VIII
Aquella mañana, Tommy se había despertado a eso de las ocho y media, había preparado un leve desayuno compuesto por dos huevos pasados por agua, un poco de bacon y dos tostadas con cheddar. Lisey se levantó de la cama poco después, vestida con su minifalda de siempre, su camiseta escotada y sus tacones altos.
—Buenos días, mi amor —le saludó.
—Buenos días —respondió él. Se hallaba mirando una carrera de fórmula uno en la televisión mientras desayunaba, ni siquiera se molestó en observarla cuando se sentó a su lado.
—¿Has dormido bien? —preguntó ella, acariciándole una mejilla. Tommy la miró de reojo.
—Sí, gracias. ¿Cuánto maldito perfume te has puesto esta vez?
—El suficiente para encenderte, cariño —respondió Lisey, mordisqueándole el lóbulo del oído izquierdo. Tommy la empujó hacia el costado y se levantó bruscamente del sillón. Una tostada se le cayó a la alfombra, pero no le dio importancia.
—¡Basta, pedazo de puta! —le gritó— ¿Es que no tienes otra cosa que hacer? ¡Me tienes cansado!
—Pero solo quiero complacerte, cariño. Vine aquí para eso.
—Déjame en paz, complácete tu sola, haz lo que quieras —respondió Tommy, de mala gana. Se acercó a la alfombra para recoger la tostada caída, mientras que Lisey se quitaba la minifalda, abría las piernas y comenzaba a masturbarse con total naturalidad. Levantó la vista en el preciso momento en que Lisey cambiaba de forma, pareciéndose a Angelika. Se quitó un pecho por fuera de la camiseta, dando un pequeño gemido de placer, y aquello fue suficiente para que una potente erección le atacase, a pesar de la ardiente noche anterior. Se desprendió la bragueta mientras que Lisey sonreía, separando un poco más las piernas. Él la penetró con rapidez, mientras ella rasguñaba su espalda con un deseo abrumador, y el acabó por compromiso, más que por otra cosa. Ella se retorció de placer a su vez, llegando al orgasmo al mismo tiempo que Tommy.
El timbre de la puerta sonó en aquel momento, Tommy no esperaba visitas y se preguntó quién podía ser a esas horas. Se subió los pantalones de nuevo, abrochó el cinturón y le hizo un gesto hacia la escalera.
—Desaparece —le ordenó. Ella se volvió a meter el pecho dentro de la camiseta, se subió la minifalda, y se alejó rumbo a la habitación. Tommy entonces abrió la puerta.
Vestido con su clásico traje formal gris estaba Lucifer, sonriente como de costumbre. Tommy lo miró con el ceño fruncido, si soportar a Lisey era ya un motivo para ponerle de mal humor, ahora esto era el colmo del día.
—Pasa —le dijo, apartándose a un lado. Lucifer entró a la sala.
—¿Cómo van tus asuntos, mi hermano? —preguntó, respirando con fuerza—. Ah, huele a sexo salvaje y alocada lujuria, me encanta eso.
—No te esperaba.
—Estoy en todas partes, jamás me esperas —respondió—. Ahora cuéntame un poco, ¿qué tal tus días, Tommy?
—Se puede decir que normal —dijo, con poco entusiasmo en el tono de su voz.
—Angelika ya empezó con la investigación de la casa. Dentro de poco deberás mover el culo y poner manos a la obra, mi amigo.
—Bien —respondió Tommy.
Lucifer lo miró con detenimiento, con la sonrisa bailándole en el rostro como si estuviera fijada con algún tipo de magia desconocida. Luego se acercó a él, hablándole en susurros. Su aliento caldeaba recalcitrante, y apestaba a fuego y azufre.
—Deberás hacer un muy buen trabajo, Tommy. Todo tiene que salir a la perfección.
—Lo sé —respondió—, ¿y luego qué?
—¿Luego? Tendrás a Angelika en tu poder, como habíamos acordado —abrió los brazos en gesto exasperado—. ¿Hay que repasarlo todo de nuevo? ¿En serio?
—Creí que una vez que cumpliera mi trabajo saldrías con alguna de tus tretas y me exterminarías como un insecto
Lucifer rio salvajemente.
—No, mi amigo, soy de palabra —dijo—. Quiero que hagas el trabajo tú, que entres al ruedo de los ganadores. Yo podría hacerlo con mis propias manos si quisiera, sería como quebrarle el cuello a una gallina, pero vamos, ¿qué gracia tiene?
—¿Y por qué no lo haces?
Lucifer lo observó con detenimiento, y sonrió con evidente saña.
—Te noto un poco alterado, ¿está sucediendo algo que no me has contado? —se dirigió hacia uno de los sillones, señalando con un dedo— ¿Puedo sentarme aquí? No, espera... aquí acabas de tener sexo, mejor iré al otro sillón.
—Lisey me tiene cansado, cuando no quiere sexo todo el día pasa masturbándose por los rincones de la casa. ¡Cielo santo, hasta parece enfermizo! —exclamó—. Mi concepto de buena vida sin duda no era este, sino más normal. Apenas van unos pocos días con ella, y ya estoy enloqueciendo.
—Más normal... —respondió Lucifer, enmarcando comillas con los dedos. Se puso de pie y exclamó. —¡Berphomet!
Lisey bajó las escaleras con gesto apesadumbrado, no le gustaba para nada su tono de voz.
—¿Me llamaba, amo? —preguntó.
—¿Qué estás haciendo con Tommy?
—¿Yo? Nada. No entiendo...
Lucifer la tomó de un brazo repentinamente y la lanzó contra una pared, con una fuerza imponente. Lisey dio un alarido de sorpresa y se golpeó la frente. Unas gotas de sangre comenzaban a caer al suelo, y Tommy quedó estupefacto ante la reacción de Lucifer, viendo como ella sangraba, llorando en el suelo.
—¡Claro que entiendes! —gritó, con voz poco humana. Sus ojos se tornaron completamente negros y vacíos, aunque muy en el fondo un resplandor rojizo parecía crepitar como el fuego en el fondo de un horno funerario—. Para mí sería fácil chasquear los dedos y devolverte a la jaula de donde te saqué. Es más, creo que debería hacerlo y buscar otra sierva para que le haga compañía a Tommy sin fastidiarlo tanto. Quizá lo que estás buscando es eso.
Algo se removió dentro del propio Tommy, algo que ni siquiera él mismo podía definir con exactitud hasta ese momento. Sintió algo por aquella chica que sangraba en el suelo. Extendió una mano hacia adelante de forma trémula, nerviosamente.
—¡No, no lo hagas! —exclamó. Lucifer lo miró con cierta sorpresa.
—¿No estabas harto de ella?
—Sí, pero no la envíes de nuevo al infierno.
—Entonces quizá debería enviarte a ti en su lugar.
—Hazlo, te quedarás sin tu asesino a sueldo —respondió, desafiante—. Tendrás que ensuciarte las manos por tu propia cuenta, ¿o es mucho trabajo para ti?
Lucifer entonces se abalanzó hacia Tommy, lo tomó del cuello y lo levantó diez centímetros del suelo, como un muñeco de trapo.
—No me provoques, porque te mataría antes que siquiera puedas cumplir con tu tarea —dijo.
—¿Y qué esperas, entonces? —murmuró, sintiendo que el pecho se le oprimía por la falta de aire.
—Berphomet no es un juguete de feria que te aburres de usarlo y lo tiras, por si no lo sabias, te di mi mejor sierva —dijo Lucifer, con lenta parsimonia. Tommy pataleaba, sin poder respirar, pero resistiendo—. Podría estar allí abajo, sentado cómodamente en mi trono, haciendo que me chupase el nabo. Pero te la he dado a ti, ¿y te quejas de esta forma? Vaya mierda de ingratitud.
—Púdrete... —murmuró Tommy, con un graznido ahogado.
—¿Qué has dicho? ¿Que lo sientes? —Lucifer rio, y justo cuando Tommy comenzaba a caer en la sombra oscura de la inconsciencia, lo dejó caer. Se desplomó en el suelo, entre toses desgarradoras, aferrándose la garganta con una mano. Los colores del mundo volvieron de repente, y el simple acto de tragar saliva le dolía—. Prepárate a escuchar mi señal, cuando te dé la orden que vayas a la mansión, ve. Todo continuará como hemos planeado —avanzó hasta la puerta, tomó el picaporte en las manos y se detuvo un momento como pensando—. Adiós colega, pórtate bien.
Se retiró de la sala en silencio y rápidamente. Cuando Tommy se recuperó un poco, se puso de pie y se dirigió hacia el rincón donde Lisey seguía tirada, sangrando y llorando.
—Lisey, déjame ver esa herida... —dijo. Ella le apartó la mano de un golpe.
—¡No me toques! —le gritó— ¡Solo quería complacerte!
—Lisey, escúchame.
—¡No! —exclamó ella. Se puso de pie rápidamente, para dirigirse al baño a limpiarse la cara y revisar el corte de su frente, pero a los dos pasos se mareó y cayó de bruces en uno de los sillones. Tommy la miró y corrió hacia ella.
—Lisey, lo siento, déjame que te ayude, vamos —le rodeó con un brazo la cintura, y pasó el de ella por sus hombros. De esta forma la llevó al baño, le lavó la cara y le limpió la sangre de la herida, que comenzaba a coagularse en una costra pequeña y amarronada. Le curó con una tira de gasa y cinta blanca, y la ayudó a subir las escaleras hasta sentarla en la cama. Intentó hablar con ella, pero no hubo forma, y sintiéndose el tipo más miserable del mundo, bajó al living, a terminar su desayuno y meditar un poco mejor las cosas.
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Lisey no volvió a salir del cuarto durante todo el día, hasta pasadas las nueve de la noche. Tommy estaba mirando un partido de hockey sobre hielo cuando la vio bajar las escaleras, llevaba un suéter largo, un pijama de franela y unas pantuflas peludas. El pelo no lo llevaba suelto, sino recogido en un moño, y tampoco llevaba perfume ni maquillaje. Parecía más un ama de casa tradicional que una fogosa amante, él la miró sin comprender.
—¿Qué pasó con tu ropa? —preguntó asombrado.
—La he cambiado.
—Lisey, ¿te sientes bien?
—Sí, eso creo.
—¿Entonces?
Ella le miró unos momentos, luego bajó la mirada antes de hablar.
—Siento si te he molestado durante este tiempo.
—Escucha, yo no... No debes disculparte, tú no... —titubeó él.
—¡Sí, he hecho todo mal y lo sabes! —explotó ella en llanto. Tommy la miró—. Yo solo quería disfrutar este cuerpo humano cuanto pudiera, nada más. ¿Es que no te gusto? ¿No me quieres? ¿No soy lo suficientemente humana para ti?
—Sí, me gustas, pero...
—¿Qué? ¿Por qué siempre hay un pero que objetar? ¿No soy suficiente mujer para ti?
—Pues, para empezar, tu furia es muy humana, muy mujer —respondió Tommy. Le parecía irónica toda la situación en general, y tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse, presa de los nervios.
—Si tan solo pudiera serlo de verdad... —murmuró ella.
—Cuéntame de ti, Lisey — Soltó de repente. Ella le miró confundida, con sus ojos azules observando fijamente los de Tommy, sin comprender la pregunta.
—¿Por qué?
—Porque me interesa saber que piensa un demonio. Porque siempre te he tratado como si fueras una cosa, un objeto, y no está bien. Me gusta pensar que tienes sentimientos junto con esta forma humana, y quiero saber que sientes.
—No siempre fui un ser infernal, participé en la rebelión de Lucifer contra Dios, en el principio de los tiempos —comenzó a narrar—. Hay un paraíso, hay un cielo, y también un agujero putrefacto y ardiente. Tu hermano lo ha visto, él sabe cómo se siente estar allí, sin salida por el resto de la eternidad. No deseo ser humana solo por esto —Lisey separó las piernas y se palpó encima del pijama—, sino porque quiero salir de esa cárcel eterna, quiero ser libre, de una vez. El infierno no es más que una miserable repetición de tus propios temores más perversos.
Tommy reflexionó en las palabras de Lisey, asintiendo con la cabeza. La verdad era que desde esa mañana se había sentido un imbecil durante todo el día, no dejaba de recordar la expresión temerosa y desdichada de aquellos ojos azules, su rostro sumido en la más honda expresión de sorpresa, y su cabello rubio apelmazándose contra su frente sangrante. Lo miraba como queriendo comunicarle que Lucifer la había atacado por su culpa.
Y si se ponía a pensar con objetividad, así era.
¿Qué le estaba pasando? Se preguntó para sus adentros ¿Acaso esa demonio con forma de mujer atractiva, le estaría haciendo sentir cosas nuevas? No creía que eso fuera posible, pero también era muy probable. Ella solo había querido hacer lo mejor, cumplir las órdenes que le habían indicado de la mejor manera, por su culpa ella había sido atacada, y había cambiado su forma de ser.
Solo por la culpa del maldito egoísta de Tommy, se dijo, con creciente furia. Y en su cabeza apareció la imagen de Lucifer, sonriendo, diciendo aquella frase de mierda que le había estado carcomiendo la mente durante todo el día.
"Podría estar allí abajo, en mi trono, haciendo que me chupe el nabo."
En tus sueños, hijo de puta. No mientras pueda evitarlo, pensó para sus adentros.
Miró a Lisey de nuevo, tomó sus manos, y ella hizo el intento de retirarlas, pero él se las sujetó con firmeza, hasta que la notó más tranquila, sin intentar oponer resistencia. Entonces le acarició el dorso con el pulgar, con calma y suavidad.
—Creo que puedo hacer algo por ti —le dijo.
—No digas cosas que sabes son imposibles.
—Nada es imposible, tengo un plan en mente.
—¿Lo dices de verdad? —preguntó ella, sin comprender— ¿Por qué quieres ayudarme?
—Porque si está a mi alcance poder hacer algo bueno por alguien, aunque sea una vez en mi vida, entonces lo haré sin dudar. Además me importas, y te quiero.
Lisey sonrió emocionada. Era la primera vez en todo aquel tiempo a su lado, que Tommy le decía algo bonito.
—Tú eres bueno, no yo.
—Yo he pactado con él, así que no soy bueno.
—No dudo de que tengas buenos sentimientos, yo no tengo nada para ofrecer. Todo esto no es real, solo soy un demonio con apariencia de mujer —dijo, palpándose las mejillas con la punta de los dedos.
—Eso está por verse. Voy a dormir, ¿quieres venir?
—Lo siento, ya he dormido esta tarde, he llorado hasta el agotamiento —respondió, apenada.
—No te preocupes, entonces solo miraremos una película, ¿te parece? —sonrió él, más animado, ayudándola a levantarse—. Haré palomitas saladas. ¿Te gustan?
—Claro, me encantaría.
Tommy preparó un paquete tamaño familiar de Popcorn Rendyx instantáneo, lo vertió en un bowl de aluminio, y dejó que Lisey le pusiera sal a gusto. Subieron al cuarto, ella llevando el tazón y Tommy una coca cola tamaño familiar que tomó del refrigerador al pasar.
Al llegar a la habitación, Tommy se quitó la ropa y se metió en la cama, Lisey entonces encendió el reproductor de DVD y metió una película de terror dentro, con la cara de Di Caprio en la contraportada del disco. Luego se quitó la ropa a su vez, se recostó en la cama y entre ambos solo quedó la botella de refresco y el tazón de palomitas. Una hora después, habían terminado casi todo el tazón y más de media bebida.
Tommy apartó el recipiente, dejándolo en el suelo sobre la alfombra, miró a Lisey y le acarició una mejilla. Estaba increíblemente hermosa, pensó. Qué más da si es un demonio o no, es Lisey, es ella y nada más. Ella le miró a su vez, no parecía el Tommy anterior, grosero y sin ningún tipo de interés. Entonces ocurrió algo que realmente la sorprendió.
Tommy la besó. No fue un beso apasionado, sino apenas un roce. Fue tan sentido, tan delicado y tierno, que bastó para excitarla, y de forma subconsciente comenzó a cambiar de forma, como de costumbre, pareciéndose gradualmente a Angelika, pero Tommy se separó de ella un instante.
—No, por favor.
—¿Qué pasa? —preguntó, sin comprender.
—No cambies, quiero apreciarte tal cual eres.
—¿Lo dices en serio?
—Sí.
Ambos se abrazaron mutuamente, enredándose uno con el otro, y después de mucho tiempo, al fin y al cabo, Tommy pudo apreciar el amor realmente.
Hicieron el amor durante dos horas en las cuales Tommy halló la forma de analizarse a sí mismo en todo momento. Se sentía bien con ella, se había enamorado en verdad en solo una fracción de segundo, la quería con locura, y se sentía culpable consigo mismo por descubrirlo recién ahora.
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Despertó poco más de pasadas las nueve de la mañana, haría muchísimo calor, lo sabía, se podía sentir aun tan temprano que el aire se tornaba sofocante con el correr de los minutos. Lisey estaba dormida aun, apoyada en su brazo izquierdo entumecido, lo retiró con cuidado de no despertarla, y comenzó a vestirse en silencio. Se calzó sus botas para la arena, y bajó por las escaleras silenciosamente, entró en la cocina, revisó el refrigerador, y comprobó que dentro había dos paquetes de doce latas Red Cat en el congelador. Tomó uno y lo subió a la camioneta. En el momento en que volvía al living para buscar las llaves del vehículo, Lisey estaba de pie al final de la escalera, vestida con su pijama.
—¿Adónde vas? —le preguntó ella, sin entender, y adormilada aún.
—Tengo que reunirme con Lucifer. Las cosas han cambiado bastante.
Temerosa, Lisey creyó por un momento lo peor. Se abalanzó a sus brazos, luchando por no llorar, se aferró a su espalda y hundió la cara en su pecho.
—¡No hagas que me envíe de nuevo allá abajo, por favor, te lo suplico! —rogó. Tommy le tomó de la barbilla haciendo que le mirase.
—Justamente es lo que intentaré evitar.
Lisey le miró, con los ojos azul marino ligeramente acuosos, y sonrió.
—Te quiero, Tommy —dijo, en un suspiro.
—Y yo.
Ambos se besaron un momento, luego él se separó, y tomando las llaves de la 4x4, salió afuera. Lisey lo observó salir a la calle dando marcha atrás con el vehículo, luego alejarse calle arriba, y solo cuando se perdió de vista se alejó de la puerta.
Tommy condujo en silencio durante una hora, bebiendo una lata tras otra de cerveza fresca, se hallaba de buen humor y pensaba que nada podría alterar aquello, ni siquiera el mismo Lucifer. Había detenido su marcha para llenar el depósito de gasolina, y luego había frenado al costado del polvoriento camino hacia el desierto dos veces, para orinar. En la primera, había hecho un intento de dibujar una carita feliz en la tierra con el chorro que expulsaba, entonando lo mejor que podía, el himno estadounidense. En la segunda, solamente se había conformado con orinar sin más, tarareando distraído una estrofa de una canción de Creedence, sonriente, con las pelotas al aire.
Se tomó su tiempo para llegar al Arizona, salió de la carretera y se metió por la fina arena roja unos quince kilómetros, hasta que observó el mismo cuervo de siempre, parado en el medio de una gran duna. Tommy estacionó cerca, tomó en su mano la última lata que le quedaba y apagando el motor bajó del vehículo.
El calor era sofocante, y alejarse del cómodo aire acondicionado de la camioneta se hizo sentir prácticamente enseguida, su camiseta se pegó a su pecho y a sus axilas con molestia. Miró hacia todos lados y esperó, no había noticias de el por ningún lado. Quizá no apareciera, lo cual implicaba que todo aquel viaje había sido inútil y tendría que volver a insistir otro día, se dijo.
—¿Te has dado cuenta que realmente había algo más que no me estabas contando? —dijo la voz de Lucifer detrás de él. Tommy giró sobre sus talones y lo vio aparecer caminando tranquilamente por el lado izquierdo de la camioneta, con su impoluto traje gris de siempre.
—Creí que no ibas a venir.
—Claro que sí, si ya sabes que estoy en todas partes. Ahora dime, ¿qué sucede?
—Quiero cambiar mi pacto.
Lucifer sonrió, haciendo un gesto sorprendido. Abrió los brazos dando un paso hacia atrás.
—¿En serio? ¿Ahora por cual puerta te vas a decidir, la uno, la dos o la tres? —respondió, haciendo la pantomima de abrir puertas, como en un concurso televisivo—. No pensé que fueras tan indeciso, la verdad.
—Ya no quiero a Angelika en mi poder, ni quiero mi vida realizada —dijo Tommy. Lucifer lo miró ahora verdaderamente sorprendido.
—¿Ah no? Vaya... —murmuró. —¿Y entonces que es lo que quieres?
—Quiero dos cosas. Primero que vuelvas humana a Lisey, y segundo, que cuando muera no la vuelvas a tomar en tus sucias garras. Déjala libre, que vaya adonde tenga que ir, adonde sea que le corresponda según la vida que haya tenido aquí.
Lucifer comenzó a reír a carcajadas, con las manos encima del vientre. Se detuvo un segundo para mirarlo con detenimiento y luego volvió a reír. Tommy lo observaba, acabó su cerveza, estrujó la lata vacía en sus manos y luchó con su fuero interno para no arrojársela a la cabeza, con tal de que dejara de reírse de aquella forma.
—¿Eso es amor, verdad? No me jodas que huelo amor en el aire.
—Eso no te importa —respondió Tommy.
—Oh, claro que me importa —sonrió—. ¿De verdad te enamoraste de una demonio solamente porque tiene forma humana? De verdad, sabía que estabas afectado emocionalmente, pero nunca pensé que tanto, mi amigo —se acercó a él y le golpeó la frente con suavidad—. ¡Ey, creo que ahí no hay nadie!
—Trata de decidir lo que harás, no tengo todo el día —dijo Tommy, retirándose hacia atrás.
—Es que no sé, Berphomet es una buena sierva...
—Bien, hasta luego entonces.
Tommy arrojó la lata de cerveza vacía a la arena, y comenzó a caminar rumbo a su camioneta, pero Lucifer se giró y le miró con una sonrisa.
—¿Vas a abandonar la tarea, así como así, pretendiendo que te deje ir sin más? Recuerda que eres mío, no puedes retroceder.
—Claro que puedo, mátame si quieres, de todas formas, me dejes vivo o no, vas a tener que hacer tú mismo las cosas de ahora en más —Tommy se encogió de hombros—. Me da igual lo que hagas conmigo, más tarde o más temprano moriré, ya sea por tu mano o por el paso de los años.
—¿De verdad solamente quieres la liberación de Lisey? Vaya, que altruista te has puesto de repente.
—Ya ves.
Lucifer lo miró sonriendo un instante. Y luego asintió con la cabeza.
—Bien, ya está hecho. Lisey no me pertenece, es humana a partir de ahora —se acercó a Tommy rápidamente y lo miró fijo. Sus dientes crecieron gradualmente de una forma terrible, y sus ojos cambiaron de color hasta volverse completamente negros—. Pero escúchame bien, pedazo de imbécil, si por esas casualidades decides tomar a Lisey y llevártela lejos, o fallar en tu misión, te juro que no habrá lugar en la faz de la tierra donde puedas esconderte de mí furia, ¿has entendido?
—Fuerte y claro —respondió—. ¿Puedo largarme ya?
—Adelante, ya nos estaremos viendo nuevamente.
Tommy se alejó rumbo a la camioneta, subió dentro y sintió que se volvía a refrescar. El sudor que había comenzado a inundar los pliegues de su frente comenzó a evaporarse a medida que encendía el motor y giraba en una gran U volviendo a encaminarse a la carretera.
Miró por el retrovisor una vez que emprendió el camino recto, Lucifer seguía allí de pie, con las manos atrás de su espalda, sonriendo con esa expresión burlona que parecía tener todo el tiempo, casi igual a la que él tenía antes, en casa de su hermano, se dijo, y se sorprendió a si mismo respirando agitadamente, casi al borde del colapso nervioso.
Había sido muy fácil, pensó. Pero, ¿por qué? De pronto sintió la enorme necesidad de llegar cuanto antes a su casa, necesitaba saber de Lisey.
En cuanto sus ruedas tomaron la tracción asfaltada de la ruta polvorienta, pisó el acelerador a fondo y las revoluciones de la 4x4 rugieron protestando, los neumáticos traseros dieron un chirrido breve, y Tommy comenzó a viajar de 70 a 130km/h. Su mano se estiró hasta el botón de la radio, pero no la encendió, luego de titubear un instante. Preferible viajar en silencio, la música acabaría por terminar de enloquecer su ya perturbada cabeza, pensó.
Demoró menos de la mitad de tiempo en volver, estacionó descuidadamente, apagó la calefacción y el motor del coche, bajó y entró a la casa casi golpeando la puerta al cerrar. Tenía la horrible sensación de que había sido demasiado sencillo, estaba plenamente convencido de que Lucifer se opondría a su nuevo trato, de que no soltaría a Lisey jamás. Y sin embargo había aceptado aquello de una forma muy calmada, como si no le importara en lo más mínimo.
—¿Lisey? —llamó. No había respuesta.
Cruzó el living observando el pasillo, la cocina, no había rastro de ella. La punzada del miedo comenzó a palpitarle en una sorda jaqueca, aunque trató de mantenerse lo más sereno posible.
—¿Lisey? —llamó de nuevo, poniendo las manos alrededor de la boca. Esperó, y nada.
Por Dios, no puedo permitir que nada malo le suceda, se dijo mentalmente. Subió los primeros cinco escalones, se detuvo en el descansillo y esta vez casi gritó.
—¡Lisey, háblame!
Desde el segundo piso de la casa le llegó un débil lamento, casi imperceptible de no haber sido por el silencio que reinaba, y el estado de máxima alerta de Tommy.
—Aquí estoy, ayúdame...
Me has mentido, grandísimo hijo de puta. Le has hecho daño.
—¡Lisey, quédate ahí, no te muevas, subo enseguida! —exclamó, comenzando a subir la escalera en una carrera que le llevaba de a tres escalones a la vez. Al llegar al baño empujó la puerta con violencia y la vio. Lisey estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra uno de los laterales de la enorme bañera, agarrándose el vientre con ambas manos. Estaba contraída sobre si misma, con una gran mueca de dolor en su rostro, y una mancha roja en la entrepierna de su pijama—. Oh querida...
—Me duele mucho, Tommy... tengo miedo, ¿qué me está pasando? ¿Estoy muriendo? —dijo ella, con cierto miedo mezclado con dolor.
—No, no estas muriendo, aunque algunos meses sientas que sí —sonrió él—. Es tu periodo, Lisey. Bienvenida al reino de los humanos, esto te sucederá una vez al mes durante algunos días, y es completamente normal.
—¿En serio? ¿Soy humana?
—Sí —Tommy se puso de cuclillas y la ayudó a levantarse—. Ven cariño, te ayudaré a limpiarte y te pondré ropa limpia. Tengo unas cuantas cosas que explicarte sobre esto, mañana te compraré tus primeras pastillas.
Lisey sonrió complacida. Se sentía diferente, se sentía agradecida, pero por sobre todas las cosas se sentía mucho más viva que nunca. Y Tommy a su vez, también.
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