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IX


El amanecer los sorprendió tomados de la mano, charlando en susurros y contándose intimidades que sonaban a despedida, una despedida que ninguno de los dos imaginó afrontar jamás, pero ahí estaban, dos cuerpos lastimados, sucios de sangre, heridos, y agotados, sentados en el suelo mugroso de una mansión vacía y funesta, esperando su hora final.

Ya no había nada más que pudieran decirse, nada más que pudieran hacer, ambos tenían un hambre atroz, y la sed era inaguantable. Angelika tenía los labios agrietados y resecos, Alex dormitaba luchando contra la inconsciencia por el dolor insoportable de sus costillas. No creía tener hemorragia interna ni mucho menos, pero le dolía al respirar, cosa que hacía con dificultad, dicho sea de paso. La actividad paranormal de la mansión, tan frecuente por la noche, se había detenido con los primeros rayos de luz solar que se filtraron por las ventanas, mostrando las estelas de polvo que flotaban por todas partes.

—Ya es de día, ahora por suerte podemos vernos las caras —dijo Angelika, sonriendo por la ironía de su frase. Otro día más, uno menos de vida.

Una formación nebulosa comenzó a materializarse de forma gradual frente a ellos, a unos tres metros de distancia de donde se encontraban sentados. Angelika sintió que entraba de nuevo en pánico y Alex parpadeaba más despierto, alerta aun a pesar de sus heridas. Ella se puso de pie dispuesta a huir si hacía falta. No sabía adónde, pero lo haría por el instinto básico de supervivencia y nada más. Alex también se paró a su lado, con un poco más de esfuerzo y ayuda de ella. Apoyarse en uno de sus brazos para ponerse de pie, era realmente doloroso, sentía como si le estuvieran aprisionando el pecho con una prensa industrial, tosió un poco, con un quejido, y se le cayó un hilo de sangre por la comisura de sus labios.

—No podemos dar pelea —le dijo, viendo como Alex daba un paso y se ponía frente a ella, para cubrirla con su espalda.

—Da igual, eso no evitará que te proteja.

Aquella materia blanquecina comenzó a espesarse cada vez más hasta que gradualmente tomó forma humana. Ante ellos apareció el propio Tommy, vestido completamente de blanco y mirándolos en el más absoluto silencio, con su expresión amable de siempre, pero sin gesticular nada en absoluto. Alex dio un paso hacia adelante, sin dejar de mirarle, indicándole a Angelika que se quedase dónde estaba, pero el espectro de Tommy simplemente se dio media vuelta, se deslizó hasta el pie de la escalera y se detuvo allí. Giró sobre sí mismo y miró a Alex, sin decir nada. Entonces fue Angelika quien comprendió lo que intentaba mostrarles.

—Quiere que le sigamos —dijo.

Ambos entonces caminaron hacia la escalera, en el preciso instante en que la aparición de Tommy subía los escalones con lenta parsimonia, a la par del herido Alex. Al llegar al pasillo de la segunda planta los esperó, y en cuanto vio que llegaron arriba, siguió avanzando hasta la puerta que estaba sellada desde que llegaron, la más antigua de todas, con ese candado viejo trabando la puerta de madera. Se detuvieron en silencio, esperando a ver qué haría después. Tommy solamente se giró sobre sus talones, los observó y atravesó la puerta, ingresando a la habitación.

—Quiere que abramos esa puerta —dijo Alex, miró a Angelika de soslayo—. El rifle, necesito el rifle.

—Enseguida.

Angelika bajó de nuevo a la primera planta, tomó el Winchester en las manos y volvió a subir, al llegar al final del pasillo se lo entregó en las manos a Alex. Éste abrió la recamara de los cartuchos, comprobó que quedaban al menos unos cinco disparos más y si bien estaban húmedos, solo deseaba que la pólvora no se hubiera mojado por completo, cerró y jaló la palanca del armador con un dolor agudo en el pecho. Apoyó la culata en su hombro, apuntó hacia el candado dando un paso hacia atrás, y disparó. Esquirlas de madera volaron a todas partes en el mismo momento en que daba una exclamación de dolor, ya que el culatazo del arma era insoportable debido a su costilla rota. El fuerte candado solo cedió al segundo disparo, a pesar de lo herrumbroso que estaba y la cantidad de años que debía estar allí puesto. Lo apartó rápidamente, empujó la puerta con una mano, y lo que vieron allí dentro fue sencillamente increíble, algo que nunca imaginaban.

La habitación estaba completamente inundada de mesas de operaciones, potros de tortura, camillas, incluso hasta material hospitalario como drogas, anestésicos y aparatos electrónicos antiguos.

Muchas de las mesas de operaciones que se encontraban llenas de telarañas aún estaban manchadas con sangre reseca acumulada durante varias décadas, el hedor a encierro y formol era realmente insoportable y espeso. En las estanterías que había por doquier se hallaba de todo, celosamente guardado en frascos y botellas, opacas por la enorme acumulación de polvo y telarañas. Desde fetos humanos hasta ojos, dedos, pezones, lenguas, orejas, corazones, disecciones cerebrales, pechos femeninos, una verdadera barbarie. Aunque lo peor de todo, sin duda, y lo que más llamó la atención de ellos al entrar, fue que toda la sala tenía las paredes pintadas con símbolos satanistas, marcados con la sangre de varias víctimas. Encima de una de las ventanas de la habitación había cinco cráneos colgados de la pared, con sus huesos completamente amarillentos y una expresión torcida. Todas habían sido mujeres, Alex podía verlo. Las estanterías, además de rebosar de frascos con formol y partes humanas, estaba completamente plagado de bisturís oxidados, pinzas, tenazas, alicates, sierras de cortar hueso, cadenas y huesos como fémures, tibias, costillares completos, incluso hasta un cráneo de cabra.

—Por el amor de Dios, Alex —comentó Angelika, a su lado—. Aquí es donde ofrecía a sus víctimas. Esta habitación no fue abierta jamás en más de cuarenta años, todo está inalterable.

Alex paseó la vista por la habitación, hasta que lo vio. Bajo una de las mesas había un bidón de veinte litros de gasoil, el cual dudaba mucho de que estuviera rancio ya que parecía perfectamente cerrado y sin ningún tipo de filtración. También había varias bombonas de butano doméstico, y Alex supuso que todo aquello debía ser el combustible que usaba para los mecheros de operaciones, y para calefaccionar las habitaciones principales de semejante mansión tan grande.

—Eso es lo que Tommy quería mostrarnos —dijo, señalando el combustible—. Haremos volar la casa.

—¿Con nosotros adentro? —dijo Angelika.

—Si hemos de morir, nos llevamos la mansión con nosotros, y a la mierda —respondió Alex, taciturno—. ¿Qué opciones hay?

—Lo sé, tienes razón —respondió ella. El corazón le latía con tanta fuerza como para entrecortarle la respiración de forma sistemática, jamás imaginó que estarían planeando su propia inmolación, pero también sabía que estaban completamente jugados—. ¿Cuál es tu plan exactamente?

—Llevaremos el combustible y el butano a la sala principal, rociaremos el suelo con gasoil y dejaremos las bombonas al lado de cada columna. Dispararé entonces a ras de suelo, la fricción del disparo supongo que generará una chispa, más que suficiente como para mandar a la mierda todo esto.

—Oh, Alex... —murmuró ella, sintiendo que el llanto la ahogaba de nuevo. Tenía mucho miedo a morir, no se lo iba a negar a sí misma, y más de aquella forma tan espantosa. Alex lo sintió dentro de sí, cambio el rifle de mano y le rodeó los hombros con el otro brazo.

—Será solo un instante, ni siquiera nos enteraremos que ha pasado. Si la casa nos ha de vencer, nos la llevaremos con nosotros al puto infierno. Tenemos que hacerlo, por ti, por mí, por todas las victimas que se ha cobrado a lo largo de los años, alguien tiene que acabar con esto. Y qué mejor que seamos nosotros.

Ella asintió con la cabeza, y puso manos a la obra. En no más de veinte minutos ya habían sacado de la habitación el bidón de combustible y las más de ocho bombonas de gas butano, las cuales pesaban una espantosa barbaridad y hacerlas descender por la escalera rodando había sido todo un sacrificio que Alex, a pesar de sus costillas rotas, debió afrontar lo mejor que pudo. Ni siquiera se molestó en ponerlas de pie, simplemente las recostó lo más cerca que pudo de cada columna, dos en cada una de ellas y nada más. Respiraba agitadamente, cada vez que tosía sacaba un poco de sangre por la boca, pero le daba exactamente lo mismo, dentro de poco no habría más dolor, ni sed, ni hambre, ni miedo.

Angelika volcó el gasoil por todo el suelo de la mansión, apestando todo con el olor característico del combustible, tratando de comprobar que el líquido llegara a todas las bombonas por igual, encharcando el suelo. Entonces arrojó el bidón vacío a un lado, con descuido, y miró a Alex. Ambos estaban sudorosos, y respiraban trabajosamente. Él levantó el rifle en sus manos, solo disponían de tres tiros para poner en marcha el plan, sino estarían más que jodidos, se dijo. Jaló la palanca del armador y la miró a Angelika, una mirada que decía más de mil, de un millón de palabras en eterno silencio. Ella se acarició el vientre desnudo, sucio de sangre, y lloró en silencio mientras se acercaba a Alex y lo abrazaba por la cintura, apoyando su mejilla en la espalda de él, imaginando el movimiento del pequeño feto que nadaba en su útero en aquel preciso instante, ese pequeño angelito que no sabía todo lo que estaba pasando, en el interior de su cálida y suave burbuja.

—¿Estás lista? —le preguntó.

—Adelante —dijo ella, entre el llanto—. Te amo, Alex.

—Y yo a ti, Angelika.

Ella cerró los ojos, esperando el momento en que todo volara por los aires, pero los segundos se hicieron eternos, y luego de un par de minutos abrió los ojos. Alex estaba apuntando al suelo con expresión pensativa, sin hacer absolutamente nada.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—Creo... —murmuró, y luego se giró hacia una de las ventanas de la sala. —Creo que tengo una idea.

—¿A qué te refieres?

Alex no la escuchó ni le respondió. Se plantó frente a la primera ventana más cerca de ambos que vio, tomó el rifle por el caño y blandió un culatazo contra el cristal, que se astilló formando una telaraña de resquebrajaduras, como la primera vez. Alex esperó, en cuanto comenzó a regenerarse golpeó de nuevo, aunque el pecho le doliera insoportablemente, y la grieta en la ventana fue mayor.

—¡Eso es, lo tengo! —exclamó.

—¿Qué?

—Los cristales se regeneran si tratas de romperlos, eso es lo que nos ha impedido la salida todo este tiempo, ¿verdad?

—Así es, no te entiendo Alex —comentó ella. Parecía que estaba dotado de nuevas energías.

—Pero si al momento de la regeneración tú sigues golpeando, llegará un punto que la fisura será tan grande que no resistirá y tendrá que ceder, por inercia.

—¿Estás seguro?

—¡Claro que sí, no sé cómo no me he dado cuenta antes, que estúpido soy! —Alex se paró separando un poco los pies y levantando el rifle lo más alto que pudo, lo estampó contra el vidrio, entonces comenzó a golpear una y otra vez incansablemente, y cada vez que parecía regenerarse más rápido, Alex golpeaba furioso, sin detenerse, sangraba por la boca, pero no se detenía a pesar de que parecía sentir como le apuñalaban el pecho en cada embate.

Finalmente, el cristal estalló hacia afuera.

Alex arrojó el rifle a una porción de suelo que estaba seca, y comenzó a apartar fragmentos de cristal que habían quedado sujetos al marco de la ventana con rapidez, en un golpe de adrenalina y euforia indescriptible, aunque las palmas de sus manos habían comenzado a sangrar copiosamente. Ni siquiera se había dado cuenta del dolor que los cortes le producían.

Ayudó a Angelika a subir al marco de la ventana, la cual una vez que logró acomodarse saltó fuera al suelo de tierra del patio de la mansión. Cerró los ojos y lloró de alegría, le parecía sencillamente increíble sentir el aire fresco acariciando su rostro, la luz del sol y el olor húmedo de la vegetación que reinaba por doquier, hasta casi parecía un sueño hecho realidad. Alex arrojó el Winchester al patio, subió a la ventana y literalmente se dejó caer al otro lado. Las piedras le rasparon los brazos, pero no le importó, se quedó tirado con los brazos abiertos en el medio del patio con una sonrisa y los ojos cerrados, mientras que Angelika respiraba hondo, y reía a su vez.

—¡Es maravilloso! —exclamó ella.

Alex se puso de pie con dificultad, se posicionó frente a la ventana y levantó el rifle, apuntando contra el suelo con suficiente ángulo como para que el disparo rebote y generase fricción. Era tan hermoso ver la mansión desde afuera, pensó, y en su mente se imaginó levantándole el dedo medio en la cara a Luttemberger, con una sonrisa triunfal.

—Acabemos con esta mierda —dijo, y disparó.

El impacto de la bala no fue el adecuado, o el gasoil estaba rancio y ninguno de los dos lo sabía hasta ese momento, pero no generó la menor chispa. Alex dio una maldición y disparó nuevamente, entonces con el segundo disparo una esquirla de suelo se fragmentó y salió despedida hacia adelante, el gasoil encendió y Alex se dio media vuelta, tomando a Angelika de un brazo y gritándole que corriese lo más lejos que pudiera.

Ambos sintieron como el calor manaba desde las paredes mismas de la casa, el suelo tembló bajo sus pies al momento en que se escuchaba una explosión realmente atronadora, todas las ventanas, incluida la pesada puerta principal salieron despedidas hacia afuera envueltas en una gigantesca bola de fuego naranja. Lenguas de llamas rugieron desde el interior y todas las ventanas del segundo piso explotaron, cayendo en una lluvia cristalina al patio. Finalmente, la casa ardía hasta los cimientos, y Angelika se cubrió los ojos en el preciso instante en que el resplandor de las llamaradas la cegaba por completo.

Alex se quedó absorto viéndola arder, viendo como una vaporosa humareda negra envolvía las llamas y salía hacia el cielo, implacable. Desde esa nube de humo, una sombra voló hacia él, sintió como era desplazado de su mente en tan solo una fracción de segundo, un instante en el que no hizo el menor gesto, paralizado por completo. No pudo resistirse, su debilidad mental y física era extrema, y aquel demonio macabro, terriblemente poderoso y regente de los homicidios, acabaría la tarea que ni Tommy, ni Luttemberger, habían podido concretar.

Angelika, ajena a todo esto, se apartó el dorso de la mano en cuanto las llamas fueron un poco menos intensas, no así el calor que irradiaba la casa. Tomó de una mano a Alex, que estaba de espaldas a ella, mirando todo sin moverse de su lugar, y tiró levemente de él, tratando de guiarlo hasta el Taurus que aún continuaba allí estacionado.

—¡Hemos triunfado, cariño, lo conseguimos! —exclamó. Alex se giró de cara a ella, lentamente, y el pánico volvió a apoderarse de sí. Tenía los ojos completamente negros, las venas de su cuello estaban hinchadas a tal punto que podía ver como dentro de ellas una masa negra e informe corría de forma grotesca e inhumana. Entonces fue cuando supo que nada había acabado aun, que todo estaba muy mal.

Intentó soltarle la mano, pero él la arrastró hacia sí y le tomó por el cuello, ambos rodaron en la tierra y las piedras del patio. Angelika no podía hacer absolutamente nada por luchar contra los noventa kilos que pesaba Alex, a pesar de que le intentaba dar manotazos en los brazos y el rostro, ahogándose con los ojos desorbitados de horror y pánico. Sentía que poco a poco perdía la conciencia, a pesar de que luchaba instintivamente, pataleando en el suelo con toda la fuerza que podía, pero de pronto la presión en su cuello cedió. Alex la soltó levemente, contrayendo los dedos.

Ella le miró, parecía luchar consigo mismo, apretaba los dientes, sus manos temblaban como si estuviera levantando un grandísimo peso y sus músculos no dieran de sí, cerró los ojos al mismo tiempo que apartaba el rostro de Angelika y se encorvaba sobre su espalda, tenía las venas mucho más hinchadas y negras que antes. Entonces abrió los parpados y la miró un segundo, murmurando una sola palabra entre dientes, en plena lucha con toda la fuerza de su voluntad.

—Huye —dijo.

Angelika se deslizó hacia atrás raspándose en las piedras, apartándose del cuerpo de Alex tan rápido como podía, se puso de pie y corrió hacia la portería de hierro, pero de pronto se detuvo en seco, paralizada por una increíble visión.

Sintió el vació absoluto dentro de su pecho, como si fuera a atravesar de alguna forma la barrera del sonido, como si los segundos se estirasen y todo marchara más lento en aquella tortura eterna. Se giró sobre sus talones y lo vio, Alex luchando contra sí mismo de rodillas en el suelo, contraído de forma poco natural y físicamente posible, dando gruñidos con los dientes apretados.

De pronto un resplandor blanco iluminó el patio y la mansión haciendo que el enorme incendio provocado en la propiedad fuera reducido a un simple fósforo en comparación. En el instante justo Angelika observó hacia arriba, algo caía del cielo vertiginosamente. No estaba segura de lo que estaba viendo, aquella luz no tenía forma definida, pensó su cerebro extenuado por el horror y la locura, pero aun así le parecía haber visto una espada, y dos siluetas semejantes a un par de alas enormes, luego sencillamente no vio nada más, levantó un brazo y se cubrió lo mejor que pudo.

Sintió como se le erizaban los vellos del cuerpo, el estallido que sintió le hizo vibrar el pecho como si hubiera caído un rayo a pocos metros de su posición. Luego el silencio más absoluto, solo el rugido de las llamas en el incendio que devoraba la maldita mansión.

Se apartó el brazo de los ojos y miró hacia adelante, Alex estaba de rodillas en el suelo de tierra con la cabeza baja, sin moverse en absoluto.

—No... por favor... —murmuró, mientras corría hacia él.

Al llegar a su lado se dejó caer y le tomó el rostro con las manos, entonces lo vio, el sacrificio estaba hecho, su visión era cierta, no habían salido impunes de aquella lucha.

Las cuencas de sus ojos estaban vacías, solo había dos orificios completamente carbonizados y sangrantes, hasta los parpados habían sido quemados por el golpe del ángel que había venido en su ayuda, nervios, tejidos y carne, allí dentro no quedaba más que un hoyo completamente oscuro y achicharrado. Alex se desplomó en sus brazos, y ella lo abrazó, llorando amargamente y acariciándole el cabello y las mejillas sucias de sangre.

Y finalmente se dejó caer a su lado, inconsciente por el estrés y la deshidratación.




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Cuando despertó, los focos de led blanco le iluminaron, cegándola por completo. Intentó cubrirse los ojos con el dorso de la mano, y vio que tenía una pinza clínica en la punta de su dedo índice conectada a unos aparatos de medición. Tenía también una vía intravenosa con suero conectada a su brazo derecho y un medidor cardíaco pitaba rítmicamente a su lado. Estaba acostada en una mullida cama de hospital, en una sala blanca, con un televisor colgado en un soporte empotrado en la pared, transmitiendo enmudecido un programa de motocicletas. Observó a su alrededor, a pesar del dolor de cabeza que experimentaba. No vio nadie a su lado, tan solo el mobiliario clásico de toda habitación de hospital, decorado solamente en la mesa de luz al lado de la camilla por un jarrón de cerámica, con un ramillete de margaritas.

—¿Hola? —llamó. Pensó que debía haber un timbre para enfermería en algún sitio cercano a su cama, pero quería utilizar su propia voz para ello, aunque estuviera débil— ¿Alguien me escucha?

Un instante después una enfermera de cofia blanca y bata larga, ingresó en la habitación.

—Ah, ya está despierta —le dijo.

—¿Cómo está mi bebé? —preguntó Angelika, rápidamente, luchando con el dolor que sentía en todo su cuerpo, como si le hubieran dado una paliza— ¿Está vivo?

—Señorita, yo no...

Ella le interrumpió.

—¡Dígamelo de una vez! ¿Es que lo he perdido? —exclamó, sintiendo que comenzaba a llorar nuevamente, una lagrima le rodó por su mejilla y se escurrió hasta su almohada. Intentó ponerse erguida en la cama, pero se sentía sin fuerzas en absoluto.

—Señorita, no debe alterarse, por favor tenga calma.

En aquel instante, el médico a cargo ingresó en la habitación, entonces al verle Angelika detuvo sus gritos, y habló más calmadamente, casi en tono de súplica.

—Por favor doctor, dígame que mi bebé está bien —dijo.

El medico la observó detenidamente, luego consultó su planilla de avance y su acta clínica, se colocó las manos a la espalda y la volvió a mirar, en unos instantes realmente eternos para ella.

—El embarazo sigue su curso normal, no tiene de que preocuparse.

Angelika dio un resoplido, sonriendo al mismo tiempo que cerraba los ojos.

—Gracias a Dios —murmuró—. ¿Qué hospital es éste? ¿Quién nos rescató?

—Se reportó una explosión en la mansión Schwarze Rose, y personal de bomberos se internó allí para apagar el incendio, fueron ellos quienes los encontraron a usted y a su compañero, inconsciente y casi sin ropa en el patio de la mansión calcinada —explicó el médico—. Es el hospital Groundbury, y podría decir que se han salvado de milagro. Usted presentaba una insuficiencia renal bastante severa, falta de elasticidad en la piel, y al momento de ingresar en el hospital tenía un cuadro de shock hipovolémico. Si los bomberos hubieran tardado un poco más en llamarnos, usted hubiera presentado daños en las células cerebrales, convulsiones, un coma y la muerte.

—Cielo santo... ¿Y Alex? ¿Él está bien?

—Bueno, lo de su compañero es un poco más complicado.

—Dígamelo, sea lo que sea por favor, necesito que me lo diga —rogó—. ¿Al menos está vivo?

—Sí, está vivo. Pero su recuperación será mucho más severa —asintió el médico—. Lo encontramos con la presión arterial demasiado baja, tenía fiebre y delirios y un cuadro de deshidratación muy comprometedor. Presentaba una fractura en la tercer y cuarta costilla, que había perforado el pulmón derecho, la única forma de salvarlo fue con una operación de tejido pulmonar. También tenía un coagulo en el brazo, y una incisión que fue tratada con cinco puntos en el bíceps. Sus manos tenían cortes profundos hasta los tendones, también presentaba un cuadro de hematomas intramusculares y periosticos en más del ochenta por ciento del cuerpo. Necesitará fisioterapia, tanto por la operación pulmonar como por las costillas rotas, además de un esguince mal tratada en un tobillo, la nariz rota y su operación pulmonar de alto riesgo.

—Por Dios... —murmuró Angelika.

—Aunque me preocupan sus ojos, tiene las cuencas literalmente vacías. Lo que más me asombra clínicamente, es que la carne y los tejidos nerviosos fueron cicatrizados instantáneamente, como si se hubiera sometido a un voltaje descomunal o a una altísima temperatura. No existe operación posible para eso, quedará completamente ciego de por vida, señorita Steinningard —dijo el médico—. Él aún no lo sabe, está sedado y sometido a estudios constantes y cuidados intensivos, pero será un golpe muy duro en cuanto se lo comuniquemos. Aún no entiendo cómo ha sido posible algo así, clínicamente es algo que jamás había visto en mi vida.

—¿Tendrá posibilidades de llevar una vida normal luego de esto? —preguntó Angelika.

—Sí, claro que sí. Al principio le costará acostumbrarse a la ceguera, sin duda la necesitará mucho más de la cuenta y conviene que le consiga un perro guía, para cuando usted no pueda acompañarle en alguna ocasión.

—Gracias, doctor. Ha sido muy amable —respondió ella, un poco más serena.

—Descuide. Al lado de su almohada está el timbre, puede llamar a enfermería si necesita alguna cosa.

Se dio media vuelta y comenzó a avanzar hacia la puerta de la habitación, y justo cuando tomaba el picaporte en sus manos, Angelika hablo.

—Doctor, espere un momento —él se giró sobre sus talones.

—Diga.

—Quiero escribir —pidió ella—. ¿Podría facilitarme un bolígrafo y una hoja de papel si es tan amable?

—Claro, espere un momento —el medico salió de la habitación y volvió a los pocos minutos con una estilográfica y unas cuantas hojas sujetas con una pinza a un acrílico transparente. Se lo entregó en las manos a Angelika y luego se alejó por donde vino, ella agradeció antes que se marchara junto con la enfermera, y en la soledad de su silencioso cuarto, comenzó a escribir, a medida que lloraba.


"Sé que nunca vas a poder leer estas líneas, seguramente yo te las lea algún día, en cuanto podamos salir de aquí, volver a nuestro hogar y sentarnos como siempre, en nuestro sillón, a beber nuestro café y a suspirar abrazados, como si nada más importase para nosotros, que ver pasar el día.

Hemos triunfado, mi amor. Hemos vencido, tal y como decías. Nuestro bebé está bien, está vivo, tanto como tú o como yo. Pero, sin embargo, y a pesar de todas las cosas, tú eres el más perjudicado de los tres, lo sé. Tu vida ha cambiado desde ese momento, y a cada minuto que pasa me parece que te alejas más y más, que el dolor y la desesperanza de que jamás vuelvas a poder mirarme a los ojos le van ganando terreno a mi cordura. Pero sé que hemos dado todo uno por el otro, y no escribo estas líneas solamente como un recordatorio mortal, sino porque algún día y quizá con la suerte que el destino nos depare, volveremos a tener una vida normal, a pesar de nuestros errores, y de nuestras luchas."



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