ¿tienes con que anotar la dirección?

—No hace falta, te he rastreado mientras hablábamos. Estás en la avenida Everstone quince cuatrocientos, no te diré la hora por razones obvias, por si no te has dado cuenta estas siendo interferido. Aunque ni siquiera me importó nombrar tu dirección, ya están ahí.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Alex, volviendo a mirar por la ventana. Angelika le hizo un gesto para preguntarle qué estaba pasando, pero él no la vio.

—Porque hay alguien más en la línea —respondió Holligan.

El hombre de la calle entonces apartó la mano de su oído, le hizo una seña a alguien más que Alex no lograba visualizar en su rango de observación, y se alejó rápidamente de la zona, montado en un Mercedes negro con matrícula oficial que apareció desde la avenida principal. Alex sintió que el sudor se le pegaba al pecho, y contuvo un resoplido.

—Lo veo, gracias —dijo.

—Hasta luego.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Angelika, en cuanto le vio colgar el teléfono.

—Nos observan, había un tipo afuera, un coche del gobierno lo estaba acompañando —Alex apagó la computadora, su teléfono celular y el inalámbrico—. Nos están interfiriendo las comunicaciones, te recomiendo que hasta nuevo aviso apaguemos los teléfonos.

—De acuerdo —dijo ella, apagando su iPhone—. Esta persona a la que llamaste, ¿es de fiar?

Alex pensó en la forma tan rápida y eficiente en que le había rastreado la comunicación, como había descubierto que estaban siendo intervenidos, y visualizó su rostro aun a través de la línea telefónica. No era un mal tipo.

—Sí, es de fiar, no te preocupes.

Angelika sintió un escalofrió recorrer su médula, se estremeció ligeramente y miró a Alex de soslayo. Había algo que no le gustaba en todo esto, algo que le infundaba una sensación de que se estaban metiendo en algo gordísimo.

—No te lo voy a negar, tengo miedo Alex —dijo.

—Lo sé, es normal que lo tengas. El gobierno tiene mucha gente jodida en sus manos, y nos vamos a tener que andar con mucho cuidado —respondió Alex—. Iré al desván, comenzare a desempolvar el equipo y a meterlo en cajas, así en cuanto llegue nuestro muchacho ya tendré todo pronto.

—¿Te dijo a qué hora venia?

—No, ya sabía antes que nosotros mismos de que estábamos siendo intervenidos, creo que sabe lo que hace.

Se encaminó hacia el pasillo que conducía al acceso al desván, Angelika le vio pasar por su lado.

—¿Necesitas que te de una mano, cariño? —le preguntó.

—Gracias, creo que puedo con esto. Ni bien termine me iré a dormir, se me parte la cabeza.

Alex se alejó por el pasillo, abrió la compuerta del desván y tirando de la cuerda bajó la escalera para acceder a él. Enseguida el olor a encierro y polvo le hizo picar la nariz, tanteó la pared y encendió la bombilla de veinticinco watts que pendía del techo. Una luz amarillenta iluminó el recinto, y Alex se emprendió en la tarea de apartar todas las cámaras que iba a modificar para comenzar con la investigación de la casa. Encontró en un rincón un montón de cajas olvidadas y llenas de polvo, apartó unas cuantas y quitando alguna que otra araña de rincón de por medio, se concentró en apartar las cámaras con sus debidos trípodes, revisando si todas tenían las baterías en buen estado. Para su sorpresa vio que la humedad no las había afectado en absoluto. También había encontrado, encima de una gran pila de revistas antiguas, una gran caja con decenas de pipetas de agua bendita, que consideró le serian de gran utilidad más adelante.

De pronto un bulto le llamó la atención en un rincón opuesto del desván. Lo cubría una gran sábana blanca, ya manchada por la humedad en algunas partes, quizá por el paso del tiempo. Alex avanzo hacia él, apartó la sabana y sobre una cantidad de cajas cerradas, había un rifle Winchester 3030 apoyado encima de ellas. Alex lo tomó en sus manos, abrió la corredera del armador y vio que tenía dos cartuchos aun, los cuales extrajo porque sinceramente no sabía que tan llenos de moho podían estar, y no quería que el arma le explotara en las manos de buenas a primera. Volvió a cerrar el rifle, y apoyó la culata en su hombro, apuntando hacia adelante.

Abrió el resto de las cajas que había bajo la sábana blanca con una sonrisa de satisfacción. Aquel viejo 3030 había sido regalo de su padre a los dieciséis años, a pesar de que su madre hubiera puesto el grito en el cielo. Gracias a ese rifle había aprendido a cazar venados un verano, habían conseguido una gran pieza y habían colgado su cornamenta encima de los ladrillos de la estufa a leña que decoraba la casa. Rebuscó dentro de las cajas, había varios paquetes sin abrir de munición intacta aun, a pesar del paso del tiempo. Tomó una de las cajas, la cerró, coloco el rifle encima y salió del desván rumbo al living, cargando con todo. Angelika estaba sentada en su lugar del sillón, cambiando de canal en la televisión distraídamente. Lo miró de reojo y cuando vio dejar en el suelo la caja de cartuchos con el rifle encima, abrió grandes los ojos, atónita.

—¡Pero bueno, Alex! ¿De dónde has sacado eso? ¿Te has vuelto loco?

—Había sido un regalo de mi padre, hace mucho ya. Creí que había quedado en la casa de mamá, me había olvidado de mi treinta treinta por completo —dijo, tomándolo en sus manos y entregándoselo a Angelika, que dio un paso hacia atrás.

—Yo no cargaré con esa cosa, ¿estás demente?

—Está descargado, tranquila —Alex permaneció mirando unos instantes a la nada, con la mirada perdida por completo. Luego pareció volver en sí—. Además, creo que nos será útil, tengo esa certeza.

—¿Útil, un rifle? Estás de broma... —murmuró ella.

Brianna se puso de pie repentinamente, con las orejas erguidas, olfateando el aire, gruñendo por lo bajo. Parecía estar en guardia a algo que solo ella veía, y nadie más. Angelika sintió como se erizaban los vellos de su nuca, mientras la miraba sin comprender.

Ha comenzado, sabía que encontrar el rifle no había sido meramente casual, pensó.

—¿Brianna, qué pasa? —preguntó Angelika, tenuemente. Alex abrió la corredera del rifle y metió siete cartuchos nuevos, el total de su capacidad de disparo, cerró la palanca del armador y se calzó el rifle contra el hombro, atento.

—Hay algo —dijo él.

Y en ese momento, el suministro eléctrico se cortó repentinamente.

—¡Dios! —exclamó Angelika, dando un respingo en la oscuridad del living.

—Shhh...

—¿Qué?

—Calla... —indicó Alex, en un susurro. —¿Escuchas eso?

Angelika prestó oídos, pero no escuchaba nada anormal, salvo graznidos, un sonido extraño.

—No, ¿qué? Parecen pájaros.

—Cuervos —sentenció Alex.

De pronto un golpe sordo se escuchó a su derecha, ambos giraron sobre sus talones en esa dirección, quedando de cara contra una de las ventanas del living que daban hacia el patio de la casa. Un gran y gordo cuervo se había lanzado de lleno contra el cristal, había impactado de cabeza en él, reventándose el cráneo, y había caído muerto rebotando contra el alfeizar de la ventana.

—¡Cielo santo, Alex! —exclamó ella, con la respiración agitada.

Alex bajó el cañón del rifle asombrado, se imaginaba cualquier cosa menos eso. ¿Cuál era su plan? Se preguntó. ¿De verdad tendrían la osadía de meterse a su casa, a punta de estrellarse contra una ventana? Sin embargo, parecía que así era, y su cerebro embriagado de furia y miedo, se preguntó qué clase de fuerza malévola podría causar una cosa así.

Pero si ya lo sabía, era aquel que se manifestaba con la forma de un cuervo, un ente oscuro tan antiguo como el propio suelo que pisaban día a día, la mano derecha de Lucifer, el regente de los homicidios. Estaba allí, les atacaba, quería quitarlos del medio. Pero no se lo permitiría tan fácil. Un nuevo cuervo se lanzó contra la ventana, le dejó una gran resquebrajadura en el medio. Se rompió un ala y cayó encima del cadáver de su compañero aleteando salvajemente, luego ambos se resbalaron hacia el suelo, perdiéndose de su rango de visión. Un tercer cuervo se estrelló haciendo diana en el cristal astillado. Este cedió y el cuervo pudo meter el cuello hacia adentro del living, pero los fragmentos de vidrio se incrustaron en él y luego de convulsionar graznando con gran estruendo, quedó inerte, prácticamente colgando en un manojo de plumas y sangre.

—¡Van a entrar, Alex, van a entrar! —exclamó Angelika, prácticamente al borde de la histeria. Alex se plantó frente a la ventana, levantando el rifle.

—No, no podrán —dijo.

En ese momento una andanada torrentosa de cuervos, formas negras que aleteaban contra la ventana desesperadamente, se abalanzó sobre ellos, tratando de irrumpir en el living de la casa, de terminar de destrozar el cristal a fuerza de embestidas. Entonces Alex disparó. El Winchester tronó con un estampido ensordecedor dentro de la sala, Angelika dio un grito de horror mientras se tapaba los oídos con las manos y cerraba los ojos ante el fogonazo del disparo, que por un segundo pareció iluminar la sala. La ventana estalló hacia afuera junto con varios cuervos muertos debido al impacto de la bala, Alex jaló la palanca con un chasquido y disparó de nuevo. Un cuervo prácticamente decapitado, alcanzado a mitad de su vuelo por la potencia del rifle, cayó sobre la alfombra y del marco de madera de la ventana salieron disparadas varias astillas. Algunos cuervos habían conseguido entrar a la casa, el torrente de aves era demasiado para la capacidad de disparo del rifle, por muy rápido que Alex lo usara. Uno de ellos hizo un vuelo rasante buscando picotear sus ojos, pero éste lo esquivó por instinto moviendo la cabeza rápidamente a un costado. Algunos cuervos revoloteaban graznando por el techo, haciendo círculos sobre la cabeza de Angelika, que los espantaba a los manotazos. Todo era un caos.

—¡Sube a la habitación, no salgas de allí! —exclamó Alex, dando un nuevo disparo.

—¿Estás loco? ¡No voy a dejarte...!

Alex la interrumpió.

—¡Que subas! —dijo.

Angelika entonces corrió hacia la escalera y Alex volvió a ponerse de cara a la ventana. El bullicio de cuervos estampándose contra la ventana era cada vez mayor, Alex dio un nuevo disparo acabando con casi la totalidad de la oleada, y trató de enfocar su atención en los cuervos que revoloteaban por el techo. Disparó a uno de ellos, salpicando de sangre y plumas negras la pared, dejando un agujero de bala en la esquina del techo. Dos cuervos se abalanzaron encima de él y uno de ellos la emprendió contra su rostro, el cual se cubrió con las manos lo mejor que pudo, tratando de blandir la culata de madera del rifle para asestarle un golpe a alguno. Uno de ellos cayó, con un golpe sordo, encima de la alfombra, el otro le picoteó las manos y le rasguñó con sus garras. Alex dio una exclamación de furia, sintiendo la sangre tibia aflorar del dorso de su mano derecha, se alejó del cuervo y le dio un disparo a quemarropa, salpicándose la cara con sangre.

De pronto el bullicio de aves cesó repentinamente, Alex respiraba agitado y aprovechó el momento de quietud para abrir una de las cajas de cartuchos, jalar la palanca del armador y llenar la recamara con más tiros. El silencio después de semejante algarabía le resultaba sencillamente atronador, y el olor a pólvora quemada flotaba en el aire espesando el ambiente más de la cuenta. Por la alfombra había un reguero de cristales rotos, cadáveres de cuervos destrozados por los disparos, escombros que habían volado del disparo contra el techo, y manchones de sangre y plumas. Cerró la recamara del rifle, apuntó hacia adelante y caminó rumbo a la ventana destrozada con lentitud, esquivando las aves muertas y con el crujido de sus propios pies sobre los cristales rotos. Apuntó hacia afuera, y se acuclilló levemente para mirar hacia el patio, pero no había nada, repentinamente se habían ido.

Bajó el rifle entonces y miró a su alrededor consternado, luego se miró la mano derecha, su dedo mayor y el pedazo de carne entre el pulgar y el índice, goteaban sangre.

—Vaya desastre, por Dios —murmuró. Dejó el Winchester encima del sillón y caminó hacia la escalera, se colocó la mano izquierda al costado de la boca y llamó—. ¡Creo que ya puedes bajar, todo está en orden!

Escuchó la puerta de la habitación abrirse y cerrarse, y luego Angelika bajando por las escaleras en loca carrera hacia él. Estaba blanca como el papel, aún más de lo común, se abalanzó al cuello de Alex y este la aferró contra sí, respirando el aroma de su cabello.

—¿Estás bien? —preguntó ella, desesperadamente.

—Sí, eso supongo ¿Tú estás bien, te hirió alguno?

—No, creo que no —Angelika lo miró detenidamente, posando sus ojos en su mano derecha—. Cielo santo, Alex, estás sangrando —lo tomó de la mano sana y lo llevó al baño, en un gesto maternalmente protector—. Vamos, te ayudaré a limpiar esa herida.

—No es nada, solo fue un par de picotones.

—Y una mierda, anda, no seas niño.

Ella le guio hasta la pileta, abrió el grifo y le hizo meter la mano debajo. La sangre escurrió y dejó ver los nudillos cubiertos de rasguños bastante profundos y varios picotones en el dorso de la mano, en uno de ellos incluso hasta se podía ver la carne herida entre el pulgar y el índice. Alex hizo una mueca ante el contacto con el agua fría directamente en la herida, y ella le mesó el cabello maternalmente.

—Sé que duele, pero tengo que limpiarte —dijo.

Cerró el grifo y cubrió la mano de Alex con un vendaje y crema curativa, para evitar que hubiera una posible infección. Luego bajaron juntos de nuevo al living.

—Te dije que el rifle iba a ser necesario —comentó Alex.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que esto pasaría?

—No, claro que no. Encontré el Winchester de casualidad, mientras ordenaba el equipo de investigación. Lo demás lo supe enseguida —Alex observó la ventana destrozada—. Tendré que sellar esa ventana, iré a buscar madera y clavos en el desván.

Angelika paseó la vista por el salón, viendo los agujeros de bala en el techo, los cadáveres de al menos diez cuervos desparramados en un manojo indescriptible de sangre y plumas por todo el suelo del living, y se preguntó hasta cuando correrían peligro, en que momento acabaría toda aquella locura, si es que no lograba matarlos antes, acabando con su cordura poco a poco. El ala de una de las aves aun colgaba ensartada en uno de los cristales a medio destrozar de la ventana, y aquella imagen instantáneamente le revolvió el estómago. Sintió el mareo previo al vómito, y cubriéndose la boca con la mano derecha, apartó de un empujón al desconcertado Alex, y corrió hasta la pileta de la cocina, lanzando toda la merienda de aquella tarde. El caminó hasta ella, para sujetarle el cabello mientras vomitaba, con unas ruidosas nauseas. Cuando ya no hubo más nada que su propia bilis para lanzar, abrió el grifo, dejó que el agua arrastrara por el drenaje toda la porquería, y se enjuagó la boca y la nariz bebiendo directamente del grifo, haciendo gárgaras. Luego levantó la cabeza, respirando profundamente.

—Cariño, ¿estás bien? —preguntó Alex, preocupado. Angelika tenía unas gruesas ojeras, no tenía muy buen aspecto, y realmente estaba asustado por ella.

—Sí, no te preocupes, solo me dio asco ver todo esto, lo siento —dijo.

—Tienes una pinta fatal, ¿estás segura que no sucede nada más?

—No, me siento un poco mareada, si no te molesta iré a acostarme a mirar un poco de televisión, creo que han sido demasiadas emociones por un día.

—Claro, claro. Te acompaño, vamos.

Alex la tomó de la cintura con su mano sana y la ayudó a subir las escaleras, a pesar de todos los intentos de Angelika por hacerle entender que aun podía caminar por su cuenta, que no era una invalida, pero aunque Alex conocía perfectamente toda la autonomía orgullosa de la que su adorada mujer solía hacer gala, no se fiaba de su aspecto como para dejarla a su suerte y poner manos a la obra en cuanto a la limpieza del living. Una vez en la habitación, Alex la sentó en el borde de la cama y comenzó a descalzarla de la mejor forma que su vendaje le permitía. Ella puso los ojos en blanco, tratando de reprimir una sonrisa tonta.

—Oh, por el amor de Dios, puedo quitarme los zapatos yo misma —dijo.

—Lo sé, ¿por qué no se deja cuidar, señorita Steinningard? —rio Alex.

Le quitó la ropa y le apartó un poco las mantas para que se metiera dentro de la cama, luego la cubrió lo mejor que pudo, tomó el control remoto y encendió el televisor.

—Gracias, cariño —sonrió ella.

—Olvídalo, ¿quieres un vaso de jugo?

—¿Naranja?

—Naranja —confirmó Alex. Ella asintió con la cabeza—. Te traeré uno —le dio un beso en la frente, le apartó el cabello por detrás de la oreja izquierda y se alejó rumbo a la puerta, cerrando tras de sí al salir.

Respiró hondo, presa del agotamiento, mirando la televisión sin prestarle la más mínima atención siquiera. ¿De verdad había vomitado por el asco de ver los cuervos muertos en el suelo de su propia sala? Se preguntó. Suponía que sí. Pero también suponía algo más que quizá estuviese olvidando. Estirando un brazo, abrió el cajoncito de su mesa de luz, y sacó de una pequeña libreta donde anotaba incansablemente todos los periodos menstruales. Buscó impaciente la última fecha, y trató de sacar un cálculo aproximado a la fecha actual. Tenía un retraso de al menos, doce días.

Volvió a guardar la libreta en su sitio, y cerró el cajón con gesto desconcertado. ¿Qué haría si realmente estaba embarazada? Se dijo. Obviamente no lo abortaría, ni mucho menos. Quería un hijo con todas sus fuerzas, y más aún si era del propio Alex. Pero también la aterraban las circunstancias que estaban sucediéndose, no era el mejor momento para quedar embarazada.

Pero qué diablos, lo hubiese pensado y se habría protegido. Ya era demasiado tarde para arrepentimientos, para pensar en qué elegir y qué no. Todo lo que sabía era que, en caso de estar encinta, protegería a ese bebé con toda la fuerza de su espíritu, era el fruto de su amor con Alex, era su sangre, y lucharía por preservar la vida. Si las fuerzas habían flaqueado en algún momento para luchar contra Luttemberger y su oscura maldición, ahora se sentía completamente renovada, y sabia en carne propia que no había nada más peligroso que una madre furiosa.

Desde abajo le llegaron varios sonidos que la hicieron salir de sus propios pensamientos. Alex martilleando algo, seguramente clavando algunas maderas para sellar la ventana destrozada. Luego silencio, sus pasos yendo al desván, una maldición al golpearse la mano vendada contra la mesa. Observó a su alrededor con una sonrisa, mirando la espaciosa cama, el televisor de pantalla plana frente a ella, la decoración de las paredes, su ropero de madera de ébano con la puerta espejada donde ambos guardaban sus ropas. Todo estaba en su lugar, íntimo, casi como una ensoñación de lo que en algún momento esperaba en su vida, un buen hombre, un buen hogar, el cálido perfume de una cama limpia, escuchar a su amor en las faenas de la casa y evocar tiempos amargos donde las dificultades de la vida eran, quizá, mucho más grandes que ella misma, tan solo una niña solitaria en el vasto y árido desierto de las esperanzas infundadas.

Y era lo que quería para su vida, claro que sí. Era por lo que pelearía, a diferencia de su madre que solamente había optado por caer en la locura. No se dejaría doblegar, no señor. Y un pensamiento cruzó raudo por su mente, mientras observaba la habitación y la comparaba subconscientemente con la gélida imagen de la mansión Luttemberger, con el ataque de los cuervos esa noche, con la anomalía a las tres y media de la madrugada.

¿Y si no lograban sobrevivir?

Moriría de pie, Alex la tomaría de la mano y trató de suponer que tan solo una mirada, sería suficiente para expresar que todo acababa de la misma forma que como había comenzado. Con una mirada, con un roce, con esa capacidad de hablar sin palabras, y caerían juntos. Si así era la voluntad de Dios, entonces prefería sucumbir de pie que caer de rodillas.

Se concentró en mirar la televisión mientras esperaba el vaso de jugo de naranja que Alex le subiría a la habitación, esforzándose por alejar todo pensamiento por esa noche, y rogando que el dolor de cabeza que había comenzado a pulsarle la dejara dormir, pero casi sin darse cuenta y sin tener noción siquiera de la hora, al cabo de un rato estaba profundamente dormida, tanto que ni siquiera se percató del momento en el que Alex ingresó a la habitación con su bebida. Al verla dormida, se lo dejó suavemente en su mesita de noche, y luego se acostó a su lado, agotado de haber dejado el living nuevamente en condiciones.

Al día siguiente Angelika fue la primera en despertarse. Alex dormía aferrado a su cintura, apartó su brazo con delicadeza suficiente como para no despertarlo, se vistió y se puso en camino a preparar el desayuno. No tenía muchas ganas de comer nada, a decir verdad, pero tampoco podía estar sin alimentarse todo el día. Al bajar al living vio que la alfombra ya no estaba allí, seguramente Alex había considerado la noche anterior que las manchas de sangre eran demasiadas como para limpiarlas alguna vez, y también observó las tablas clavadas en la ventana. Qué imagen más espantosa, pensó. Sin duda tendrían mucho para reparar en cuanto toda aquella locura terminase, por no hablar de quizá, mudarse de la casa. Encima de uno de los sillones había dos cajas con las cámaras y el material de investigación que usaría, y apoyada encima de ellas el Winchester con el que Alex había defendido el ataque la noche anterior.

Se encaminó a la cocina, abrió la nevera y se sirvió un vaso de jugo de naranja, el cual bebió y luego sirvió otro, para después. Tenía pensado preparar un par de huevos con tocino, pero solamente pensar en el aroma a fritura le revolvía las tripas, de modo que dejaría que Alex se preparase su propio desayuno en cuanto abriera los ojos. De pronto recordó todo lo que había meditado la noche anterior, así que rápidamente tomó su celular, lo encendió y llamó a la farmacia para solicitar que le enviaran un test de embarazo. Luego de pasar la dirección de la casa y el monto con el que iba a pagar, importe justo, se acercó a una de las ventanas de la cocina y espió hacia afuera. No había nadie sospechoso en la calle, al menos de momento.

Se rodeó el cuerpo con sus propios brazos, aferrándose de sí misma, sintiendo un frio mortal repentinamente. Tenía el presentimiento de que todo iría empeorando a medida que se acercaran a la mansión. Presentimiento no, era directamente una convicción, una certeza absoluta. Había algo, o alguien, que trataba de impedir que ciertas cosas salieran a la luz.

Sus ojos se desviaron hacia el rifle que reposaba encima del sillón. Si bien estaba lo suficientemente alejada de él, podía observarlo dentro de su rango de visión. Se acercó y lo tomó en sus manos con cierta templanza, sintiendo el frio del arma en las manos. Quiso tirar hacia abajo la palanca del armador, pero estaba demasiado rígida para ella. Puso su índice en el gatillo, era extraño como el arma le confería una cierta sensación de poder, de que nada malo podría pasarle mientras la empuñara como lo hacía Alex la noche anterior.

Dejó el rifle en su lugar, saliendo abruptamente de su ensoñación. No sabía si estaba cargado o no, y no quería que se le escapara un tiro hiriendose a sí misma, de modo que se apartó de él rápidamente. Brianna rascó la puerta con una de sus patas delanteras, señal de que quería salir a hacer sus necesidades, así que le abrió y enseguida el animal salió como una flecha hacia el césped. Se detuvo en el umbral de la puerta a observarla, sin pensar en nada más. Sentía que el estómago le ardía, debido al malestar de la noche anterior, y también a una grandísima sensación nerviosa debido a toda la situación que se estaba sucediendo. Muy a su pesar y además de tener miedo por ambos, Angelika temía por Alex. Ya había visto su expresión decidida antes.

Ah, ¡cuánto le gustaría poder irse del país, olvidar todo aquello y sencillamente dedicarse a vivir sin ningún tipo de preocupación! Pero sabía que fuese adonde fuese, aquello le perseguiría sin más, solamente por la simple promesa de acabar con las malditas sesenta y seis generaciones, algo que su madre debía haber enfrentado a tiempo en lugar de huir.

Sin darse cuenta comenzó a balancear el peso de su cuerpo de un pie a otro, tenía la vejiga llena, pero no quería ir al baño hasta no tener el test en la mano, ya que debía aprovechar la primera orina de la mañana. Brianna olisqueaba todo incansable, trotaba por el césped y rodaba de lomo, ella la miraba con una sonrisa, deseando que llegara de una maldita vez el chico de la farmacia con su pedido. Sus ojos se posaron en el anillo de compromiso que decoraba su dedo anular, lo acarició y sonrió. Una camioneta negra sin matrícula pasó calle abajo a poca velocidad, y el hombre que iba en el asiento del acompañante observó hacia donde Angelika estaba. Su sonrisa se esfumó de repente, sabía que eran personas del gobierno, se dijo, mientras le sostenía la mirada a aquel hombre dentro del vehículo. Malditos cerdos.

Finalmente, una motocicleta con el logo de la farmacia estacionó descuidadamente frente al portón corredizo, Angelika volvió al living un instante como para buscar el dinero que había apartado en su cartera, salió y pagó rápidamente. No sabía porque, pero quería estar lo menos posible en el patio, a la vista de quien sea que pasara por la calle, se sentía observada todo el tiempo. El chico dio las gracias y se alejó en su vehículo rápidamente. Qué diablos, pensó. Tan solo era una ciudadana más pagando algo que le habían enviado de la farmacia, no tenía nada que temer, ¿o acaso el gobierno la arrestaría por eso?

Llamó a la perra una sola vez la cual obedientemente ingresó al living, y Angelika cerró la puerta tras de sí. Subió las escaleras de dos en dos, impaciente, con la cajita del test en la mano, abrió la puerta de la habitación con cuidado de no hacer demasiado ruido, pero Alex seguía durmiendo a pierna suelta sin enterarse de nada en absoluto. Ingresó al baño, trancó la puerta presionando el botón del pomo, se bajó la ropa y se sentó en el inodoro, abriendo el paquete con manos temblorosas. Dio un solo suspiro nervioso, y colocándoselo entre las piernas, orinó encima de la bandita receptiva un instante, luego esperó, conteniendo la respiración, lo apartó y miró, mientras terminaba de orinar.

Una línea apareció. Por favor que se mantenga así, pensó casi compulsivamente. Luego se remarcó una segunda línea, haciéndose gradualmente notoria a medida que el tiempo pasaba. Finalmente, positivo.

Casi sin darse cuenta había comenzado a llorar en silencio. Se percató de que se hallaba realmente emocionada porque una lágrima resbaló por su barbilla y goteó encima de su pantorrilla desnuda, entonces sonrió, y se acarició el vientre. Allí dentro había un pequeño embrión, la forma más primitiva de la vida humana que pronto comenzaría a desarrollarse a lo largo de nueve meses, le dolerían las caderas, se le agrandarían los pechos para el deleite de Alex, y tendría antojos extraños por comer cosas absurdas a las cuatro de la madrugada. El fruto de su amor con Alex estaba allí, nadando en el interior de su útero, pequeñito como la cabeza de un alfiler, pero lleno de vida y promesas como ellos mismos.

Lucharía con toda la fuerza que tuviera, la maldición no alcanzaría a su propia simiente. Guardó el test de embarazo con su protector para darle la noticia después, se dijo, pensando en Alex. Se limpió, tiró de la cisterna, se subió el pijama y se lavó las manos. Tenía una sonrisa estúpida bailando en el rostro, una mezcla de temor con la determinación más aguerrida que haber pueda. De pronto sintió unas irrefrenables ganas de saltar encima de la cama, patalear hasta despertar al aturdido Alex y gritarle en la cara que serían padres, pero recordó toda la tarea que había tenido anoche y en su lugar bajó de nuevo a la cocina, a prepararle finalmente el desayuno. No sabía a qué hora llegaría este chico que había contratado la noche anterior, pero también quería cambiarse de ropa para estar medianamente presentable, ya sería más que suficiente vergüenza recibirlo prácticamente con una casa en completo desorden.

Encendió la cafetera, con granos molidos que guardaba para las ocasiones especiales, luego encendió la hornalla más grande de la cocina y preparo un omelette de queso y tocino, exprimió jugo de naranja, luego un pomelo para ella en un vaso alto, y se hallaba compenetrada con todo aquello cuando sintió pasos detrás suyo. Se giró rápidamente, sobresaltada, Alex daba vueltas por el living revisando si la ventana no había cedido durante la noche, observando las tablas con una precisión de cirujano. Luego giró hacia ella, y sonriendo, se acercó a la cocina.

—Buenos días, cariño —dijo—. Que bien huele eso.

—Claro que sí, todo huele bien si está hecho con amor —sonrió ella a su vez. Se aferró a su cuello rodeándolo con los brazos, aun con la espátula de plástico en la mano, y le dio un beso en los labios—. ¿Has dormido bien?

—Como plomo, ¿tú qué tal?

—Bien —Alex la miró detenidamente. La conocía tanto como para darse cuenta, con tan solo una mirada, que Angelika tenía algo más que decirle.

—¿Sucede algo, cariño? —preguntó. Ella le miró a los ojos.

—Tengo algo que mostrarte.

—Anda, dímelo, que me estas asustando —insistió. Angelika metió la mano al bolsillo de su pantalón pijama, sacó la prueba de embarazo enfundada en su protector y se la dio en las manos.

—Estoy embarazada, Alex. Seremos padres.

Él la tomó en sus manos y miró las dos líneas sin parpadear siquiera. No apartaba la vista del test de embarazo, y Angelika tuvo miedo por un instante, creyó que la noticia le había sentado mal, que ahora él simplemente se marcharía, sin más. Lo miraba con detenimiento, y estaba a punto de preguntarle que le pasaba, que por favor le dijera algo, cuando él dio un salto repentino, el test de embarazo voló por encima de su cabeza y cayó en algún lugar de la alfombra del living, rodando bajo un mueble. Dio una exclamación de alegría que la hizo sobresaltarse, luego la abrazó por la cintura, y la levantó en el aire girando en redondo. Angelika rio, aferrándose de su espalda. Se detuvo luego de cinco vueltas de campana y le enmarcó el rostro con las manos.

Jamás había visto a Alex llorar por nada durante toda su relación con él, sin embargo, en aquel momento lloraba como un niño al que le hubieran dado una paliza de muerte, sus ojos azules cristalino la miraban como si penetraran su alma como agudos cuchillos. Le besó varias veces, ella sintió el gusto salado de las lágrimas de Alex encima de sus labios, y justo cuando le iba a decir que se calmara un instante, se desplomó de rodillas frente a ella, la tomó de las caderas y apoyó la frente contra su vientre, cerrando los ojos.

—Mi bebé, mi bebé... —repitió. —Aquí está nuestro pequeño.

—Ahora tenemos algo por lo que plantar pelea —dijo ella.

—Eres la mujer más maravillosa del mundo, Angie.

Se separaron un instante, en los cuales ella le secó las lágrimas con una sonrisa de satisfacción. Luego le entregó la espátula en las manos y le besó la punta de la nariz.

—Ahora terminarás de preparar tu desayuno, que yo tengo que vestirme aun. ¿Harías eso por mí?

—Creí que el desayuno era una sorpresa —respondió Alex, riendo.

—Lo era, pero dado que te has despertado antes de que lo terminara de preparar, puedes seguir por tu cuenta, que tampoco es tan difícil.

Alex la observó alejarse rumbo a la escalera de la habitación, dio un suspiro de satisfacción mientras sonreía, complacido con la noticia.

—¡Angie! —exclamó. Ella se giró hacia él—. Te amo, cariño.

—Y yo a ti.

Alex mientras tanto se dedicó a terminar su desayuno con paciencia y felicidad. Seria hermoso poder ser padre, se dijo para sí, y una parte de su mente pensó en su hermano, casi sin poder evitarlo. Le hubiera gustado tanto compartir esta noticia con él, si no hubiera cambiado de la forma que lo hizo, si tan solo hubiera algún resquicio de humanidad rescatable de su persona. Sirvió el café en una taza, el omelette en un plato, y con todo en una bandeja se sentó a la mesa del living, mirando con cierto aire de temor la ventana sellada, el rifle, las cajas con el equipo. Solo de una cosa estaba completamente seguro, no volvería a involucrarse en ningún caso de nuevo, no volvería a investigar más nada, y si era posible no tener más visiones sobre nada en absoluto, tanto mejor.

Las cosas se estaban sucediendo demasiado deprisa, pensó. Si bien sabia ciertas cosas sobre la mansión, al mismo tiempo tenía la inevitable seguridad de que realmente no conocía nada en absoluto, que llegado el momento la realidad sería muy distinta a la que había imaginado en sus momentos de insomnio, de desayunos como aquel. Tenían nueve meses para resolver todo aquello y acabar de una vez con la casa. Luego no podrían hacer más nada, estarían sujetos al cruel destino que a tantas personas había asesinado.

Angelika bajó las escaleras un momento después, cuando Alex ya había terminado de beber la mitad de la taza en el completo silencio del living. Le acarició la espalda y él la miró con una sonrisa.

—¿No vas a desayunar nada? —le preguntó. Ella negó con la cabeza.

—Gracias, creo que hoy no es mi día para comer. ¿Estás feliz?

—Claro que sí —Angelika tomó una silla, sentándose a su lado, él le apoyó una mano en la suya por encima de la mesa—. Tenemos que terminar esto cuanto antes. Va a ser difícil, no te lo niego, pero tenemos un objetivo más claro que nunca.

—Lo sé, ¿crees que sigamos siendo espiados? Hoy salí al patio con Brianna, y vi pasar una camioneta negra muy sospechosa, con un hombre dentro, que no dejaba de mirar hacia aquí como si estuviera buscando algo —comentó ella.

—Claro que nos vigilan. El gobierno está metido en algo que no conviene que destapemos, tenemos que andar con mucho cuidado.

Desde afuera llegó el sonido de dos bocinazos. Alex cruzó una mirada de soslayo con Angelika y se levantó de la mesa rápidamente, caminó hasta el sillón, tomó el Winchester y abriendo la recamara lo recargó con cinco cartuchos, luego lo cerró y bajó la palanca del armador con un chasquido.

Angelika sintió que la respiración se le aceleraba, no sabía porque, pero un miedo casi instintivo se apoderaba de ella cada vez que veía a Alex manipular el rifle con tanta naturalidad. Él se apoyó la culata de madera bajo la axila y apuntando hacia adelante se acercó despacio a una de las ventanas que daban hacia la calle. Frente a su portón automático había una destartalada Willys roja del 54 escupiendo apestosas nubes de humo azulado por su tubo de escape.

—¿Quién es? —preguntó Angelika.

—Creo que es nuestro muchacho —Alex bajó el rifle y tomando el control a distancia lo enfocó hacia la ventana, pulsó un botón y el portón automático comenzó a deslizarse gradualmente hasta dar paso a la camioneta, la cual ingresó al patio principal y estacionó al lado del Taurus de Alex. Vio como el morro de la camioneta se sacudió espasmódicamente cuando el motor se apagó, y luego volvió a tocar el mismo botón para cerrar la verja, aunque no pudiera verla por la densa humareda que despedía la camioneta.

Dejó el rifle encima del sillón y avanzó hasta la puerta de entrada. Abrió y de la camioneta descendió un muchacho rollizo, no más de un metro sesenta y cinco, un poco sobrepasado de peso, con jeans demasiado anchos, zapatillas de skater, una camiseta con la seta verde de Mario Bros y la leyenda 1UP escrito en letras pixeladas. Las marcas del acné que habría sufrido durante su adolescencia aun las llevaba consigo en sus mejillas, y portaba gruesos lentes con montura negra y aparatosa. Bajó una computadora portátil enfundada en su estuche de neopreno del asiento del acompañante, y cerró la puerta tras de sí con un violento portazo.

—¿Qué tal? —saludó—. Siento llegar tarde.

—A decir verdad, no te esperaba a ninguna hora, dijiste que vendrías, pero no fuiste mucho más específico —respondió Alex.

—Entremos, las paredes escuchan —el hombre le extendió una regordeta mano y Alex se la estrechó cordialmente—. Vince Holligan, a tu servicio. Un placer.

—Descuida hombre, gracias por venir, pasa.

Alex se hizo a un lado para que Vince pasara por la puerta y entrara al living. Observó a Angelika y sonrió, estirando la mano hacia ella.

—Vi la conferencia que realizaron sobre aquel caso con la chica poseida, y déjame decirte que las cámaras no hacen justicia de tu belleza. Un placer, Angelika —dijo. Ella lo miró, con una sonrisa y luego observó a Alex ligeramente ruborizada. Él se encogió de hombros.

—Descuida, el placer es nuestro.

Vince observó su entorno, fascinado, parecía un niño en un parque de atracciones novedoso.

—Es increíble que esté trabajando para el reconocido equipo Connor —dijo, a modo de comentario fugaz—. Se hicieron muy famosos en la red, ¿sabían?

—No, realmente no creo que sea para tanto —respondió Alex. Observó que los ojos de Vince se habían posado en el rifle y la ventana sellada con madera—. No te preocupes por eso, anoche fue una jornada difícil.

—Ya me imagino, mi amigo. Aunque no ayudarás a tu situación si la emprendes a balazos contra la gente del gobierno. Tendrías que ver cómo está la calle afuera.

—¿Qué hay? —preguntó Angelika, interesada.

—Soy muy observador, ¿saben? —dijo Vince, ajustándose las gafas—. Está lleno de camionetas sin matrícula estacionadas por toda la manzana a la redonda, parecen un vehículo más común y corriente, pero uno ya conoce como son las cosas. No sé qué están tramando ustedes dos, pero se está montando una buena. Esta persona del gobierno a la que quieren rastrear, ¿es muy importante?

—No lo sabemos, solo tenemos idea de que tiene influencias muy grandes, eso salta a la vista.

—¿Y por qué motivo quieren rastrearle?

—Estamos investigando la mansión Luttemberger y sabemos que tiene información valiosa que no le interesa compartir.

Vince abrió grandes los ojos, y dio un silbido de sorpresa. Angelika le miró con detenimiento.

—¿La conoces? —preguntó.

—Claro que sí, recuerdo que hace unos años le instalé una cámara a un dron y lo hice sobrevolar encima de ella, en cuanto surgieron las historias y leyendas sobre la mansión por todo internet.

—¿Y qué pasó?

—Una putísima mano negra apareció de repente y se tragó mi dron. Así de la nada, perdí todos los registros e imágenes que había filmado, dos días después. Realmente están locos si quieren meterse allí, pasan cosas muy extrañas en ese lugar.

—No es la idea —comentó Alex—. Veras, necesito que además de rastrear a este tipo, adaptes mi equipo de investigación como para poder monitorizarlo desde aquí, ¿comprendes lo que te quiero decir? Es algo que no mencioné por teléfono, no creí necesario.

—Va a ser fácil, supongo. Lo complicado va a ser instalar toda la red de seguimiento. Me llevará algunos días, pero le meteré caña y supongo que en una semana todo estará listo.

—¿Crees que sea factible?

—Sí, es posible. Arriesgado, pero posible —Vince abrió el estuche de su computadora portátil y sacó el cable de alimentación—. Vamos a poner manos a la obra, necesito tu corriente.

Alex tomó el cable que le extendía Vince, lo conectó a una toma libre en la pared, le ofreció una silla y una porción de la mesa del living.

—¿Necesitas algo más? —preguntó.

—Tienes WiFi, me imagino, ¿verdad?

—Claro.

—Dame la clave, por favor —pidió Vince, encendiendo su computadora. Alex se la anotó en un papel y observó sistemáticamente por la ventana. Afuera no había nadie, al menos de momento.

—No les voy a negar que estoy sumamente nerviosa —comentó Angelika, mirándolos a ambos.

—Es arriesgado, claro. Convengamos que rastrear a alguien es un delito estatal, pero vamos, el que no arriesga no gana, más si es por una buena causa, supongo —Vince miró a Alex por encima de las gruesas gafas—.A no ser que quieran meterse ahí dentro solamente por diversión, en ese caso están locos de remate, si me lo permiten.

—No, créeme que no nos divierte para nada esto, y lo hacemos únicamente por necesidad. Sino estaríamos en el sitio más recóndito del planeta —respondió Alex.

Vince inició un terminal en la computadora, luego de conectarla a internet, y comenzó a teclear rápidamente una serie de comandos inentendibles para el atónito Alex, que lo observaba detrás.

—Quiero decirte que me limité solamente a mis herramientas favoritas, puesto la magnitud de este caso, tenía que tener total precaución de lo que hacía —dijo Vince, tecleando rápidamente en la consola msfconsole que había abierto.


Servicepostgresql start.

IPCONFIG 9.876.443.1.1

msfVenom-Phyton/meterpreter/reverse tcp_LHOST=IP=8888 R> USE_MULTI/HANDLER reversetcp.

-show options_LPORT 8888 exploit-j triangulate


—Madre mía, ¿cómo haces para leer y entender todo eso? —preguntó Alex asombradamente, ante una serie de letras blancas sobre fondo negro que comenzaron a descender en la consola a una velocidad increíblemente rápida. Vince ni siquiera apartó la vista de la pantalla mientras tipeaba comandos.

—Práctica, colega. Y mucho tiempo libre. Ya puedes telefonear a tu hombre.

Alex miró de reojo a Angelika, esta asintió con la cabeza y tomó el teléfono inalámbrico, marcando el número que aún conservaba anotado. Por un momento pensó que quizá aquel hombre no le respondiera el llamado. Si tenía captor telefónico reconocería el número y no le haría el mínimo caso, pero a los cinco tonos escucho su voz.

—Diga.

—Buenos días, quisiera hablar con usted sobre la mansión Luttemberger.

—¿Usted otra vez? —preguntó aquel hombre, del otro lado de la línea, mientras la computadora de Vince abría una ventana fuera de la consola con un mapa de la ciudad y varias letras en color rojo con un código numérico. Él observó a Angelika, y formó un círculo con el pulgar y el índice.

—Realmente es urgente poder contar con usted para investigar la casa.

—En esa mansión no hay nada para investigar, señorita. Creo que mi advertencia no fue bastante clara anoche, así que lo repetiré de nuevo. No vuelva a llamarme o le causaré muchísimos problemas, ¿comprende lo que quiero decirle?

Un sonido en la computadora alertó a Vince, que repentinamente se ajustó las gafas y comenzó a teclear en la consola rápidamente.

—No, malditos, no... —murmuró.

—¿Qué pasa? —preguntó Alex por lo bajo.

—Están interfiriendo la red, trataré de evitarlo antes de que corten la línea telefónica, pero va a ser un poco complicado —respondió. Abrió un nuevo comando en la consola y una nueva pantalla apareció—. Quizá pueda detenerlos...

—¿Crees que le avisen a nuestro hombre?

—Esperemos que no. De todas formas, si cuelga el teléfono, ya tenemos una aproximación de donde puede estar metido —Vince entrecerró los ojos mientras escribía.


SUDO apt-get_filter / SUDO apt-get_upgrade 192.168.1.1 GXX980

Start_Defense_Running_Appdata

-A INPUT -p tcp -d IP -m length -length 40:48 -j DROP Verify_client.obs STOP_SCANNING

...

...

...

TRUE


—¡Toma, basura gubernamental! —exclamó, por lo bajo. Luego miró a Angelika de reojo, y le hizo una seña de que siguiera dándole charla, mientras Alex respiraba más aliviado.

—¿Por qué es tan importante la casa para usted? ¿Cuál es su secreto? —le preguntó.

—No diré nada, olvídese del asunto, o su vida correrá peligro. Es mi última advertencia.

Una luz parpadeó en verde en la pantalla de Vince, el mapa marcaba un cuadrado y una dirección con número de puerta en las afueras de Nueva York, prácticamente en zona rural. Él levantó el pulgar hacia ella, y Angelika colgó instantáneamente.

—¿Lo tenemos, verdad? —preguntó.

—Eso parece —dijo Vince, anotando rápidamente la dirección obtenida y guardando la imagen mapeada de la zona—. Little Princetown veintisiete cuatrocientos, a unos ochenta y cinco kilómetros de aquí. Podría conseguir más datos sobre él, en cuanto mi terminal finalice el escaneo obtenido satelitalmente.

—Eres increíble —dijo Alex, boquiabierto. A simple vista parecía un juego de niños, y sin embargo le sudaban las manos, presa de la expectativa. Un tono se escuchó desde la notebook.

—Bien, la dirección está registrada bajo el nombre de Dean Hazzard, comisario retirado en el noventa y dos, quien cumplía funciones en el departamento de criminología, y estuvo directamente involucrado en... —Vince leyó y se apartó las gafas con lentitud. —Me cago en la puta, este tipo estuvo directamente implicado en la investigación criminal contra Luttemberger.

—No me jodas... —comentó Angelika.

—Sí, aquí aparecen todos sus detalles más importantes —respondió Vince—. Si necesitan información de la casa, este tipo es su hombre indicado. Quizá él pueda hacerles saber dónde conseguir algún otro tipo de documentación más específica.

—Seguramente —dijo Alex—. Ahora solo queda por arreglar el tema de las cámaras.

—Deberé llevarlas a mi taller, les instalaré unos accesorios como para poder conectarse vía internet a tu computadora sin usar un router directo, creo que tengo una idea con respecto a eso.

—Bien, ¿Cuánto costará todo? Incluido tu rastreo.

—Veinte mil y estamos listos.

Alex asintió con la cabeza, si bien le parecía una suma abultada, tampoco era lo suficientemente grande, teniendo en cuenta la demostración de habilidad técnica de la que Vince había hecho gala.

—No tengo efectivo en este momento, pero podemos ir en un momento al banco más cercano y sacar de mi cuenta la mitad del dinero —dijo él—. O puedo hacerte un cheque al portador, como prefieras.

Vince negó con la cabeza.

—De ninguna manera —Apoyó una mano en el hombro de Alex y lo miró fijamente, alternando miradas entre él y Angelika—. No salgan de aquí por un par de días, a ser posible. Desconecten el teléfono, no usen el internet a no ser que sea extremadamente necesario, y tampoco le abran la puerta a ningún desconocido. No deben temer a esos fulanos que andan merodeando por aquí, son cachorros del gobierno. Preocúpense cuando los Federales empiecen a seguirlos.

—¿Crees que se nos echarán encima? —preguntó Angelika, con gesto nervioso.

—Depende de la información que suelte este tipo, y de lo que ustedes estén dispuestos a hacer para conseguirla. Pero en caso de que la situación se ponga muy jodida, ya saben a lo que se deberían enfrentar, así que les recomiendo que vayan con cuidado. Yo me llevaré el equipo en las cajas y haré como que nada ha pasado aquí, en la medida de lo posible. De todas formas, ya saben que trabajo con ustedes ahora —comentó Vince—. He detenido su ataque, y me deberían haber visto entrar con mi camioneta. Digamos que mi vehículo es muy llamativo.

—¿Crees que corres algún riesgo?

—No, no lo creo, al menos de momento —Vince se había colocado las gafas nuevamente y había comenzado a cerrar su notebook, desconectarla y guardarla en su funda—. Todos los días a las once de la noche en punto me conectaré y te escribiré.

—¿Por correo electrónico?

—No, hombre, el correo electrónico es muy fácil de espiar —dijo Vince, en un tono de voz que hizo sentir a Alex un tonto de primera categoría—. Programaré un túnel de transmisión directa por medio de tu dirección IP, de todas formas, ya la tengo almacenada en la memoria de volcado de mi computadora, así que no será difícil conseguirla. Solo me conectaré diez minutos al día, exactamente a esa hora. Te iré dando información de mi progreso, ¿de acuerdo?

—Gracias, en verdad —respondió Alex, estrechándole la mano.

—Olvídalo, no solo lo hago por dinero, en parte me alegra contribuir a mandar a la mierda el sistema gubernamental, lleno de hijos de puta que se creen los dueños del mundo.

—Vamos, te ayudaré con las cajas.

Alex entonces tomó una de las cajas con el equipo, mientras que Vince tomaba la otra poniendo su notebook encima. Angelika les abrió la puerta luego de tomar el control remoto de la cerca automática, y observó cómo ambos hombres metían todo encima del asiento del acompañante de la camioneta. Luego Vince subió del lado del conductor, mientras ella pulsaba el botón y la cerca se abría lentamente. Encendió el motor, soltando gigantescas bocanadas de humo azulado, y luego salió marcha atrás hasta la calle, enfilando rumbo a la avenida principal. Angelika cerró la cerca automática, y espero a que Alex entrara de nuevo al living para cerrar la puerta tras de sí.

Enseguida, Alex apagó la conexión a internet, desconectó el teléfono inalámbrico, apagó su teléfono celular y el de Angelika, y se arrojó de bruces sentándose en uno de los sillones, dando un resoplido agotado, mientras ella lo observaba en silencio.

—Vaya día más intenso —comentó él. Angelika se acercó a su lado, Alex apartó el rifle del sillón y le hizo lugar a ella para que se sentara a su vez, rodeándole los hombros con el brazo.

—¿Qué vamos a hacer, entonces?

—Iré tras Hazzard, y conseguiré esa información sea como sea.

Angelika lo miró con cierta melancolía, sus ojos verdes esmeralda miraban fijamente los de Alex.

—¿Y si no logramos que diga nada?

—Te juro por ti, y por nuestro bebé, que buscaré la forma de acabar con toda esta mierda, no me quedaré de brazos cruzados —dijo él—. Si no me da lo que quiere, lo mataré.

Angelika se aferró a su pecho, hundiendo el rostro en el cuello de Alex para que no la viera llorar, respirando su perfume para después de afeitar con fuerza. Toleraba muchas cosas, era una mujer fuerte, o eso quería creer. Pero jamás en su vida podría soportar verlo tras las rejas por una injusticia, por el simple acto de defenderla a ella y a su embarazo de una vieja maldición.

O algo peor. Verlo muerto.

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