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Los días que siguieron fueron apacibles, Angelika escribió mucho, llevaba casi unas veinte hojas en su bloc cuando los médicos decidieron que ya podía caminar por el hospital, y la primer tarde la dedicó a recorrer los pasillos a sus anchas, mirando por las ventanas hacia afuera, aun con la bata clínica anudada a la espalda y completamente cerrada por detrás, pero después de la intensa hidratación y cuidados que le brindaron, se sentía completamente renovada. Quiso ver a Alex, pero no fue sino hasta dos días más tarde que le permitieron su ingreso a la habitación, cuando Alex ya estaba consciente y con un mejor aspecto.

Lo recordaba a la perfección, y se dijo que quizá lo recordaría por el resto de sus vidas, el clima había estado lluvioso desde la medianoche anterior, y el hospital se cubría de la oscuridad propia de la tormenta, a pesar de estar iluminado por las luces led blancas del techo de los pasillos y de las habitaciones. El medico la guió hasta la puerta de la habitación de cuidados intensivos de Alex, y antes de entrar, apoyó una mano en el pomo y la miró, advirtiéndole de que seguramente fuera una situación difícil. Angelika asintió con la cabeza, le dijo que estaba preparada aun sin estar segura ella misma de que así fuera, y ambos entraron a la habitación, el medico primero, ella detrás, a paso lento y seguro.

Alex sintió la puerta y se reclinó en la cama levemente, el televisor estaba encendido pero a un volumen por debajo de la media, la ventana ligeramente abierta permitía que entrara aire fresco y renovara el ambiente de forma constante, y Angelika pensó que se estaba fijando en todo aquello como una subrepticia vía de escape mental, que aun sabiendo que eran simples detalles banales, el enorme estado de nerviosismo le hacía pensar cualquier cosa con tal de tolerar aquello de la mejor manera posible. Él estaba acostado en la cama de la habitación, las sabanas solamente le cubrían hasta la cintura dejándole el torso desnudo, vendado cuan ancho era a la altura del pecho. Tenía un pequeño yeso en el tabique de la nariz, y las cuencas vacías de sus ojos estaban completamente cubiertas por una venda de tela blanca que se sujetaba alrededor de su cabeza. En los días previos, Angelika se había dicho muchas veces que no lloraría frente a Alex. No porque le importara poco y nada su estado, sino porque verlo así le destrozaba el alma, y no quería hacerle sentir mal en la medida que le fuera posible. Pero no pudo evitarlo, por más que se cubriese la boca con las manos los sollozos eran claramente audibles.

—Alex, te he traído visitas —le dijo el médico.

—Es Angie, ¿verdad? —preguntó él.

—Sí cariño, soy yo.

Alex sonrió, y estiró una mano trémulamente hacia adelante, el medico se hizo a un lado y Angelika se acercó, le tomó la mano y le acercó los dedos a su rostro, entonces él le acarició una mejilla, y palpándole, le secó las lágrimas lo mejor que pudo.

—No llores mi amor, estoy bien.

—Los dejaré un momento a solas —dijo el médico, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, con suavidad. Entonces ella se apoyó levemente del borde de la cama y le tomó la mano.

—El bebé está sano, gracias a Dios —comentó.

—Lo sé, fue lo primero que he preguntado en cuanto desperté, necesitaba saber si tú y el bebé habían sobrevivido —respondió Alex. Hizo una pausa, y luego agregó—. Aún me cuesta creer que hayamos terminado con la mansión de una vez, que hubiéramos podido salir de allí.

—A mí también me parece un sueño, pero mírate cómo estás. No podrás volver a ver por el resto de tu vida, es horrible —dijo ella—. Lo peor de todo es que lo sabía, tenía el presentimiento de que no saldrías ileso de esa casa. Y no te lo he dicho nunca, porque creí que no ibas a escucharme. Me siento una mierda, me siento responsable de tu ceguera —y sin evitarlo, comenzó a llorar de nuevo.

—No eres responsable, por más que me hubieras dicho, si realmente iba a suceder no había nada que hacer al respecto, más que afrontarlo.

—¿Qué fue lo que te atacó cuando la casa estaba ardiendo? ¿Qué te rescató después? —preguntó Angelika, dando un suspiro—. Tan solo vi un resplandor blanco caer del cielo.

—Balberoth, demonio homicida —respondió—. Seguro quería terminar el trabajo de la mansión, no lo sé. Solo sentí que mi mente era empujada lejos, un segundo después solo me vi a mí mismo mientras te estrangulaba, y traté de sujetar mis propias manos. Quien te salvó, a ti y a mí, fue el ángel Miguel, el príncipe de la luz y el único que podía apartar esa bestia de mi interior.

—Estuvimos tan cerca, tan espantosamente cerca... —murmuró ella, dando un suspiro. Luego le miró fijamente, su vendaje cubriendo los hoyos calcinados y vacíos, que antes habían acogido los ojos más bellos que había visto en su vida, y de los cuales se hallaba perdidamente enamorada. —No podremos mirarnos a los ojos nunca más, no será vida.

—¿Por qué? —le inquirió Alex, con una sonrisa—. Siempre estará en mi mente el recuerdo de tu rostro sonriendo, enamorada, tan bella y autentica como siempre. Tú serás esa chica hermosa que me atrajo en la universidad, jamás estarás más radiante que ese primer día, y aunque no pueda verte envejecer, siempre tendrás la apariencia que yo quiera recordar. No necesito ojos para amarte, o para ver lo importante que eres en mi vida.

Angelika dio un suspiro, y sonrió aliviada y complacida. Se inclinó entonces y le besó con lentitud y delicadeza los labios, era hermoso volver a sentirse viva, saber que habían podido sobrevivir para contarlo, para extender su historia al mundo y develar la verdad que estuvo aprisionada en esa mansión durante más de cuarenta años. Pero por sobre todo, era increíblemente maravilloso sentir que a pesar de toda circunstancia, de todo mal y condición, el amor era una llama que jamás podría extinguirse entre ambos. Se separaron un instante, tan solo para que ella pudiera mirarle con detenimiento, le acarició la cicatriz de aquella garra que lo tomó del cuello, la venda de sus ojos, y por último una mejilla.

—Y ahora, ¿qué haremos? —preguntó.

—Ahora viviremos, como nunca antes lo hemos hecho, en nombre de todas y cada una de las víctimas de esa mansión, en nombre de mi hermano, en nombre de Lisey.

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