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IX

Alex preparó dos omelettes adicionales para los recién llegados, los cuales parecían cansados a pesar de haberle contado que la noche anterior la habían pasado en un hotel de la ciudad, lo suficientemente cerca de donde ellos vivían. Sirvió la mesa, preparó un exprimido de jugo de naranja con hielo y una vez ya todos estuvieron sentados alrededor de la mesa, tanto Lisey como el propio Daniel comenzaron a contar su historia. Vince, por su parte, aún no había dado ni siquiera una probada de su propio plato, estaba tecleando incansablemente desde que había puesto manos a la obra, ajeno a lo que todos conversaban.

—Tenías razón al final —dijo Alex, mirando a Angelika—. Tommy se ha vendido a Lucifer.

—En un principio te quería a ti de trofeo —comentó Lisey, señalando a Angelika—. Pero luego cambió su pacto para volverme humana, de todas formas sigue queriendo asesinarte, Alex.

—No entiendo a qué punto ha llegado mi hermano para pensar siquiera un momento en hacer una cosa así, es que me cuesta asimilarlo. Hasta se diría que no puedo reconocerlo.

—Y no lo reconocerás en lo absoluto —Lisey escrutó el rostro sorprendido de Alex detenidamente, en silencio durante unos instantes, luego continuó hablando—. Pensé que no me creerían cuando les dijera lo que en verdad fui anteriormente.

—Hemos visto de todo desde que comenzamos con el grupo de investigación, no creo que nos sea de mucho asombro lo que has contado, más que nada para mí —respondió Alex.

—Yo tengo que admitir que, en su momento, me costó creerlo, de cierta manera —terció Daniel, al mismo tiempo que cortaba otra porción de omelette—. Tengo que reconocer que la comida está exquisita, muchas gracias por tan buen recibimiento.

—No es nada, sepan disculparme por mi mal genio en cuanto los vi en la portería. No ha sido fácil todo lo que ha pasado en los últimos tiempos.

—Ya, podemos imaginarlo —respondió Daniel, mirando de reojo el rifle y luego la ventana con las maderas clavadas—. Las palabras se quedan muy cortas.

El grupo quedó en silencio un instante en el que solo se escuchaban los cubiertos chocar con los platos. Fue Angelika quien habló repentinamente.

—¿Cómo nos encontraron, Lisey? Han contado que vienen de Arizona, eso está muy lejos de aquí.

—Llegamos a Nueva York y comenzamos a buscar información con la gente —Daniel respondió por ella—. La gente sabe que ustedes son muy conocidos por sus anteriores investigaciones, pero casi nadie sabía decirnos donde viven. Hasta que alguien me comentó que vivían en un country bastante apartado de la ciudad. Nueva York es inmensa, y ayer nos pasamos todo el día conduciendo de aquí para allá, preguntando en cada barrio residencial que pasábamos.

—Por suerte, pudimos encontrarlos relativamente rápido —comentó Lisey.

—¿Sabes cuáles son los planes de Tommy, cuando comencemos con la mansión? —preguntó Alex.

—No, en absoluto. Solo sé que quiere acabar contigo, Alex, y nada más. La mansión es su punto de partida, y está aquí en la ciudad, pero tampoco sé adónde con exactitud.

—Nosotros hemos ido a la mansión hace poco, y allí no hay nadie, está completamente vacía salvo por las entidades que la infestan. Ni rastro de mi hermano —dijo.

—¿Han ido allí?

—Así es.

—No tardará en aparecer, hasta donde tengo entendido en cuanto ustedes encontraran la mansión Tommy se pondría en movimiento. Deberían andar con cuidado.

—Les agradecemos que hayan venido a charlar con nosotros, intentamos protegernos de alguna forma u otra, pero realmente estamos cansados de tantas cosas que nos han ocurrido últimamente, y además estoy embarazada —respondió Angelika—. No luchamos de la misma forma que antes, y me gustaría poder darles alojamiento. Tenemos la habitación que era de Tommy, si gustan quedarse.

—Yo estaría encantado —comentó Alex—. Tenemos que unir fuerzas de alguna forma, aunque mi hermano ya sea completamente irrecuperable a estas alturas. Y además, me imagino que ustedes estarán hartos de dormir en hoteles.

—Yo no tengo problema —asintió Daniel.

—Por mi está bien, gracias —dijo Lisey a su vez.

—¡Eh, lo tengo! —exclamó Vince, de repente. Todos se sobresaltaron y le miraron sin comprender. El único en reaccionar rápido fue Alex, se puso de pie y se acercó a la computadora.

—¿Qué encontraste? —le preguntó.

—La secta esta activa, sin duda. Son muy peligrosos, sus prácticas van desde abortos, sacrificios humanos, vaya mierda...

—¿Hay miembros aquí, en Nueva York? ¿Sabes dónde están?

—¿Qué relación tienen con Luttemberger? —fue la siguiente pregunta de Angelika. Vince la miró.

—Era su líder.

—Mierda... Todo tiene más sentido aún.

—No sabría decir si aquí hay miembros del Poder Superior o no, solo te diría que seguramente haya personas interesadas en la casa. No solo por el hecho de haber pertenecido a su líder, sino porque está ubicada en un punto estratégicamente energético, según sus creencias —Vince se encogió de hombros—. Al menos no están caminando a ciegas ahora.

—Algo es algo, claro. De todas formas, ya sabemos a lo que nos enfrentamos.

—Pues sí, son gente jodida, como ya hemos comprobado más de una vez.

—Gracias por tu ayuda, Vince. No tenemos forma de agradecerte todo lo que has colaborado con nosotros este último tiempo —le dijo Angelika, tomándole de las manos. Vince abrió grandes los ojos, y Alex esbozó una sonrisa, no de burla, pero se preguntó cuántas veces en su vida una mujer le había tocado siquiera una mano.

—No hay problema, todo sea por descubrir lo que pasa en esa mansión. Si logramos desenmascarar lo que allí está pasando, incluida esta secta, se puede armar una revuelta muy grande —dijo él, y luego comenzó a caminar hacia la puerta—. Mi trabajo aquí está hecho, tengo que volver a casa, debo revisar mi servidor. Estoy trabajando en un archivo clasificado de la CIA, ¿saben?

—No pierdes el tiempo —rio Alex, acompañándole hasta la calle. Luego volvió al cabo de cinco minutos solo, y una vez en privado con Daniel y Lisey, dio un largo suspiro.

—¿Les apetece un café? —preguntó—. En un rato iré a preparar su habitación.

—Gracias, nos sentaría bien —sonrió Daniel—. Veo que no tienen descanso un momento.

—No, la vida ha sido bastante intensa los últimos meses —Alex se marchó a la cocina, encendió la cafetera y luego volvió al living—. Cuéntame de Tommy, a pesar de todo lo que ha pasado, no deja de ser mi hermano, y lo extraño.

Como toda respuesta, Lisey tomó su pequeño bolso y buscó dentro la fotografía enmarcada de ambos. Se la extendió a Alex, y luego respondió.

—No es mala persona, solo que ha tenido situaciones difíciles en su vida. Era feliz, era bueno, y me amaba, o eso creo. Esa fue la última vez que estuvimos juntos —dijo.

Alex estudió la fotografía, y sonrió. No pudo evitar que una lágrima corriera por su mejilla.

—Realmente estaba enamorado de ti, lo veo en sus ojos. Jamás había mirado así a nadie.

—Cuando deseaba ser humana, lo hacía porque deseaba una vida con él a mi lado —comentó ella, bajando la mirada hacia sus manos—. Ahora soy mortal y no tengo a Tommy conmigo, ni siquiera sé dónde está.

—Podremos encontrarlo, no te preocupes —comentó Angelika, tomándole una mano por encima de la mesa con gesto aprehensivo.

—Esa cicatriz con forma de garra que llevas en el cuello —observó Daniel—, ¿qué te ha pasado?

—Fue el ataque de un ente.

—Por poco te mata, ¿no?

—Así es —respondió Alex—. Pero aquí estoy, el arcángel Miguel me ha protegido más de una vez frente a ciertas cosas. Dicho sea de paso, gracias a él estoy caminando de nuevo —se puso de pie y avanzó hasta la cocina de nuevo—. Iré a revisar la cafetera.

Alex volvió luego de unos minutos con una bandeja pequeña y cuatro tazas de café, que dejo encima de la mesa junto con el recipiente del azúcar.

—Aun no entiendo algo —dijo Daniel, frotándose la barbilla—. ¿Cómo se relacionaron ustedes con la mansión?

Angelika se tomó su buena hora y media para contarle todo lo que había vivido desde pequeña, sus visiones, la muerte de sus padres, y la terrible maldición de Luttemberger. Incluso hasta le mostró las copias de los documentos que habían conseguido a manos de Hazzard. Daniel miraba las fotografías realmente horrorizado, en algunas incluso hasta se hacia la señal de la cruz.

—A veces queremos irnos de aquí y olvidarnos de todo esto —comentó ella—. Pero seremos padres, y debemos luchar, aunque estemos agotados, aunque pensemos que esto es demasiado para nosotros.

Daniel entonces comenzó a relatar su experiencia después del accidente de tránsito que había arrebatado la vida de quienes más amaba. Alex y Angelika le miraban con atención, para Lisey aquello ya era historia conocida.

—Es difícil a veces asumir ciertas cosas —dijo Daniel, una vez que dio un sorbo a su taza de café que comenzaba a entibiarse—. Jamás en toda mi vida como pastor me había tocado vivir una situación parecida, jamás imaginé que Dios sería tan cruel como para quitarme lo único que tenía. Tampoco imaginé conocer a Lisey, ni a ustedes, con toda la historia que ambos arrastran. Y por algo estamos aquí ahora, unidos y compartiendo nuestras vidas.

—Todos estamos aquí por algún motivo, pero no sabemos cuál exactamente —dijo Angelika pensativamente—. Solo tenemos esa maldita casa frente a nosotros, y tenemos que encontrar la forma de destruirla cuanto antes.

—¿Crees que con una limpieza no bastaría? —preguntó Lisey.

—Lo dudo —respondió Alex, interviniendo en la charla—. Allí hay mucha referencia a la demonología más potente conocida, también hubo demasiados homicidios y torturas, por no hablar de los ritos que se practicaban. Hay demasiada carga negativa como para detenerla con una simple limpieza y nada más. Hay que destruir la casa de alguna forma.

—¿Cómo? —preguntó Daniel—. No tenemos explosivos, supongamos. Y en caso de tenerlos, no sabemos si serviría de algo.

—Ya pensaremos en algo, por ahora solo debemos mantenernos con la mente fría y ver cómo se van sucediendo las cosas, sin más —Alex se puso de pie y apuró su taza de café—. Iré arriba a prepararles la habitación, desde que Tommy se fue del grupo nadie ha usado ese cuarto, y a pesar de ventilarlo todos los días, debe estar hecho un desastre por completo.

—No te preocupes —sonrió Daniel—. ¿Necesitas ayuda en algo?

—Descuiden, deben descansar del largo viaje —respondió. Subió el primer peldaño de la escalera y se giró para mirarlos—. Estamos en familia, supongo. Eso aliviana nuestras penas.



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El resto de la tarde transcurrió con bastante animosidad entre todos, Daniel se ofreció a preparar la cena, alitas de pollo al horno con papas. Conversaron animadamente durante casi todo el día y prácticamente a tempranas horas de la noche disfrutaron de una velada agradable, bebiendo un café con tostadas de queso y viendo la televisión. Alex, con el mando a distancia, revisaba canal por canal sin decidirse por nada en concreto.

—Ciento cuarenta canales pagos y no hay nada decente, por Dios —comentó, entre risas.

—Ni que lo digas, no te imaginas siquiera el dolor de cabeza que fue mirar la televisión en las habitaciones de hotel donde hemos dormido —respondió Daniel.

Alex se pasó por el noticiero, adelantó un canal más y luego volvió a retroceder, frunciendo el ceño.

—Eh, esa camioneta... —murmuró.

La noticia que aparecía en pantalla era de un accidente fatal en el que un conductor de iniciales V.H había perdido el dominio de su vehículo luego de un desperfecto mecánico en el que aparentemente se había quedado sin frenos por completo, había impactado de lleno contra otro vehículo en la intersección de Stanson St y Haminghome, y debido a traumatismos graves, había fallecido en el lugar de los hechos. La televisión mostraba la policía acordonando el sitio y los hierros retorcidos de la vieja y destartalada camioneta de Vince, a lo lejos.

—No me digas que... —murmuró Angelika.

—Es Vince, ha muerto —Alex se puso de pie tan rápido del sillón, que parecía haber sido expulsado con un resorte invisible. Tomó las llaves del Taurus y dio un resoplido de asombro. Tenía una expresión completamente asombrada—. Iré para allí, tengo que verlo yo mismo.

—Iré contigo —dijo Angelika, poniéndose de pie. Daniel y Lisey los miraban boquiabiertos.

—No, quédate con ella —le respondió, señalándole a Lisey. Luego miró a Daniel—. ¿Tú puedes venir conmigo?

—Claro, vamos.

Ambos salieron mientras que Alex pulsaba el interruptor de la cerca eléctrica, que comenzó a deslizarse con suavidad. Casi corriendo, abrió la puerta del conductor y subió al coche. Daniel rodeó el Taurus por delante y subió del otro lado.

—Conozco la intersección, por suerte. Masomenos a diez minutos por autopista —dijo Alex. Encendió el motor y con un rápido movimiento de la palanca de cambios puso reversa, saliendo a la calle con rapidez, en el mismo instante que la preocupada Angelika lo observaba desde la puerta. Enfiló calle arriba y aceleró a setenta. Su esguince estaba casi recuperada y le gustaba volver a conducir con normalidad, sin sentir más que un leve dolor sordo en el tobillo.

—¿De qué estas sospechando, si se puede preguntar? —le interrogó Daniel, ajustándose el cinturón de seguridad, por si acaso. No le agradaba en absoluto la rapidez con la que Alex conducía.

—Entiendo que su vehículo era muy viejo, pero me parece excesivamente raro que justamente cuando Vince investigaba sobre la secta, sufre el accidente y muere —respondió, de forma pensativa—. Angelika vio una persona vigilando la casa, y creo que esto ha sido intencional.

—Santo cielo...

—Veremos que investigamos.

Alex condujo durante unos diez minutos, y no le costó en absoluto encontrar el lugar debido a la congregación de personas y agentes policiales que había en todo lo ancho del acordonado amarillo. Estacionó a un lado y bajó del coche sin apagar el motor, avanzó hasta el accidente lo más que pudo, antes de que un guardia le detuviera el paso.

—Alto, no puede ir más allá.

—Tranquilo, conocía a la víctima —respondió Alex, levantando las manos. Observó su cuerpo en el suelo, tapado con una lona de plástico blanca, y bajó la mirada—. Descansa, Vince...

—Padre nuestro, que estas en los cielos, santificado sea tu nombre... —comenzó a orar Daniel, a su lado, mientras se hacia la señal de la cruz. Alex le interrumpió.

—Eh, mira eso —le dijo, señalándole una de las ruedas de la camioneta destrozada.

—¿Qué crees que sea? Parece algún tipo de símbolo —dijo Daniel.

—Creo que lo he visto antes, pero no logro recordar donde —Alex observó el círculo con símbolos jeroglíficos dibujado con tiza, aparentemente. Metió la mano en su bolsillo del pantalón, pero había salido tan apurado de la casa, que no había llevado el celular. Se maldijo internamente por no poder tomarle una fotografía, y levantó la vista mirando la escena por segunda vez.

A lo lejos había un hombre mirándolo fijamente, apartado del resto de los curiosos que observaban el operativo policial. Al verse descubierto, se giró sobre sus talones y comenzó a alejarse caminando rápidamente, sin mirar atrás. Vestía una gabardina negra larga, y no parecía muy avanzado en edad.

—¡Eh, deténgase! —exclamó Alex, y girándose rápidamente miró a Daniel. —¡Ve al coche!

—¿Pero qué...?

—¡Ve al puto coche y sígueme! —ordenó, rodeando los policías rumbo a la dirección donde aquel hombre los vigilaba, empujando transeúntes a su paso— ¡A un lado, apártense de mi camino!

Aquel hombre comenzó a correr alejándose de Alex, el cual corría a toda la prisa que su tobillo en recuperación le permitía, al principio comenzó a dolerle y creyó que debía detenerse y desistir de la persecución, pero vamos, aquel hijo de puta parecía muy sospechoso, pensó. No podía dejarlo ir. La gente lo veía al pasar, pero nadie intervenía, a pesar de que gritaba a viva voz que detuvieran al hombre que iba delante de él. Atravesaron cuatro calles y cuando cruzaban Stovinlen Park, Alex se esforzó hasta casi el límite de su resistencia y se le abalanzó encima en cuanto le alcanzó. Ambos hombres rodaron por el césped, ante la vista atónita de varias personas que por allí pasaban. Le giró en el suelo, ambos jadeantes debido a la persecución, y le tomó por la solapa de su gabardina. Comenzó a sacudirlo con violencia, golpeándole la espalda contra el suelo.

—¡Usted le mató, usted le mató! ¿No es así?

—Creo que has visto demasiadas películas policiales, imbécil.

—¡Usted le mató, maldito hijo de puta, dígamelo! —Alex lo sacudió una vez más y desde adentro de su gabardina salió fuera un collar, una vara de Caduceo coronada por un gorro Frigio. El observó aquello, y reconoció el símbolo prácticamente enseguida, era el mismo que había tallado en la fuente de la mansión Luttemberger— ¿Por qué nos vigila?

—No diré nada —rio aquel hombre—. Tú y tu mujercita de mierda serán carroña para los cuervos antes de que el solsticio acabe. Él así lo dispuso, y así se hará.

—¡Jamás! —exclamó Alex, y comenzó a golpearlo en el rostro con extrema violencia, las personas que había en el parque comenzaron a irse, murmurando entre sí y totalmente consternadas, algunas con el teléfono en la mano llamando a la policía— ¡Dígame lo que quiero saber, maldito, dígamelo!

Alex continuó golpeándole a puñetazos en el rostro con toda la fuerza que podía, el rostro de aquel hombre se convirtió entonces en una masa hinchada y sangrante, pero Alex no se detuvo un instante. Desde atrás escuchó la voz jadeante de Daniel, que le había alcanzado en algún momento.

—¡Alex, detente, le vas a matar! —exclamó.

—No se merece otra cosa, éste maldito nos vigila, es un miembro de la secta. Y no dudo que haya matado al pobre Vince —se puso de pie y tomándolo de la ropa con violencia lo alzó, obligándolo a pararse. Luego miró a Daniel, con el rostro crispado de la furia—. ¿Dónde has dejado el coche?

—En la entrada del parque, te seguí lo mejor que pude.

—Vámonos, este hijo de puta vendrá con nosotros y nos dirá lo que queremos saber —le tomó del cuello de la gabardina y lo empujó hacia adelante sujetándolo con fuerza—. ¡Camina, imbécil!

—Hmmpf... —murmuró, escupiendo un diente. Alex le dio un contundente golpe de puño en los riñones, que lo hizo doblarse en sí, al mismo tiempo que lo empujaba.

—¡Que camines, pedazo de mierda!

Trastabillando, y a empujones, lo condujo entonces a la entrada del parque. Alex abrió el maletero del coche ni bien llegar, y lo metió dentro, no sin antes sujetarlo del cabello y darle el rostro contra el coche, dejando una gran mancha de sangre en la pintura negra. Cerró la tapa del maletero y rodeó el vehículo para subir al asiento del conductor. Daniel le siguió y le miró con detenimiento, tenía las manos y la ropa completamente manchada de sangre, y en su mirada no había otra cosa más que odio, un odio tan profundo que hasta le asustaba en cierta forma.

—¿Estás bien? —le preguntó, luego que Alex aceleró por la calle rumbo a su casa.

—Sí, no te preocupes.

Le miró en silencio, y luego dio un suspiro temiendo formular la pregunta que tenía en mente.

—¿Qué harás con él?

—No tengo la mínima idea, por ahora solo intentaré que me diga todo lo que quiero saber. Luego veremos —ese veremos a Daniel le sonaba muy mal, terriblemente mal.

El resto del viaje fue en completo silencio, ninguno de los dos tenía nada para decir, Daniel con sus razones, y su miedo a que las cosas se salieran más de control de lo que ya estaba ocurriendo. Y Alex, por su parte, pensando en las palabras de aquel hombre, filosas como cuchillas.

Al llegar a la casa, subió la rampa de la acera y tocó la bocina un par de veces, desde adentro Angelika pulsó el interruptor de la cerca, Alex ingresó con el coche al patio y estacionó donde siempre, al lado de la cancha de tenis. Angelika salió de la casa junto con Lisey.

—¿Era Vince, no es así? ¿Era su camioneta? —luego de verle las manos y la ropa llena de sangre se llevó una mano a la boca y le miró con temor. Lisey no entendía nada de lo que estaba ocurriendo—. Cielo santo, Alex...

Daniel bajó del coche poco después, Lisey le miró como preguntándole silenciosamente que había pasado, pero él se encogió de hombros y negó con la cabeza como diciendo "no pude evitarlo". Alex rodeó el coche, abrió la cajuela del Taurus y sacó fuera al lastimado y sangrante hombre, el cual se desplomó al suelo.

—Por Dios, Alex —dijo Angelika—. ¿Quieres decirme qué demonios está pasando?

Él hizo caso omiso de su pregunta, miró a aquel hombre que gateaba en cuatro patas, con el rostro duro y sin expresión alguna.

—Levántate —como vio que no le respondía, le dio una patada en la boca del estómago que lo dejó amoratado y sin aire, le hizo rodar por el césped boqueando como un pez y con los ojos desorbitados por el dolor—. ¡Que te levantes, maldito! —le tomó de la chaqueta y lo obligó a ponerse de pie lo mejor que pudo, empujándolo hacia la casa. Luego miró a Angelika, estupefacta, al lado de Lisey. Daniel se acercó a las mujeres—. Necesito que vayas al ático y traigas una soga larga, o dos pequeñas.

—Alex, pero qué...

Él la miró como reuniendo paciencia extra.

—Angie, no es momento de hacer preguntas, ve y trae una soga por favor, solo eso te estoy pidiendo.

Volvió a la casa con gesto enojado, Lisey la siguió para intentar ayudarla de alguna forma, aunque realmente lo que pretendía era consolarla. Alex y Daniel fueron los últimos que entraron al salón de la casa, retuvieron al hombre hasta que Angelika volvió con una larga cuerda blanca, entonces Alex lo sentó en una de las sillas del living, le colocó las manos detrás y con varios nudos firmes le sujetó las muñecas y los tobillos. Luego se alejó dos pasos y le miró.

—Bien, ahora vas a decirme quién eres. ¿Cuál es tu nombre?

—Schlimme absolut nichts —respondió. Alex miró interrogante a Angelika, y ella puso los ojos en blanco un instante antes de traducirle.

—Dice que no va a decirte absolutamente nada —dijo—. ¿Puedes explicarme qué está pasando?

—Es quien nos vigila, y un miembro de la secta del Poder Superior —respondió Alex, exasperado notoriamente—, ¿estás conforme ahora?

—¡Por supuesto que no estoy conforme en lo absoluto! Cielo Santo... ¿Cómo vas a traerlo aquí? ¿En qué demonios estabas pensando?

El hombre en la silla sonrió.

—No te preocupes amigo, todas las parejas tienen problemas, asúmelo. Aunque me divierte ver como poco a poco se van desarmando entre sí.

Alex le golpeó en el rostro, un chorro de sangre salió despedido de su nariz manchando la alfombra. Lisey dio un respingo sobresaltado en cuanto Alex golpeó de nuevo a aquel hombre. Alex lo tomó de la chaqueta y le obligó a mirarle directamente.

—Quiero un nombre, quiero saber quién mierda eres —le dijo.

—Kaspar —respondió—. Kaspar Erlich.

—Y eres del Poder Superior, además de un sucio asesino de mierda que mató a Vince —agregó Alex apretando los dientes—. ¿Hay alguien más de la secta aquí?

Kaspar no respondió absolutamente nada, Alex entonces tomó el rifle, abrió la recamara para comprobar si estaba cargado, jaló la palanca del armador y le apoyó el caño directamente en el lado izquierdo de la cabeza. Lisey y Daniel estaban estupefactos, Angelika sintió que su corazón se paralizaba, al ver la expresión completamente desquiciada que llevaba Alex.

—Contesta mi pregunta o te mataré aquí mismo, hijo de puta —dijo.

—Alex, no... —murmuró Angelika.

—Tú no me mataras —rio Kaspar—. Si lo haces, no tendrás la información que buscas.

Tenía razón, pensó Alex, mientras le apuntaba un instante más. Finalmente le apartó el rifle de la cabeza y con la culata del mismo le golpeó en la frente, para dejarlo inconsciente al instante. Exasperado, Alex arrojó el rifle de forma descuidada encima del sillón y caminó hacia la ventana dando un resoplido hastiado.

—Nos estamos metiendo en una gorda, Alex —dijo Angelika, cortando el silencio de la casa.

—Ya estamos metidos, Angie.

—¿Por qué lo has traído? —le preguntó, en tono recriminatorio—. Si hay más de la secta rondando por aquí le van a encontrar, nos has expuesto a todos.

—¡Maldición, ya todos estábamos expuestos desde un principio! ¿Qué diferencia hay ahora? Mató a Vince, por si no sabías.

—Lo sé.

—¿Qué esperabas, que le dejara marcharse impunemente luego de habernos vigilado incluso?

—Hay que sacarlo de aquí, y lo sabes —insistió ella.

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