Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VII


Aquel martes nos levantamos bastante temprano, de todas formas, tanto yo como mi hermano habíamos dormido muy poco, ansiosos por todo lo que había pasado, y perdóneme el lector por mi falta de respeto o exagerado cinismo, pero yo al menos había perdido gran parte de la noche repitiendo mentalmente la cifra de dinero en mi cabeza. Poco antes de las ocho de la mañana ya estábamos en pie, bebiéndonos una taza de café mientras que Angelika se daba una ducha. Nosotros ya estábamos vestidos y listos para asumir el trago amargo.

—Mamá debe estar destrozada —me comenté a mí mismo, pensando en voz alta, luego de un sorbo de mi taza. Tommy me miró.

—Lo dudo, pero bueno —permaneció pensativo unos instantes—. Será raro volver a casa.

—Sí, yo pensé lo mismo. Actuemos con naturalidad, por mamá, aunque cueste.

Asintió con la cabeza mientras que Angelika bajaba la escalera, destilando perfume de mujer, su Chanel Nº5, uno de mis regalos de cumpleaños. Llevaba zapatos de taco a media altura, negros. Medias can-can oscuras, un vestido de encaje negro el cual terminaba en una falda corta pero discreta. Por encima su chaqueta de cuero negro, una gargantilla de turmalinas y el pelo recogido en una media coleta elegante. Nosotros dejamos nuestras tazas de café a medio terminar, nos pusimos de pie y salimos al patio, cerrando la puerta con llave. Antes de subir al coche, me alisé el smoking en un gesto mecánico de nerviosismo, resoplé y me senté del lado del conductor. Angelika notó que algo dentro de mí se removía, y cuando puse la mano en la palanca de cambios, ella me palmeó levemente, en un silencioso gesto de tranquilidad.

Conduje en silencio todo el camino durante más de cuarenta minutos. Tommy, en el asiento de atrás, charlaba de a ratos con Angelika. Yo solo me limitaba a mirar la carretera y conducir mecánicamente, con la mente en blanco, experimentando una apatía muy inusual en mí. Quizá fuera por las pocas horas de sueño, o por el cansancio emocional que me generaba toda esta situación. Una casa de corte ingles, de dos plantas y ladrillos rojos a la vista, comenzaba a alzarse a la distancia, de modo que para llegar cuanto antes aceleré a noventa, tratando de reducir esos cinco minutos más que nos quedaban de viaje a por lo menos, unos dos o tres.

Estacioné frente al portón de entrada, apagué el motor y bajé del coche, Angelika y Tommy lo hicieron detrás de mí. Tommy llamó al timbre, y yo respiré con fuerza el olor a jazmín que el viento traía hacia mí, en suaves oleadas de nostalgia.

—Me había olvidado de lo bien que olían los jazmines de mamá, creí que hacía tiempo ya los había arrancado todos —comenté. Angelika me dio la mano entrelazando sus dedos con los míos, y me palmeó el brazo.

—Se fuerte, cariño. Y trata de llevar esto lo mejor posible.

El zumbido del portero eléctrico sonó, y Tommy empujó el portón con sus manos. Todos entramos, Tommy por delante y Angelika conmigo detrás. Yo miraba el césped corto, el jardín de flores de mi madre, el columpio oxidado que tantas diversiones nos había dado de pequeños. El árbol de naranjas a un lado de la fuente ornamental era mi favorito.

—Has tenido buenos momentos aquí, al pie de ese árbol que estás mirando, ¿verdad? —me dijo Angelika­. —Puedo sentirlo.

—Con Tommy nos escapábamos de la siesta, y veníamos al jardín, a jugar entre las flores de mamá, y cuando nos cansábamos de correr, nos sentábamos al pie del naranjo con una ramita entre los dientes y nos dormitábamos al sol, hasta que mamá nos descubría y nos despertaba, antes que papá llegara del banco y nos viera durmiendo en el patio.

Mi madre abrió la puerta principal y salió a recibirnos, vestida en su clásica ropa de ama de casa despreocupada, y su delantal de cocinar. Intenté no sorprenderme pero me fue imposible, parecía increíblemente anciana y muy delgada. Tommy avanzó hacia ella, y la rodeó en un abrazo.

—¡Oh mis chicos, como los he extrañado! —exclamó, soltando el llanto.

Tommy la estrechó contra si por largo rato, y yo no me había dado cuenta de lo tanto que había extrañado a mi madre hasta que la vi ese día, con todo el dinero del mundo, pero tan sencilla al mismo tiempo. Terminó de abrazarse con Tommy y caminó hacia mí, con las mejillas húmedas, me envolvió en un abrazo y yo le acaricié la espalda, un poco desconcertado por notar sus vertebras bajo aquel desgastado suéter. Me dio un sonoro beso en la mejilla y me tomó de los hombros separándose de mí un poco, para mirarme con más detenimiento. Angelika nos observaba sonriente.

—Pero mira lo cambiado que estas, Alex, que belleza —sonrió. Se enjugó las mejillas con el dorso de la mano y luego posó sus ojos azules en los de Angelika—. Pero bueno, ¿y esta hermosa chica quién es? Qué guapa...

—Mamá, te presento a Angelika, mi pareja —ella le tomó las manos.

—Pero bueno, que hermosa eres. No eres estadounidense, ¿verdad?

—No, soy alemana.

—Oh, entiendo, ¿y dónde se conocieron? —preguntó mi madre. Luego hizo un gesto de negación con la cabeza. —Olvídalo, no me lo digas, que sino no me guardo nada para la hora del té. Se quedarán a tomar el té, ¿verdad?

Miré a Tommy por encima del hombro de mamá, y él me asintió en silencio con la cabeza. Por su actitud, daba la impresión que todo el posible dolor y tristeza que hubiese podido sentir debido a la muerte de papá, se le hubiera difuminado de un segundo al otro, al vernos.

—Sí mamá, nos quedaremos para el té.

—Qué bueno, vengan, entren. Hace mucho que no los veo, y tenemos mucho para charlar.

Caminamos todos detrás de mi madre, subimos al porche y ella abrió la puerta del living. La casa permanecía tan acogedora, con aquel toque intimista y hogareño como la recordaba desde entonces. Con algunas modificaciones, claro está, como el papel tapiz a nuevo, las cerámicas bien lustrosas y la chimenea de la estufa refaccionada, pero seguía siendo el mismo pedacito de mundo que recordaba casi todos los días, con su olor característico a comida casera, juegos de mesa con mi hermano, calor de fuego en una estufa que no parecía apagarse jamás. Tomamos lugares alrededor de la mesa de ébano negro que había en medio del living, y mi madre se ausentó en la cocina un momento, para volver con un pastel de manzana al horno que había preparado la noche anterior, cortado en trozos triangulares y pequeños.

—Aun recuerdas que es nuestro favorito, mamá —comentó mi hermano.

—Claro que sí. Mis chicos, cuanto los extrañaba...

—¿De qué murió? —pregunté yo, solo para confirmar mi teoría.

—Oh, fue horrible. Padecía distrofia muscular miotónica. Sus músculos se fueron convirtiendo en un flan día tras día, primero comenzó con las manos, luego con los brazos y de allí se fue extendiendo para todo el cuerpo —explicó mamá—. No hay cura posible para tal enfermedad. Pasó sus últimos días postrado en una cama completamente inmóvil, alimentándose por medio de suero.

—Que espanto, señora Connor —comentó Angelika.

—Yo lo único que lamento es tu sufrimiento, mamá. Eso es todo —dijo Tommy.

Lo miré con los ojos muy abiertos, igual que Angelika. Aquel no era momento para sacar al aire problemas familiares que habían quedado ocultos por los años. Pero sin embargo, y lejos de reaccionar con enfado, mi madre le dedicó una sonrisa afable y cansina.

—Oh, Tommy, debes olvidar eso. Tu padre ya está descansando donde debe estar, y hasta el último momento en que la enfermedad lo dejó vivir por su cuenta siempre los recordaba. Sabes lo orgulloso que siempre fue, nunca los iba a llamar por teléfono para pedirles una disculpa, ni siquiera a mí me dejaba hacerlo, pero sabes que siempre se arrepintió de sus actos contigo.

—No me es suficiente, mamá. Te arrastró a ti con sus malas acciones, y sí, tienes razón. Está donde debe estar, a un metro y medio bajo tierra.

—Tommy, basta ya —objeté.

—Ya, lo siento. Pero al menos lo dije.

Mi madre parecía muy agotada para siquiera pensar en molestarse. Solamente se quedó mirando sus manos encima de la mesa en gesto distante. Yo tomé una de ellas en las mías.

—Mamá, no te alteres, ya...

De pronto me interrumpí en seco, una sucesión de imágenes se agolpó en mi cabeza, vi a mi padre, boca arriba en la cama, con la mandíbula ligeramente torcida por la distrofia, mirando el techo con la mente totalmente en blanco. El cuarto impregnado a olor a viejo, a orines encerrados en un pañal para adultos. Y de pronto mi madre, entrando a la habitación con su camisón, una pala de plástico y una escoba. Daba un par de barridas a un rincón del suelo cuando de repente se cortaba en seco, miraba la cama con una expresión en su rostro que denotaba una mezcla de fastidio, repulsión y mucho odio, y tomando una almohada mullida, comenzaba a presionar sobre la cara de papá con ella. No había reacción de los músculos de mi padre, solamente el dedo índice de la mano izquierda se movía espasmódicamente, hasta que finalmente se quedó quieto, inerte. Entonces mi madre le quitaba la almohada, le cerraba los ojos y le decía que finalmente, su tiempo de sufrir y hacer sufrir a los demás había terminado.

—Alex, ¿estás ahí? —era la voz de Tommy. Parpadeé un par de veces y volví en mí. Retiré la mano de encima de la de mi madre, y me puse de pie tan rápidamente que la silla cayó hacia atrás.

—¡Lo mataste con una almohada! —exclamé. Angelika me miró boquiabierta, Tommy ni siquiera se inmutó. Mi madre había comenzado a llorar de nuevo.

—Alex, debes entender...

—¡Calla, cómo pudiste! ¡Tú no le harías daño a una mosca, por muy mierda que haya sido mi padre! ¡Ni siquiera nos diste un bofetón de pequeños! ¿Por qué, mamá, por qué? —grité. Di media vuelta y salí afuera, dando tal portazo que creí que arrancaría la puerta de lugar. Me paré en el porche de madera, apoyando mis antebrazos en la barandilla. Golpeé sobre la madera con mi puño derecho, furioso, buscando descargar mi rabia con algo, me tomé la cabeza con las manos, girando en redondo sobre mis talones, mirando la casa boquiabierto, todo a mi alrededor.

De pronto escuché la puerta abrirse y cerrarse detrás de mí, y la conocida mano de Angelika se apoyó en mi hombro.

—Cariño, ¿estás bien? Aquí estoy, contigo.

—Gracias, Angie. Y no, no estoy bien.

—Creí que odiabas a tu padre —me dijo.

—Y lo odio, ¿pero sabes cuál es el problema? Que mi madre no tenía por qué hacer eso, ensuciarse las manos con esa basura, ¿comprendes? —comencé a caminar en círculos pasándome la mano por el cabello en gesto nervioso—. Se convirtió en la misma mierda que él, eso es lo que me duele.

—Era necesario, quizás. Tu padre estaba sufriendo, y tal vez quería terminar con todo aquello. No era vida para él, ni para la pobre mujer que lo cuidaba, en este caso tu madre.

—Y si estaba sufriendo o no, no era asunto suyo, mi madre tenía que haberlo internado en un hospital con atención médica y a la mierda todo, pero no hizo eso, en su lugar dejó que los médicos vinieran a verle aquí, en la casa. Y simplemente cuando se hartó decidió terminar con su vida de la mejor forma que se le ocurrió. Mi madre no es así, esa mujer de allí adentro —dije, señalando con el dedo índice hacia la puerta—, no es la madre que yo conocía, por mucho altruismo que tuviese para hacer lo que hizo. No deja de ser una asesina.

Angelika se disponía a contestarme, cuando mi teléfono sonó en mi bolsillo. Lo saqué de forma exasperada y atendí secamente.

—Hola.

—¿Hablo con Alex Connor? —sonó una voz de mujer del otro lado.

—El mismo.

—Verá, soy una madre de dos hijas, Lilly, de ocho años y Michelle, de catorce. Tengo mucho miedo, en mi casa están sucediendo algunas cosas que me gustaría que observara.

No era momento para escuchar problemas de los demás, al menos no para mí. Una parte de mi mente pugnaba por gritarle al teléfono "¿Adivine qué, señora? ¡ME IMPORTA UNA PUTA MIERDA LO QUE PASE EN SU CASA!" pero trabajo era trabajo. Ahogué un suspiro de resignación y pregunté.

—¿Qué está pasando exactamente, señora...?

—Lindsay Huts.

—Ah ya, cuénteme señora Huts, que está ocurriendo exactamente —dije. Angelika me miró con atención.

—No lo sé, las cosas se mueven solas de lugar, el tazón de comida del gato nunca está donde lo dejamos la noche anterior.

—Eso puede ser el mismo gato, señora.

—El gato duerme en mi habitación, el tazón está en el living, y no es lo único que se mueve, las ventanas se abren y se cierran solas, las televisiones parpadean, los cuadros se caen continuamente. Y lo peor de todo es Michelle, hace días que no duerme bien y está cada vez más retraída, amanece con magullones y arañazos.

—Está bien, deme su dirección, señora Huts. Y podremos pasar... —miré a Angelika, la cual me murmuro "mañana" gesticulando exageradamente para que pudiera leerle los labios. —mañana mismo por su casa, ¿le parece bien?

—Oh sí, sí. Me parece perfecto, cuanto antes mejor. ¿Tiene con qué anotar?

­ —Sí, claro que tengo con que anotar, dígame la dirección —Angelika sacó su teléfono del bolsillo y abriendo un bloc de notas comenzó a anotar la dirección que le repetía—. Blueshitson Ave, doscientos cincuenta y dos, quinientos veintisiete. Perfecto, nos veremos mañana señora Huts.

Colgué el teléfono mientras que Angelika guardaba la nota en su teléfono. En ese momento Tommy salía afuera.

—Oye, ¿estás bien? —me preguntó.

—Sí, claro que sí.

—Mamá hizo lo correcto, y lo sabes. Era lo mejor para todos.

—Y una mierda, no era lo que tenía que hacer. No eso —respondí.

—Sabes que papá se lo merecía, él...

—¡Me importa un reverendo comino que se lo mereciera, o no! ¡Ella se ha manchado las manos, y no tenía que hacerlo!

De pronto un movimiento en el portón nos alertó a los tres. Un hombre vestido formalmente con un maletín ejecutivo estaba descendiendo de una enorme Amarok, se paró en el portón y tocando timbre, nos observó desde lejos. Mi madre salió al poco, aun secándose las lágrimas. Nos dedicó una sonrisa amable y cansada a los tres.

—Es el escribano que se encargará de legalizar los documentos ­—nos dijo, mientras que aquel hombre caminaba por el patio hacia la casa. Al llegar al porche, mi madre nos presentó con aquel hombre rubio enfrascado en su traje de cuatro mil dólares—. Señor Noalen, estos son mis hijos, Tommy y Alex, y Angelika, la pareja de Alex.

Todos le dimos la mano mecánicamente. Tenía el apretón flojo, clásico de los hombres que solo están acostumbrados a no hacer más nada por su vida que teclear frente a una computadora y firmar documentos. Nos miró por encima de las gafas de sol.

—Así que los hijos, ¿eh? Los nuevos millonarios, felicitaciones. Aunque por otro lado, lamento mucho su perdida —comentó.

Nadie le respondió nada, Tommy solamente miró a mamá, yo por mi parte le sostuve la mirada pesadamente a aquel tipejo, y Angelika me miraba con fijeza. Me conocía muy bien, sabia cuando comenzaba a enojarme una situación.

—Entremos, tenemos mucho que hacer —dijo mi madre.

Nos volvimos a sentar alrededor de la mesa, aquel hombre abrió su maletín y sacó un montón de hojas que conformaban el testamento de mi padre, lo leyó con detalle durante sus buenos cinco minutos, separó dos hojas y extendió una a cada uno, a Tommy, y a mí. Tommy la leyó por encima, yo no la levanté de la mesa.

—Como bien les habrá comentado la señora Connor, les dejó heredado prácticamente la totalidad de su fortuna. Necesito que me firmen aquí, aquí y aquí —señaló los lugares correspondientes en cada hoja. Nos extendió un bolígrafo a cada uno, firmamos rápidamente y se la devolvimos junto con los documentos. Nos dio una copia del documento que habíamos firmado, y ni bien tuve aquel papel en mis manos, me puse de pie y le extendí una mano al escribano.

—Ha sido un placer. Es tiempo de volver a casa —dije. Mi madre y todos los demás me miraron con cara de no entender nada.

—¿Ya te vas? Pero, ¿qué hay con el té? —me preguntó mi madre, con cierta congoja.

—¿Qué te hace pensar que tomaré un té contigo? El trabajo me espera —miré a Tommy al pasar—. Muévete hermano, hay cosas que hacer.

—Y una mierda con el trabajo, tú estás enojado por... —miró al escribano y luego volvió la vista hacia mí de nuevo como queriendo decir "tú sabes de lo que hablo".

—Te lo informaré en el coche, muévete.

Sin mediar palabra salí afuera nuevamente, doblando el papel en un cuadrado pequeño y guardándolo en el bolsillo trasero de mi pantalón. Tommy, junto con Angelika y mi madre, salieron detrás de mí. Yo me encaminé hacia el portón principal, y una vez que llegamos todos allí, comenzamos a despedirnos. Tommy le dio un abrazo, y un beso en cada mejilla.

—Gracias mamá, por todo —le dijo. Los cuatro sabíamos que encerraba ese "todo".

—Descuida hijo, llámame de vez en cuando —le respondió con una sonrisa, y ojos empañados.

Angelika le dio un beso y un abrazo también.

—Cuídese, señora Connor. Ha sido un placer conocerla.

—Oh querida, el placer ha sido mío —mi madre le tomó un mechón de cabello entre sus manos y lo miró con una sonrisa, luego le acarició una mejilla en un claro y simple gesto de admiración maternal—. Eres tan bella, realmente preciosa, y hablo en todos sentidos. Este chico de allí —me señaló con la cabeza—, ha sabido ser muy casanova de joven, pero, aunque nunca había tenido buenas elecciones hasta ahora, se reconocer una buena chica cuando la veo. Cuida de él, es un buen hombre, aunque a veces es un poco cabeza dura.

Angelika me miró de soslayo como reprochándome con la mirada. Yo suspiré resignado.

—Claro que cuidaré de él, es el hombre que amo y siempre estaré para darle un poco de buenos consejos si hace falta.

Mamá se acercó a mí con un poco de recelo. Yo solo me limité a mirarla. Me extendió los brazos, y tras un momento, le di un abrazo, pero solo un beso en la mejilla.

—No te pido que algún día me perdones, solo que al menos me comprendas, Alex —me dijo.

—Veremos.

Abrí el portón y salí afuera, subí a mi coche y encendí el motor. Angelika me miró, negó lentamente con la cabeza mirando el suelo, y tras apoyar una mano en el hombro de mi madre, salió fuera y subió al coche, seguida de Tommy.

Conduje durante diez minutos en pleno silencio, hasta que Angelika habló.

—¿Por qué te portaste tan cruel con tu madre?

—¿De verdad me preguntas el por qué? Mi madre ha asesinado a mi padre, por muy mierda que haya sido, mi madre es una buena mujer, no una asesina ¡No una puta asesina barata! —exclamé, golpeando con las palmas de las manos el volante.

—¿Y entonces si es una asesina, porque no la denuncias ya mismo? Llama a la policía y diles lo que sabes, vamos. Haz que vaya a prisión.

—¿Estás loca? Jamás haría una cosa así con ella —dije horrorizado—, ¿has visto como se le notaban sus costillas? Si va a la cárcel morirá enseguida.

—No diré nada más, entonces.

—Tommy, tenemos trabajo —dije, mirando por el retrovisor a mi hermano.

—Al carajo con el trabajo, no puedes culpar a mamá por eso —me respondió.

No podía creer que no lo comprendieran, lo miré por el espejo y me encogí de hombros como pretendiendo decirle silenciosamente que no me importaba su opinión. Tommy observó un poco por la ventanilla, como meditando sus palabras, y luego habló.

—Escucha, sé la imagen que teníamos de mamá, una imagen perfecta. Pero no sabemos su sufrimiento, no estábamos allí cuando tenía que limpiarle el culo lleno de mierda a una basura como papá, así que no podemos juzgarla así ahora. Quizá no compartamos su criterio, pero en el fondo sabemos que era lo mejor.

—Dame mi tiempo para asimilar todo esto, por ahora solo tenemos que pensar en el trabajo que tenemos y nada más, ¿de acuerdo? —le expliqué.

—Está bien, ¿de qué trata?

—No lo sé, la mujer que me llamó dijo que había unos cuantos poltergeists, y que una de sus dos hijas amanece a diario con golpes y rasguños.

—Oh vaya, lo de los rasguños no es nada con lo que nos hayamos topado antes. ¿Qué crees que sea?

—No lo sabemos, pero tengo un mal presentimiento —comentó Angelika.

Llegamos a casa en completo silencio, ninguno de los tres tenía mucho ánimo de continuar con la charla, Tommy y Angelika cenaron unos filetes de pescado con ensalada marinera, mientras que yo me tomé una aspirina, por si acaso despertaba con dolor de cabeza, y me acosté a dormir sin más. Al día siguiente nos levantamos bastante temprano, a eso de las siete y media de la mañana, llené el tanque de gasolina del coche y desayunamos de forma liviana.

Para las ocho y media ya estábamos llegando a la casa que padecía los poltergeists. Una modesta residencia a dos aguas de madera tratada, muy sencilla pero acogedora de todas formas. La señora de la casa, una mujer pequeña de delgada apariencia y con el pelo pajoso atado en un moño por encima de la cabeza, salió a recibirnos. A su lado estaban sus hijas, las cuales tenían un aspecto cansino y desprolijo. Las dos me vieron estacionar a un lado del patio, apagar y descender. Le dimos la mano a la señora y nos presentamos como corresponde.

—Pasen. Perdonen que no tengo nada que ofrecerles, pero a esta altura de mes la cosa esta muy complicada, y el poco dinero que tengo lo he ahorrado para contratar sus servicios.

—Descuide, no nos fijamos en esos detalles. Con un lugar donde sentarnos a charlar nos basta por el momento —dijo Angelika—. Cuéntenos cómo han empezado a desarrollarse los sucesos.

Todos nos sentamos en los sillones del living de la casa, Angelika observó a su alrededor, como hacia siempre. Yo también comencé a mirar a todas direcciones, había algo que no me tenía muy cómodo con aquella situación. No sabía si era simplemente un mal ambiente o algo más.

—Nosotras nos mudamos aquí hace dos meses, luego que me separé del padre de las niñas. Al principio todo era normal hasta que nos empezamos a sentir muy extrañas. Muchas cosas ocurrían día tras día.

—¿Cómo cuales, señora Huts? ­—preguntó Tommy, el cual iba anotando todo en una libreta.

—Pues la temperatura de la casa bajaba o subía repentinamente, aunque tuviéramos el termostato apagado. De algunos grifos a veces salía agua, y a veces no. Y a veces un olor nauseabundo parecía provenir de todas direcciones. A cuatro kilómetros de aquí tenemos un matadero porcino, pero no creo que eso sea el causante de todo esto, el olor que aparece a veces se asemeja más a algo podrido que a simple carne de cerdo procesada. Además son cuatro kilómetros. No creo que un mal olor recorra tanta distancia, aunque sea un día de brisa.

—¿Y todo esto que usted menciona, ha ocurrido antes? —pregunté.

—¿Cómo? —me miró ella confundida.

—Se lo diré de otra manera, ¿los antiguos dueños de la propiedad se quejaban de lo mismo?

—Oh, no tengo idea. Hasta donde sé, el lote estaba vacío, lo conseguí a un muy buen precio, ¿sabe? Y la chica de la venta no mencionó tal cosa.

Miré a Angelika por el rabillo del ojo, y ella me asintió con la cabeza.

—Bien, prosiga —dije—. Luego las cosas se movían solas, ¿verdad?

—Exacto, al poco tiempo la electricidad fallaba, cualquiera de nosotras iba a encender una lámpara y ni bien tocábamos el interruptor, la lámpara estallaba. Siempre había algo que precedía todas estas cosas, por lo general la temperatura, que bajaba bruscamente, algunas veces era solo el olor, a podrido o a quemado, otras eran las brisas heladas que parecían rodear a alguna de nosotras. Optamos por ignorar todo aquello, hasta que las cosas comenzaron a moverse, como usted dice. Los cuadros de las niñas comenzaban a caerse, estábamos durmiendo y un estruendo en el living a muebles destrozados nos despertaba a las tres, pero cuando bajábamos a ver no había nada, todo estaba en su sitio.

Permanecí en silencio unos momentos, mientras que Tommy anotaba todo lo que la señora Huts decía. Angelika fue la que rompió el silencio.

—Pues para comenzar le diré que la casa en sí misma, está mal. Las casas con forma triangular absorben la energía de las personas, y la encierra dentro de sí, como una especie de campo gravitatorio —explicó—. Eso significa que esta casa posee la energía suya, de sus hijas y de todos los que en ella habitaron, sea para bien o para mal. Y déjeme decirle que hay muchísima energía aquí adentro, acumulada desde mucho antes de su llegada.

—¿Y eso es malo?

—Pues para ser honesta, debería ir sabiendo que la mayoría de las energías que hay aquí, no son para nada buenas.

—Por el momento lo que podemos hacer para ir tomando información más detallada, es grabar testimonios de todos los habitantes de la casa, comenzando por la niña afectada, si le parece bien —tercié yo. La señora Huts le palmeó una mano a su hija mayor.

—Es ella, Michelle. Hace dos días que está sin dormir.

—Muy bien —saqué una grabadora de bolsillo de mi chaqueta y la sostuve con el pulgar encima del botón de grabación—, ¿están todos listos?

—Adelante —dijo la señora Huts. Le di al botón de grabar y la cinta comenzó a correr.

—Es el día miércoles, diecisiete de setiembre de dos mil dieciocho. Soy Alex Connor y me encuentro con mi compañera Angelika y mi hermano Tommy en la casa de la familia Huts. La madre de familia afirma que es acosada por diferentes tipos de poltergeist, anomalías olfativas y térmicas. Estamos ante lo que parece, en un principio, un severo caso energético y procederemos a interrogar a la pequeña involucrada como eventual foco de los fenómenos mencionados. ¿Cómo te sientes, Michelle?

—Mal, señor. Quiero dormir, pero no puedo.

—¿Y por qué no puedes dormir?

—Él no me deja. Cuando lo hago me golpea y me muerde.

—¿Él? ¿A quién te refieres, encanto?

—No puedo decir su nombre —murmuró.

Angelika me miró con cierto recelo. Yo tenía el ceño fruncido, todo aquello me daba muy mala espina. Tommy levantó la vista de su libreta de apuntes y nos observó.

—Está bien, no lo digas entonces, ¿me muestras tus heridas, por favor?

Michelle se levantó las mangas de su camiseta hasta la altura del codo. Angelika se tapó la boca con una mano, impresionada. Y yo abrí grandes los ojos, aunque mantuve un poco más la compostura, a comparación con ella.

—Bien, la niña presenta dentelladas superficiales en antebrazo izquierdo. En su antebrazo derecho podemos observar lo que parece ser un par de... ¿Garras? —interrogué, mirando a Angelika. Ella me asintió con la cabeza. —Sí, son garras. Parece ser que fueron marcadas por un proceso de cauterización instantáneo, algo así como una marca a hierro. Todo lo demás son simples moretones. Continuaré con la sesión de hoy hablando un poco con su hermana pequeña y finalmente charlaré más a fondo con la señora Huts. Bendeciré a Michelle para que pueda descansar esta noche y eso será todo por hoy.

Le pasé la grabadora en las manos a Angelika, y con las palmas hacia adelante comencé a murmurar una oración. En el momento en que me disponía a colocarle las manos en la cabeza, un cuadro salió despedido de la pared y me golpeó en la frente con suma violencia. Aturdido, me tomé con las manos sin comprender, escuchando las exclamaciones de sorpresa de los demás. Una gota de sangre se resbaló entre mis dedos, de pronto los ojos de Michelle se volvieron completamente negros, me tomó con sus manos del cuello y comenzó a estrangularme.

—¡No vuelvas a tocarla! —gritó, en una voz poco normal para una niña. Era el sonido más gutural que había escuchado en mi vida.

Angelika y Tommy saltaron encima de la niña, entre los gritos de la hermana y la madre. Tommy intentaba sujetarla de los brazos pero no podía apartarla de mí, parecía tener la fuerza de diez hombres juntos. Angelika por otro lado, le puso una mano en la nuca y otra mano frente a los ojos. Michelle comenzó a retorcerse convulsivamente mientras su fuerza iba disminuyendo poco a poco hasta que me soltó. Me desplomé sobre la alfombra entre toses, mientras que Michelle remitió sus sacudones hasta que se tranquilizó y prácticamente pareció quedar dormida. Entonces la señora Huts se abalanzó encima de ella, y Angelika se la entregó en los brazos.

—Acuéstela, y cierre la puerta por fuera. Hasta mañana descansará, nosotros volveremos a primera hora —dijo. Me tomó por los hombros y me miró fijamente—. Cariño, ¿te encuentras bien?

—Sí, creo que sí —acepté la ayuda de Angelika para levantarme y jadeando observé a la señora Huts. Las lágrimas le corrían por las mejillas.

—¿Qué tiene mi hija, señor Connor? Por favor, dígamelo... —suplicó. —Está endemoniada, ¿verdad?

Endemoniada, aquel termino era algo que solo había escuchado en las películas de terror de los noventa, y por un momento me pregunté de qué clase de siglo provenía esta mujer.

—Trate de descansar señora Huts, mañana será un largo día —respondí—. Consiga la mayor cantidad posible de crucifijos, pero no los meta a la casa hasta que nosotros lleguemos.

Ella asintió con la cabeza y se llevó a las niñas hacia el fondo de la casa, por el pasillo. Michelle en sus brazos, y la pequeña siguiéndola detrás. Me detuve un segundo para mirarla, era asombroso ver como esa aparentemente débil mujer era capaz de llevar a una niña de catorce años en andas.

Angelika me rodeó la cintura con un brazo y me presionó levemente, quería irse, y sabía la causa de su nerviosismo. Una vez fuera, salimos a la calle, subimos al coche y antes de encender el motor del vehículo comencé a buscar en la guantera algún trozo de gasa, apoyé los codos encima del volante y miré a Angelika a mi lado, frotándome la frente, en el lugar donde el cuadro me había golpeado ahora se formaba un pequeño chichón. Tenía un corte de no más de un centímetro que sangraba.

—¿Cómo sabias que había que taparle los ojos? —pregunté.

—Vi lo que era esa cosa. Y creo que tú también lo sabes.

—No quiero convencerme de lo que vi.

—Es Athatriel. Esa niña está fuertemente poseída —dijo Angelika.

—¿Y ese quién es? —preguntó mi hermano desde los asientos traseros. Ambos nos giramos y le miramos al unísono. —¿Qué? Yo no fui el que estudió demonología.

—Es un ángel caído, condenado por no estar de acuerdo ni con Dios, ni con Lucifer.

—Su manera de sobrevivir es poseyendo vírgenes, no tiene alternativa, no puede entrar ni en el paraíso ni en el infierno. Y no se gana el derecho de gobernar el purgatorio —comentó Angelika.

—¿Y qué hacemos, pues?

—Hay que sacarlo de la niña —respondí. Angelika me miró boquiabierta.

—¿Acaso estás demente? ¡No tenemos experiencia en exorcismos!

—Y el equipo que encargamos llegará dentro de una semana, será como ir a la tercera guerra mundial con un palo de escoba —agregó mi hermano—. ¿Por qué simplemente no llamamos a un cura, y ya?

—Tenemos que hacerlo, no podemos dejar esa niña así. La consumirá hasta matarla, en el mejor de los casos. En el peor, matará a toda la familia. Y un cura necesita la autorización del vaticano luego de presentar una serie de pruebas de la posesión, sería un largo trámite —dije, mientras me cubría el golpe en la frente con un poco de leuco, formando una cruz de cinta blanca. Angelika negó con la cabeza, se recostó en el asiento y se tomó la frente con la mano derecha. Yo tomé su mano izquierda en la mía—. Tenemos que hacerlo, Angie. Debes ayudarme, no puedo hacerlo solo.

—¡Ah, maldición! De acuerdo, lo charlaremos en casa.

Encendí el coche, asintiendo con la cabeza, y arranqué rápidamente. Conduje en silencio, no sintonicé la radio ni hablamos de nada hasta llegar a la casa. Una vez dentro, preparé las pipetas de agua bendita, subí a la habitación, tomé de un cajón de mi mesa de noche una biblia de bolsillo, y una bufanda violeta de las perchas de Angelika. Sabía que el color violeta era fundamental en un exorcismo, los demonios conocían muy bien aquel simbolismo de poder que la estola representaba, y planeaba utilizarlo a mi favor. Me hallaba tan ensimismado preparando las cosas que no escuché la puerta abrirse, Angelika me tomó la cintura por atrás y me besó la espalda.

—¿Estás seguro de lo que vas a hacer? —me preguntó. Yo me giré sobre mis talones, y le tomé el rostro con las manos.

—Es necesario, esa pobre chica está sufriendo, ella y toda su familia. Tenemos que ayudarla.

Angelika asintió con la cabeza, mirando hacia el suelo.

—Venceremos, pero lo peor aún está por venir.

—¿A qué te refieres?

—Ya veremos, espero estar equivocada —me respondió, de forma insegura—. Ayudaré a Tommy a preparar el almuerzo, te avisaré cuando esté listo, si quieres.

—Gracias, cariño —sonreí. Nos dimos un beso, y ella salió de la habitación tan rápida y silenciosa como había llegado, sus pies no hacían ruido alguno en la alfombra.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro