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VI


No se había movido de la computadora en casi todo el día, salvo para ir al baño, volver al hotel para recoger sus pertenencias, y nada más, ya que Melissa le había hecho el ofrecimiento de ahorrarse el dinero de la estadía y permanecer en su apartamento, al menos un par de días más, para poder investigar con más comodidad. Angelika aún no le había dicho nada sobre la información recolectada, pero para las ocho y media de la noche del día siguiente, ya había acumulado un grueso de más de cincuenta hojas de datos sobre la historia, vida y obra de Luttemberger, el famoso nigromante del siglo diecinueve, como se le conocía en muchos blogs que había encontrado en la red. Melissa entonces le había facilitado una carpeta elástica donde poder guardar todo, y ya estaban a punto de cenar.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto, viendo el rostro de Angelika apesadumbrado.

—Me siento... —ella hizo una pausa y luego negó con la cabeza—. Bah, ni siquiera sé que siento exactamente.

—¿Qué piensas, entonces?

—Pues muchas cosas —respondió Angelika—. Pienso que quizá Alex tenía razón, teníamos que habernos apartado de esto cuando aún estábamos a tiempo.

—¿A qué te refieres?

—Cuando su padre murió, le dejó a él y a su hermano, una importantísima suma de dinero como herencia —comenzó a explicar pausadamente, mientras cortaba una pequeña porción de su churrasco—. Recuerdo que la primera idea que se le ocurrió fue la de comprar una casa en Hawái, y alejarnos de las investigaciones. Yo fui la que insistí con seguir trabajando de esto, que teníamos que ayudar a las personas que lo necesitaban, que era nuestra misión. Soy una tonta, nada más que eso.

—No, no creo que seas una tonta —respondió Melissa, con tono comprensivo—. Solo creo que eres alguien que busca hacer lo correcto, y eso es muy valorable.

—Lo sé, pero fíjate ahora lo que ha pasado. No puedo seguir mi vida sin Alex —Angelika dejó los cubiertos encima del plato y la miró, sus ojos verdes directos a los de Melissa—. ¿Qué pasa si queda en estado vegetativo para toda su vida, o con medio cuerpo paralizado? No podría... no sería capaz de soportar verlo así. Una parte de mí se siente culpable por su estado clínico.

—No podías evitarlo, no tenías manera.

—No lo sé... Quizá solamente esté divagando debido al cansancio, no me hagas caso. Tampoco eres mi párroco para que escuches todo esto.

—Descuida, si te hace sentir mejor hablar, puedes hacerlo —asintió Melissa—. ¿Qué más piensas?

—Pienso que, de verdad, estoy muy agradecida por tu hospitalidad, por dejarme investigar aquí, por haber conocido alguien como tú —Angelika suspiró—. La verdad, no sé qué hubiera hecho aquí en Génova, completamente sola, sin saber adónde ir.

—Descuida, solo hice lo que creí correcto, lo que me gustaría que hicieran por mí, si estuviera en una situación tan delicada.

Angelika asintió con la cabeza, y no dijo nada más. Cortó un nuevo trozo de carne mientras que Melissa la miraba en silencio. Masticaba con lentitud, como si realmente no tuviera demasiada hambre, y es que también estaba cenando por consideración a la anfitriona. No quería despreciarle la comida el primer día que entraba a su casa, pero con todo el nivel de estrés que tenía, dudaba mucho tener apetito en las próximas horas. Melissa bebió un poco de refresco, y luego continuó hablando con parsimonia.

—Debes mantener la calma, no es tiempo de reprocharte a ti misma —dijo—. Debes reponer energías, cenar, y acostarte a dormir cuanto antes. Mañana será un día largo, supongo que querrás ir al hospital a ver un rato a tu esposo.

—Sí, le iré a ver, por supuesto. Pero antes de dormir, me gustaría revisar un poco más los documentos que he conseguido. No quiero perderme ningún detalle de la investigación.

—Como prefieras, Angelika. En cuanto terminemos de cenar, iré a prepararte mi habitación. Puedes dormir allí, yo usaré el sofá cama del living.

Terminaron de cenar en completo silencio durante el resto de la noche. Al terminar, Melissa se levantó de la mesa, se cepilló los dientes y se encaminó rumbo a su habitación para cambiarle las sabanas y acondicionarle el cuarto a Angelika. Cuando volvió al comedor, Angelika ya había terminado de cenar, había lavado los platos y sentada frente a la computadora, hojeaba el informe que había preparado con todas las hojas impresas. Las hojeaba de una a una, leyendo por encima, viendo las imágenes de la mansión y de Luttemberger una vez tras otra.

Melissa la observó sin decir nada, una parte de si misma tuvo un poco de compasión por aquella chica. Angelika tenía un aspecto terrible, su cabello se había despeinado un poco, tenía unas ojeras brutales y bostezaba cada pocos minutos, pero sin embargo, luchaba por mantenerse despierta, por releer línea tras línea de texto buscando encontrar algún detalle que hubiera pasado por alto.

Se acercó a ella y con un gesto afectuoso le apoyó las manos en sus hombros, Angelika la observó. Un mechón de cabello pelirrojo le cayó grácilmente encima del ojo derecho.

—¿Por qué no vas a dormir? Ya podrás seguir revisando eso mañana, estás agotada —le dijo.

Angelika volvió a poner las hojas en su orden, y suspiró.

—Supongo que tienes razón —se levantó de la silla y sonrió—. Te agradezco, ten buenas noches, y que descanses.

Llegó a la habitación siguiendo las indicaciones que Melissa le daba, la cama era espaciosa, de dos plazas, y muy mullida. Las sabanas estaban perfumadas con el jabón en polvo, y al sentirse rodeada por la penumbra de la noche, no pudo evitar pensar en Alex. Vio las cortinas, echadas sobre la ventana, la decoración del cuarto, el piso de madera que hacia un golpe sordo en cada paso que ella daba. Acarició las sabanas de flores, sabanas de una cama en otro continente, en un país extraño en donde ahora dormiría hasta el amanecer, mientras que su amor se hallaba debatiéndose entre la vida y la muerte, en una cama de hospital, como la espantosa primera vez. Pero como le había dicho Melissa, quizá ahora no era tiempo de reprocharse nada.

Se quitó la ropa con rapidez, quedándose solamente en ropa interior, y se metió dentro de la cama. Estaba fría, pero luego de taparse hasta el cuello entró en la tibieza del calor rápidamente. Una lágrima se resbaló por su mejilla y cayó en la almohada, dio un último suspiro, y se durmió.

A la mañana siguiente, ambas mujeres desayunaron rápidamente y se encaminaron al hospital en el Fluence. Angelika no había dicho una sola palabra en todo el viaje, y Melissa le preguntó un par de veces si se sentía bien. Ella afirmó que se encontraba perfectamente, de modo que dejó de insistirle al fin, para no incomodarla. Decidió probar con otra técnica.

—¿Has dormido bien? —le preguntó—. Espero que la cama no te haya parecido incomoda.

—No, en absoluto. Eres muy gentil. Al principio me dormí prácticamente enseguida, pero luego me desperté varias veces en la madrugada, debido a las pesadillas —hizo una pausa breve, suspiró, y luego miró por la ventanilla hacia ningún lado en específico, mientras hablabla—. Supongo que será por un tiempo, hasta que me acostumbre a toda esta situación.

—Debes ser fuerte en estos momentos, Alex te necesita más que nunca.

—Lo sé —asintió Angelika, y no dijo nada más en todo el camino.

Al llegar, Melisa guio a Angelika por los controles sanitarios y una vez se le permitió el paso a terapia intensiva, ambas se encaminaron rumbo a la sala donde se encontraba Alex, bajo las luces blancas del pasillo interminable.

—¿Cómo crees que se encuentre? —le preguntó, mientras caminaba sujetándose las manos en gesto nervioso. Melissa la miró, y le apoyó una mano en su hombro, mientras que con la otra se sujetaba el cabello correctamente bajo la cofia.

—No lo sabremos hasta que lleguemos a su habitación —respondió.

Llegaron a una puerta que decía "Connor" en una placa removible, y Melissa abrió, despacio. Dentro había dos enfermeras gordas y toscas que le daban un baño de esponja a Alex, mientras que el médico, un italiano de gruesas cejas y considerable altura, revisaba una serie de papeles en una planilla. Levantó la mirada de sus documentos, vio entrar a las dos mujeres, y luego continuó con su tarea de revisar el parte clínico de forma minuciosa.

Angelika escuchó lejos, muy lejos, a Melissa hablando en hermético italiano con aquel hombre. Ella solamente caminó hasta situarse a una distancia prudente de la cama, para no molestar a las enfermeras que hacían su trabajo, pero sin perder de vista al propio Alex. Seguía con aquella mirada entrecerrada, hacia ningún lugar. Los monitores pitando en cada latido de su corazón, una vía intravenosa donde goteaba una bolsa de suero y otra más a su lado, que no sabía reconocer. La mascarilla de oxígeno cubriéndole la nariz y la boca, una pinza de plástico blanca en el dedo índice de la mano izquierda. La piel quemada en la zona de su cuello, formando esa garra espantosa.

No se dio cuenta que estaba llorando en silencio, hasta que una gota le cayó encima del dorso de sus manos, que las tenía entrelazadas frente a su vientre, como pidiéndole en silencio al destino que por favor salvase a su amor. Las enfermeras acabaron el baño de esponja rápidamente, percatándose de la situación, y salieron del cuarto enseguida que Melissa y aquel hombre finalizaron la charla. Solo en ese entonces, Angelika se acercó a la cama y le acarició el cabello a Alex.

—Me cuesta creer... —murmuró, pero luego no dijo nada más, negando con la cabeza. Miró a Melissa con aprehensión, y preguntó casi de golpe—: ¿Cómo está?

—Pues anoche le hicieron una tomografía cerebral y no apareció nada anormal en los informes. Solo queda esperar a su evolución, aquí le estamos dando todos los cuidados que podemos.

—¿Qué hacen con él? —volvió a preguntar.

—Pues por el momento será sometido a algunas pruebas para tratar de descubrir el tipo de accidente cerebrovascular que ha sufrido, y la parte afectada de su cerebro, puntualmente. Esto nos facilitará saber qué tipo de tratamiento debe seguir. Cada doce horas se le realiza un electrocardiograma exhaustivo para medir la actividad eléctrica y el ritmo en su corazón. Sabemos que no fue un accidente cerebrovascular por obstrucción, sino que fue por sangrado. Al menos según nos dijo el hombre que lo trajo en su coche a urgencias, en el momento del ataque Alex estaba sangrando por los lagrimales de los ojos y su nariz. Eso es muy poco común, pero al menos la sangre tuvo un lugar por donde drenar en vez de coagularse en la corteza cerebral. Digamos que eso fue lo que le salvó la vida.

—Dios mío... —murmuro Angelika.

—Tan pronto pueda y recobre el conocimiento, le ayudarán a moverse y sentarse, y en caso de que no pueda hacerlo le ayudarán a cambiar de posición en la cama con frecuencia. Esto más que nada para evitar éscaras y trombosis venosa.

Angelika continuaba acariciándole el cabello a Alex, como una autómata. Apartó la mano de su cabeza y le sujetó la que llevaba la pinza en el dedo índice, acariciándole con el pulgar. Sin soltarle se giró para observar a Melissa, y sonrió a pesar de las lágrimas.

—No tengo palabras para agradecer todo lo que están haciendo por él.

—No tienes nada que agradecer —asintió Melissa. Angelika volvió a mirarlo con ternura.

—Tan solo lo quiero de nuevo conmigo, que me dé un abrazo por las mañanas, que me haga sentir su niña protegida —una lágrima cayó encima de la sábana—. Lo necesito para sentirme viva, él es mi felicidad, y nada más.

—¿Quieres un momento a solas?

—Te lo agradecería muchísimo.

—Descuida.

Melissa salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Una vez en privado, Angelika se arrodilló a su lado, de modo que el borde de la cama quedaba a la altura justa de sus pechos. Tomó la mano de Alex y se la apoyó en su propia mejilla, húmeda por el llanto.

—Daria lo que sea necesario por verte volver, mi amor —murmuró con suavidad—. Por favor, no te rindas, lucha y ven conmigo. Nuestra historia aun no acaba, no puede terminar así, no lo permito ni lo acepto —le besó el dorso de la mano y luego le susurró—. No me dejes sola en este mundo frio y gris, por favor.



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Alex, mientras tanto, caminaba por un prado verde, de césped bien corto y fresco. Había una playa a su izquierda, y las aguas eran de vino. Muchos hombres y mujeres estaban allí, todos vestidos con túnicas blancas, sonrientes y perfectos, que le saludaban al pasar. Alex se observó, y vio que llevaba puesta la ropa de hospital aun, luego miró a la distancia y vio una ciudad que refulgía brillante. Era imposible mirarla de forma directa porque lastimaba los ojos, y si se cubría con el dorso de la mano, no podía verla con claridad, de modo que prefirió seguir camino por la ribera de aquel mar de vino. Intentó hablar con las personas que por allí caminaban, tanto hombres como mujeres, pero ninguno le daba información sobre aquel sitio, ni le daba más detalles.

—Alex, nos volvemos a ver —dijo una voz, detrás suyo. Se giró sobre sus talones, y vio al Ángel Miguel, con su portentosa figura y su acostumbrado cabello blanco, mirándolo con gravedad.

—¿Dónde estoy? ¿Esto es el limbo?

—No, en absoluto. Estás en el cuarto cielo, en mi morada.

—¿O sea que he muerto?

—No, estos cielos no presentan una constitución física o tangible, sino que, por el contrario, hacen referencia a reinos de índole espiritual que forman estados de conciencia, o lo que tú conoces como planos de existencia.

—¿Qué es lo que brilla allá, a lo lejos?

—Aquella es la Jerusalén Celeste, la ciudad de oro de la sabiduría.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Alex, mirando a su alrededor.

—Estas aquí porque has actuado con imprudencia, enfrentándote con Azrael.

—Pero tenía que sacarlo de allí —Alex miró con gravedad a Miguel—. ¡Aquel demonio no podía seguir atormentando más personas inocentes! ¡Tú hubieras hecho exactamente lo mismo en mi lugar!

Miguel rio, al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

—¿Atormentando? ¿Atormentando a quién? —le preguntó— ¿A un arquitecto sediento de ambiciones monetarias? Tú no ayudaste a nadie, solo a los bolsillos de un hombre común.

—Pero Azrael...

—Azrael estaba allí porque era el lugar donde debía estar. Azrael no es un demonio, es el único ángel que se autoexilió del cielo.

Alex no daba crédito a lo que estaba escuchando, ¡pero si le había quemado cuando lo tomó por el cuello! Miguel continuó su relato.

—Poco tiempo después de su creación, a Azrael le fue asignado el estudio de algo que, hasta entonces, no se comprendía muy bien en el cielo —Miguel hizo una pausa—. La disposición de las almas humanas tras la muerte. Se conocía que algunas almas habían llegado al cielo en base a una vida justa y de mérito propio, pero sin embargo no se sabía que estaba ocurriendo con algunas almas que faltaban en los libros del Todopoderoso, y que debían estar aquí. Fue en ese momento que Azrael se ofreció a rastrear el alma de los humanos, algo que hasta entonces ningún otro ángel había hecho de forma correcta.

—¿Qué pasó después?

—Lo que halló fue indignante, muchos humanos de baja naturaleza y principios, estaban siendo torturados en el reino inferior. En sus inicios tal reino era un lugar oscuro, apartado de Dios, vacío y muerto, aislado y solitario, pero no era un lugar de torturas, y los demonios lo habían convertido sin autorización de Dios, en un lugar de increíble suplicio y perversa mortificación. Ya no era el Seol de las Escrituras, sino el infierno tal y como lo conocemos.

Habían comenzado a caminar a medida que charlaban, Alex asombrado por la increíble historia que Miguel le estaba contando.

—¿Qué sucedió entonces? —preguntó.

—Cuando Azrael dio las noticias en el cielo, reinó la indignación, ya que muchos demonios no solo torturaban por diversión aquellas almas que debían ser castigadas como era debido, sino que algunos osaban destruirlas para siempre, tomando así una potestad que ni siquiera Dios se atribuye aun teniendo el derecho moral, si quisiera, de hacerlo. Pero también, según informó Azrael, algunos demonios estaban reteniendo almas que no habían cometido faltas suficientes para enviarlas al infierno.

—Vaya, esto es increíble —Alex asimiló lo que Miguel le estaba contando.

—Como compensación por su trabajo, Azrael fue honrado con el título de Arcángel, y se comprometió así con la tarea de asegurarse de que ninguna alma se dirigiera equivocadamente, a un lugar que no le correspondiera. Junto con un ejército de ángeles, se encargó de buscar almas para salvar en el infierno. Pero ayudar a los muertos, y equilibrar la balanza entre el cielo y el infierno, no era suficiente. De modo que les ordenó a sus ángeles seguidores ayudar a los humanos vivos a prepararse para la muerte, aceptarla como tal, y no temerla si sus actos eran buenos.

—Como una especie de guía, ¿no es así? —preguntó Alex.

—Exacto. Pasado el tiempo, entre los seres de luz llegó a pensarse que Azrael rechazaba, hasta cierto punto, el propio cielo. Finalmente, Azrael expresó su deseo de autoexiliarse junto a sus ejércitos, no porque no apreciara la compañía celestial, sino que su misericordia por los humanos era tal, que prefería servir a Dios en tinieblas, solo por evitar que las almas tuvieran un final injusto al morir. Fue allí cuando sucumbió al aspecto demoniaco que viste en aquel sitio.

—Pero Azrael me atacó —objetó Alex, deteniéndose en la arena para mirar al ángel—. ¡Él me atacó, y ahora estoy en este lugar por él!

—Te atacó porque le atacaste, además de interferir en sus planes —respondió Miguel, con paciencia.

—¿Planes? ¿Es que acaso alguien debía morir?

—Así es.

—¿Quién?

—Marelli no ha sido una persona justa, él debía morir para ser juzgado. Tú has impedido que eso sucediese, y enviaste al propio Azrael a una prisión infernal que no le corresponde.

—¿Qué será de él, entonces? —preguntó Alex.

—Marelli morirá dentro de seis meses, en la demolición del asilo al que tú fuiste. En cuanto a Azrael, pronto se liberará de sus cadenas y volverá a la tarea que le corresponde. Pero gracias a esto, Alex, has aprendido una valiosa lección —dijo Miguel—. Ni todos los demonios son malos, ni todos los ángeles son buenos.

—Lo siento mucho —dijo, mirando hacia la fina arena que se colaba por entre los dedos de sus pies descalzos. Luego miró al ángel—. Escucho la voz de Angelika, a lo lejos. Me habla, y me llama, ella me necesita. Sácame de aquí, te lo ruego.

Miguel se giró sobre sus talones, se alejó con parsimonia, y las manos a la espalda. Luego se detuvo un segundo, aun de espaldas a Alex, y respondió antes de desvanecerse:

—Lo siento, Alex. Esta vez, no puedo ayudarte.



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Aun se hallaba a un lado de la cama, cuando todos los monitores aumentaron sus pitidos a la vez. Observó las pantallas mientras se ponía de pie, sin comprender que estaba ocurriendo, pero sintiendo el aguijonazo del miedo, un espantoso y brutal presentimiento se había apoderado de ella.

—¿Alex? —murmuró, casi sin voz.

En el instante en que el cuerpo de Alex comenzó a convulsionar con extrema violencia, Melissa, el médico principal, dos especialistas neurólogos y tres enfermeras ingresaron corriendo a la habitación. En un torbellino, los especialistas y las enfermeras se situaron a su lado, rodeando la cama, y en aquel caos Angelika solo podía escuchar lo que hablaban el uno con el otro. No entendía nada de lo que decían en aquel idioma, pero suponía que eran nombres de medicamentos. Dos enfermeras y un especialista se esforzaban por controlar que no se atorase con su propia lengua, mientras que los demás le inyectaban medicinas, en las dos bolsas de suero. Melissa se detuvo frente a Angelika y le apoyó las manos en sus hombros.

—Angelika, debes salir de la habitación.

—¡No, debo quedarme con él! —exclamo, llorando desconsolada.

—¡No debes ver esto, y no podemos trabajar aquí contigo! —insistió Melissa—. Comprendo tu dolor, pero te mantendremos informada en todo momento. Necesito que esperes afuera.

Angelika se dejó guiar hasta el pasillo, viendo como Melissa cerraba la puerta tras de sí. Se acercó al pequeño cristal y aplastó la punta de su nariz contra él, observando todo lo más que podía, empañándolo por los jadeos del llanto. Tardaron interminables minutos en estabilizar al propio Alex, y luego hablaban entre sí, revisaban los monitores y negaban con la cabeza.

Finalmente, Melissa fue la primera en salir al pasillo.

—¿Qué sucede? —preguntó Angelika— ¿Qué está pasando con Alex?

Melissa no decía absolutamente nada, no tenía idea por donde comenzar a darle las noticias, ni tampoco cuál sería su reacción.

—¡Háblame, por Dios! ¿Qué está pasando?

—Angelika... lamento muchísimo tener que decirte esto, pero es posible que el accidente cerebral vuelva a repetirse, no sabemos si en las próximas horas o en un par de días, pero es muy alta la probabilidad de que ocurra —hizo una pausa y luego añadió. —No volverá a despertar jamás.

—No... eso es mentira...

—Lo siento mucho.

—¡Estas mintiendo! —gritó Angelika, y su cordura emocional se derrumbó en un mar de lágrimas, llanto desconsolado y lamentos, mientras repetía una y otra vez esta última frase. Melissa la rodeó con sus brazos mientras ella descargaba el llanto varios minutos. Luego repentinamente se separó de Melissa, abrió la puerta de la habitación, y tomando una silla que había en un rincón para las visitas, la situó al lado de la cama y se sentó en ella, tomándole la mano izquierda a Alex—. No me iré de su lado —dijo, con un tono que no admitía discusión.

—No puedes quedarte aquí toda la vida, Angelika, no te hará bien...

Angelika la miró. Tenía el rostro sin maquillaje, los ojos encapotados de llorar, la nariz enrojecida, y el cabello despeinado.

—Me quedaré aquí hasta que muera o despierte, lo que sea que ocurra primero. Pero no me iré de su lado, y no lo diré más.

Melissa asintió con la cabeza, salió al pasillo, y cerró la puerta tras de sí, sin responder nada.

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