VIII
No sabía qué hora era, hacía mucho tiempo ya había perdido toda noción del transcurso del tiempo. Tampoco podían guiarse por el sol ya que los días variaban a voluntad de la casa, a veces parecían más cortos, a veces más largos. Pero las noches eran lo peor, las noches eran realmente frías e interminables.
Alex dormía con la cabeza apoyada en su regazo, y ella le acariciaba el cabello maternalmente. Él se había ofrecido a hacer guardia una segunda noche consecutiva, pero ella le dijo que no podría dormir de todas formas. Había sido una buena decisión haber comido, se dijo, ya que ahora ninguno de los dos tenía hambre y podrían soportar quizá uno o dos días más sin ingerir ningún tipo de alimento, pero ver el cadáver de Brianna a medio terminar, destripado en el suelo a pocos metros de ello, le sentaba como una profanación insana, un insulto a la memoria de tan noble animal que había entregado su vida por defenderles.
Físicamente no se sentía mal, tampoco se sentía bien ni mucho menos, ambos estaban sucios de sangre, Alex considerablemente más lastimado que ella, que aún conservaba un lejano dolor de cabeza en la zona donde Tommy le había golpeado para noquearla. Tenía la ropa sucia, el cabello grasiento y sudoroso, lleno de polvo. Las ojeras tampoco le hacían justicia, los labios agrietados debido a la sed que sentía constantemente, y luchaba por hacer caso omiso de todos los fenómenos tanto sonoros como visuales que se manifestaban en la casa al caer la noche, convirtiendo aquella propiedad macabra en un aquelarre paranormal. Niñas que corrían de un lado al otro de la sala acompañadas de golpes, teleplástias en las sombras de las paredes, gritos, susurros, lamentos y llantos, correntadas de aire imposibles, las cámaras destrozadas que se movían solas.
Si bien Angelika era una mujer que había visto de todo a lo largo de sus investigaciones al lado de Alex, no dejaba de atemorizarse como el primer día, y cada vez que un fenómeno se manifestaba ella se acurrucaba aún más al dormido Alex, repitiéndose mentalmente que todo estaría bien, que nada malo les iba a pasar. Se acariciaba el vientre, y cerraba los ojos para rezar una y otra vez, hasta que aquello pasaba, al menos de momento.
Sin embargo, las ganas de orinar eran realmente incontenibles, se había aguantado durante las primeras tres horas, pero aquello ya era insoportable. Sentía calambres en el estómago y más de una vez creyó que se iba a hacer encima, pero se contuvo con gran esfuerzo. No quería alejarse de la sala para orinar en el pasillo mientras Alex dormía, no solamente por el hecho de dejarlo solo, sino que sabía perfectamente que no debían separarse un solo instante, la casa cambiaba constantemente y era muy fácil perderse en aquel sitio. Tampoco era tan simple como levantarse del suelo y acercarse a un rincón de la propia sala donde se encontraban, ya que de ser posible quería tratar de conservar un lugar medianamente limpio donde refugiarse.
Pero tampoco podía dejar que se orinase encima, de modo que, apartando la cabeza de Alex con cuidado de sus piernas, se puso de pie con dificultad, cada movimiento que hacía le pronunciaba sus dolores en el vientre y le apretaba la vejiga peligrosamente. Caminó con lentitud hacia el comienzo del pasillo, a un lado de la escalera, se bajó los pantalones y en el último instante no pudo contenerse más y orinó, dando un suspiro. Justo a tiempo, pensó.
En la negrura total de la noche era muy difícil ver algo con claridad a pocos metros delante de sí, pero de todas formas ambos se habían adaptado a la oscuridad prácticamente constante que reinaba allí adentro, teniendo en cuenta que las noches eran mucho más largas de lo normal y la casa obviamente no contaba con luz eléctrica. Podían iluminarse con las cámaras, pero hacía mucho que se habían quedado sin batería y la mayoría de ellas estaban dañadas.
Un relámpago repentino iluminó toda la sala, parecía provenir desde afuera, aunque dudaba de la posibilidad de tormentas en las últimas horas. Sin embargo, había algo que le había paralizado el corazón repentinamente. En esa fracción de segundo que había durado el destello, había podido ver que todas las paredes de la sala estaban pintadas con aquella materia negra que se había tragado a Alex, y solo decían una cosa.
3:33
Continuaba orinando, pero no se daba cuenta de ello, era como si su cuerpo tuviera una especie de autonomía propia que le era completamente paralela al miedo que estaba sintiendo en aquel momento. Reconocía muy bien esa hora, ya la había experimentado una vez, cuando se había enfrentado al espectro de su propia madre. Ahora se volvía a repetir aquello, con la única diferencia de que estaban en el ojo del huracán, dentro de la mansión, tal y como el mal los quería, en sus propias manos. Y Alex ni siquiera se había enterado de todo aquello.
En un determinado momento, unas nubes bastante espesas se habían comenzado a formar contra el techo de la sala, apenas podía distinguirlas debido a la oscuridad de la cerrada noche, pero sí podía notar sus siluetas mientras se iban formando. De la puerta de la cocina asomó una mujer, vestida con harapos grises y levitando a pocos centímetros del suelo. Parecía caminar hacia Alex, y justo en el momento en que se perdía de su rango de visión, aquel espectro desapareció sin dejar rastro.
Angelika no esperó a terminar de orinar, se subió los pantalones mojándose sin darse cuenta debido al golpe de adrenalina que estaba experimentando en ese momento. Incrédulamente, vio como había comenzado a llover dentro de la sala. En circunstancias normales se diría que estaba alucinando severamente, pensó, no se creería eso ni por asomo, pero todo era real, la cortina de agua era fría y espesa, como si estuvieran en medio de una tormenta a la intemperie. El cabello se le empapó al instante, junto con sus ropas, que se le pegaban al cuerpo. Alex se despertó confundido, en el momento en que ella se acercaba a él mirando en todas direcciones, buscando al espectro que había visto.
—¿Pero qué demonios está pasando? —dijo Alex, mirando hacia arriba y extendiendo una mano hacia adelante, recogiendo agua de lluvia en la palma.
—No lo sé, pero son las tres y media de la madrugada. Y ya sabes qué significa eso.
—¿Cómo sabes qué hora es? —le preguntó Alex.
—Las paredes están llenas de ese número —la lluvia se había acrecentado y Angelika se apretó contra Alex—. ¡Mira eso! —exclamó.
El suelo se había comenzado a llenar de agua, con pequeños charcos al principio, y con una leve capa de agua después que iba en rápido aumento a medida que la lluvia se descolgaba sobre ellos. Alex señaló al suelo y Angelika miró.
—Por algún motivo, el agua no se va por debajo de la puerta —dijo.
Había una leve separación de cuatro o cinco milímetros entre la puerta de entrada de la mansión y el suelo, pero el agua no se iba por allí hacia el patio, llegaba a la línea divisoria y se estancaba sin avanzar.
—Planea ahogarnos en ella, debemos ir arriba.
—Pero arriba quedaremos encerrados en alguna de las habitaciones, o nos perderemos.
—No tenemos más opción, debemos buscar un sitio alto hasta que pase el fenómeno —comentó Alex, mientras la tomaba de una mano y comenzaba a correr hacia la escalera.
El agua ya les llegaba hasta poco más arriba de los tobillos en el momento en que pusieron un pie en el primer escalón, pero se detuvieron en seco ya que el espectro blanquecino de una muchacha asomo repentinamente desde una pared, bloqueándoles el paso con su presencia amenazante. Detrás de ella, la pared lateral de la escalera comenzó a supurar sangre.
—¡Abajo, al pasillo! —dijo Angelika, girándose rápidamente.
Ambos corrieron al pasillo, pero también estaban encerrados por allí, un ente sombra estaba de pie esperándoles, con su clásica forma humanoide bien definida. De la antigua cocina de la mansión asomó un torrente de agua que acrecentó aún más el nivel de la inundación, que ya les llegaba hasta casi las rodillas, pero cuando aquel torrente cesó, la figura de la madre de Angelika apareció a través de la pared, primero los brazos, esqueléticos, grises y largos, con la carne pegada a los huesos cadavéricamente. Luego el tórax, desnudo, con los pechos arrugados como pasas de uva y caídos sobre su estómago, por último, la cabeza y las piernas. Se arrastró de manera amorfa por el suelo hasta ponerse de pie, y los observó ladeando la cabeza, con una sonrisa putrefacta y esquelética.
—Vengo a buscar lo que me pertenece —dijo, sin mover los labios, aunque ambos la escucharon claramente dentro de su propia cabeza. Angelika se interpuso entre Alex y ella, y negó.
—No dejaré que le hagas daño, tú no eres mi madre —respondió.
Aquel ente se abalanzó encima de ella, le dio un fuerte manotazo que la estampó contra la puerta de entrada de la mansión, dando un golpe seco al impactar contra la pesada puerta de madera maciza. Tomó a Alex del cuello y lo hundió en el agua, todo en una fracción de segundo sin darle tiempo de reacción para una posible defensa a ninguno de los dos. Las manos de aquel ser, con sus dedos esqueléticos y putrefactos, buscaban arrancar los ojos de Alex de sus cuencas.
Bajo el agua, Alex luchaba contra aquel ente lo mejor que podía, aunque no podía ver nada debido a la oscuridad de la mansión en la negrura de la noche y mucho menos estando sumergido. Angelika se puso de pie, corrió hasta él y se trabó en lucha con el ente lo mejor que su adolorido cuerpo le permitía. Cuando lo soltó, Alex aprovechó para sacar la cabeza fuera del agua y respirar una bocanada de aire.
—¡No dejaré que le hagas daño! —gritó Angelika, por sobre el sonido de la estruendosa lluvia.
El ente la miró sin comprender, como si no la conociera a pesar de que era su madre, o lo había sido antaño. Gesticuló una sola frase, con una mandíbula desencajada y espantosa.
—Tú sabes lo que debe pasar.
Se abalanzó de nuevo sobre Alex, Angelika intentó detenerla, pero la traspasó como si fuera aire y tomándolo de los brazos, lanzó a Alex contra una de las paredes, entonces se le subió encima y frenéticamente comenzó a desgarrarle la ropa hasta llegar a su piel. Varios surcos de uñas le pintaron el pecho y los brazos de sangre, que por más de que se resistiera e intentase hacer algo, el ente era mucho más rápido que Alex, y se dejó caer volviendo a sumergirse en el agua que ahora mismo le llegaba a los pechos a Angelika. Ella trató de correr lo mejor que pudo ya que el alto nivel de agua la detenía, dificultándole el avance, y tomando al espectro del cuello con su brazo derecho en una especie de llave torpe, le apoyó su mano izquierda en la frente y comenzó a murmurar una oración. El ente soltó a Alex, comenzó a retorcerse dando unos alaridos guturales bastante desagradables, hasta que se convirtió en una masa blanquecina que se disolvió con el agua de la sala. Entonces la lluvia cesó de repente, y el agua comenzó a irse lentamente por debajo de la puerta, hacia el patio principal. Una vez que el agua se drenó hacia afuera, se sentaron los dos en el suelo, contra una de las paredes, y observaron todo a su alrededor.
—¿Estás bien? —le preguntó ella, observandolo. Le había arañado con fuerza, muchas de sus heridas sanarían por si solas ya que solo habían llegado a la capa más superficial de la piel. Pero su brazo derecho a la altura del bíceps había sido severamente lastimado, tenía la marca de dos profundas garras, que imaginó debía necesitar sutura. Se quitó su propia camiseta, quedandose solo en brasier, y desgarrando un costado con sus propias manos improvisó una venda con torniquete para detener la hemorragia—. Déjame que te ayude con eso.
—Quería matarme a toda costa —dijo Alex—. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
—Lo sé, yo ya he perdido la cuenta del tiempo que llevamos encerrados aquí dentro, dos o tres noches supongo. Me siento como si hubiera perdido toda noción del transcurso de las horas.
—Mira, está comenzando a amanecer —observó Alex, señalando hacia la claridad de una ventana.
—Pero si eran las tres y media de la mañana...
—Lo sé, nada tiene relación con nada. Esto es un maldito infierno, no podemos guiarnos por las horas solares.
Ambos se acurrucaron uno al lado del otro, en cuanto el último rastro de agua se alejó bajo la puerta principal, dejando tras de sí una sala completamente encharcada. No se habían percatado del frio que hacia dentro de la mansión hasta que se vieron mojados hasta los huesos, lastimados y sin tener lugar adonde ir, como ratas de laboratorio en su jaula. Angelika estaba con la piel de gallina, y todo lo que tenía de eréctil su cuerpo se erizó al instante. Alex la estrechó contra si frotándole la espalda con una mano, pero no había nada que hacer. Recordaba su chimenea, las tardes que ambos habían pasado sentados frente a ella, comiendo avellanas y viendo el fuego crepitar encima de los leños y las piñas. Cuanto anhelaba poder salir de allí, pensó, y si lo hacía disfrutaría todos y cada uno de los días con Angelika como si fuera el último, sin dudar.
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Poco a poco la luz del sol que se filtraba por las ventanas polvorientas y sucias le fue ganando terreno a la perpetua oscuridad que reinaba en aquel sitio, y el panorama era realmente asolador, se dijo Alex, en cuanto vio la escena.
El agua se había llevado consigo el cadáver de Brianna, como si se hubiera disuelto en el noble líquido de un instante al otro, así que ahora ya no tenían nada que comer. Se apartó de Angelika y corrió lo mejor que pudo hacia el baño, bajo su estupefacta mirada, sin comprender a que se debía todo aquello. Lo siguió detrás, vio como levantaba la tapa del inodoro, luego la tapa de la cisterna, e insultaba de pronto.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—No hay agua, tampoco hay comida, el cuerpo de Brianna desapareció —respondió—. No tenemos más recursos para sobrevivir de ahora en más.
Un ruido se escuchó entonces cerca del pasillo, en ese instante ambos se sobresaltaron, pero no hicieron el menor movimiento de comprobar que había sido aquello, prácticamente acostumbrados a los diversos fenómenos que allí sucedían de forma constante. Sin embargo, el sonido se repitió, era como un suave golpeteo en el suelo, cada vez más cerca de su ubicación. Angelika se dio vuelta para salir al pasillo, pero Alex la tomó del brazo impidiéndole que siguiera avanzando.
—No vayas, déjame salir a mi primero —le dijo.
—De acuerdo, como prefieras.
Alex salió al pasillo, pero no había absolutamente nada, entonces se giró y le hizo un gesto de que podía salir con tranquilidad, pero en el instante en que Angelika cruzaba el umbral de la puerta, el espectro de Luttemberger se materializó por completo tras de Alex, no como una simple forma ectoplasmatica o como un translucido, casi parecía un humano de carne y hueso, pensó ella con el horror de la adrenalina que embriagaba su mente. Señaló hacia él y exclamó.
—¡Alex, está ahí!
Se giró rápidamente en el preciso instante en que Luttemberger avanzaba hacia él con las manos extendidas y su rostro inexpresivo. Angelika observó para el final del pasillo, donde la luz del sol aún no había llegado a iluminar completamente el rincón donde se hallaba la puerta que comunicaba al patio trasero de la propiedad, y vio que una amorfa oscuridad negra, una masa terriblemente densa, se acercaba gradualmente devorándose la luz a su paso. El primero en reaccionar fue Alex, que comprendiendo que estaban rodeados, la tomó de la mano a Angelika y corrió con ella hacia la escalera de mármol.
—¡Arriba, vamos, vamos! —exclamó.
Comenzaron a subir los escalones de dos en dos, en loca carrera desbocada, llegaron al descanso intermedio de la escalera y en el instante en que subían la mitad del segundo tramo, Alex sintió que se derrumbaba en los escalones, con tanto impulso que su rostro dio contra el mármol de uno de ellos, su nariz hizo un crujido bastante seco y comenzó a manar sangre copiosamente. Angelika giró sobre sí misma en cuanto escuchó la exclamación de dolor de Alex, y vio con espanto como el propio Luttemberger le sujetaba por un tobillo. Alex la miró, una fracción de segundo que para ella fue una completa agonía, una eternidad. Parecía decirle con la expresión de sus ojos que ya estaba completamente perdido, que siguiera sin él.
—¡No te detengas, sube! —exclamó, escupiendo sangre mientras hablaba.
—¡Alex, no...! —él la interrumpió.
—¡Huye! —dijo. Y en aquel instante, prácticamente salió volando hacia una pared de la sala, se desplomó al suelo despatarrado como un muñeco de trapo, intentó ponerse de pie con dificultad, pero se vio impulsado de nuevo contra una de las columnas de mármol de la sala, levitando con una fuerza bestial. Luttemberger lo estaba destrozando, se dijo ella, como un gato se divierte encerrando un ratón en sus zarpas.
Sin embargo, continuó subiendo, sabía que no tenía ninguna opción e intentar ayudarlo era prácticamente arriesgar su integridad física y la del bebé. Al llegar a la segunda planta se metió en la primera habitación que vio, y cerró la puerta tras de sí, aun sabiendo que era un acto estúpido ya que tampoco serviría de nada. Aquellos no eran seres corpóreos a los cuales un objeto físico les impidiera moverse con libertad, sin duda estaba por completo idiotizada por el miedo, se dijo.
Los sonidos que se escuchaban, aun desde aquella distancia en el segundo piso, eran espantosos. Golpes sordos, apagados, mezclados con los quejidos de Alex, y de pronto el silencio absoluto. El pecho de Angelika subía y bajaba respirando ahogadamente, por las lágrimas y el pánico absoluto. ¿Lo habría matado ya? Se preguntó. De pronto sintió que alguien se acercaba a la habitación, no escucho sonido alguno, pero lo sintió en su interior, aquello era tan oscuro y denso que podía sentirlo con facilidad. Luttemberger apareció a través de la puerta, ataviado con su clásico manto negro, las manos por debajo de la tela que conformaba la capa de sus hombros. Parecía un actor de aquellas películas antiguas del Conde Drácula, pensó irónicamente, en la tormenta de su terror. Eran increíble las cosas que el cerebro humano podía llegar a pensar en un momento de pánico absoluto, razonó después.
Se arrinconó en el sitio más alejado de la habitación, viendo como aquel ente se giraba hacia ella y la miraba, sin hacer ningún movimiento en absoluto, solo contemplándola.
—¡Aléjate de mí, no te acerques, hijo de puta! —exclamó.
Poco a poco sintió como su vista comenzaba a nublarse, muy leve al principio, profundamente después. Los sonidos que oía ya no eran los mismos, escuchaba todo como si estuviera dentro de una distorsión gigantesca, sintió que todo a su alrededor giraba vertiginosamente y poniendo los ojos en blanco, se desplomó al suelo, en trance absoluto.
Cuando despertó, se hallaba en el salón de una mansión decorada con grandes cuadros, e iluminada con mucho estilo y la elegancia clásica de la alta esfera aristocrática. Se observó a sí misma, tenía un vestido de enagua y volados de tul, sujeto solamente a sus pechos en un corsé blanco inmaculado que dejaba entrever un generoso escote. El mobiliario era de madera fina, labrada, y alfombras de procedencia egipcia decoraban la sala, contrastando con la alfombra roja que adornaba todo el descenso de la escalera de mármol blanco.
Le asombró que no había nadie más a su alrededor en aquel momento, sin duda estaba en una época completamente desconocida para ella, pero creyó por un momento que las imágenes de las mujeres siendo torturadas sin piedad volverían. Sin embargo, quien apareció por el pasillo, con toda la galantería que profesaba su porte social y su imponente altura, fue Luttemberger, aunque esta vez sí era un ser completamente físico. Podía notarlo en la forma de su andar, en el movimiento de su túnica negra por encima de sus hombros. Sintió un miedo atroz, porque sabía que venía por ella, y también sabía que no podía huir de allí. Retrocedió hasta que su espalda se chocó con una de las columnas centrales del enorme salón.
Luttemberger se acercó a ella, la miró con detenimiento, como si quisiera analizarle el alma con sus ojos, levantó una mano y le sujetó un mechón de cabello rojizo, entonces acercó la nariz y respiró con fuerza. Angelika le miró con creciente recelo, sus manos estaban llenas de anillos con varias serpientes y calaveras en plata y oro.
—¿Por qué tardaste tanto en venir? —le preguntó, en un perfecto alemán—. Hace décadas que te espero, como a tu madre, que por fin está conmigo.
—Deja ir a Alex, él no tiene nada que ver en tu sucia venganza.
—Se marchará, pero debes aceptar pertenecer a mí, y mi tarea se verá consumada.
Se acercó a ella en el preciso instante en que Angelika intentaba rodear la columna para esquivarle el avance, pero le era físicamente imposible, era como si estuviera sujeta a aquel momento, como si todo aquello le pareciera tremendamente irresistible. Le acarició una mejilla con la mano, una mano helada y mortal, con el pulgar rozó sus labios y en el momento en que iba a inclinarse a besarla, ella escuchó un estruendo proveniente del pasillo. La puerta que comunicaba al patio trasero de la mansión literalmente estalló hacia adentro, al mismo tiempo que un resplandor rojo encegueció a Angelika por un instante. Luttemberger se giró de espaldas, su expresión era de auténtico pavor, y por un instante disfrutó todo aquello, era muy gratificante ver a Luttemberger sintiendo miedo absoluto, igual que ella.
El calor que emanaba por esa puerta era descomunal, ladeó un poco la cabeza para mirar hacia afuera y lo que vio era realmente increíble. Tras la puerta no había patio, ni árboles, ni carteles herrumbrosos que rezaban los homicidios que allí ocurrieron, y tampoco había suelo. Un gran foso flamante y candente se extendía a todo lo ancho de su visión, lenguas de llamaradas asomaban por doquier, y Angelika pudo escuchar los incontables lamentos y llantos que provenían desde allí. Comprendió entonces lo que estaba viendo, las puertas del propio infierno, ese infierno al que había ido Alex hace mucho tiempo ya.
Una procesión de almas asomó desde la puerta entonces, todas mujeres, todas adolescentes y algunas niñas también. Vestían de un blanco impoluto, y entre ellas se hallaba su propia madre. Alrededor de unas setenta mujeres entraron por aquella puerta, y rodearon a Luttemberger mirándole con detenimiento.
—¡No pueden hacer esto, son mías, él me lo prometió! —gritó, a ese montón de mujeres que lo observaban gravemente. Una de ellas, una niña que no tendría más de quince años, a juzgar por el concepto de Angelika, dio un paso adelante y se puso frente a él. Daba cierta gracia ver la comparación de tamaños, Luttemberger con más de un metro noventa de altura, ella sin embargo casi cuarenta centímetros menos, y mirándolo tan altivamente.
—Ya no más, tu tiempo se acabó. Ahora iras adonde perteneces, porque fallaste y él lo sabe.
—¡No! —exclamó, en el preciso instante en que todas se abalanzaban encima suyo con una furia descontrolada. Observó como Luttemberger caía al suelo, todos los espectros se habían fusionado entre si formando una sustancia ectoplasmatica enorme que le sujetaba con fuerza los pies, mientras que lo arrastraban gradualmente hasta el pasillo rumbo a la puerta. Luttemberger estiró un brazo hacia Angelika, la miró como si estuviera suplicándole algún tipo de clemencia, pero ella solo se alejó dando un paso hacia atrás.
Vio entonces como Luttemberger era arrastrado retorciéndose, arañando el suelo, suplicando por su alma, hasta el borde del foso. Cayó dentro y las llamas, junto con el calor intensísimo que Angelika sentía en la piel de su rostro, se avivaron como cuando alguien mete un leño en una estufa ardiente. Luego el inmenso foso se cerró, el suelo volvió a la normalidad y la puerta también, la única que aún quedaba con ella en el enorme salón de la mansión era su madre, la cual giró el rostro hacia ella. Poco a poco sus ojos volvieron a la normalidad, los tejidos de sus músculos, su carne, su piel y por último sus ropas, un vestido blanco sencillo pero impecable. Le sonrió, y desapareció gradualmente, a medida que levitaba hacia arriba.
Fue entonces en aquel momento cuando Angelika volvió en sí. Estaba tirada en el suelo mugroso de la habitación, y ya era de noche, no sabía qué hora, ya que el tiempo estaba muy alterado. Se puso en pie, salió al pasillo y con las manos extendidas hacia adelante trató de palpar la baranda de la escalera, ya que la oscuridad era absoluta. Estuvo a punto de resbalar con el primer escalón, pero se aferró en el último segundo de caer escalera abajo.
—¡Alex! —exclamó. No obtuvo respuesta alguna.
Continuó bajando la escalera, llegó al descanso a mitad y detuvo su marcha. Intentó llamar de nuevo a Alex, pero el silencio fue lo que le respondió otra vez, así que continuó bajando. Al llegar a la sala avanzó unos cuantos metros a ciegas, con las manos hacia adelante, tropezó con algo blando y cayó de rodillas al suelo. Entonces, al estar más cerca, pudo ver con claridad. Se había llevado por delante el propio cuerpo de Alex, que yacía en el suelo. Lo tomó por los brazos e intentó acercarlo hacia ella, pero con el estado de agotamiento que tenía no pudo moverlo un centímetro de su lugar.
—Alex, por favor despierta... —le susurró, apoyándole su cabeza en el regazo. Una lágrima le goteó por la barbilla y le cayó en la frente a Alex. Su rostro estaba sucio de sangre y tierra, una costra de sangre reseca amarronada corría por su mentón pegoteándose en su pecho. Tenía moretones por todo el cuerpo, y a juzgar por la apariencia de su pecho debía tener al menos una costilla fracturada. Abrió los ojos con cierto esfuerzo, como estuviera sumido en un sueño profundo, miró a su alrededor con cierta confusión y sus ojos se posaron en el rostro de Angelika.
—¿Estás bien? —le preguntó, apenas audiblemente.
—Olvídate de mí, estas destrozado.
—No tenemos agua, tampoco tenemos comida, y tal parece que han transcurrido al menos uno o dos días más —murmuró Alex—. Ya no tenemos escapatoria, ni recursos, tampoco noción del tiempo. Estamos completamente abandonados en medio de la oscuridad, Angie.
Ella se apoyó en la pared, y recostó la nuca cerrando los ojos. Alex tenía razón, ya no daban más de sí, y también habían desaparecido los únicos recursos que tenían para continuar sobreviviendo. Alex hizo un esfuerzo por enderezar el cuerpo, dando un quejido de dolor, se recostó al lado de Angelika y dio un resoplido.
—No me rendiré, llevo un bebé en el vientre —respondió ella, con obstinación y lágrimas en los ojos.
—No tenemos absolutamente nada, a no ser que empecemos a comernos las paredes —dijo él, en cierta forma irónica—. Podríamos beber nuestra propia orina, quizá, pero de todas formas sería cuestión de tiempo antes de morir de hambre y sed.
—Sabes el significado de lo que estás diciendo, ¿verdad?
—Así es, jamás vamos a salir con vida de aquí —Alex asintió con la cabeza, y en medio de la oscuridad le acercó una mano. Ella se la tomó y entrelazó los dedos con los suyos. No tenían nada más para decirse mutuamente, y el silencio sepulcral de la sala era solamente interrumpido por el llanto de Angelika—. ¿Qué ha pasado con Luttemberger?
—Se ha ido adonde tiene que estar, las almas de sus propias víctimas fueron quienes lo arrojaron al infierno, de una vez al fin.
Un golpe sordo en la pared del pasillo se hizo escuchar, un lamento en el segundo piso, Alex se encogió de hombros levemente.
—La casa sigue su actividad paranormal como si nada, aún continúa obrando, supongo.
Angelika quedó en silencio un instante, luego dio un suspiro y habló.
—Yo quería ser madre, quería ver nuestro bebé decir sus primeras palabras, comenzar a caminar por la casa, toqueteando todo lo que estuviera al alcance de sus manitos... —murmuró con lentitud. —Y ahora solo estamos aquí, aceptando una muerte inminente y nada más —hizo memoria un instante, y luego se rio por la ironía de la pregunta—. ¿Aun estoy a tiempo de aceptar esa casa en Hawái?
—No lo creo, cariño... —sonrió Alex a su vez, a pesar de que estaba llorando. —Recuerdo que lo mejor que me han dicho de ti en la vida, fue cuando comenzamos la universidad. Era amigo de un chico en aquel entonces, me dijo que seguramente eras tan pálida que a la hora de la verdad no sabría diferenciar tu ombligo de tu entrepierna.
—¿Y le creíste?
—Tal vez un poco —respondió Alex, y ambos rieron entre lágrimas.
—Maldito infeliz —le insultó ella.
—Jamás podré olvidar ese día que te vi por primera vez. Eras la única que no conversaba con nadie, y sobresalías por eso, porque no eras como las demás chicas del montón. Tenías algo especial, aun lo tienes, luego de tanto tiempo. Hasta casi podía sentir que me llamabas, como si nos hubiéramos estado esperando mutuamente en nuestra vida.
—Yo era menos romántica en esas épocas, pensaba que eras un desgraciado más —reconoció Angelika—. Sin embargo, me gustabas en cuanto crucé esa mirada contigo, en el instante en que entré al salón. Pero no te conocía como persona, hasta que me ayudaste con los primeros exámenes, luego te paraste frente a Trelawney sin importar las consecuencias. Fue allí cuando reconocí que llevaba todos mis años esperando conocerte.
—Es bueno saber que me viste primero como a un infeliz —bromeó él—. ¿Alguna vez te has detenido a pensar como hubiera sido la vida, envejeciendo juntos?
—Seria hermosa, los primeros dos años de nuestro bebé dormiríamos menos de cuatro horas por noche, nos pasaríamos cambiando pañales y vómito a todas horas, luego vendrían las épocas escolares, luego la época de la secundaria, donde las hormonas estarían a flor de piel y nuestro hijo nos odiaría por darle reglas de convivencia, o no dejarle salir con su grupo de amigos o amigas. Y luego se iría de casa, a hacer su vida con algún amor —dijo Angelika—. Nosotros pasaríamos el resto de nuestra vejez viendo criar nietos, sentados frente a la estufa viendo como los leños arden y recordando esas épocas cuando peleábamos con demonios y éramos jóvenes, valientes y estúpidos.
—Vaya final de mierda, por suerte moriremos de hambre aquí.
—Siempre supe que eras un infeliz insensible —rio ella.
—Te amo, cariño —dijo Alex.
—Y yo a ti, en esta vida y en la que nos sigue.
—¿Tendré que soportarte una vida más?
—Ya ves que sí —sonrió ella.
—Solo espero que, en la siguiente, no tengamos ninguna habilidad parapsicológica.
—Y que lo digas —convino Angelika—. Yo también deseo ser normal.
—Normales y aburridos —asintió Alex.
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