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Las semanas siguientes fueron realmente las más ajetreadas de aquellos tiempos. El teléfono no paraba de sonar, tantos reporteros queriendo hacer entrevistas, tantos noticieros, periódicos, revistas esotéricas, una nube de gente se cernía sobre nuestras cabezas de un segundo al otro, al punto de tener que desconectar el teléfono por las noches para poder dormir. Realmente, no tenían descanso, ni respeto a la privacidad. Como se había filtrado la información del hospital, realmente no lo sabía, aunque me lo podía imaginar a la perfección. Quizá algún tonto boca floja asustado por lo que había visto fue corriendo a la prensa diciendo que había sido testigo de un milagro autentico, y quería reportarlo. ¿Quién habría sido el infeliz? ¿El medico que Angelika había embestido en su loca carrera hacia mí por el pasillo? ¿La enfermera con el carrito de bandejas? ¿El propio Higgerd? Todo podía ser.
Aquel día nos hallábamos realmente cansados, había llegado un montón de equipamiento nuevo: magnetófonos, grabadoras digitales zoom H4, SB7, SB11, dos tipos diferentes de "cajas fantasma", como las denominaba mi hermano, para mayor facilidad. Este pequeño aparatito utilizaba la frecuencia común de radio para generar ruido blanco a una altísima velocidad, en trescientas veinte frecuencias distintas, de este modo los entes y espíritus podían utilizar cualquiera de aquel espectro sonoro para comunicarse con nosotros. Cámaras térmicas e infrarrojas, detectores de movimiento, cámaras de espectro completo, tres Ovilus, el cual capta la energía electromagnética del ambiente, los cuales complementamos con tres Rem Pod, unos pequeños aparatitos similares a soportes para velas ambientales con cuatro luces de colores distintas, que monitorizan cualquier alteración del campo electromagnético, gracias al EM Pump, o bomba electromagnética, como se le conoce normalmente. Similar a una caja de pequeño tamaño, su función es la de generar un fuerte campo electromagnético en el ambiente, para que los espíritus se alimenten de esa fuerza y se manifiesten frente a nosotros.
Solamente este pequeño arsenal nos había costado casi sesenta mil dólares, pero la cosa no bastaba ahí, sino que nos habíamos equipado de más cosas típicas en investigación paranormal, como libros varios, litros y litros de agua bendita, crucifijos de diversos tamaños, santificadores, paquetes de sal, tiza blanca, velas blancas, y claro, ordenar todo aquello no había sido tarea sencilla. Tuvimos que reacomodar el desván, para hacer un sitio adecuado para los materiales, y nos había tomado casi todo el día.
Ahora, sobre la medianoche, ya estábamos todos más descansados. Mi hermano estaba en su computadora portátil, yo me había duchado por último de los tres, y ahora miraba un partido de tenis, recostado plácidamente en uno de los sillones del living, en pantuflas y con una taza de café humeante en mis manos, sin pensar en nada. Por debajo de la televisión llegó el sonido del teléfono, sonando desde el estudio. Angelika hablando después. Lo mismo de todo el día.
Di un sorbo más a mi café, bostecé silenciosamente, cerrando los ojos, y cuando los volví a abrir Angelika estaba entrando al living. Sus pies descalzos no hacían ruido en el suelo de linóleo, tenía una camiseta de manga corta, negra, ceñida a la cintura, y un short de jean azul con flequillo que le llegaba a la mitad de las pantorrillas. Se acercó a mí y se sentó a mi lado, acariciándome la nuca con la mano derecha y apoyando la frente en mi cuello.
—¿Cómo te sientes, cariño?
—Normal, como si no hubiera pasado nada —respondí, dándome suaves golpecitos con el puño en el muslo de la pierna derecha—. Por lo demás, agotado, ha sido un día largo para todos.
—Sí, Tommy no ha cenado, se ha ido a acostar con la notebook y nada más. Yo me preparé un par de huevos revueltos con tocino, pero si quieres puedo prepararte algo para ti.
—No, está bien. Con mi café ya tengo suficiente. Podríamos irnos a dormir, si lo prefieres.
—Me parece una excelente idea —sonrió Angelika, se inclinó sobre mi oído y besándome el lóbulo, me susurró quedamente—. Necesito un masaje en los pies, ¿crees que puedas ayudarme?
Nos besamos un momento, y luego ella se puso de pie, tomó mi mano y me detuve un solo segundo para dejar la taza de café a medio terminar encima de la mesa central. Subimos las escaleras, y entramos a la habitación tenuemente iluminada por una lámpara de noche. Nos sentamos en el borde de la cama, nos quitamos la ropa y nos recostamos uno al lado del otro. Suspiré, y cerré los ojos mientras Angelika me acariciaba una mejilla.
Yo sonreí. Solamente me limité a besarla, y cuando mi mano ya se escurría por su espalda desabrochando el sujetador, el teléfono inalámbrico sonó en la mesita de noche. Di un pequeño brinco de sobresalto en la cama. Angelika me colocó las manos en los hombros, sonriendo.
—Ah, nos olvidamos de desconectar el teléfono. ¿Quién molestará a esta hora?
—Deberías atender la llamada —me dijo ella, al tercer timbre—. Quizá sea importante.
Di un nuevo resoplo de inconformidad, me giré sobre mi espalda y tomé el inalámbrico, quitándolo de su soporte.
—¿Hola?
—Buenas noches, señor Connor —sonó una voz detrás de la línea. Una voz gruesa, refinada. Un flash paso en mi mente como una centella, era un ejecutivo, o alguien importante de seguro.
—¿Quién habla? —sin darme cuenta me senté en el borde de la cama.
—Mi nombre es Bruce Stingen, y soy el dueño de Blues Theatre. Estuve siguiendo su caso en cuanto salió a la luz, señor Connor. Tanto del exorcismo realizado a esa joven, como de su milagrosa recuperación en el hospital. Me gustaría mucho que viniera a nuestros escenarios a darnos una conferencia, si le parece bien.
—Una conferencia... —murmuré. Angelika me miró con los ojos muy abiertos y se sentó a mi lado en el borde de la cama. —Nos encantaría, señor Stingen.
—Qué bueno, me alegra oír eso, señor Connor. Seremos los primeros en dar una conferencia abierta al público, si llegamos a un acuerdo en cuanto al contrato se refiere. ¿Tiene con qué anotar una dirección?
—Sí señor, deme un instante —dejé el teléfono inalámbrico encima de las colchas de la cama, me puse de pie y abriendo un cajón de la estantería de la cómoda, revolví en su interior hasta encontrar un viejo lápiz con un poco de punta y un gastado bloc de notas. Volví a tomar el teléfono en mis manos, me lo sujeté con el hombro inclinando la cabeza, y le indiqué me dictara.
Luego de repetir en voz alta la dirección, y darme los debidos saludos y acuerdos formales, quedamos en presentarnos al día siguiente, a eso de las diez de la mañana, para una primera cita. Cuando colgué el teléfono Angelika me miró fijamente.
—¿Es lo que dijiste en el hospital?
—Conferencia —dije, y ambos nos abrazamos dando risas de júbilo y besándonos al mismo tiempo. De pronto me puse de pie, como si hubiera recordado algo importantísimo.
—¿Qué sucede?
—Iré a darle la noticia a Tommy, tendremos que despertarnos a las ocho de la mañana, así nos da tiempo a desayunar y ducharnos. Mañana iremos a la oficina de Mr. Stingen, en el teatro, y arreglaremos las condiciones —caminé hacia la puerta, la abrí y antes de salir al pasillo, miré por un momento a Angelika, y agregué: —Aquí comienza todo.
Pero lejos de sonreír, Angelika se estremeció, y sabía por qué, eso significaba que nuestra prueba personal, sea lo que sea que tuviéramos que hacer, se hallaba en camino hacia nuestras vidas. Y muy en el fondo, ninguno de los dos quería pasar por todo aquello.
Le di la noticia a mi hermano, el cual se alegró mucho más de lo que pensaba, pero eso no me quitó el amargo sabor de boca que me generaba todo aquello, mezclado con el júbilo de la próxima conferencia, agridulce. Volví a mi habitación con paso lento, con la mirada absorta en las paredes, abrí la puerta y Angelika me esperaba desnuda encima de la cama.
—Vamos a festejar, Alex, la noche aun es joven y tenemos algo de tiempo —se sonrió libidinosamente, separando un poco las piernas, pero luego me miró extrañada al verme la expresión inerte en mi rostro—. ¿Qué sucede, cariño? ¿A Tommy no le ha caído en gracia la noticia?
—No, no. Se ha alegrado muchísimo, pero no es eso.
—¿Qué tienes entonces?
—No lo sé, es una sensación muy extraña. Esto es el comienzo de todo, como te dije, y creo que ambos lo sabemos, aunque ninguno de los dos ponga el tema encima de la mesa.
Como sabiendo el nerviosismo que comenzaba a invadirme, Angelika se acercó y me rodeó el pecho con los brazos, besándome la parte de atrás del cuello. Sus pezones rozaron mis homóplatos, y por tres simples segundos olvidé todas mis preocupaciones. Apoyó su barbilla en mi hombro izquierdo y me miró de reojo.
—Cariño, sea lo que sea que tengamos que cumplir, lo haremos porque somos unidos, somos un grupo especial. Y la unión hace la fuerza, no te olvides jamás de ello —me dijo.
Sonreí, era increíble como aquella mujer había calado muy hondo en mi vida, en cuestión de solo una frase comenzaba a sentirme muchísimo mejor.
—Supongo que tienes razón, Angie.
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A la mañana siguiente luego de sentarnos a desayunar, darnos una ducha y vestirnos con ropa semiformal, nos encaminamos a la dirección marcada. Tommy y Angelika estaban muy animados, reían y charlaban entre sí, bromeando sobre cómo sería el lugar y lo que le dirían a los reporteros. Yo me mantenía en silencio, afable como siempre, pero en el más absoluto silencio. Había algo de todo ese lio que no me gustaba para nada, sabía que era el comienzo, la antesala de algo más, y suponía que no había una buena intención en todo esto, olía el peligro aproximándose como un campesino que huele el viento y sabe que va a llover, aun a pesar de haberme puesto feliz al principio, cuando recibimos la llamada esa noche.
¿Pero qué pasaría? ¿La fama? ¿El trabajo? Me pregunté.
¿Acaso no era eso lo que estábamos buscando? Pues sí, pero también era muy consciente del problema que todo eso significaba. No éramos simples policías buscando un maníaco suelto, no éramos detectives persiguiendo a un marido o una esposa infiel, no éramos nada de eso. Éramos un trío de enfermos mentales que jugaban con fuerzas que a veces no podían explicar, donde muchas cosas eran realmente peligrosas.
Nuestro trabajo era peor que todo eso junto, y sin embargo seguíamos adelante, a sabiendas del peligro, a sabiendas de que cualquier día de estos podíamos perder a Tommy en algún ataque paranormal, o yo mismo podía desdoblarme para nunca más regresar a mi propia conciencia física. O Angelika, lo que más me atemorizaba, que viera algo, lo que sea, cualquier cosa más grande que lo que pudiese soportar. Y jamás volver a ser la misma, esa muchacha dulce y con aspecto frágil, de no más de setenta kilos, con cabello color zanahoria rojizo en un lacio que caía hasta la mitad de su espalda, tez blanca como la luna y grandes ojos verdes, de acento alemán y ancha sonrisa. Sería entonces una mujer sometida a psicofármacos para poder evadir los horrores que haya visto, y yo jamás me lo perdonaría ni en cien años.
Pero entonces, ¿por qué no abandonábamos todo esto? teníamos la herencia de papá, podíamos irnos a Dubái cuando quisiéramos, comprar un Maseratti usado y enchaparlo en oro 18, pero nada de eso nos correspondía a nosotros. ¡Cuántas veces me he maldecido por contarle a Angelika que teníamos una misión! Si no fuera por eso, nada de esto estaría pasando. Pero también sabía que no se podía escapar de tu propio destino tan fácilmente, he visto cosas que nadie más vería, el infierno mismo, todo es muy real, está ahí, esperando por cada uno de nosotros. Y así como las vacas no saben que irán más tarde o más temprano al matadero, así tampoco nosotros sabemos adónde iremos después, o que tendremos que hacer en nuestra vida, además de pastár dinero y producir trabajo. Pero yo era diferente, una vaca distinta dentro del gran establo del mundo, sabiendo desde siempre que existe un matadero, un final. Y mi tarea era alertar al resto del ganado, pero para eso tendría que enfrentar la ira del dueño de la estancia, de los frigoríficos que no tendrían mi carne. Y eso costaba vida, la mía, o la de mis compañeros.
—¿No es así, Alex? —me preguntó Tommy del asiento de atrás. Mis pensamientos fueron desplazados casi de una patada. Parpadeé un par de veces y miré por el retrovisor.
—¿Eh, qué?
—¿Estás bien, cariño? Estás totalmente distraído desde que salimos de casa —comentó Angelika.
—Sí, sí. Estaba concentrado en la avenida, nada más —sonreí. Angelika me miró con detenimiento, sabía perfectamente que no era una sonrisa genuina, despreocupada en lo más mínimo.
—Eh mira, es allí adelante, fíjate el cartel de la entrada —dijo Tommy, señalando hacia mi parabrisas un punto en específico.
Conduje mi coche suavemente hasta estacionar frente a la entrada del teatro. Ubicado sobre la costa oeste de Manhattan, tenía un aire distinguido e importante, con banderas flameando orgullosas en su acera, con el logo del teatro en el centro. Dos guardias en la puerta, de cabeza rapada y gigantes como un gorila escrutaban todo a su alrededor con lentes negros y un intercomunicador en su oído derecho. Bajamos del coche, cruzamos hacia la portería, y una vez dentro nos encaminamos a recepción, bajo las luces tenues de lámparas Ailati. Las escaleras de acceso a las salas teatrales estaban decoradas con borlas de seda en las puntas de sus barandas, una alfombra roja de terciopelo parecía cubrir todo el suelo de la recepción y de las escaleras. Una copia de un Dalí colgaba ostentoso sobre la pared detrás de recepción. Había copias de Picasso, una réplica de la Fontana di Trevi plasmada en un fresco, detrás de nosotros en una de las paredes de la entrada. Angelika se hallaba maravillada con tanta pomposidad, mirando todo como una niña pequeña en una excursión de escuela. Tommy tampoco se perdía ningún detalle.
—Buenos días, caballeros. ¿En qué puedo servirles? —nos dijo el recepcionista muy cortésmente, embutido en un traje de frac negro, con un pañuelo blanco en su bolsillo del pecho. Por un momento me sentí transportado a fines del siglo diecinueve.
—Teníamos una reunion con el señor Stingen.
—Díganme sus apellidos, por favor.
—Connor.
—Un momento, caballeros —aquel recepcionista tocó un botón en un intercomunicador de escritorio, habló susurrante unos segundos y luego nos volvió a sonreír—. Los espera con gusto, por la izquierda encontraran el ascensor, piso seis, primera puerta a la derecha al salir al pasillo.
—Muchas gracias —dije, y los tres nos encaminamos hacia el ascensor, Angelika tomada de mi mano, Tommy a su lado.
Una vez dentro del ascensor, tocamos el botón del piso seis y esperamos en silencio, pero fue Angelika quien habló, como dándose cuenta quizás, de lo cortante de todo aquello.
—Vaya lujos que hay aquí, por Dios —comentó.
—Es uno de los teatros más importantes de la ciudad —aseguró Tommy.
Luego de un breve viaje, el ascensor se abrió en el piso indicado, y salimos a un pasillo que era la antítesis de todo el lujo y la majestuosidad que habíamos visto en planta baja. Montones de puertas y ventanales de oficinas se veían por doquier, y con paso rápido nos encaminamos hacia la primera puerta a la derecha, donde había un cartel de acrílico blanco que rezaba B. Stingen. Nos acercamos, y golpeé con los nudillos levemente.
—Adelante —sonó una voz.
Giré el picaporte de la puerta y la abrí despacio. Los tres ingresamos entonces a una habitación amplia, con un gran ventanal con vistas hasta la costa. Un velero despreocupado, cruzaba las aguas azules allí atrás. Dentro de la oficina, había jarrones con pequeños helechos. Un minibar adosado a una de las paredes laterales de la oficina, con una pequeña mesa a su lado, donde había distintos tamaños de copas. Al lado de aquel minibar había un juego de pequeños sillones de cuero negro.
Una representación de las Meninas, de Diego Velázquez, cubría toda la otra pared lateral. Y por delante del ventanal se hallaba sentado en un inmenso escritorio de ébano negro un hombre prematuramente encanecido, con sombra de barba recién afeitada, cabello peinado hacia atrás y un traje gris haciendo juego con una corbata negra, sujeta a la camisa por un prendedor de oro. Al vernos entrar se puso de pie y abrió los brazos con una sonrisa perfecta, mostrando largos dientes perrunos, blanqueados quizá hace muy poco tiempo.
—Bienvenidos, acérquense, es un placer tenerlos aquí conmigo.
Mr. Stingen se acercó a nosotros, rodeando el escritorio, y nos estrechó la mano a Tommy y a mí, a Angelika en cambio le tomó la mano y se la besó con delicadeza. Ella sonrió tímidamente, debió sentir lo mismo que yo cuando me pareció estar en el siglo diecinueve.
—El placer es nuestro, señor Stingen —respondí yo.
—Oh, no, evitemos los formalismos. Díganme solamente Bruce. Tenemos que hablar con franqueza, una oportunidad así no se ve todos los días, ¿verdad? —sonrió. Con un gesto de su mano señaló los sillones de cuero negro que había a un lado de la oficina—. Vengan, pasen por aquí, ¿gustan una copa? ¿Un trago, o quizá una taza de café?
—Gracias, yo tengo que conducir luego —sonreí.
—Oh, eres un buen conductor, eso me gusta, la responsabilidad en la gente es una cualidad que siempre me gustó destacar.
—Yo quisiera un whisky, por favor, con dos hielos —pidió Angelika. Tommy en cambio, solamente un jugo de naranja. Una vez que las copas estuvieron servidas, Mr. Stingen se sentó frente a nosotros.
—De verdad, me siento muy honrado de que hayan aceptado mi propuesta acerca de la conferencia de prensa —dio un suspiro leve—. Deberían ver como los medios se están matando entre sí para conocer tu historia de primera mano, Alex. No te molestará que te tuteé, ¿verdad?
—Oh no, claro que no.
—Ésta conferencia dará mucho que hablar, será un auténtico éxito. Y por lo que sé, mañana me telefoneará una importante cadena de noticias para cubrir la noticia.
—Vaya, la televisión... —murmuró Angelika, aturdida por toda esta fama repentina.
—Y eso no es nada, la WICK, VM Mistery y la Kred también transmitirán por FM. Todo el mundo está como locos tratando de conocer la historia del grupo que llevo a cabo un exorcismo con éxito.
—Fue difícil... —dijo Tommy, meciendo su jugo de naranja.
—Aquí entre nosotros, ¿realmente viste el infierno? No fue una alucinación, ¿verdad?
—Así es. Quisiera creer que fue una mala jugada de mi mente, pero ningún delirio mental le destroza a uno los miembros de un segundo al otro —respondí.
—Claro, lo comprendo a la perfección. Pero ahora hablemos de lo que nos concierne, ustedes no trabajan gratis, al igual que yo. La idea principal es realizar dos sesiones, y por cada una ganarían unos ochenta mil, ¿qué les parece? —sonrió.
—Olvídelo, será una sesión. Usted habló de una conferencia, no dos —respondí.
La sonrisa pareció esfumarse repentinamente del rostro de Mr. Stingen para dar paso a una expresión fría como el mármol. Mostrando finalmente, al verdadero hombre de negocios que no aceptaba un no como respuesta. El hombre detrás del amable recibimiento. Angelika y Tommy no me miraron de igual forma, pero si me observaban con aire de no entender nada.
—Será una única conferencia, lo único que estará dividido en dos partes. Son ciento sesenta mil en total, doscientos mil para mi, ¿qué problema hay con eso? —preguntó—. Ustedes se llevan un buen porcentaje de ganancias.
—El problema es que la primera sesión daría que hablar, y a la segunda sesión vendría a vernos el doble de gente y reporteros que en la primera vez. Y eso es lo que trato de evitar, justamente. Quiero que prueben el bocado una vez, y no más.
—Te aterra la fama, ¿verdad? —preguntó, mordazmente.
—No, lo que me aterra son las cosas a las que me enfrento cada vez que tenemos un caso nuevo. Y cualquier cosa puede estar viendo las transmisiones, el equilibrio se rompería fácilmente, usted no conoce la jerarquía angelical como yo la estudié, ni tampoco la demoníaca —le dije. Señalé con el dedo el rostro de Mr. Stingen—. Escúcheme bien, el dinero no es problema para nosotros, me imagino que lo habrá sabido desde el mismo momento que una aureola negra rodeó el nombre de mi padre en las actas necrológicas públicas. El importante banquero les deja todo a sus hijos, vaya. Por mi podría tomar sus ochenta mil, ciento sesenta mil, o un millón y medio y usarlo para limpiarme el culo billete por billete, pero no es eso lo que me interesa, solamente quiero una sesión y nada más. Si cualquier entidad híbrida, parasitaria o la que fuese, está mirando la televisión y justamente se le ocurre bajar un ratito al pozo séptico del infierno, a contarle a papito Lucifer que el gran Alex Connor y su equipo dará una conferencia importante, quiero que cuando vuelva se haya perdido toda la cátedra, y nunca más en su vida pueda tener la oportunidad de volver a verla, ¿me capta lo que estoy explicando?
—¡Bah, todo es un juego para usted, señor Connor! ¿Verdad? —exclamó irritado. Una vena de su cuello estaba hinchada, y su cara roja como un tomate—. Ángeles, demonios, que esto, que aquello, ¿sabe lo que creo? ¡Que usted es un farsante que solo quiere un poco de atención!
Yo sonreí con evidente saña.
—Perfecto, entonces nos iremos por donde vinimos. Llevaremos nuestra farsa a otro lado, quizá otra persona nos quiera escuchar, quizá otra compañía quiera conocer nuestra historia y hacerse con la noticia, hasta luego señor Stingen.
Angelika y Tommy me miraron mientras me ponía de pie, y me hicieron un gesto de no comprender qué carajo había pasado. Mr. Stingen nos observó con el rostro ceñudo, y luego se paró con nosotros.
—Está bien, como prefieran. Será una sesión sola, como ustedes quieran, pues. Dentro de una semana, a las ocho y media de la noche, ¿de acuerdo? —dijo, más apacible.
—Me parece perfecto..
—Denme un segundo, por favor —Mr. Stingen caminó con paso rápido hasta su escritorio, abrió un cajón y saco una estilográfica, junto con un gran papel blanco, con un montón de cláusulas y contratos—. Éste es su contrato, si quieren puede tomarse su tiempo para leerlo, es un acuerdo de conformidad y compromiso, nada más que eso.
Los tres lo leímos de punta a punta, demorando nuestros buenos quince minutos, y una vez que estuvimos conformes con toda seguridad sobre lo que allí ponía el documento, procedimos a firmarlo a pie de página. Luego devolvimos la estilográfica y el papel a Mr. Stingen, y le estrechamos la mano.
—Nos veremos en una semana, señor —dije yo.
Salimos de la oficina, entramos al ascensor en brutal silencio, y salimos a la calle lo más rápido posible. Una vez dentro del coche, Tommy preguntó enfurruñado.
—¿Para qué nos invita si creé que somos unos mentirosos?
—Es un hombre de negocios que se enojó por una negativa, no le des más importancia a sus palabras de las que merece —respondió Angelika. Escrutó mi rostro tenso y me colocó una mano encima de la mía, que sujetaba el volante con fuerza—. Pero tú estás muy nervioso, Alex. Sé que es así, te conozco. ¿Por qué no me dices que está ocurriendo?
—Solamente no quiero levantar más la perdiz de lo que ya lo estamos haciendo. Ya es suficiente con que tres cadenas de radio y vaya a saber cuántos reporteros de televisión estarán en esa maldita conferencia. Y eso que no ha nombrado las revistas o periódicos —respondí—, ¿qué pasa si alguien que no debe enterarse de nuestro trabajo lo hace? Debería haberme dicho esos detalles, se la hubiera negado enseguida.
—¿Te refieres a algún demonio? —preguntó Tommy—. Como si en el infierno hubiera televisión por cable...
—No tonto, no necesariamente tiene que estar en el infierno para vernos. Pero hay espías por todas partes. Y creo que ya todos sabemos que en base a esto nuestra vida cambiará radicalmente.
—Por ahora preocupémonos por comer algo, que el viaje me ha dado un hambre atroz —dijo Angelika a mi lado. Yo encendí el coche, y arranqué rumbo a nuestro hogar, pensativo y con un montón de preguntas acerca de nuestro futuro.
Conduje en silencio nuevamente, de forma casi autómata, de camino a casa. Por más que Angelika o Tommy quisieran sacarme tema de charla, yo lo evadía con simples monólogos y nada más. Nos detuvimos en un restaurante de comida china para tomar un ligero almuerzo antes de continuar hacia nuestro hogar, y ni aun en la comida pronuncié nada sobre el tema. Angelika estaba muy extrañada ante mi postura sobre todo aquello, y me imaginaba los motivos de su desconcierto, hasta ayer estaba muy motivado, pero en realidad no me había detenido un solo segundo a pensar en todos los pormenores que arrastra la fama y la popularidad.
Luego de almorzar, cuando llegamos a casa, yo aún conservaba parte del mal humor generado en aquel encuentro con Mr. Stingen, así que solamente me limité a prepararme un café lo más cargado posible y sentarme a ver un poco la televisión, pero fue Tommy quien sacó el tema a colación una vez nos hallábamos todos más tranquilos.
—¿Puedo preguntarte por qué no querías las dos sesiones? —dijo.
—Creí que ya había quedado lo suficientemente claro...
—Pues ya ves que no.
—Perfecto, ahí vamos de nuevo... —suspiré. Abandoné mi taza de café encima de la mesita ratona y miré a Tommy apoyando mis manos en las rodillas. —Supongamos que nosotros damos dos conferencias, dos no, sino que tres o incluso cuatro, ¿qué te parece? Y en alguna de esas sesiones un emisario del mal, un ente parasitario, un mediador, entidades que viven alimentándose de la conciencia física de su huésped de turno, ve nuestra cátedra o incluso asiste a ella. Sabrá como trabajamos, nuestras ventajas y desventajas. Y te diré una cosa, no somos lo suficientemente profesionales aun para sacarnos la máscara y decirle al mundo: ¡Hey, miren! Somos los Clark Kent de lo paranormal.
Tommy pareció meditar un momento mis palabras. Luego me miró solapadamente.
—¿No crees que te estás preocupando demasiado?
Miré a Angelika antes de responder. Quizá nunca lo entendería porque mi hermano nunca había sentido un amor y responsabilidad como lo que yo sentía ahora, pero más tarde o más temprano lo haría. Era necesario que lo hiciese.
—Tal vez, pero ahora mismo no me importa. Prefiero ser extra cuidadoso. Por mí, y por ustedes dos.
Tommy dio un bufido de disconformidad, o quizá de resignación, no sabía cómo definirlo, y sin decir una sola palabra se giró sobre sus talones, y subió escaleras arriba rumbo a su habitación. Yo lo seguí con la mirada y negué con la cabeza. Angelika entonces se sentó a mi lado en el sillón y me palmeó la espalda levemente.
—Te noto un poco abrumado, cariño.
—¿Un poco? —dije—. Tengo miedo por todos, nada más. No todo el mundo mira con ojos buenos, no todo el mundo mira con ojos humanos.
Angelika pareció estremecerse por mis palabras, que de alguna forma habían calado en su alma. Y al igual que ella conmigo, pude notar que algo se removía, el aleteo del miedo abriéndose paso a través de la razón. Y por primera vez en nuestras vidas, la temible pregunta que quizá subconscientemente tratábamos de evitar, finalmente se materializó en la psique de ambos.
¿Las cosas se nos habían ido de las manos? No, no creía que eso fuera posible. Al menos todavía no.
Dándome cuenta que Angelika se hallaba al borde de las lágrimas, la rodeé con mis brazos y la estreché sobre mi pecho, ella se acurrucó de buena gana y suspiró roncamente, más parecido a un resuello agotado que a una exhalación de tranquilidad.
—Creo que nos estamos metiendo en un lio demasiado grande para nosotros.
—Todo estará bien, lo creo así —respondí, acariciándole el cabello—. Confía en mí, Angie. Lo estará si nos sabemos cuidar, ese es el truco.
—Sí, confío en que así será —respondió, con una sonrisa, que parecía más forzada que otra cosa, como si estuviera sujeta a invisibles hilos, mientras se incorporaba en el sillón. —Estoy un poco cansada, creo que me iré a dormir una siesta, ¿vienes?
Me lo planteé dos simples segundos, los suficientes para ver la curvatura de sus nalgas remarcarse mientras Angelika se ponía de pie. Quizá un par de horas de sueño extra no venían mal, recién eran las dos de la tarde.
—Vamos, la tarde está muy aprovechable.
Subimos las escaleras, nos quitamos la ropa y nos metimos a la cama casi en una zambullida. Casi sin darnos cuenta, ambos caímos profundamente dormidos en cuestión de minutos.
De pronto y sin razón aparente, me encontraba en una casa muy grande, de dos pisos, y un gran ático con tejados en punta, de color marrón. Las ventanas eran angostas y altas, quizá de un metro o más. Y las puertas de madera principal eran macizas, con gruesas aldabas. Todo aquello me hizo sentir que la casa pertenecía a la más alta clase social, la fachada de la mansión tenía un estilo barroco italiano. En el centro del patio había una gran fuente con un montón de diversas estatuas adosadas a sí, de tres partes de altura bien diferenciadas, y a uno de los lados de aquel inmenso patio poblado de árboles, palmeras, aquella misteriosa fuente y las escalinatas, había un majestuoso templete de mármol blanco, inmaculado a pesar del tiempo.
La incomodidad era cada vez más creciente, los colores en aquel sueño estaban muy resaltados, demasiado vívidos. Miré hacia arriba, un cielo extremadamente azul se cernía sobre mi cabeza, y un montón de altocúmulos surcando el cielo a una velocidad imposible. El miedo cada vez se hacía más intenso, por algún motivo sabía que no era seguro estar afuera, y comencé a correr hacia la casa. Subí las escaleras de dos en dos y dándole un empujón a la puerta ingresé de un golpe a la sala central, espaciosa, vacía, con una solitaria escalera de mármol al fondo que daba hacia las habitaciones superiores, y a cinco metros de mí, un enorme piano de cola, de madera negra, con la tapa abierta y las teclas inmaculadamente limpias y blancas.
De pronto la luz comenzó a desaparecer gradualmente. El piano comenzó a sonar, una tecla tras otra, mi, do, re, mi, do, re, y la arbitrariedad de las notas sonaba como martillos en mi cabeza loca de terror. Y de pronto un nombre, proveniente de todas partes, retumbando en las paredes.
—Balberoth... Balberoth... —murmuré una y otra vez. En el mundo real, fuera de mis sueños, Angelika se había despertado, y contemplaba mi rostro crispado, sudoroso. Las manos frías que se aferraban a la colcha retorciendo los dedos, arqueando mi espalda. Intentaba despertarme, quitar mi pesadilla, pero no podía. Era imposible.
Finalmente desperté en el mismo instante en que dentro de mi sueño, aquella escalera de mármol que dirigía a la planta superior, comenzaba a manar sangre a chorros, que caía en cascada hacia mí. Di un salto en la cama, con los ojos muy grandes, exclamé aquel nombre una vez más, y de pronto un chorro de sangre espesa cayó de mi nariz, manchándome el pecho y las sabanas. Angelika profirió una exclamación de terror, y yo la miré un tanto confundido, con la respiración agitada y el mentón teñido de sangre.
—¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? —me preguntó, asustada. Yo le tomé una mano.
—Sí, estoy bien.
—Nombrabas a alguien, o a algo, no lo sé, ¿qué era?
—No sé, Angie. Soñaba con una casa, una mansión enorme, y tenía mucho miedo. Jamás había sentido tanto miedo en mi vida.
Dejé que Angelika me condujese al baño, me ayudara a lavarme la nariz, y entre ambos cambiamos la ropa de cama sucia de sangre. Nos volvimos a acostar al cabo de veinte minutos, pero ninguno de los dos pudo volver a conciliar el sueño tan fácilmente.
Sin embargo, Angelika se durmió masomenos a las dos horas luego de mi pesadilla. Yo me quedé a su lado, yaciendo apacible hasta que finalmente la vi cerrar los ojos, y con suavidad me puse de pie, me vestí, bajé las escaleras y encendiendo mi computadora comencé a teclear. Averigüe entonces que aquel nombre era el de una entidad demoníaca muy poderosa, de la primera jerarquía. Era muy temido en la antigüedad porque solía presentarse en forma de cuervos a su víctima, ave clásica de muy mal agüero, y según la demonología actual, era el encargado de hacer bullir la sangre de los hombres para el asesinato y la blasfemia.
Cielo santo, el demonio patrono de los homicidios, me dije. Un escalofrió me recorrió la espina dorsal, estremeciéndome en mi silla. Me puse de pie, caminé hasta la cocina y encendí la cafetera. Cuando volví a la mesa donde estaba sentado, continué tecleando, a pesar de la incomodidad que esto me provocaba, tenía las manos sudorosas, y los dedos se me pegoteaban por breves instantes a las pequeñas teclas. De pronto, escuché un ruido lejano, sordo.
"Tap...tap...tap..."
Levanté la cabeza de un segundo al otro, mis cervicales crujieron pero algo en mi cerebro pareció suprimir el dolor a la fuerza, sin prestar más atención que aquel sonido. Miré hacia todos lados de la habitación, no veía nada.
"Tap...tap...taptaptap..."
De pronto lo vi, parado en el alfeizar de una de las ventanas del living, un enorme cuervo negro picoteaba el cristal, mirando hacia adentro. Abrió y cerró el pico, y en mi mente se produjo el sonido característico del graznido de aquel animal, aunque no pudiese oírlo. Sentí que los vellos de la nuca se me erizaban, el pecho manaba sudor frio como si de una maquina brutal se tratase.
Permanecí observando aquel pajarraco sin atreverme a mover un musculo de mi silla, ¿estaba sonriendo? Me miraba fijamente, y algo dentro de mi cerebro embriagado de terror me dijo que aquel animal estaba simplemente sonriéndome, disfrutando, saboreando mis temores como un niño a un caramelo. Pero eso no era posible, los cuervos tenían pico, los cuervos no podrían sonreír ni en cien años, era ilógico.
Entonces, ¿por qué este si parecía hacerlo?
Me levanté de un brinco y corrí hacia la ventana, el cuervo me miró, abrió el pico y se alejó revoloteando en la distancia. Yo cerré la cortina de un golpe rápido, y permanecí con la cuerda de enrollar en la mano unos minutos, respirando agitadamente, tratando de asimilar todo aquello de la forma más racional posible.
¿De la forma más racional, en un trabajo como este? no seas imbécil, me insulté.
—¿Alex? —sonó una voz detrás de mí. Di un sobresalto, giré sobre mis talones, me enredé con mis pies y casi me derrumbo al suelo. Agité los brazos para recuperar el equilibrio, y al ver que se trataba de Angelika, me tomé el pecho con una mano.
—Dios mío, vas a matarme cualquier día de estos.
—¿Qué hacías en la ventana? —me preguntó. Estaba descalza, envuelta en su camisón de franela nocturno, a pesar que debían de ser al menos las seis de la tarde.
—Estaba buscando información sobre Balberoth.
—¿Y eso explica lo de la ventana? Te vi cerrar la cortina como si alguien te estuviera espiando. Parecías muy alterado.
—Había un cuervo —respondí, sombríamente.
—¿Y por un pajarito te pones así? —rio Angelika.
—Balberoth se presenta en forma de cuervos, y no sé... este en particular parecía sonreír. Estaba picoteando el cristal llamando mi atención.
Angelika se acercó a mí, y rodeándome el cuello con los brazos me dio un beso en la mejilla.
—Tienes que tratar de descansar, tanta preocupación no te hace bien, y debemos ensayar nuestra oratoria en la conferencia, no lo olvides.
Volvimos al cuarto para vestirnos, mientras que Tommy, ajeno a nosotros, tenía su propia pesadilla, en la misma casa con la que había soñado yo. Sentado en el borde de la fuente, pateaba pequeñas piedritas descuidadamente, con el corazón oprimido por un cargo de conciencia que no conocía, un gran vacío dentro de su ser muerto, putrefacto, consumido por la locura más simple y primitiva que el hombre haya conocido jamás. Los colores a su alrededor se hicieron cada vez más fuertes, más oscuros, consumidos por el tono amargo y salobre del paso del tiempo, un tiempo más allá de la línea normal de sucesos, un tiempo que era de ÉL y de nadie más, porque aquel que todo lo veía en su corazón así lo imperaba. Pero él no quería eso, no quería hacer daño a Angelika
LA AMO
ni a su propio hermano. Era algo atroz de pensar, una verdadera locura. Pero al fin y al cabo, ¿toda aquella loca idea no era una demencia de cabo a rabo? Aquel trabajo, las fuerzas que se cernían sobre ellos, día a día. Ella pertenecía a Alex, era su mujer, no podía ni debía hacer una cosa así, no se lo perdonaría
LA AMO TIENE QUE SER MIA LA AMO MUCHO SI LA AMO Y EL SUPREMO TAMBIEN LA QUIERE
por muy loco que se sintiese.
Pero por sobre todo, ¿dónde diablos estaba? Se sentía familiar con aquella mansión enorme, de gran majestuosidad. Se sentía suyo, como si hubiera habitado allí toda su vida, como si conociera todos sus secretos y rincones más ocultos. ¿Y los tenía? Suponía que sí, debía tenerlos.
Cuantas personas, cuantas generaciones, habían pasado por aquella casa, se dijo. Sabía que habían sido cientos, pero uno solo reinaba allí, detrás de aquellas columnas, en cada recoveco, en la roca más pequeña. Su fuerza estaba en la fuente donde ahora mismo estaba sentado, en el altillo y el sótano de sus secretos. En los carteles, herrumbrientos e ilegibles. Porque la mansión y él, eran uno solo, él la había construido, y había volcado quizá una maldad demasiado poderosa para controlarla por sí mismo. Era la evocación del terror hecha carne. Era, simplemente. Y siempre había sido, y lo seria, porque había pactado y debía cumplir con la cuota de sangre que le imperaba, aún más allá de los murallones de las tinieblas mortales.
De pronto él se había materializado sin razón, de un segundo al otro, en la portería de hierro de aquel inmenso patio, poblado de árboles. Fresnos, cipreses, palmeras butia, alcanfores, nogales, un sin fin de verde, de olores. No necesitaba los clásicos cuernos, ni la cola puntiaguda de siempre, las pezuñas de cabra y el olor a azufre. Tenía la piel muy pálida, como la luna llena, y caminaba con un lento andar, despreocupado, como si tuviera todo el tiempo del mundo, sonriendo con aquellos dientes afilados, semejantes a un animal. Su traje, un smoking gris inmaculado, parecía hecho de una sola pieza sin costura alguna. Tommy observó las copas de los árboles, creyendo que quizá fuera el aire nocivo de aquella mansión el culpable de sus alucinaciones, pero en realidad no corría una sola brisa. La fuente comenzó a manar agua, sintió mojados sus pantalones en la altura de los testículos y el trasero, y el agua se convirtió en sangre, espesa, coagulada y fría, muy fría.
El miedo se apoderó de su ser, temblaba de pies a cabeza, quería correr, despertar, huir de allí, pero no podía simplemente poner un pie en tierra, despegarse de la fuente, dejar de mirar todo aquello y despertar sin más. No podía porque ÉL no quería que despertase.
Y LOS JUSTOS HEREDARAN LA TIERRA DIOS MIO COMO TE ODIO ALEX PSIQUICO DE CUARTA NO QUIERO MATAR NO QUIERO
NO
QUIERO
Y mientras Angelika bajaba a la cocina para preparar un cafe, Tommy levitaba en la cama de su habitación. Cuando logró despertar de su inquieto sueño, salió violentamente despedido hacia la puerta de su armario, golpeándose la frente con su pestillo de bronce. Permaneció allí, inconsciente, y el estruendo nos alertó enseguida. Nos incorporamos con Angelika y nos miramos confundidos.
—¿Qué sucede?
—¿Qué ha sido ese ruido? —pregunté yo, desde mi computadora.
—Parece que ha venido del dormitorio de tu hermano.
Subí las escaleras dando saltos de a tres escalones, seguido por Angelika, y al llegar a la puerta trancada de su habitación, el lugar donde habíamos escuchado que provenía aquel golpe seco, comencé a golpear con los nudillos.
—¡Tommy, eh Tommy! ¿Estás bien? ¡Abre la puerta ahora mismo! —grité. Esperé unos momentos, no hubo respuesta alguna.
—Quizá este durmiendo, o solo se ha caído de la cama.
—No lo creo —aporreé la puerta unos momentos más con el puño de la mano derecha, y luego negué con la cabeza—. Hazte a un lado, Angie. Entraré a la fuerza.
Angelika se apartó unos dos metros, yo tomé un poco de impulso y embistiendo la puerta con el hombro y el costado de mi cuerpo, logré romper la cerradura e ingresar dentro del cuarto.
—¡Tommy, por Dios!
Al escuchar mi exclamación, Angelika entró a su vez y me vio arrodillado junto a Tommy, que yacía en la alfombra de su habitación, boca abajo, con un corte pronunciado en la frente que le sangraba bastante, y su ropa interior orinada. Lo volteé de lado y comencé a sacudirle por los hombros, pero como no obtuve respuesta, opté por darle ligeras bofetadas en la cara.
Pesadamente abrió los ojos al cabo de unos dos o tres minutos.
—Qué sucede... —murmuró, como adormilado.
—Tommy, dime que te encuentras bien. ¿Qué ha pasado?
—Sí, estoy bien. Solo me duele un poco la frente —respondió. El lugar donde estaba el corte había empezado a hincharse en un chichón de considerable tamaño—. Solo estaba durmiendo, tuve una pesadilla y luego me desperté aquí, contigo dándome cachetadas —se miró a sí mismo—. Oh, lo que faltaba, me he orinado mientras dormía, ¿cómo es posible?
—Olvida eso, lo importante es que tienes un corte en la frente, deberíamos ponerte gasa y un poco de hielo para desinflamar. ¿Contra qué te golpeaste? —preguntó Angelika.
—No lo sé.
Ayudamos a levantar a mi hermano del suelo, que se hallaba un poco mareado aun, lo llevamos al baño de su habitación, le limpiamos la sangre de la frente y Angelika bajó a la cocina para prepararle una bolsa de hielo. Yo en cambio, tomé del botiquín un trozo de gasa y un poco de cinta de leuco y le pegué todo en la frente formando una especie de cruz blanca encima del corte.
Una vez que Tommy ya estaba vestido, limpio y en condiciones de mejoría, lo acompañamos a bajar la escalera, ya que quería ver un poco de televisión. Yo me situé a su lado y le pasé un brazo por mis hombros, no fuera cosa que se vaya a marear a mitad del descenso y se rompa el cuello en la escalera. Angelika, del otro lado, nos dio una mano y también paso su otro brazo por sus hombros, pero Tommy bajó la mano tomándola de la cintura. Dijo que así le quedaba más cómodo para caminar. Angelika, inocentemente, no le dio más importancia.
Una vez en el living, Tommy, se sentó en uno de los sillones y tomando el control remoto comenzó a cambiar de canal haciendo zapping, distraídamente. Luego de cerciorarnos que Tommy se encontraba en óptimas condiciones, subimos a nuestra habitación a cambiarnos de ropa y vestirnos un poco mejor. Una vez a solas en el cuarto, Angelika me habló por lo bajo, como si tuviera miedo que a esa distancia, Tommy pudiese oírnos de alguna forma.
—¿Qué crees que le haya pasado? Evidentemente no quiso decir nada.
—No lo sé. De todas formas, si estaba durmiendo, no creo que pueda saber que le paso con exactitud.
—Ya, a lo que voy es que cualquier persona, si tiene una pesadilla y se cae de la cama, se despierta o de un lado o del otro, no a dos metros, de frente a un macizo ropero con la cabeza herida.
—¿Y qué sugieres que pudo haber pasado, entonces? —pregunté.
—No lo sé, pero no me siento tranquila —dijo Angelika—. Algo raro está comenzando a suceder, y Tommy perfectamente pudo haber sido atacado.
—¿Por algo o por alguien?
—Exacto. Primero tú, durmiendo y nombrando a un demonio, luego Tommy duerme, se golpea con algo y se hiere de esa forma, ¿quien sigue? ¿Yo?
Estreché a Angelika en mis brazos, estaba fría.
—No, a ti no te pasará nada, ni a mí, ni a Tommy siquiera.
—Deberíamos poner cámaras en la casa.
—Angie, ¿no te parece un poco extremista? Quizá estés un poco sugestionada por todo esto.
—¿Es que no puedes entenderlo? —me preguntó, en un fuerte acento alemán. Amaba a aquella mujer, pero más la amaba cuando se ponía furiosa, hacía que su acento nativo resaltara más aun—. Tenemos el equipo profesional de investigación, y si no es en esta casa, lo tendremos que usar en alguna otra, pero más tarde o más temprano tenemos que hacerlo. Debemos protegernos, Alex. Quizá esto sean casos aislados, pero si se repiten tus pesadillas con Balberoth, o las heridas de Tommy, ¿qué haremos?
—De acuerdo, tú ganas. Pondremos las cámaras entonces —dije, asintiendo con la cabeza.
—Perfecto —sonrió—. Ahora vamos a comprar algo para cenar, y un ibuprofeno para Tommy, creo que no le vendría mal por si le duele la cabeza más adelante.
Asentí concordante, y nos limitamos a vestirnos mirándonos mutuamente. Luego de cambiarnos de ropa y peinarnos un poco, bajamos juntos la escalera. Al pasar por al lado del portallaves, tomé las del coche, y Angelika me dio la mano entrelazando los dedos. Tommy volteó la cabeza, su mirada fue de nuestras manos a nuestra cara. Sonrió.
—¿Ya se van? —preguntó.
—Iremos a buscar algo para cenar, y unas medicinas para ti, por si te llega a doler esa cabezota que tienes —bromeé. Tommy continuaba sonriendo con su cara de póquer—. ¿Te apetece algo en particular? ¿Comida rápida tal vez?
—No, está bien, ya veré que puedo prepararme yo, quizá un omelette o una tortilla. Gracias, Alex.
—Si algo sucede, llámame —dijo Angelika, sacudiendo con la mano el iPhone que había sacado de su propio bolsillo.
—Dalo por hecho, que disfruten el paseo —respondió Tommy.
Nosotros salimos de la casa, cerrando la puerta tras de sí. Y solo recién cuando escuchó el pestillo cerrarse, Tommy apartó su sonrisa con un gesto brusco, como si una sombra le hubiera invadido el rostro. Sus ojos saltaron de la puerta cerrada a una foto enmarcada en un portarretratos dorado, que descansaba en un estante de la biblioteca. Angelika y yo estábamos en la playa, sonriendo porque el viento nos despeinaba. Yo con una camiseta blanca y unos bermudas de surf, ella con un pareo en las caderas y una blusa turquesa anudada a la cintura, con el ombligo al descubierto, ambos abrazados. El mismo Tommy que había sacado esa foto el verano pasado, se levantó de su asiento, tomó la imagen, acarició con un pulgar el rostro de Angelika, extrajo su pene del pantalón y decidió masturbarse en aquel solitario living, con una película de Ben Affleck en la televisión.
Y mientras su mente se embriagaba por el placer de imaginar el cuerpo desnudo de Angelika, suaves imágenes de la casa comenzaron a aflorar, y justo en el preciso momento en que veía la fuente central manando sangre, se entregó a su orgasmo.
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