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VII


El sol tardó mucho más de la cuenta en salir, el adormilado cerebro de Alex pensó que quizá la noche se había hecho más larga de lo normal debido al cansancio que sentía. Al principio Angelika había tardado en dormirse, cualquier ruido o sonido fuera de lo normal le ponía los pelos de punta y daba un respingo, asustada, pero Alex la calmaba diciendo que todo estaba bien, que solo eran ruidos en las paredes.

Aquello era completamente falso, durante toda la madrugada se había manifestado mucha actividad paranormal, desde diferentes tipos de poltergeist hasta cámaras que se movían solas desplazándose de un lado al otro de la sala donde se encontraban, sin contar la procesión de mujeres que parecía ir y venir en todas direcciones de la mansión, translucidas y en silencio.

Finalmente, el día llegó al fin, afuera se podían oír los pájaros cantando y poco a poco el sol se coló por las ventanas mugrientas de la mansión, dejando ver las partículas de polvo que flotaban por todas partes. Angelika despertó, le dolía la espalda de haber estado durmiendo en el suelo, con la cabeza apoyada en las pantorrillas de Alex. A él le dolía el trasero de estar sentado en el suelo durante toda la noche, con una mano de Angelika aferrada a la suya. Tenía las piernas muy entumecidas, al punto de que hacía al menos unas cuatro o cinco horas que ya no las sentía.

—Dios santo, que mal me siento... —murmuró ella, tomándose la frente con una mano. Le dolía la cabeza, quizá por haber dormido demasiado tensionada. También tenía mucha sed, y un poco de hambre, pero la sed era lo que predominaba. Para colmo de males, necesitaba orinar. Observó a Alex, tenía los ojos rojizos del cansancio. —¿Te encuentras bien, cariño?

—Necesito dormir, estoy agotado —dijo él.

—Yo tengo que orinar cuanto antes.

—Será mejor que lo hagas allí —respondió Alex, señalándole un rincón de la propia sala donde se encontraban. Ella lo miró con cara de no entender absolutamente nada.

—¿Cómo?

—No nos separaremos ni siquiera para las necesidades básicas. Debemos minimizar los riesgos.

Tras razonar un instante, asintió con la cabeza y se acercó al rincón. Se bajó los pantalones y la ropa interior y apoyándose en la pared, se puso de cuclillas para orinar. Cuando terminó se subió la ropa sin pensarlo, tampoco tenía nada con que poder limpiarse. Luego volvió a acercarse a Alex que luchaba por ponerse de pie aferrándose a la pared, y golpeándose con una mano sus muslos entumecidos.

—Tengo una sed brutal, debemos salir pronto de aquí —dijo ella. Alex meditó un momento, y luego señaló hacia una de las puertas del pasillo.

—Creo que tengo una idea, sé dónde podemos conseguir agua —respondió—. Sígueme.

Ambos caminaron entonces hasta el antiguo baño de la mansión, igual de polvoriento y deteriorado que el resto de la propiedad y sus paredes completamente descascaradas. Alex levantó la tapa de cerámica de la taza del wáter, y señaló dentro.

—Lo que pensaba, aún tiene agua —dijo. Había agua dentro, efectivamente, cubierta por una película de óxido espeso y marrón, acumulado y estancado durante décadas. Angelika lo miró como si estuviera de broma.

—No creerás que voy a beberme eso —le dijo. Con las manos apartó la tapa de la cisterna que había encima del wáter, estaba completamente llena de agua, no tan limpia como quisiera, pero sin duda mucho más potable que la del propio wáter. Acercó una mano a la cadena para tirar de ella, pero Alex se lo impidió.

—No hagas eso.

—¿Por qué? —le preguntó ella, rozando el fastidio.

—Sería un desperdicio de agua. Sé que en la cisterna está mucho más limpia, pero sería un desperdicio de recursos ya que no volvería a llenarse de nuevo, ¿comprendes? Es mejor beber primero la del wáter, es todo lo que tenemos hasta poder salir de aquí, y debemos cuidarla.

Tenía razón, se dijo Angelika. No quería beber esa agua repleta de óxido, pero verla allí también reavivaba su sed, sintiendo la garganta como un horno hirviente. Se arrodilló frente al wáter, y negó con la cabeza.

—Dios mío, no sé si pueda hacer esto —murmuró.

Metió las manos dentro del agua, haciendo hueco con ellas, luego las levanto y bebió de lo que había recogido, tragando rápidamente. Sintió el gusto salobre del óxido pegándose a su paladar como si estuviera chupando un clavo putrefacto. Su estómago se contrajo en una brutal nausea que le provoco unas arcadas irrefrenables, se dobló sobre sí misma y se cubrió la boca con las manos.

—No la vomites, trata de retenerla, o perderás hidratación —dijo Alex, apoyándole una mano en el hombro. La contuvo hasta que las náuseas cesaron y finalmente ella se puso de pie.

—Que puto asco... —murmuró.

—Ven, vamos de nuevo a la sala, tenemos mucho trabajo que hacer si queremos salir de aquí. Salieron de nuevo al pasillo, Alex por delante, y fue Angelika quien se dio cuenta de que había algo que no estaba bien en todo aquello. Las paredes habían cambiado mientras estaban en el baño, ya no estaban con la pintura caída ni los suelos estaban sucios como antes. Todo estaba inmaculado, como si el tiempo no hubiese pasado.

—¿Alex, te has dado cuenta de esto? —le preguntó. Él se detuvo en seco y la miró.

—Todo ha cambiado...

En ese preciso instante una figura negra, con forma humanoide sin ojos ni boca visible corrió hacia Alex moviéndose rápida y desarticuladamente, lo tomó por el pecho y lo arrastró violentamente por el suelo. Angelika dio un alarido de horror y corrió detrás de él viendo como aquella figura se llevaba a Alex a una velocidad vertiginosa hacia la sala. Lo estampó contra una pared, Alex dio una exclamación de dolor, y luego lo dejó caer al suelo antes de desaparecer. Angelika se detuvo en seco ante lo que veía, era tan irreal que creyó por un instante que aún seguía durmiendo sobre las piernas de Alex, que nada de aquello estaba sucediendo en realidad. Un montón de manos y brazos completamente oscuros y de aspecto visual aterrorizante manaban de las paredes, lo tomaron por el cuerpo a Alex y lo arrastraron hacia la pared más cercana.

—¡Angie, ayúdame! —gritó él. Angelika lo tomó de un brazo y tiró hacia sí con toda la fuerza que pudo, pero sea lo que fuese, aquella manifestación era muy poderosa, Alex se le soltó de un instante al otro y poco a poco un gran agujero en la pared comenzó a tragarlo, primero el tórax, luego la cintura, y por último los pies. Solo entonces fue cuando los cientos de manos desaparecieron de las paredes y Angelika se quedó completamente sola, en medio de aquella espaciosa sala, viendo como aquella enorme mancha negra se había cerrado sobre si misma luego de tragarse al propio Alex.




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Del otro lado, Alex observó todo a su alrededor con un aire de incredulidad espantosamente atroz. Se sentía como si de alguna forma hubiera ingresado a una pintura de Salvador Dalí, o a una escena Dantesca. Estaba de pie en un gran patio, con árboles muy extraños diseminados por todo el lugar como si alguien los hubiera plantado allí esporádicamente, y sin ningún orden en específico.

También había muchas cosas más, que no encajaban en absoluto con nada normalmente conocido. Había puertas en medio de aquel valle, también había escaleras inacabadas, muñecos de paja similares a espantapájaros campestres empalados en postes, cabezas de caballos muertos que asomaban de suelo como si de flores se tratase, nada tenía el mínimo sentido allí.

—Alex —dijo alguien detrás. Él se giró y observó incrédulo, donde a su espalda no había nada más que aquel yermo muerto y árido, ahora había un árbol, el más grande de todos, y colgada de una de las ramas más anchas estaba su madre, con una soga al cuello, bastante torcido a uno de los lados debido a la fractura por el peso del cuerpo.

—¿Mamá? —preguntó, sintiendo que las lágrimas en los ojos empezaban a picarle— ¿Por qué estás aquí? Éste no es tu lugar.

—Ahora es mi lugar, porque he atentado contra mi vida. Él ya viene, te quiere a ti, y por último a ella —dijo—. Debes protegerla, como sea, y salir de la mansión cuanto antes. No llores por mí, yo ya estoy perdida, pero ustedes aún tienen esperanza.

—¿Qué es todo este lugar? ¿Quién viene?

—El dueño de la mansión junto con su amo, siempre están acechándolos. Este lugar no es nada más que otra ilusión, no dejes que la casa te confunda, Alex. ¡Ahora corre, debes huir de aquí, están cada vez más cerca!

Alex comenzó a correr sin rumbo alguno, escuchando como a lo lejos se acercaba cada vez más rápido un murmullo espantosamente grave, como si un millar de personas corrieran todas hacia la misma dirección, al mismo tiempo. Era tan surreal que sentía como lo dominaba el horror, mientras miraba hacia todos lados en aquel vasto espacio, sin saber cómo poder escapar de aquella masa oscura y brutal que se cernía gradualmente sobre él, como una gran tormenta.

Optó entonces por correr hacia una de las puertas que había en el medio de la nada, la abrió, pero tan solo encontró del otro lado una escalera inacabada. Abrió otra y encontró un muro de ladrillos, avanzó hacia una última puerta y cuando la abrió, miró hacia abajo antes de dar un paso, y el suelo tras la línea de la puerta no existía, tan solo una inmensidad vacía absolutamente negra.

Sin escape, sabiendo que no podría ir a ningún sitio hasta que no enfrentara aquella cosa, fuere lo que fuere, se giró lentamente de cara a la vasta planicie desértica que se extendía por todo lo ancho hasta donde podían llegar sus ojos en el horizonte, y esperó, sin más. Gradualmente la oscuridad se fue haciendo cada vez más densa, como si atardeciera rápidamente, a una velocidad vertiginosa y muy anormal, los árboles comenzaron a desaparecer uno a uno, como si se evaporasen en el aire, y en aquel momento una nebulosa negra fue materializándose poco a poco frente a él, a unos cuatro metros de distancia de su posición. Primero unas pezuñas semejantes a las de un macho cabrío, muy grandes y peludas, luego un torso enfrascado en un costoso traje gris, impecable. Un rostro afable y de mediana edad, cabello peinado hacia atrás con gomina y una sonrisa casi que pintada a mano.

—Nunca creí que algún día estaría frente a ti —dijo Alex, tratando de controlar el pánico.

Aquel ser avanzó poco a poco hasta él, sus pezuñas dejaban una huella de tierra calcinada a medida que caminaban, se acercó a Alex, y respiró cerca de su cuello. No pudo evitar sentir el terrible hedor a azufre y fuego que desprendía su piel.

—Me encanta el olor a miedo, me hace sentir vivo, casi realizado —respondió.

—Sé quién eres, no te tengo miedo, Lucifer.

Negó con la cabeza, mientras reía.

—Claro que lo tienes, puedes mentirle a cualquiera, menos a mí. Tienes miedo porque sabes que bastaría tan solo un chasquido de mis dedos para destrozarte hasta la última porción de tu cuerpo y en el fondo, no dejas de ser un humano más, un cobarde como todos —dijo—. Ya lo sé, has peleado bien, pero no lo suficiente. Nunca es suficiente.

—Quizá porque nadie más se ha plantado frente a ti, con miedo o sin él, y te detuvo —Alex avanzó un paso hacia adelante—. No vas a triunfar jamás, sabes que estás vencido.

—¿Me lo dice a mí, una cucaracha como tú? —rio Lucifer—. Hasta Job casi traiciona a su Dios por inclinarse ante mis pies en un momento de desesperación, ni tú ni nadie pueden hacer gran cosa contra mí —se giró de espaldas a él y se alejó despreocupadamente con las manos por detras. Alex pudo ver como por encima de su traje gris sobresalían los muñones incinerados de sus antiguas alas, y sus brazos eran extremadamente largos, con dedos acabados en filosas y oscuras garras—. Tú hermano es débil, ya sabes que siempre lo fue. Tenía una tarea muy sencilla, pero no la cumplió, y por eso arderá en lo más profundo de mis reinos en cuanto acabe todo esto. Pero puedo liberarlo, si quiero.

—No lo harás, solo buscarás engañarme como lo hiciste con él.

—¿Qué puedo perder, qué puedo ganar? ¿Cuantos grandes eruditos y teólogos a lo largo de la historia se devanaron los sesos para entender mis normas, mis orígenes y mis caminos? —comentó el maligno, mirando hacia arriba en gesto pensativo—. No puedo ofrecerte mucho, claramente no vas a sobrevivir a esto, la mansión son mis dominios ahora y siempre lo fueron desde que Luttemberger se inclinó ante mí y me entregó todas esas almas jóvenes. Pero puedes salvar a Angelika, y a tú hija.

—¿Mi hija?

—Como te dijo Miguel, una primogénita será la que continúe con los caminos del padre y la madre. Pero solo en tus manos reside la posibilidad de que esa criatura nazca al lado de su madre, solo es tú decisión, y solo es tú entrega.

—Mientes...

—En absoluto, Alex —respondió Lucifer—. Realmente si pudiera elegir optaría por acabar con Angelika, un poder como el tuyo, con una niña en el vientre que será una clarividente aún más poderosa que ustedes mismos, dos vidas en una, la opción es tentadora —hizo una pausa, y luego continuó hablando sin girarse de cara a él—. ¿Pero sabes qué, Alex? Me has causado tanto fastidio que tan solo creo que me conformaré contigo. Si te entregas, ellas serán libres. Pero solo quiero un alma, quiero la tuya.

Alex dio una exhalación profunda, roncamente. Sabía que habría de tomar una decisión, y si habría de caer, prefería hacerlo de pie.

—Yo también quiero solo una cosa —dijo. Satán sonrió a su vez.

—Te escucho.

Alex cerró los ojos, con las palmas hacia adelante.

—Que vuelvas al puto agujero de mierda de dónde has salido —respondió, y comenzó a recitar, con la palma de su mano hacia adelante—. Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur...

No pudo continuar, Lucifer se giró sobre sus talones tan rápido como el viento, levantó un brazo y Alex salió violentamente despedido hacia el árbol donde colgaba su madre, la cual ya no estaba en su horca. Impactó con el estómago de lleno en el grueso tronco y rebotó al suelo, dando un grito sofocado de dolor. Sintió que era jalado de las piernas y levantado varios metros sobre el suelo, y automáticamente comenzó a caer dando tumbos por una escalera, que, a pesar de sus golpes y el vertiginoso descenso, la reconoció como la propia escalera de mármol de la mansión. Rodó por el suelo al llegar al final, y quedó tendido cerca de una de las columnas centrales de la gran sala.

Angelika corrió hacia él, e intentó recogerlo en sus brazos, tenía el rostro herido y una de sus mejillas necesitaba sutura.

—¡Por Dios, Alex! —exclamó—. ¿Qué te ha pasado?

—Estamos en serios problemas —respondió atontadamente, luego de toser varias veces. Luego miro a su alrededor, ya estaba anocheciendo. Se incorporó tan rápido como pudo—. ¿Por qué está oscuro, qué hora es?

—No lo sé, pero el tiempo se está acortando.

Asintió con la cabeza y miró los labios resecos de Angelika, con todo lo que había pasado ni siquiera se había dado cuenta de que al menos hacía poco más de un día que ninguno de los dos comía absolutamente nada.

—Debemos comer algo antes de que caiga la noche, luego no podremos ver nada —se enjugó la sangre que le caiga por su barbilla con el dorso de la mano derecha y la miró agotado.

—¿Y qué esperas comer en una casa completamente vacía? —le miró sin comprender, hasta que ella vio su expresión al ver el cadáver de Brianna—. No puedo creer que estés pensando...

—No tenemos elección, Angie. No quiero comer mi propia mascota, no deja de ser un perro, pero es todo lo que tenemos hasta poder salir de aquí sin morir de inanición.

—¿Pero es que estás demente? ¡Ese animal dio la vida por defendernos y te lo vas a comer! ¿En qué momento te has convertido en un maldito salvaje?

—En el momento que entramos aquí y comprendimos que tenemos que sobrevivir como sea.

Angelika negó con la cabeza en el mismo momento en que le veía avanzar hasta la perra muerta, no quería reconocerlo, pero también tenía hambre, aunque no a tal punto como para comer su propia mascota, como le había dicho a Alex. Aunque también debía asimilar que tenía razón, era todo lo que tenían antes de poder salir de allí y morir de hambre o de sed, y debían aprovecharlo.

Pero no, no se comería a su perra, sería lo último que hiciese.

—No haré semejante cosa —respondió, cruzándose de brazos. Alex la miró un instante, una chica que en aquel momento era la antítesis de todo lo que él había conocido en un principio. Sucia, lastimada y despeinada, con ojeras, con la ropa manchada de sangre, y aun así creía que comer un animal era indigno.

—Llevas un hijo de los dos allí dentro —respondió Alex, señalándole el vientre—. Te recomiendo que comas, es todo lo que tenemos para sobrevivir, no lo repetiré más.

Se arrodilló a un lado del cuerpo del animal, aún no había comenzado a formar gusanos ni mucho menos, se podía decir que estaba limpio. Tomó una de los huesos fracturados que sobresalían a través de su cuerpo lanudo, lo utilizó de palanca para abrir una de sus heridas, y metiendo la mano dentro separó las vísceras de la carne. Angelika lo miró incrédulamente, tenía todo el aspecto de un zombi en las clásicas películas de terror post-apocalípticas. Alex apartó los intestinos y el estómago del animal, y dio un gran mordisco a un trozo de carne por debajo del cuero del animal, tirando hacia arriba con los dientes. La barbilla y la ropa se le llenó de sangre automáticamente, y Angelika se giró de espaldas a él, sintiendo que iba a vomitar en cualquier momento.

—Cielo santo... —murmuró.

—Yo que tu no vomitaría —dijo Alex, con la boca llena—. Solo tiene un sabor a sangre insoportable, Angie. Por lo demás es totalmente comestible, si no piensas en ello.

Se giró hacia él, y suspiró lentamente. No sabía que le causaba más dolor, si el simple hecho de que Alex actuara con tanta naturalidad comiéndose a su mascota, o que ella misma estaba considerando la idea como factible a pesar de todo. De todas formas, no tenían alternativa, las opciones eran muy pocas y debían aprovechar todos los recursos que tuvieran, por muy espantosos que fuesen. Con paso trémulo se acercó hasta él, se arrodilló frente a Alex y metiendo las manos en el cuerpo del animal, comió con lentitud.


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