XII
Esa mañana ambos se hallaban camino a las actas gubernamentales en donde Angelika tenía la certeza de que podría descubrir más información detallada de la mansión. Alex conducía en silencio, y Angelika ensayaba mentalmente su discurso. Se presentaría como una parienta lejana de Luttemberger, y nada más. Se interesaría por comprar la casa, preguntaría por algún teléfono, lo demás lo improvisaría, como de costumbre.
Se había vestido formalmente, con unos zapatos de taco medio, una falda hasta la mitad de los muslos, una cartera de cuero negro, una camisa de tul, una chaqueta negra haciendo juego, y el pelo atado en una media coleta. Se alisó la falda en un gesto nervioso, por enésima vez durante el viaje. Alex la miró de reojo, apartó una mano del volante y le acarició una pierna.
—Tranquila, cariño. Todo saldrá bien —dijo.
—¿Y si no logro encontrar la información necesaria?
—Buscaremos por otro lado, no te preocupes.
Alex se desvió por una calle secundaria para tomar los accesos a la avenida Thompson, donde se encontraban las oficinas estatales. Buscó un lugar libre donde estacionar en la enorme rotonda de entrada, dejó el coche lo más cerca del bordillo que pudo, y miró a Angelika fijamente mientras apagaba el motor.
—Recuerda, tranquilidad —dijo. Ella respiró hondo.
—Lo sé, lo sé —se miró las ropas de nuevo—. ¿Estoy presentable?
—Estás bellísima —Alex se estiró en el asiento y le dio un corto beso en los labios—. Ahora ve, anda.
Angelika abrió la puerta de su lado y bajó a la acera, caminando con paso firme rumbo a la puerta de vidrio del gran edificio de más de quince pisos. Un guardia de seguridad la saludó asintiendo con la cabeza y le abrió la puerta cordialmente, ella sonrió y dio las gracias a su vez.
Dentro el bullicio era mucho, la gente iba y venía para todos lados, en su mayoría ejecutivos con carpetas y papeleo bajo el brazo, caminando apresuradamente, como si tuvieran algún tipo de prisa que solo ellos conocían. Había personas que no pertenecían al edificio, pero todas ellas tenían un aire importante, hombres vestidos con traje y corbata, de rápido andar y gruesos portafolios. Se sintió instantáneamente perdida, había un montón de pantallas, mostradores y no sabía dónde ir ni donde consultar siquiera. Un recepcionista enfrascado en traje negro se le acercó sutilmente.
—¿Puedo serle de utilidad en algo, señorita? —le preguntó.
—Sí, necesito averiguar unos datos sobre una casa a la venta.
—Pase por aquella sección, allí tendrá la información que necesite —dijo el recepcionista, señalándole hacia uno de los escritorios al fondo a la izquierda. Angelika agradeció y se encaminó hacia donde le indicaba, con paso rápido. Al llegar, un muchacho de no más de treinta y cinco años, a juzgar por el criterio de ella, con gafas de montura fina, la observó rápidamente.
—Buenos días, tome asiento —le indicó. Angelika retiró una silla hacia atrás y se sentó, dejando la cartera en su regazo.
—Mire, necesito información sobre una casa, una mansión más precisamente —dijo ella.
—Dígame.
—Me enteré que fue rematada a un distinguido alemán hace ya más de cincuenta años, y desde su deceso ha estado completamente vacía y disponible a la venta, ¿estoy en lo cierto?
—Puede ser, continúe —dijo aquel hombre, con atención. Hasta ese momento tecleaba en su computadora sin detenerse, pero cuando escuchó que ella mencionaba una mansión rematada a un alemán hace cincuenta años, su atención fue captada al instante, apoyando las manos encima de la mesa, entrelazando los dedos.
—La mansión perteneció a Ulrik Luttemberger, ¿Qué puede decirme sobre ella? Necesito localizar a la persona a cargo de esa casa.
Angelika notó que el ceño de aquel ejecutivo se endurecía rápidamente, tecleó algo en su computadora y luego la miró fijamente.
—¿Puedo preguntarle quien es usted?
—Soy una sobrina lejana de Luttemberger. Por el momento, mi nombre no es importante, ¿o para usted sí?
El ejecutivo tecleó en la computadora nuevamente, y su frente comenzó a perlarse con pequeñas gotitas de sudor. Aquel hombre escondía algo, pensó Angelika. Algo no, escondía todo.
—Luttemberger no tenía hermanos ni hermanas, su esposa e hijos murieron. No creo que sea usted ningún pariente lejano —dijo él.
Angelika sintió que la frustración la invadía repentinamente, de modo que recurrió a la técnica más antigua, y quizá con la que tenía que haber comenzado desde un principio. La persuasión.
—Escuche, solo quiero averiguar quién es el dueño actual de la mansión para poder hacerle una oferta de compra, nada más.
—Lo siento, no puedo darle lo que busca.
—¿Por qué? Ustedes fueron los que remataron la casa cuando Luttemberger llegó aquí, huyendo de Alemania con un nombre falso. Tienen que saber algo, cualquier cosa.
—Lo siento, no puedo ayudarla. Olvídese de la mansión.
—¿Por qué? ¿A que le temen? —preguntó ella, presa de la desesperación y el fastidio.
—Porque no queremos ser responsables de más tragedias. Ahora váyase a su casa, señorita, no tiene nada que hacer aquí.
Como último intento, Angelika metió la mano en su cartera, rebuscó un billete de quinientos, y se lo deslizó por encima de la mesa subrepticiamente, ocultándolo de las cámaras de seguridad.
—Solo necesito un teléfono, una dirección, cualquier cosa que me ayude a llegar a la casa. Y creo que usted sabe todo lo que necesito, ¿a que sí?
Aquel ejecutivo miró el billete de reojo mucho más de la cuenta, y por un terrible instante Angelika creyó que la iba a sacar allí a patadas con la seguridad, por intento de soborno a un empleado del estado, pero finalmente lo tomó con la yema de sus dedos y lo deslizó hacia él rápidamente.
Entonces tomó una hoja de un pequeño bloc de notas, garabateó unos números y se la entregó.
—Llame a este número, allí tendrá información —dijo. Y tomando unos papeles que había encima de su mesa, se puso de pie y se alejó con ellos bajo el brazo. Angelika se puso de pie a su vez, y comenzó a caminar rumbo a la puerta. El guardia de seguridad apostado en la enorme puerta de cristal le abrió de nuevo, y le sonrió al verla irse, quizá con un cierto aire lascivo. Ella estaba tan perturbada con todo lo que había sucedido, que ni siquiera lo miró un instante.
Alex seguía sentado al volante de su Taurus, con las manos apoyadas en la cabeza y reclinado hacia atrás con los ojos cerrados, tarareando una canción de AC/DC que sonaba en la radio. Se sobresaltó cuando escuchó la puerta del acompañante abrirse, y la miró sorprendido.
—Vaya, no te esperaba hasta dentro de dos horas, al menos —dijo. Angelika no le respondió en lo más mínimo hasta luego de unos instantes, en los cuales sacó el trozo de papel con el número de teléfono de su bolsillo y lo observó, pensativa.
—Digamos que la charla fue breve.
—¿Y ese teléfono?
—Me lo dio el ejecutivo que me atendió, esta joyita me valió quinientos.
—Madre mía... —murmuró Alex, encendiendo el motor del coche dando un resoplido ahogado.
—Alex, tú no viste lo que yo vi ahí dentro.
—¿Y que viste, además de hombres enfrascados en sus trajes de vestir y guardias de seguridad por todas partes?
—Esta gente sabe todo —respondió Angelika, señalando al edificio con un dedo a través de la ventanilla de su puerta—. Esta gente está cagada de miedo porque les preocupa que la verdad se dispare a la luz. Saben todo, Alex. Todos los putos detalles. Y este número —agregó, sacudiéndolo en la cara—, es un pase directo a toda la información que necesitamos.
—Bueno, vamos a ver a que terrible y despiadado ente público logramos contactar cuando lleguemos a casa, tomemos nuestro café, y todo ese tipo de cosas un poco más normales de gente normalmente común, ¿qué te parece? —respondió, poniendo la primera marcha y saliendo de las inmediaciones del edificio, rumbo a la avenida.
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso que no somos normales?
—Claro que lo somos, normalmente tontos por habernos metido hasta el cuello en un trabajo así, pateando demonios y espíritus enojados por todas partes.
—Oh, no me vengas ahora con reproches, Alex Connor... —repuso Angelika, con cierto fastidio en el tono de su voz.
—No, no es reproche, pero vamos a ver. De que nos jugamos el pellejo, pues sí.
—Sí, pero también tendremos derecho a vivir libres, si es que triunfamos.
—Buen punto, casi por un momento me había olvidado de ese detalle —rio Alex. Ella le miró y sonrió a su vez, un poco más serena.
—Conduce tonto, que quiero llegar a tomar mi café y llamar a este número de una vez, anda.
Alex tomó los accesos a la avenida principal, rumbo a su hogar. Angelika apagó la radio del auto, y volvió a examinar el número en la hoja de papel.
—Son simples números ¿Qué tienen de novedad? —le preguntó Alex, observándola.
—Quiero saber si me ha mentido y me ha dado un teléfono cualquiera.
—Un poco tarde para pensar en eso, ¿no crees, cariño?
Ella no le hizo el menor caso a sus palabras, luego de un rato, habló de nuevo.
—No, no me ha mentido. El número de teléfono pertenece a alguien con cargo, o que tuvo algún tipo de tarea importante en su tiempo... —dijo ella, con los ojos cerrados. —Tiene muchísimas influencias.
—Mientras más avanzamos, más siento que nos hundimos —Angelika abrió los ojos, y lo miró.
—¿Quieres por tan solo un miserable momento dejar de ser tan pesimista, Alex? —dijo, con su acento más pronunciado que de costumbre, como siempre hacia cuando se enojaba—. Solo te empeñas en buscar lo malo a todo ¡Ah, fluch!*
—De los dos, yo soy el más realista. Ambos sabemos eso, cariño.
Angelika se disponía a responderle como era debido, pero al ver la mirada jovial de Alex y su bailarina sonrisa en el rostro, se percató de que solamente estaba bromeando con ella, así que rio a su vez, haciendo más ameno el viaje para ambos. Una parte de sí misma se preguntó, dentro de toda la algarabía de las bromas y las charlas con Alex, si la casa había sido atacada nuevamente. Se dijo que no, su madre ya no estaba allí, podía notarlo cuando iba sola al baño, o a la cocina, o cuando algunas noches yacía desvelada en la cama, mientras Alex dormía a pierna suelta. Se quedaba con los ojos muy abiertos en la oscuridad total del cuarto, mirando hacia el techo sin mirar en nada realmente, con los oídos atentos al menor ruido o sensación de movimiento en la planta de abajo, pero nada pasaba hasta que volvía a dormirse de nuevo.
Finalmente llegaron a la casa luego de conducir un buen rato, Angelika fue la primera en descender del coche y abrir apresuradamente la puerta, con una mezcla de ansiedad por llamar cuanto antes a ese teléfono, y en parte también miedo por encontrar la casa en ruinas nuevamente.
Pero no, todo estaba en el más completo orden, no había nada destrozado y Brianna se hallaba dormitando hecha un rosco encima de la alfombra del living. Se despertó de golpe con las orejas erguidas cuando sintió la puerta abrirse, y se lanzó en loca carrera hacia Angelika, la cual le hizo un par de caricias por encima de la cabeza en su espeso pelaje cobrizo. Alex entro al living un momento después.
—Ya iré a poner la cafetera, ve llamando si quieres, a ver qué tal —dijo él.
Angelika tomó el teléfono inalámbrico de su soporte y discó, ya que no era un teléfono celular, marcó la tecla SEND y esperó el tono de llamada, mientras caminaba hacia el patio, viendo como Brianna correteaba de un lado al otro y olfateaba cuanto rincón de césped había. Del otro lado de la línea sonó una vez, dos veces, no había respuesta. Cuando estaba a punto de colgar, hastiada, una voz rasposa se escuchó del otro lado, como malhumorada.
—¿Quién habla?
—Buenos días, soy Angelika Steinningard y...
—Me importa una mierda quien sea, ¿cómo consiguió el número de mi casa? ¿Quién se lo ha dado?
Angelika meditó unos momentos en las palabras de aquel caballero. El hombre que le había facilitado el número de teléfono era su amigo, también su cómplice. ¿Pero su cómplice en qué?
De pronto sintió en sus mejillas que tenía mucho calor, no sabía si por la ira o por los nervios.
—¿Aun seguirá conservando la amistad con él, si le digo quien fue? —le preguntó. Del otro lado, silencio sepulcral.
—Maldito infeliz, sabía que ese tipo no era de fiar —murmuró.
—¿Va a escucharme?
—Hable.
—Quiero saber qué tipo de información tiene sobre la mansión Luttemberger. En caso de tener los documentos posesorios, quisiera comprársela.
—No.
—Pero señor...
—¿Es que acaso no me ha oído? —preguntó de mala manera el individuo, del otro lado de la línea telefónica—. No me importaría mover un par de hilos en el gobierno y hacer desaparecer todo, no se quien sea ni me interesa, solo no vuelva a llamarme y olvídese de mi número de teléfono, o le echaré mis perros encima.
Angelika tuvo una nueva percepción, mentía en cuanto a lo de echarle a sus hombres encima, aquel era un hombre viejo y ya no contaba con el mismo poder de autoridad e influencias con los que antes se valía, pero bien decía la verdad en que podría mover cuanto hilo del gobierno tuviera a su alcance. Y todo simplemente moviendo cuatro papeles dentro de una carpeta azul.
—Quizá sea mejor que podamos hablar como personas... —intentó nuevamente.
—No vuelva a llamarme, ya está advertida —dijo el hombre, y le colgó el teléfono.
Angelika se apartó el inalámbrico del oído, y quedó mirando el aparato en su mano derecha con cierta sorpresa mezclada con una gran congoja. Le hubiera gustado tener otro tipo de datos, sinceramente, pero la amabilidad de aquel hombre no había sido mucha. Ingresó de nuevo a la casa en el momento en que Alex encendía el televisor del living, y preparaba la mesa para servir el café con las tostadas de siempre.
—¿Y bien? ¿Qué noticias hay?
—No muchas.
—¿Cómo? —volvió a preguntar, sin entender demasiado.
—Subiré a cambiarme de ropa y ponerme más cómoda, en cuanto esté listo el café te contaré con más detalle, si lo deseas.
Alex la observó subir las escaleras hacia la habitación, pronunciando las caderas como siempre hacía en cada ascenso, y se preguntó que tanto había sucedido como para que su humor bajara tan repentinamente, sin duda no era nada bueno, pensó.
Fue hasta la cocina, encendió la hornalla pequeña y comenzó a tostar a fuego bajo seis trozos de pan lacteado. Prefería la tostadora eléctrica, era mucho más rápido y sencillo, pero Angelika adoraba el sabor a fuego que se impregnaba al pan, y decidió que lo mejor era darle un pequeño gusto ya que la charla por teléfono al parecer, no había dado sus frutos esperados. Una vez que estuvieron listas, las colocó en un plato, las untó con mermelada de durazno, como le gustaba a ella, y las llevó a la mesa. Luego sirvió el café, una taza para cada uno. La de ella con edulcorante y la de Alex con cuatro de azúcar.
Estaba colocando las tazas encima de la mesa del living cuando Angelika bajó las escaleras con un pantalón deportivo gris, holgado, una camiseta de manga larga también no muy ceñida al cuerpo, y el pelo atado en un moño por detrás de la nuca.
—Que buena pinta tienen esas tostadas —sonrió ella. Alex la miró con detenimiento.
—Cariño, ¿qué ha pasado en esa llamada?
Angelika se sentó frente a la mesa, y dio un largo y ronco suspiro.
—Se nos fue la única oportunidad de adquirir la casa, al menos de forma legal.
—¿Cómo? ¿Por qué lo dices?
—Porque la persona que me atendió es un maldito ogro de mierda, que no quiso soltar la lengua. Vamos, que ni siquiera me escuchó un segundo —Angelika tomó una tostada, le dio un mordisco pequeño y luego la dejó encima de la mesa, señalando con el dedo a Alex, como si repentinamente se hubiera acordado de algo muy importante—. Solo de algo estoy completamente segura, el gobierno está metido hasta el cuello en esta mierda.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo sé, simplemente —insistió ella—. Este tipo al que he telefoneado me ha amenazado con echarse encima de nosotros legalmente si vuelvo a tratar de averiguar cualquier cosa de la casa.
—No me jodas...
—Pues sí. Ese tipo sabe todo sobre la mansión, es directamente responsable de ella ahora, y no quiere largar el rollo, no sé si por miedo a terminar en prisión o porque alguien más encima suyo le está presionando. Sea como sea, ahí se nos fue la única oportunidad que teníamos de conseguir más información, evidentemente muy valiosa —Angelika bajó la mirada—. Estamos como empezamos.
Alex permaneció observándola unos momentos, como tratando de buscar más allá de lo evidente. Tenía una idea, pero quizá fuera arriesgado. De una forma u otra, tenía que intentarla, más allá de que siempre había visto aquello en películas. Pero vamos, si la policía lo podía hacer, ¿por qué ellos no? Se dijo. Era una locura, lo sabía, y quizá no pudiera conseguir la persona adecuada a tiempo, pero definitivamente seria mucho peor continuar su vida como si nada pasara, con una mansión y un espectro furioso encima de sus hombros, acechándoles constantemente.
—Creo que tengo una idea, cariño —dijo.
—Dime —respondió ella enseguida, con la mirada encendida.
—Podríamos buscar una persona de fiar que rastreé la llamada.
Angelika lo miró un momento, incrédulamente. Dio un sorbo a su taza de café y luego parpadeó.
—¿Estás diciéndome en serio?
—¿Qué otra opción tienes? ¿Volver a las actas gubernamentales?
—Sí, creo que tienes razón.
—Estaba pensando en algo más —continuó Alex—. Si logramos encontrar la mansión y entrar en ella, no podremos irnos a vivir allí, sería demasiado peligroso. De modo que debería buscar la forma de poder instalar las cámaras, y seguirlas remotamente desde aquí por medio de la computadora. Podría aprovechar la oportunidad para hacer todo a la vez, ¿no te parece?
—Supongo que es un buen plan, claro que sí —sonrió ella.
—Tendría que desempolvar nuestro equipo de investigación. ¿Cuándo fue la última vez que entramos al desván?
Angelika se mordió levemente el labio inferior.
—Pues... una semana después de haberme mudado aquí contigo, cuando estábamos guardando las cajas que habían sobrado de la mudanza. Y terminamos despatarrados en el suelo, haciéndonos el amor como dos bestias.
—Ah, ya recuerdo —respondió Alex, riéndose—. Lo primero es lo primero, comenzaré a buscar alguien capaz de poder rastrear la llamada. Necesito café, mucho.
Angelika lo vio levantarse de la mesa apresuradamente, y caminar hasta la mesa donde la notebook que el usaba estaba cerrada. La abrió y la encendió, mientras dejaba su teléfono encima de la mesa y tomaba un bloc donde poder anotar algunas cosas, dejándolo a mano. Parecía como si le hubieran dado un golpe de corriente, se movía muy deprisa.
—Cariño, cálmate. No es necesario que corras tanto —le dijo ella.
—Claro que sí —respondió él—. Si logramos descubrir que el gobierno está metido hasta las pelotas en esto, vamos a estar hundidos hasta el cuello en mierda. Por lo tanto, tenemos que movernos rápido, no tenemos idea si en cuanto colgaste la comunicación con este tipo, él a su vez ha llamado a sus contactos para rastrearnos antes que nosotros a él, y es cuestión de tiempo antes de que tengamos una camioneta del gobierno espiando nuestras conversaciones allá afuera —señaló hacia la puerta de entrada—. Estamos rozando la ilegalidad, Angie. Tenemos que movernos rápidos, o todo se ira a la mierda, ¿comprendes lo que te quiero decir?
Angelika se mordió el labio inferior, ahogando una risa. Se acercó a él, bordeando la mesa, y le rodeó el cuello con los brazos, tocando la punta de la nariz de Alex con la suya.
—¿En qué momento te has convertido en un infractor de la ley? —le dijo.
—En el momento en que mi chica corre peligro.
Angelika le abrazó, con una aprehensión que jamás había visto en ella. Hundió la cara en su cuello, le acarició la nuca y se aferró a su espalda como un bote perdido en el medio del océano. Permaneció así unos buenos tres o cuatro minutos, en los cuales Alex pudo notar dentro de sí mismo que más allá de la fortaleza que ella poseía, las cosas le afectaban mucho más de lo que creía, y ella se mantenía siempre en el más absoluto silencio. Finalmente, ambos se separaron. Lo miró a los ojos y le acarició una mejilla.
—Gracias —dijo.
—¿Por qué?
—Porque no podría superar esto sola, si te tengo conmigo todo es más fácil.
—Claro que podrías, eres una chica fuerte.
Alex la besó, enmarcando las mejillas con las manos, y pensó que evidentemente no podría, no podría estar en condiciones aun de enfrentarse ella sola a la monstruosa malignidad que se cernía sobre la mansión y sobre el propio Luttemberger.
Se separó de ella lentamente, sintiendo que se hallaba mucho más calmada, y volvió a su silla enfrente a la computadora portátil. Angelika fue hasta la cocina, y a medio camino se giró hacia él.
—Alex —dijo. Él la observó con detenimiento, apartando la vista de su pantalla.
—¿Qué sucede, cariño?
—No me rendiré tan fácilmente, no bajaré los brazos.
—Ni yo —respondió, asintiendo con la cabeza.
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