XII
Al día siguiente nos levantamos temprano, cerca de las nueve de la mañana. La primera en despertar había sido Angelika, yo aún estaba durmiendo boca abajo, babeando la almohada. Ella me sacudió el hombro levemente, y yo gruñí medio dormido, en forma de protesta.
—Despierta, cariño —me dijo. Abrí los ojos pesadamente. Todo el ajetreo de la noche anterior, la conferencia, hacer el amor dos veces, me estaba pasando factura en el cuerpo, y ahora parecía que estuviera bajo los efectos de un potente somnífero. Cuando terminé de espabilarme, me senté en el borde de la cama para vestirme. Angelika se levantó para abrir las cortinas, caminando hacia ellas con su clásico bamboleo de caderas. El sol tibio de aquella otoñal mañana de octubre invadió el cuarto azotándome en las mejillas.
—¿Qué hora es?
—Las nueve, masomenos.
—Vaya que es temprano —observé a Angelika ponerse la ropa interior. Yo comencé a vestirme a mi vez.
—Hoy tenemos que hablar con Tommy.
—Cierto —dije, distraídamente. La verdad era que no tenía ninguna gana de hablar de ciertas cosas. Por un lado, me sentía terriblemente mal por expulsar de la casa y del equipo a Tommy, pero tampoco podía negar que su conducta era muy atípica y extraña, así como tampoco podía negar que comenzaba a ponerme muy nervioso. Y lo que era peor, temía por Angelika. Además, los tragos amargos, cuanto antes se pasen pues tanto mejor.
—Será lo mejor. No es fácil para ti, lo se Alex, pero será lo mejor.
—Sí, vamos —dije, rodeando con un brazo la cintura de Angelika, una vez que nos vestimos.
Salimos al pasillo, descendimos por la escalera, y luego de abrirle la puerta a Brianna para que pudiera salir al jardín, nos encaminamos a la cocina a prepararnos el desayuno. Para sorpresa nuestra, Tommy ya estaba allí, haciendo dos huevos revueltos con tocino y queso. Nos miró, afable, pero con aquella sonrisa y mirada completamente vacías.
—Buenos días —saludó.
—¿A qué hora te despertaste? —pregunté.
—Poco antes de las seis, no tenía mucho sueño. Estuve un rato en la computadora, y luego he venido a prepararme el desayuno cuando me di cuenta de la hora que era.
—Está bien —mire mis zapatillas, sin saber por dónde comenzar—. Luego tenemos que hablar contigo.
—Pues aquí estoy, hablen.
—Aun no, después del desayuno —respondí. Tommy se encogió de hombros y con la espátula en la mano volvió a concentrar su atención en la sartén.
Servimos el desayuno rápido, silenciosa y tensamente. Nadie habló una sola palabra más, hasta que nos sentamos a la mesa. Comenzamos a comer en silencio, Tommy nos miraba alternando su vista entre uno y otro, hasta que rompió el silencio.
—Oigan, los noto muy extraños, si tienen que decirme algo, prefiero que lo hagan cuanto antes.
Yo miré a Angelika de reojo, y ella me asintió con la cabeza, no tenía ningún sentido seguir alargando aquel asunto.
—Escucha, Tommy. Con Angelika estamos realmente preocupados, ¿podrías decirnos qué te sucede? —pregunté al fin. No sabía porque, pero tenía un nudo en la boca del estómago.
Tommy nos miró, con el tenedor en la mano sin comprender.
—Nada, en absoluto, ¿por qué? —hizo una pausa para beber un sorbo de su café, y luego añadió—: ¿De qué tendrían que estar preocupados?
—¿A ti qué te parece? Te pasas sonriendo todo el tiempo con un gesto que no te lo crees ni tú. Te has vuelto poco comunicativo y sales a caminar a mitad de la madrugada sin causa aparente, ¿te parece qué no tenemos que estar preocupados?
—¿Y salir a caminar está mal? Te recuerdo que hace mucho ya superamos la mayoría de edad, Alex. Podemos salir adonde nos salga de los huevos —respondió.
—No, no está mal, pero casualmente... —me detuve en seco, pensando si quería continuar con la frase, si realmente valía la pena decirle lo sospechoso que nos parecía el hecho de que justamente, caminara en dirección al hotel donde se había hospedado Angelika.
—¿Casualmente qué?
—Olvídalo —dije—. Escucha, Tommy, esto no es sencillo, pero con Angelika hemos tomado una decisión. Queremos que estés fuera del equipo, y de la casa.
Me sentí más aliviado, lo había dicho, ya estaba, eso era todo. Por un hermoso instante me sentí como si me hubieran sacado una gran carga de encima. Pero la sensación de tranquilidad se esfumó en cuanto vi que Tommy borró la sonrisa del rostro, y dejó caer el tenedor encima de su plato.
—Es una broma, de muy mal gusto, pero una broma al fin, supongo —dijo.
—No. Me gustaría que así fuera, pero no lo es. Lo siento, Tommy.
Dio tal golpe de puño a la mesa, que las tazas de café saltaron como si tuvieran un resorte, volcándose sobre la madera. Angelika dio un respingo de sobresalto, una de las cucharillas del azúcar cayó al suelo, tintineando.
—¡No puedes estarme diciendo una cosa así! —gritó. Brianna, que estaba dormitando encima de sus mantas, se alertó y con las orejas erguidas comenzó a ladrarle con el vello del lomo erizado y la cola tiesa. En un arrebato, Tommy agarró su taza de café vacía y se la aventó a la perra. Le erró por muy poco, pero la taza se hizo añicos en un rincón, y Brianna en acto defensivo intensificó sus ladridos— ¡Cállate, bicho de mierda, maldito!
Angelika y yo nos pusimos de pie.
—Tommy, debes calmarte, hombre —dije.
—¡No me digas que me calme! —gritó, señalándome con el dedo índice y rodeando la mesa hacia nosotros. Instintivamente nos alejamos con Angelika, y aunque yo siempre había sido diez centímetros y quince kilos más grande que él, jamás lo había visto así. Recordé todas esas épocas de niños en que jugábamos a las luchas y le golpeaba hasta hacerlo llorar, el regaño de mi madre, y su mirada reprochándome que yo era más fuerte, que siempre le vencía, y no debíamos jugar de aquella forma. Aquel no era mi hermano, y juro por Dios que hasta el día de hoy me maldeciré mil y una veces, por no haberme dado cuenta antes. Si hubiera tenido un ápice de inteligencia para haberlo visto a tiempo, muchas cosas no hubieran pasado. Su cara estaba roja como un tomate, sus ojos me miraban como traspasándome el alma, y nunca me había sentido tan intimidado en mi vida.
—¡Somos hermanos, somos un equipo, y ahora me expulsas como un perro a la calle, así que no me digas que me calme! —se paró frente a nosotros y me miró muy de cerca— Te diré una cosa, siempre fuiste un hijo de puta en potencia, y ahora que conociste a esta zorra miserable eres aun peor, con tu aire de superación por ese don de mierda que tienes.
En mi cerebro sentí como si alguien activara todos los interruptores de furia al mismo tiempo, no tanto por los improperios que Tommy dirigía hacia mí, sino el hecho de que haya insultado a Angelika, tratándola de zorra miserable. Eso no se lo iba a tolerar. Lo tomé de la chaqueta y lo sacudí violentamente con una mano buscando golpearle con el puño derecho, quizá albergando la idea de que algo en su mente volviera a la normalidad. Él se resistió y comenzamos a forcejear, entre los gritos de Angelika para que no peleáramos, y los ladridos de Brianna. Genial, tendría más dolor de cabeza después, sin duda.
—¡No te permitiré que...! —exclamé, pero Tommy colocó sus manos en mi pecho y me empujó violentamente con una fuerza que desconocía de él. Tropecé con mis propios pies y caí hacia atrás, golpeándome el costado de la cabeza contra el borde de una silla.
—¡Tu cierra el pico, infeliz, no estás en condiciones de permitirme una mierda! —me gritó, viéndome atontado en el suelo. Brianna, en un acto reflejo, se abalanzó gruñendo dispuesta a morder a Tommy, pero este se giró y le dio una patada en las ancas que la hizo rodar por el suelo, gimiendo de dolor, y haciéndose pis en la alfombra. Gracias por eso, hermanito, tú no lo limpiaras después. Angelika también se abalanzó encima de él, pero éste no la agredió en lo más mínimo, simplemente la miró fijamente, con las manos a un lado.
—¡Mírame a la cara, puta inmigrante de mierda, mírame! ¡Mira tú miseria! —le gritó, depositando pequeñas gotitas de saliva en su rostro.
Angelika se quedó mirándolo como hipnotizada, prendida a sus ojos como si la estuviera obligando con algún tipo de fuerza, mientras que yo luchaba por salir del aturdimiento mental del golpe, aún estaba un poco mareado, pero me recuperaba gradualmente.
Súbitamente, Angelika cerró los ojos, aterrada, y comenzó a gritar presa de un pánico que solo ella veía y entendía. Las lágrimas se escurrían por sus mejillas, se llevó las manos al rostro y comenzó a darse manotazos como si quisiera apartar algo invisible de su cara, las uñas surcaban su piel dejando marcas rojas de irritación en su blanco cutis. Algunos arañazos comenzaron a aparecer en sus mejillas y su frente, junto con unos pocos puntitos de sangre.
Luchando contra mi propio mareo, me incorporé lo mejor que pude y cerrando el puño derecho, me impulsé con todo el peso de mi cuerpo hacia la cara de Tommy. El golpe dio en el pómulo y la mandíbula, en forma descendente, como un contundente mazazo. Sin embargo, lo resistió. Descargué un segundo puñetazo, que dio de lleno en la nariz de mi hermano. Este último golpe si lo derribó, y Angelika salió de aquel trance de histeria enseguida. Quedó de pie, con el rostro lleno de surcos moteados de sangre y suspirando espasmódicamente debido al llanto, con la mirada perdida. La cogí de los brazos y me interpuse frente a su mirada, sus ojos se posaron en mí.
—Angie, háblame cariño, por Dios —no obtuve respuesta.
Angelika se dejó sentar con cuidado en uno de los sillones y allí permaneció, mirando hacia la nada, con las mejillas húmedas y coloradas de tanto llorar y arañarse. Entonces me volví hacia mi hermano con una furia incontrolable, no toleraba ver a Angelika así, en aquel estado. Tampoco sabía que había hecho con ella, solamente la había mirado a los ojos, no la había tocado, y eso fue suficiente para dejarla en ese estado atroz. Avancé hacia Tommy, que se estaba incorporando en el suelo. En la alfombra había un pequeño charquito de sangre que manaba de su nariz, torcida hacia la izquierda, seguramente fracturada. Lo tomé por los brazos y lo levanté como si fuera un monigote. Me miró sorprendido, pero con ese vacío característico suyo en este último tiempo, que era casi tan igual como intentar observar los abismos de las profundidades oceánicas.
Le di un nuevo golpe, su ceja derecha comenzó a sangrar, Brianna se había recuperado de la patada recibida, y se abalanzó para morderle las perneras de su pantalón, moviendo la cabeza con violencia de un lado al otro. Un jirón de tela se desprendió con un crujido. Levanté de nuevo a mi hermano del suelo, y tomándolo del cuello, lo arrastré hacia la puerta de entrada, le di la frente contra la gruesa madera, y Tommy de pronto pareció un muñeco de trapo, flojo y sin movimiento alguno.
Dejé que se desplomara en el suelo, tome el control remoto que accionaba el portón automático, y lo abrí. Entonces me volví a agachar, lo tomé de la chaqueta y lo levanté, arrastrándolo en andas hasta la calle.
—Tú... tú no sabes nada. Hay cosas... de las que no tienes ni idea... —murmuró, mirándome de reojo. Yo simplemente me limité a darle un puntapié en el trasero cuando llegamos a la acera, Tommy rodó por el suelo, entre alaridos de dolor. Yo le metí las manos en los bolsillos, le quité las llaves de la casa y el celular, el cual le destrocé, arrojándolo al suelo.
—Lárgate de aquí, hijo de puta —dije, gravemente—. No sé qué carajo te ha pasado, que le has hecho a Angelika, y en verdad lamento que las cosas acabasen así para los dos, pero tienes el dinero de papá. Haz tu vida lejos de nosotros de ahora en más.
Di media vuelta, cerré el portón automático con el control remoto que le había quitado a Tommy de su manojo de llaves. Caminé hasta adentro y cerré la puerta tras de mí, y una vez en el silencio de la casa, comencé a temblar. Sabía que era producto de los nervios, la liberación de tensiones, pero no podía evitarlo, me senté al lado de Angelika, que seguía mirando hacia un punto fijo en la pared sin mover un solo musculo. Y simplemente me limité a abrazarla, acariciándole su mejilla inerte, su cabello sedoso y colorado, y lloré, lloré con la amargura de un niño al que se le ha castigado.
—Lo siento, Angie, lo siento tanto... —dije, con la voz ahogada. Ella seguía impasible, sin moverse, perdida en algún rincón oscuro de su mente. —Te amo, te amo como nunca podría amar a nadie, te amo con locura...
Y continué murmurando un te amo tras otro, hasta que el llanto se me agotó. Y las energías también. Tardé una semana entera en lograr que Angelika reaccionara. Fueron siete días horribles, siete días que no le desearía ni a mi peor enemigo, siete días en los cuales apenas podía dormir y pronto comencé a desarrollar gruesas ojeras, producto de las pocas horas de sueño y el cansancio acumulado. Al día siguiente de la riña con Tommy, llamé al médico y luego de veinte minutos de espera vinieron a casa, a ver si todo marchaba bien. Por lo que me dijeron, ella estaba en un estado de shock profundo debido a una fuerte impresión o un trauma importante. Angelika no podía dormir con las luces apagadas, y aunque durmiera con las luces encendidas de la habitación, al menos una vez por noche se despertaba presa de horribles pesadillas. Despertaba a los gritos, con unos alaridos espantosos, como si la estuvieran desollando viva, sudando frio y revolviéndose en la cama, dando manotazos al aire, si la intentaba calmar me abofeteaba como si no me conociera, y solo sujetándole los antebrazos y obligándola a que me mirase lograba calmarla. Y por lo general no volvía a dormir hasta la siguiente noche.
Tampoco comía, casi no ingería alimentos, se limitaba a permanecer sentada en uno de los sillones, mirando un punto fijo en la nada, sin hablar, sin moverse, ni siquiera para ir al baño. Se hacía directamente en los pantalones, y pacientemente le cambiaba de ropa cuando se orinaba o algo peor, la limpiaba y todo era semejante a cuidar de un maniquí tamaño real.
A partir del cuarto día comenzó a hablar y hacer sus necesidades sola, ya caminaba un poco más, pero aunque estuviéramos tomando una taza de café, aunque estuviéramos almorzando o viendo la televisión, de a ratos se quedaba con la mirada perdida, como si perdiera el hilo de sus pensamientos o de la conversación, y luego retomaba lo que estaba haciendo con total normalidad, como si nada hubiera pasado, como si nunca fuera consciente de su propio estado.
Había perdido toda la esperanza de que volviera a ser ella misma, aquella chica como la había conocido en la universidad, de quien me había enamorado perdidamente. Y las horas en las que me maldije a mí mismo fueron incontables. Tommy la había transformado, pero yo asumía toda la culpa, si no me hubiera conocido nada de esto estaría pasando, al menos era lo que pensaba en ese momento. ¿Era para esto que Dios nos había juntado en el mismo camino? ¿Era para esto que habíamos formado el grupo, para disolvernos antes de siquiera empezar? Era la primera vez que cuestionaba los mandatos divinos, el destino personal de cada uno, como quizá lo hubiera hecho cualquier persona en mi situación.
¿Cuánta gente hay en el mundo que pierde un ser querido? Que muere en guerras sin sentido, que luego de luchar toda su vida para hacer fructífero un negocio, un vulgar asaltante de turno llega y arrebata en un segundo el esfuerzo de toda una vida. Pues yo me sentía como esa gente, me sentía despojado de todo lo que amaba, de todo por lo que había luchado hasta ese entonces. Algo, alguien, me había arrebatado una parte de mí, y por un ferviente instante de amargura, ya no quería seguir con todo esto. Quería volver el tiempo atrás, y hacer caso de mis instintos, aunque Angelika se enojara, tomar un billete de avión y volar hacia hermosos parajes, para hacer la gran vida, lejos de toda esta realidad. La prefería enojada, pero con pleno uso de sus facultades mentales.
Y tenía mucho miedo, a la vez de todas estas deducciones. Mucho miedo de que Angelika nunca volviera a ser normal, mucho miedo de que mis temores se hicieran realidad, hasta que al fin, después de una semana de haber expulsado a Tommy de la casa, estábamos acostados y la propia Angelika fue la que habló. Estaba boca arriba, inerte como hacía de a ratos, y de pronto se giró hacia mí, apoyó la cabeza en mi pecho y me acarició una mejilla.
—Apaga la luz cariño, me molesta para dormir —dijo. La miré sin comprender, acariciándole la espalda por entre los homóplatos, parpadeando varias veces por la sorpresa de haberla escuchado hablar con una coherencia absoluta, como si nunca hubiera ocurrido nada.
—¿Estás segura? —pregunté.
—Sí, apágala, no me asustaré.
Estiré un brazo y apagué la lámpara de mi mesa de luz.
—Angie, ¿puedo preguntar qué pasó aquel día?
Ella suspiró como si le pesara hablar de ello.
—El día que echaste a Tommy del grupo, y él se paró delante de mí... —comenzó a contarme, y de pronto se le quebró la voz. —Dios santo, creí que nunca podría aguantar ver tal cosa.
—¿Puedes contármelo? no te quiero presionar...
—Olvídalo, puedo hablarlo, ahora sí puedo —me confirmó—. Fue horrible, vi un lugar que no conocía en absoluto, había una inmensa casa, altísima y antigua, casi como una mansión. Tenía una fuente en el patio principal, bosque detrás, nunca había visto tal cosa. Todo lo veía desde arriba, era como si los ojos de Tommy fueran una gigantesca pantalla de cine que solo podía ver en mi mente, como soñando con los ojos abiertos. Luego todo fue rápido, casi a velocidades vertiginosas, vi la cabeza de Tommy empalada frente a la puerta de entrada, la fuente manaba sangre y tú estabas crucificado cabeza abajo a un lado, sin ojos. En el momento que comencé a arañarme el rostro vi que las puertas de la casa se abrían de par en par, y... —tragó saliva. —Alex, juro por Dios que no podía creerlo, pero vi el rostro de Satán saliendo de allí dentro, mirándome bajo el marco de la puerta con una sonrisa. La misma sonrisa de Tommy. Y cada momento se me aproximaba más y más, viscoso, llameante, terriblemente mortal. El calor era atroz, sentía que me quemaba la piel, los tejidos y los huesos, todo. Y luego desperté. Cuando golpeaste a Tommy desperté.
Sentía los vellos de mis brazos erizados, la carne de gallina, pero luché por no estremecerme, a pesar del escalofrió que recorrió mi espina dorsal. En su lugar, acurruqué más a Angelika contra mí.
—Santo cielo, cariño, eso es espantoso —dije. Y de pronto una sola pregunta se materializó en mi mente, veloz como el rayo, ¿sería la misma casa que yo había visto hacia un tiempo?
Era posible. Pero, ¿qué relación tenía con nosotros? ¿Por qué nos perseguía?
—Lo sé, pero aunque me costó, he podido superarlo. Me perdí en mí misma, mi cabeza tan solo... se hallaba del revés, luchando por no perder la cordura después de todo —de pronto el tono de voz de Angelika se volvió penoso, casi que con vergüenza—. Siento mucho que me vieras en ese estado, principalmente cuando tenías que cambiarme de ropa y bañarme cada vez que... —dudó un instante. —bueno ya sabes, me hacía encima. Eso es muy denigrante para mí. Pero no podía evitarlo, era como si estuviera en parte, aprisionada en mí misma, dentro de mi cuerpo y mi propia conciencia. Ni siquiera sentía nada.
Yo me reí a mi vez.
—Mírale el lado bueno, estaba practicando para cuando deba cuidarte, en la vejez —deslicé una mano por debajo de ella hasta llegar a su entrepierna, y le di unas suaves palmaditas encima de la ropa interior—. Además, como si ya no te conociera todo esto.
—Es verdad, pero hay cosas que requieren cierto pudor.
Nos besamos largamente, y entre caricias, se separó un momento para hacerme una simple pregunta. Algo que quizás, yo también me cuestionaría más adelante.
—¿Qué haremos ahora, podremos seguir con esto juntos?
Yo la miré con detenimiento, agradeciendo al cielo que volviera a ser ella misma, hermosa, mística, con todas las facultades de su don y su mente trabajando al máximo. Y no pude evitar sonreír.
—Claro que sí, cariño mío, claro que sí —afirmé.
Y sin dudas, no estaba para nada equivocado. Podríamos seguir.
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