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VIII

Al día siguiente partimos rumbo a la casa de la familia Huts con cierto aire nervioso y pesado. Angelika se dio cuenta de mi nerviosismo, me conocía bien además que lo podía percibir dentro de sí. Cuando apoyé una mano en la palanca de cambios, ella me la palmeó a su vez sonriendo, en un gesto que ya se le había hecho una cierta costumbre.

—Debes estar tranquilo, querido. Confiemos que todo saldrá bien —me dijo.

—Esperemos —miré por el espejo retrovisor—, ¿has cargado todo, verdad? Espero que no te hayas olvidado de nada —Tommy me miró y asintió con la cabeza silenciosamente.

Suspiré, puse primera y arranqué. Conduje en silencio, ni tenía ganas de escuchar música, cualquier ruido que no fuera mis propios pensamientos me crispaba los nervios. Mientras íbamos en viaje mi mente comenzó a cavilar sobre mi vida últimamente. Tenía una mujer hermosa a mi lado, a mi querido hermano, y vivíamos independientes del mundo y de la vida normal. Eso, en parte, me gustaba mucho. Cuando salíamos a comer con Angelika, veía a jóvenes trabajando en Burger King, con sus caras cansadas y tristes, carente de sueños, trabajando en esa mierda porque el mercado no les daba nada mejor, sin importar sus estudios. Y nosotros en cambio, hacíamos lo que nos gustaba, ayudar a las personas, decirles a sus familiares que sus muertos estaban bien, correteando por verdes praderas florales, bajo un radiante sol celestial. Pero como en todo trabajo, tenía sus cosas buenas y malas, y esto, definitivamente era algo muy malo. Nunca habíamos realizado un exorcismo antes.

Y estimado lector, usted se preguntará cómo es posible que Alex y Angelika, la pareja de psíquicos tan bien documentados podía tener miedo, y le diré que efectivamente yo estaba cagado de pánico. Sabía a qué nos enfrentaríamos, muchas cosas podían salir bien, como también muchas otras podían salir terriblemente mal.

Llegamos al fin al hogar de la familia Huts. Me estacioné frente al portón de entrada y toqué un par de veces la bocina. Desde adentro salió la madre de las niñas, aun en pijama. Nos abrió el portón y se hizo a un lado para que pudiera ingresar al patio con el coche. Estacioné cerca de la puerta, tomé las cosas que habíamos cargado en el maletero del vehículo y asentí con la cabeza cuando ella se acercó a nosotros.

—Es la hora de ayudar a su hija, señora —dije.

—Gracias a Dios por eso. Pasen, está dormida.

—Mejor así, nos reconocerá enseguida —comentó Angelika. Luego aclaró—. Ella no, sino lo que la gobierna dentro de sí.

Entramos a la casa, que se hallaba en el más absoluto silencio. Nos señaló con un gesto de la cabeza la puerta entreabierta de la habitación donde dormía Michelle.

—Allí es.

—¿Tiene a quien llamar para que se quede con su hermana pequeña? Lo que verá aquí no es conveniente para ella.

—Puedo telefonear a Nicholas, nuestro vecino de aquí junto —dijo, encaminándose hacia el teléfono de línea que descansaba en su soporte colgado a la pared. Comenzó a marcar el número con prisa y a hablar en susurros.

Yo asentí con la cabeza mientras que, con ayuda de Angelika, comenzaba a colocar crucifijos de diversos tamaños que habíamos traído dentro de un bolso mediano.

—Esto será como acercar ajo a un vampiro. Tommy, enciende la filmadora, quiero que hagas unas cuantas tomas a la casa en general y a nosotros.

Tommy sacó del sobre de viaje la filmadora Canon y encendiéndola comenzó a hacer un paneo por la casa. En ese momento una de las ventanas abiertas de la sala se cerró de un portazo. Angelika y yo nos giramos sobre nuestros talones.

—¡Jesús! —exclamó mi hermano.

—Los objetos religiosos empiezan a surtir efecto, están provocando cualquier entidad maligna que esté aquí dentro.

Tommy me enfocó.

—Te veo con miedo, hermanito —yo sonreí. Levanté mi dedo medio ante la cámara.

—Jódete.

En ese momento la señora Huts colgó el teléfono y giró hacia nosotros.

—Nicholas estará aquí en cinco minutos —dijo.

—Bien, enfócame Tommy —una vez tuve la cámara frente a mi comencé a relatar, al tiempo que me colgaba la bufanda violeta de Angelika alrededor del cuello, y sacaba mi biblia del bolsillo del interior de la chaqueta—. Estamos en estos momentos dentro de la casa Huts. Michelle, la pequeña poseída, aun duerme luego de la última bendición que le dimos. Una ventana se ha cerrado sola hace un momento y el ambiente se ha tornado muy pesado y frio, no sé si Angie puede sentir lo mismo, pero al parecer la temperatura ha descendido al menos unos diez grados —miré a Angelika, la cámara la enfocó y ella asintió con la cabeza. Luego volvió a enfocarme a mí—. Junto a mí se halla en cámara, mi hermano Tommy, como familiar de la víctima su madre, la señora Huts. Procederé a realizar ahora mismo una bendición de protección, y cuanto antes iniciaremos el ritual.

Me coloqué frente a Angelika y cerrando los ojos levanté mi mano derecha con la palma hacia su rostro, murmuré mentalmente una oración, hice la señal de la cruz y luego giré para ponerme frente a la madre de la niña. Luego frente a Tommy, que filmaba sin parar con la cámara. En ese mismo momento alguien golpeó suavemente la puerta principal.

—Debe ser Nicholas —dijo la señora Huts, caminando hacia allí. Un hombre de quizá unos cuarenta años con frondoso cabello negro, peinado con raya al medio y bastante jovial para la edad que aparentaba, ingresó a la casa. Ambos se saludaron con un beso en la mejilla, pero pude sentir dentro de mí que había una historia personal entre ellos que nadie más sabía.

—Gracias por venir, estas personas se encargarán de sanar a Chelly.

—No hay problema —respondió aquel hombre, un tanto extrañado. Angelika me miró, ella pudo notar en ese momento, al igual que yo, que Nicholas no creía en nada relacionado al esoterismo. La señora Huts se ausentó con paso rápido un instante y volvió a la sala acompañada de su niña pequeña, bastante adormilada.

—Ve con Nick, mi cielo. Nosotros nos ocuparemos de tu hermana, mientras tanto no deben entrar a la casa bajo ningún concepto —la niña no contestó, simplemente se dejó guiar hacia el hombre que la esperaba con un brazo extendido. Le tomó la mano y ambos salieron, una vez solos en la casa suspiré nerviosamente.

—Bueno, allá vamos —dije.

Entramos de uno a la vez en la habitación de Michelle, y nos detuvimos de cara a la cama donde la niña dormía plácidamente. La señora Huts encendió la luz, una lámpara de techo parpadeó unos instantes y luego se terminó de apagar.

—Maldición... —murmuró Tommy, detrás de la cámara, respirando agitadamente.

—No se preocupen, tenemos la veladora —dijo la señora, la cual encendió sin problemas.

—Recuerden, no será Michelle, será algo más, peligroso y lleno de odio. No tengan piedad y tampoco lo escuchen —miré a la señora Huts—. ¿Pudo conseguir los crucifijos?

—Sí, los iré a buscar enseguida.

—También necesitaré correas de amarre. Si no las tiene no se preocupe, con un par de cinturones me bastaría para retenerla a la cama.

Desapareció por el pasillo fuera de la habitación rápidamente, y volvió al poco con cuatro enormes crucifijos de madera y bronce, y un gran rosario exageradamente grande de madera que me imaginé, debía medir al menos un metro, completamente estirado. De su antebrazo derecho traía dos cinturones de cuero, bastante gastados. La ayudé a distribuir todo aquello por la habitación, atarle las muñecas a Michelle a la cabecera de la cama, y luego tomé mi lugar frente a ella.

Mi hermano se situó en una esquina de la habitación para poder captar todo dentro del cuadro de enfoque. Yo abrí la biblia, y miré a mí alrededor. El cuarto era precioso, pintado de un blanco inmaculado, algunos osos de peluche descansaban sobre un armario donde suponía que estaba la ropa de la joven. Un escritorio con unos cuantos libros y novelas de adolescente, y casi sin darme cuenta sonreí. Todo irradiaba una inocencia mezclada con ese intimismo propio de una señorita, que poco a poco, va pisando el terreno de una mujer.

—¿Qué sucede? —preguntó Angelika, mirándome atenta.

—Nada, solo que el cuarto es hermoso. Mírala dormir, tan placida, ¿cómo puede ser que un engendro maldito esté dentro de ella? Que injusticia —mis palabras habían provocado las lágrimas en su madre. Puse mi mano en el hombro de la señora Huts—. La sanaremos, haremos todo lo que podamos, ¿están todos listos?

Todos asintieron con la cabeza. Mirando a la niña dormir, clamé a viva voz.

—Que el poder de Cristo esté con vosotros.

—Y con tu espíritu —me respondieron en coro. Michelle comenzó a retorcerse en la cama, como si tuviera una especie de pesadilla. Bajo sus parpados, sus ojos se movían nerviosamente de un lado a otro, aterrados.

—En el principio era el verbo, y el verbo era con Dios, y el verbo era Dios. Este era en el principio con Dios —Michelle abrió los ojos, en blanco, y retorciendo sus dedos se aferró a los barrotes de la cama, rasguñando un trozo de madera. Yo continué—. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Michelle se incorporó en la cama como si tuviera un resorte en la espalda, ladeó la cabeza y me miró con los ojos inyectados en sangre, las vértebras de su cuello crujieron ante este amorfo comportamiento. Angelika la sujetó y la arrastró de nuevo a la cama poniéndole una mano en el pecho, Tommy con la cámara en sus manos temblaba levemente. Miré a la señora Huts que se hallaba impasible, mirando todo aquello aterrorizada, boquiabierta.

—¡Sujétela! —ordené. Ella corrió hasta su hija y la recostó. Por más que estuviese atada y no pudiera levantarse demasiado, me preocupaba el hecho de que reventara los cinturones, que parecían muy débiles. Michelle comenzó a rugir.

—La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.

Angelika y la señora Huts se debatían por contener a Michelle, que trataba de dar manotazos a las mujeres. Su brazo izquierdo se soltó de uno de los cinturones y rasguñó una mejilla de su madre, que dio un alarido y se tomó la cara con las manos. De los surcos comenzaron a manar gotas de sangre. Exclamando una maldición, tiré la biblia al suelo, metí la mano dentro de un bolsillo interno de mi chaqueta, tomé la pipeta de agua bendita y abriendo el precinto con los dientes, se la arrojé con frasco y todo a la cara. Hubo un sonido chisporroteante, y un olor a carne quemada que me revolvió las tripas. Michelle comenzó a retorcerse con más furia mientras que la piel de su rostro donde había impactado el agua comenzó a contraerse y derretirse como si de ácido se tratase.

Los chillidos que daba eran impresionantes, alternando sonidos guturales con aullidos propios de una cantante de ópera. Aprovechando que estaba débil, me abalancé encima de ella con las rodillas sobre el colchón, pelvis contra pelvis. Con mi mano izquierda le tapé los ojos.

—¡Por el poder que Dios me ha conferido, te ordeno, ser infernal, que liberes a esta chica de tus garras! —exclamé.

—Tú no tienes poder, maldito —dijo, en una frase que sonó rasposa, como si tuviera polvo de ladrillo atorado en la garganta—. Ansiamos a la pequeña puta, la ansiamos, sí. Es nuestra y lo sabes.

—Tú no gobiernas a nadie, alimaña.

Repentinamente me dio un puñetazo que me derribó a un lado de la cama, se rasgó el pijama y comenzó a masturbarse con furia mientras se orinaba al mismo tiempo, riéndose y dando gruñidos.

—¡Métemela psíquico, sé que te gusta lo que ves, bastardo!

Me incorporé rápidamente y volví a saltar encima de la cama, aunque mi pantalón se humedeció con el orín de Michelle. Angelika luchaba con todas sus fuerzas por sostenerle los brazos.

—¡Muéstrame tu cara, escoria del abismo, y abandona este cuerpo!

La criatura me tomó del cuello y dando un salto en la cama me estampó contra una de las paredes de la habitación, comenzó a estrangularme de nuevo, y sentí que sus manos hervían como si volara en fiebre, mi mente se cubrió de negrura a medida que me iba faltando el oxígeno, pataleaba, pero era inútil. Angelika se puso de pie, la señora Huts en el suelo, arrodillada, sollozaba con una mano cubriéndose la mejilla sangrante, negando con la cabeza. Angelika corrió hacia Michelle y rodeándola por detrás le cubrió los ojos con las manos, pero la chica comenzó a sacudirse como si de un caballo indomable se tratase. Tommy miró exasperado a la señora Huts, en estado de shock. Dejó la cámara encima de un estante de libros y se situó al lado de Michelle para separarla de mí.

—¡Ayúdenos, su hija está matándole! —exclamó.

La madre de la niña pareció reaccionar, y corriendo hacia ellos la tomó del otro brazo. Entre los tres lograron que me soltara el cuello, el cual me dolía al tragar. Las marcas violáceas que me había causado Michelle me dolerían terriblemente después.

—¡Sujétenla en la cama! —ordené, con voz ronca. Me tomé un momento para respirar, jadeando entre toses, tomé la biblia del suelo, pero Michelle volvió a soltarse de ellos y se plantó frente a mí, babeando y mostrando los dientes. No me atacó, no hizo nada más que mirarme fijamente. Tenía el rostro negro como un cadáver.

—Si me expulsas, la mataré —dijo aquel demonio, y como para reafirmar sus palabras, escupió a mi cara un chorro de sangre espeso y caliente. Yo apoyé mis dos manos en la cabeza de la niña, no hice el menor gesto de limpiarme el rostro, y le miré a los ojos.

—No harás semejante cosa, infeliz. Mírame, y enfréntame de una vez, pero déjala en paz.

La niña pareció sonreír, me tomó de la nuca, me sentí desvanecer y con una fuerza increíble me obligó a besarla. Nuestras bocas se unieron, su aliento apestoso a putrefacción y azufre caliente ingresó por mi garganta hasta posarse en todos los rincones de mi cuerpo. Lejanamente me sentí desplomar al suelo, Angelika gritó mi nombre, y me pareció que descendía una eternidad, un abismo negro e insondable, millones de kilómetros de caída infinita, hasta que al fin aquel salto al vacío se detuvo.





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Me hallaba de pie ante una vasta llanura desértica que jamás había visto en mi vida. El oxígeno era imposible de respirar, parecía espeso, toxico, fétido. Era como caminar bajo la atmósfera de Venus, el hedor de aquel lugar era como respirar sulfato, una alcantarilla abierta, carne quemada, podrida, muerta. Todo estaba infestado de serpientes, cobras, cascabeles, yarará, mamba negra, de coral.

También había ratas, e incluso gusanos y arañas gigantes de un metro de alto, todo aquel lugar estaba plagado de bichos, pero a excepción de estas criaturas, no había vida de ningún tipo. No existían árboles, plantas, césped, no había ningún liquido tampoco, tan solo era un inmenso yermo árido, muerto y calcinado.

De pronto me vi a mí mismo, me hallaba desnudo, y tenía que soportar la vergüenza de mi desnudez, percibía odio por todas partes, el aire caliente que corría por aquel lugar era corrosivo, atroz. También notaba que en aquel lugar la mente parecía tener una dimensión superior que puede saber todo con total exactitud, la capacidad de mesura era increíblemente precisa, podía sentir las sensaciones, las distancias, las profundidades, todo era más real que la realidad misma. Podía escuchar gritos y gemidos de dolor de billones y billones de personas, proviniendo de todas partes, que maldecían constantemente por causa de los dolores que sufrían, los gritos eran espantosos.

También era brutal mi sed, sentía que el aliento me caldeaba en la garganta, me hallaba desesperado por la increíble necesidad de agua, estaba exhausto, no tenía fuerza alguna, y sabía perfectamente que en un lugar como aquel, no había sitio para la esperanza, ni tampoco salida.

De pronto mucho más adelante de mí, pude notar la presencia de cuatro criaturas realmente aterradoras, de entre tres y cuatro metros de altura. Eran escamosos, tenían mandíbulas gigantes y grotescas, ojos hundidos, aletas afiladas, brazos desproporcionadamente largos con respecto al cuerpo. Eran totalmente asimétricos, no tenían similitud uno con el otro, y más temprano que tarde me di cuenta que aquellos seres eran demonios puros y auténticos. Los escuchaba murmurar con grotescas voces rasposas, maldecían constantemente a Dios, mientras azotaban a una mujer que clamaba por misericordia.

Noté que la oscuridad comenzó a cernirse sobre mí a una velocidad impresionante, de un segundo al otro permanecí sumido en la negrura más espesa que había visto en mi vida. Una enorme garra me tomó por los brazos de repente, con tanta violencia que creí que me los arrancaría del cuerpo, me levantó en el aire y me arrojó varios metros hacia adelante, caí de espaldas y sentí un dolor tremendo, que nunca creí que sentiría jamás en mi vida. La sensación que tenía era como si me rompieran todos los huesos, que se habían convertido en vidrios que cercenaban mis carnes por dentro. Era atroz, un dolor inconmensurable. Ante mí se materializó el demonio más horrendo que podía imaginar, incluso mucho más horrible que los que había visto anteriormente.

Tenía dos alas negras, membranosas, semejantes a las de un murciélago, y era increíblemente enorme, quizá unos ocho o nueve metros de altura.

—Querías que te enfrente, ¿verdad que sí, guerrero de Dios? —habló frente a mí.

Quería responderle, pero me fue imposible mover la boca, era como que Athatriel tuviese pleno dominio de mí, acto seguido aquel impresionante demonio me tomó por el cuerpo y de un golpe de sus garras me rompió los brazos, pude escuchar claramente el chasquido que hicieron. El dolor era espantosamente insoportable, miré mis brazos partidos, una punta de hueso sobresalía atravesando la piel, y sin embargo no había sangre, en aquel sitio no había líquido de ningún tipo. Me preguntaba cómo podía seguir vivo frente a aquella situación tan extrema, el dolor era físicamente imposible de soportar, pero algo me decía que tenía que resistir todo aquello.

Aquella criatura entonces me mordió las piernas con sus fauces, fracturándome ambas. Quise gritar y un tenue alarido fue lo único que me salió de la garganta. Athatriel me dejó caer como si fuera un estropajo, me despatarré en el suelo calcinado de azufre y observé mis extremidades retorcidas y lastimadas. Débilmente me arrastré por el suelo hacia ningún lado, sabía perfectamente que en aquel sitio no se llegaba a ningún lugar, uno simplemente no podía escapar del infierno.

Aquel demonio entonces con un golpe de sus garras surcó mi espalda, sentí los colgajos de piel rozar mis nalgas desnudas. Quería morir, o desmayarme siquiera, y no tolerar más dolor, pero sabía que eso no estaba permitido en aquel infierno dantesco, solo restaba padecer.

De pronto sentí que la oscuridad cesaba gradualmente, una figura resplandeciente se acercó por sobre el horizonte, y a medida que se acercaba a mi pude notar que su luz mostraba con más detalle las cosas a su alrededor, había a mi izquierda, unos cuantos kilómetros lejos de mí, un gigantesco hoyo donde lenguas de fuego devoraban a personas que maldecían y blasfemaban gritando de dolor. Athatriel rugió amenazando a algo más que había detrás de mí, sentí un par de manos que me sujetaban la cabeza, una en la frente y otra en la coronilla. Aquel demonio rugía y blasfemaba amenazando, pero retrocedía al mismo tiempo, presa del pánico. Escuché una voz de mujer orando, y emití una exhalación fresca, estaba de nuevo en la habitación de Michelle.

Angelika me soltó la cabeza, estaba llorando.

—No te preocupes cariño, la emergencia médica viene en camino —me dijo. Intenté levantar un brazo, pero me fue imposible, un latigazo de dolor me subió hasta el cerebro, fulminante. Ella me tomó la mano, que reposaba en el suelo—. No te muevas, estas gravemente fracturado.

—La niña... —murmuré, tosí un poco de sangre espesa y glutinosa, en el proceso.

—Chelly está bien, está dormida y descansa tranquila.

—Ella está a salvo, es libre...

Dicho esto, cerré los ojos y me sumí en la más profunda inconsciencia.

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