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IX

Del diario de Angelika, 8 de junio.

"Llegamos a casa sin más contratiempos, teníamos mucho para investigar relacionado a la mansión, ya que seguramente estábamos obviando algún detalle importante. Recogimos a Brianna de la guardería canina ni bien llegamos, en la misma tarde, y ella se mostró constantemente servicial con nosotros. Daba vueltas, retozaba por el patio e incluso se orinaba de la alegria de volver a vernos, es un animal gentil y maravilloso.

Con respecto a Melissa, acordamos escribirnos siempre que pudiéramos, y se lo dije aun antes de salir rumbo al aeropuerto, estaba realmente agradecida por todo lo que había hecho con nosotros. Por Dios, Angie, ¿qué te sucede? Tienes miedo de decirle a tu diario las cosas, tonta. Pero si no lo haces con él, ¿a quién se lo dirás, a Alex?

Sí, he de reconocer que tenía ganas de besarla al despedirme.

No lo sé muy bien, vaya locura, ¿a que sí? Esa explosiva italiana de cabello negro como la noche, con su perfecto inglés y su buena hospitalidad desinteresada, harían feliz a cualquiera. La noche en la que salimos del hospital con Alex nos alojamos en su apartamento, y por la noche hablamos de muchas cosas, entre ellas mi pasado y la historia de mis padres.

Pero cambiando abruptamente de tema, aún tenemos muchas cosas que hacer por la casa, como ya he dicho más arriba. He averiguado que la mansión, o más bien dicho el solar donde se construyó, fue adquirido por remate estatal, así que seguramente deba comenzar investigando por allí a ver que logro encontrar. Aún nos queda demasiado trabajo por hacer a medida que vaya pasando el tiempo.

No hemos tenido más pesadillas, ni visiones. Yo no he percibido más nada, Alex tampoco, y aun de todas formas esto de percibir cosas es muy nuevo para mí. Todas las noches tomo medio comprimido de Piroclamina, sin que Alex me vea, para dormir profundo y evitar tener pesadillas. No sé si estará bien, pero al menos me ayuda. Tampoco hemos vuelto a ver a Tommy y a Luttemberger, no sé si esto sea bueno o malo, pero lo veo como la calma antes de la tormenta. Algo se está preparando más allá de la cuaderna del sur, dijera Gandalf visitando la Comarca, y lo que sea, no me gusta para nada.

Volviendo a nosotros, Alex ha vuelto a reabrir el blog del grupo, nos han llegado nuevos correos de solicitudes en investigaciones nuevas, pero no creo que lo aceptemos, o nos acabará por estallar la cabeza a los dos, además Alex aún tiene mucho en que reponerse. En este preciso momento lo estoy escuchando discutir acaloradamente por teléfono con un reportero. Vaya día, madre de Dios.

Aún no hemos almorzado, tampoco hemos sacado a Brianna a pasear en días. Somos unos insensibles, no hace falta que lo piense demasiado.

Algo a tener en cuenta: Alex todavía no me ha propuesto matrimonio, aunque no creo que demore más de la cuenta en hacerlo. He visto de reojo la pantalla de su notebook al pasar, y siempre está consultando páginas web sobre viajes...

¿Estará preparando alguna sorpresa? No lo sé... él me ha visto fantasear mucho cuando caminamos, y pasamos junto a vidrieras con vestidos blancos. Pero no me ha dicho nada, solo sonríe a mi lado, y eso me desconcierta un poco.

Sé que voy de un tema a otro como una loca, pero Alex ha cambiado muchísimo desde que volvimos de Génova, y nos enteramos lo que había pasado con su madre. Según había dicho en el hospital, y en la casa de Melissa, se había encontrado con ella en el cuarto cielo. Tenía el presentimiento que algo le había pasado, y yo había intentado por todos los medios posibles convencerle de que ella estaba bien, que quizá solo fueran ideas suyas. Vamos, Alex no podía alterarse, ya había tenido suficiente y agradecía a todos los santos que estaba ileso de semejante accidente. Pero es obstinado, y cabeza dura cuando quiere.

No se quitó aquello de la cabeza durante todo el viaje en avión, apenas durmió un par de horas, y ni bien llegar a casa lo primero que hizo fue encender su computadora, y buscar el nombre de su madre en todas las actas necrológicas que conocía. La encontró al día siguiente, y juro por Dios que jamás había visto una reacción como aquella en él.

Simplemente se quedó sentado en su silla, con la mirada perdida al menos unos quince minutos, y luego se echó a llorar como un niño. Su madre se había colgado de aquel naranjo, en el patio de su casa, pocos días después de aquella discusión que tuvieron, en la firma del testamento de su padre.

Recuerdo que intenté consolarlo, me acerqué a él y le rodeé sus hombros con mi brazo. Entonces me miró, con el rostro contraído por el dolor y todo lo que me dijo fue: "Soy el culpable de todo, y aun después de la muerte, ella eligió ayudarme."

Su humor se ensombreció durante algún tiempo, había perdido la sonrisa, le daba lo mismo comer o dormir, y había comenzado a preocuparme. Un buen día estábamos desayunando, me miró un momento y me dijo que debíamos comenzar a investigar. Suspiró, se levantó de su silla y comenzó a revisar la información que había encontrado de la mansión, como si nada hubiese pasado.

Lo amo, con locura. Pero a veces temo por él, no solamente por su integridad física, sino por sus emociones y su cordura."



_________________________________________________________



Alex cortó el teléfono bruscamente, cuando ni bien hacerlo sonó de nuevo. Echando maldiciones, atendió y comenzó a hablar lo más educadamente que podía. Todo lo que Angelika podía escuchar desde la cocina, mientras picaba la cebolla en rodajas, y la carne de cerdo con papas se entibiaba en el horno, eran los monosílabos "si", "no", y "aja".

Su mente se perdió en la lejanía de casi seis años atrás, cuando comenzaron a conocerse en la universidad. ¿Cómo le había parecido Alex, la primera vez que lo había visto? Se dijo. Un miserable ricachón engreído, se respondió, y sonreía mientras cortaba la cebolla.

¿Lo había mirado? Sí, claro que sí. Solo una vez, cuando entraron al salón el primer día, Angelika había paseado la vista por todos rápidamente, y se topó con los ojos de Alex que la miraban fijo, aquellos ojos azul marino que la dejaron hipnotizada.

Comenzó a saltear la cebolla en un sartén ancho, pensando si se habría imaginado tan solo un segundo en todo lo que viviría junto a Alex. Claro que no, mujer, como si fueras vidente como él, pensó, negando con la cabeza.

¿Pero acaso ahora no lo era? Se preguntó.

No lo sabía, había visto cosas desde que había tenido uso de razón, pero lo que se dice vidente con todas las letras, solo desde que había comenzado su relación con Alex. Observó su entorno, y sonrió complacida. Si tan solo pudieras verte ahora, Angelika del pasado, pensó en su fuero interno.

Cocinándole a tu hombre, mientras el lavarropas se sacude centrifugando y soltando el perfume del jabón en polvo por toda la casa, y la cocina se inunda del aroma a la carne asándose en el horno a fuego lento, como tu vida. Fuego lento como el amor que te consume día a día enamorándote a cada mañana de Alex, mientras el sol tibio abraza tus pupilas, grácilmente.

Vaya historia que tendría para contar, incluso ahora podía hasta imaginarse tirada en una reposera de madera de pino, tomando el sol en el patio de una gran residencia, junto con Alex. Un parque delante de ellos, un columpio y una copa de Martini en su mano, leyendo una portada del American People, o de la Rolling Stone. ¿Lo imaginaba, o lo estaba viendo? No lo sabía.

Unas manos la rodearon por la espalda y le acariciaron el vientre, un beso en el cuello.

—Que bien huele —dijo Alex. Estiró un brazo para intentar robarle un trozo de cebolla que había quedado olvidado en la tabla para picar. Angelika le dio una palmada en los dedos.

—¡Quita la mano, hombre! —le reprendió—. Pareces un niño.

—Lo siento, es que tengo hambre —Angelika se rio un momento, giró de cara a él aun con la espátula en la mano, le rodeó el cuello con los brazos y le besó varias veces.

—No seas ansioso, Alex Connor. ¿Qué tal van las cosas?

—No mucho movimiento, han llamado reporteros, han llamado personas agendando trabajos, pero he rechazado a todos, aunque debería de colocar algún anuncio en el blog —explicó él.

—Ya, así nos sacaríamos de encima la tarea de tener que desconectar el teléfono por las noches.

—Sí, por ejemplo. ¿Tú has pensado en algo?

—Bueno, por el momento solo se me ha ocurrido averiguar en las actas públicas —dijo Angelika—. Como fue rematada por el estado, deberán tener algún registro, me supongo.

Alex la miró con una sonrisa.

—Eres brillante —le respondió, rodeó su cintura con las manos y la besó, lento y profundo, y cuando habían pasado más de cinco minutos, Angelika habló, aun entre besos.

—La ceb...

—¿Qué? —preguntó Alex. Luego miró por encima del hombro de ella— ¡La cebolla se quema!

Angelika giró de nuevo hacia la cocina, donde el sartén expelía furioso una densa humareda gris, y los aros de cebolla se ennegrecían en el aceite hirviendo. Apagó el fuego enseguida, tomó el sartén por el mango y salió corriendo al patio.

—¡Ya estarás contento, arruinaste mi plato! —exclamó. Tiró el contenido en el césped, con un chisporroteo, volvió dentro y abrió todas las ventanas antes de que el humo se dispersara por toda la casa, apestando todo— ¡Ya estarás contento! —repitió.

Alex corrió hacia ella, la tomó en sus brazos y la levantó, parecía un novio subiendo con su esposa a la habitación, un novio desquiciado, en pantuflas y calzoncillos.

—¿Entonces sabes lo que haremos? —le preguntó, girando en redondo por toda la sala. Angelika reía mientras intentaba patalear, sin éxito.

—¡Suéltame tonto, vamos a caernos!

Alex siguió en lo suyo, ignorándola.

—Iremos a comer afuera, sacaremos a Brianna a pasear y nos tomaremos un tiempo para nosotros, pero no sin antes ponernos lindos —detuvo sus giros y comenzó a darle cortos besos a medida que hablaba, entre frase y frase—. Así todos dirán al verte, ¡oh, que hermosa dama! —un beso—. Y luego me mirarán a mí y pensarán, ¡que apuesto y elegante hombre! —otro beso.

Angelika lo miró mientras bajaba de sus brazos, no entendía el motivo de tanta euforia, aquel no era Alex, se dijo.

—¿Has estado bebiendo?

—¿Por qué? ¿Acaso un hombre tiene que estar borracho para ser feliz con su mujer?

—Buen argumento, señor Connor —rio ella—. Bueno, tú ordena la cocina y apaga el horno, yo iré a buscar ropa entonces.

Angelika subió las escaleras rumbo a la habitación, entró y comenzó a elegir que ropa se pondría para salir. En ese momento, mientras sacaba perchas y las comparaba frente al espejo, tuvo una revelación, una sola fracción de segundo que fue el símil de ver una película en tonos sepia, luces fugaces, había cosas moviéndose, siendo arrojadas en el aire. ¿Utensilios de cocina, tal vez?

Se quedó petrificada con una percha en la mano, parpadeó un par de veces hasta que visualizó su cuarto de nuevo, entonces arrojó la percha descuidadamente encima de la cama, buscó en el fondo del armario donde guardaban algunos de los equipos de investigación, y sacó una de las cámaras. La encendió y tenía batería. Bien, perfecto. De todas formas, la usaría conectada. Y solo hasta estar segura de lo que iba a hacer, comenzó a vestirse con lentitud.

Bajó las escaleras en el momento en que Alex estaba terminando de fregar el último utensilio de cocina. Colocó la cámara encima de la mesada de mármol y la enfocó, conectándola con su cargador al enchufe en la pared que usaban para la cafetera. Alex la miró, sin comprender.

—¿Es que tu nuevo fetiche sexual es grabarme mientras friego los platos, y no me has dicho nada? —preguntó.

—Ya verás —Angelika trató de sonreír, pero no pudo—. Tenemos que empezar a protegernos, algo nos está siguiendo los pasos.

—¿De qué hablas?

—Tú sabes de que hablo.

—¿Pero crees que aquí...? —había comenzado a preguntar él.

—¡Claro que sí! ¿O ya te olvidaste cuando estabas en Génova y Luttemberger me atacó en ésta misma cocina?

Alex asintió con la cabeza.

—De acuerdo, quieres colocar las cámaras pues hazlo, ¿pero por qué aquí, precisamente?

—Tuve una visión, creo —respondió.

—Bien, iré arriba —Alex giró en redondo para salir a la puerta, luego volvió a mirarla con cierta aprehensión—. Trata de estar tranquila, por favor.

Angelika asintió con la cabeza mientras lo veía alejarse de la cocina rumbo a la escalera. Observó la cámara, con su luz roja parpadeando en el display, silenciosa. Tú veras cosas en nuestra ausencia que seguramente nosotros no podamos, pensó. Cosas que seguramente no esté preparada para ver, no ahora. Pero tenía que ponerle frente al problema, no quedaba de otra.

Alex demoró mucho menos que ella en vestirse, los hombres siempre tardaban menos, solamente debían quitarse la ropa, dejarla tirada hecha un bollo encima de la cama y prenderse una camisa nueva. Un poco de perfume, desodorante por encima de forma descuidada y voilá, pensó, casi con una sonrisa de ironía y diversión. Bajó en no más de diez minutos con un pantalón negro, una camisa a cuadros y una chaqueta de cuero negro.

—¿Qué tal? —preguntó, abriendo los brazos.

—Bien, guapetón como siempre —sonrió ella. Miró de reojo la cámara antes de salir de la cocina, y luego se acercó a su lado sintiendo una oleada de escalofríos irracional—. Vámonos.

Alex tomó las llaves del coche, las de la casa, esperó a que Brianna saliera por delante y mientras que Angelika abría los portones él cerraba la puerta con llave. Luego de sacar el coche a la calle dando marcha atrás, condujo sin rumbo fijo en un principio, luego tomó la avenida principal. El tráfico era espeso a esa hora del mediodía, de forma que muy a su pesar, Alex demoró casi veinte minutos en encontrar un buen restaurante. Finalmente, cerca de la costa halló un buen lugar donde comer, y aun otro mejor donde poder estacionar, de modo que se orilló a la acera, apagó el motor y estiró una mano hacia atrás, para tocarle el hocico a Brianna.

—¿Crees que puedas esperarnos un par de horas, chica? —preguntó. La perra dio un par de jadeos con la lengua afuera, Angelika rio, todo marchaba estupendamente bien.

¿Y por qué estaba tan nerviosa, si todo iba bien? se preguntó.

Bajaron del coche y Alex rodeó la cintura de Angelika con un brazo, ella le miró, sintiendo que su piel se erizaba de la ironía de la situación. Estaban enfrentándose a la investigación de una peligrosa y potente mansión maldita, de la cual sus vidas y paz a futuro dependían del éxito que consiguieran, pero ellos se comportaban como dos ejecutivos importantes.

Deja de pensar en la maldita casa, tonta de mierda, se recriminó.

Alex empujó la puerta de cristal con una mano, adentro la calefacción era fresca y agradable, se oía el murmullo de los comensales charlando por lo bajo, y el entrechocar de platos y cubiertos, haciendo ameno el ambiente. Angelika miró en derredor, a su derecha había un hombre de unos sesenta años quizá, tomando un capuchino siberiano y leyendo un periódico, con aire de tener todo el tiempo del mundo. A su izquierda, y más al final del pasillo, una pareja de adolescentes ricachones compartía una bandeja mediterránea, preparada especialmente para compartir entre dos personas. Ella, de largo cabello negro y lacio, cara ancha y sonrisa afable. El chico con una camiseta de Metallica, pañoleta negra en la cabeza y rizos largos hasta la mitad de la espalda. Los brazos tatuados, pero con mirada inocente, y algo de ellos dos le hizo recordar sus inicios de relacionamiento con Alex. Sonrió casi sin darse cuenta, hasta que sintió el leve empujoncito de él sobre su cintura, haciéndola volver en sí.

—¿Qué te parece aquella mesa? —señaló, contra uno de los ventanales que daban hacia la calle lateral, era la única mesa que tenía un florero con una margarita en el centro.

—Sí, excelente, vamos.

Ambos entonces se encaminaron hacia donde Alex había señalado. En la mesa había dos cartas de menú, encuadernadas en cuero marrón. Las tomaron en sus manos luego de sentarse frente a frente, Alex abrió la suya y estudió la lista, con el ceño fruncido. Angelika solamente se dedicó a dejar pasear la mirada entre las letras, nada más. Había muchísimos platos que no conocía en lo más mínimo, y no quería tampoco pedir algo que no sabía si le iba a gustar. Finalmente, luego de cinco minutos, Alex levantó un gesto hacia el mostrador y enseguida una camarera de no más de treinta años se acercó a ellos con una pequeña libreta donde anotar.

—Buenos días, ¿qué van a ordenar? —preguntó.

—Quisiera una Musaca, por favor —la chica anotó el plato de Alex, Angelika lo miró interrogante y él sonrió, divertido—. Es carne griega, cariño.

—¿Usted que va a ordenar, señorita?

Angelika miró la lista por encima una vez más, pero como no vio nada de su agrado optó por nombrar lo primero que se le cruzó por la mente.

—Mariscos, por favor.

—¿Qué van a beber? —preguntó la camarera, mientras anotaba.

—Vino blanco, por favor.

—Un jugo de naranja —dijo Angelika, luego miró a Alex—. Yo tomaré ese vino, tú debes conducir, y no aceptaré un no por respuesta.

La chica asintió con la cabeza y con una sonrisa, se alejó de nuevo hacia el mostrador con el pedido en la mano.

—¿Estás pasando bien? —preguntó él, tomándole las manos por encima de la mesa y entrelazando los dedos con los de ella. Amaba sus dedos finos y largos, con las uñas largas y pintadas de rojo carmín.

—Pues sí, claro.

—No se nota.

Ella lo miró y parpadeó un par de veces.

—¿Cómo dices?

—Lo leo en ti, te conozco, algo te preocupa. ¿Qué sucede?

Angelika bajó la mirada, le acarició con los dedos el dorso de la mano, y sonrió.

—Pienso en nosotros, nuestro futuro, la mansión. ¿Podremos con esto, Alex?

—Yo creo que sí, tenemos que poder. Tenemos una motivación, que son nuestras propias vidas. Quizá incluso hasta estemos a tiempo de salvar la de mi hermano, recuperarlo.

—No creo que eso sea posible. Un pacto es un pacto, Alex —respondió ella, sombría—. No hay vuelta atrás bajo ningún concepto.

—Tiene que haber alguna forma, me rehúso a creer que no es posible. Es mi hermano de quien estamos hablando, y lo expulsé del grupo solamente para la seguridad de todos, incluso hasta la de él mismo —aseguró Alex—. Sino jamás lo hubiera hecho, y lo sabes.

—Lo sé, es tú hermano, tú sangre.

—Hay que continuar, de todas formas, esto será lo último que hagamos.

—¿En verdad? ¿No crees que tal vez...?

Alex le soltó una mano, estiró un brazo y le tocó con la punta de los dedos la boca, callándola.

—Te he traído aquí porque quiero proponerte dos cosas que creo serán fundamentales para nuestra vida de ahora en más, si queremos conservarla como tal —dijo—. ¿Estas dispuesta a escucharme?

—Sabes que así es.

—Bien. Primero y principal, este será el último caso en el que trabajemos. No más investigaciones, no más exorcismos, ni entrevistas, ni reportajes, ni visiones. Haremos un puente entre la realidad y nuestra vida, nos dedicaremos a formar nuestra familia, si está en los planes de Dios, y nada más.

—De acuerdo, ¿has pensado bien esto? —preguntó ella.

—He pensado todo el tiempo —aseguró Alex—. Es lo mejor que podemos hacer. Esto va a implicar una lucha a muerte, por si no lo sabías. Seremos o nosotros, o él, o la casa, o lo que maldita sea que esté allí dentro. Nos querrá destruir, como nosotros a él. Y te diré una cosa, Luttemberger tendrá todas las de ganar, las cartas en su mano.

—¿Cómo lo sabes?

—Piénsalo, es su mansión, sus embrujos —Alex negó con la cabeza—. Maldición, incluso se ha manifestado en nuestra propia casa, y buscará atacarnos con toda su fuerza. Será mejor que vayas creyendo esa mierda como que nevará el siguiente invierno. Si salimos de esta, no tendremos fuerzas para recomenzar de nuevo. Será nuestro punto final.

Angelika asintió con la cabeza, lo sabía desde que todo había comenzado con los cambios de personalidad de Tommy. Podía sentir dentro de sí que, si lograban salir vivos de toda aquella situación, ya jamás podrían ser los mismos de siempre, y tanto ella como Alex no querrían volver a saber nada relacionado a cualquier cosa paranormal por el resto de sus vidas. Una parte de sí mismo se lamentó por eso, y también maldijo a su madre, si no fuera por ella, si no hubiera acarreado su maldición hasta podría seguir ayudando gente el resto de su vida, prediciendo, como Baba Vanga, quizá, o como Micki Dähne.

Aunque ella no era ciega, se dijo.

Ella no, pero alguien... no, no podía ser. Un escalofrió le recorrió, cerró los ojos y una lágrima rodó por su mejilla, mientras daba un quejido ahogado. Alex la miró, enarcando las cejas.

—¿Angie? —preguntó, con tono preocupado en su voz. —¿Qué sucede?

—Nada —dijo ella, negando con la cabeza.

—¿Has visto algo?

—No... —respondió. Alex se dio cuenta que luchaba con todas sus fuerzas contra la indecisión de contarle o no, pero de que había visto algo, eso no tenía duda alguna. Ella le acarició una mejilla, tenía los dedos fríos a pesar de que estuvieron tomados de la mano un buen rato desde que habían llegado. Le miró a los ojos, y sonrió. —Olvidemos esto, disfrutemos el día, nada más. Por favor.

—De acuerdo, como prefieras —respondió él, no muy convencido. Le hubiera gustado que le dijera lo que le acosaba, pero sabía cómo era ella. Intentaría hacerse la fuerte, hasta que ya no diera más de sí y vomitara en un torrente de palabras y llanto todo lo que pasaba por su cabeza.

Un movimiento a la distancia les llamó la atención, la camarera venía con una bandeja de plata en las manos. Se acercó a la mesa, pidió permiso y dejó los cubiertos envueltos en servilletas al lado de cada uno, luego depositó en la mesa la botella de vino blanco, dio vuelta las copas y sirvió primero a Angelika el vino, luego a Alex su jugo de naranja recién exprimido, dejó la jarra de naranja en el centro de la mesa y se alejó. Angelika entonces tomó su copa de vino por el pie, y Alex su jugo, luego se miraron fijamente.

—Por nuestro emprendimiento ­—dijo ella.

—Por nosotros —dijo Alex. Y ambos brindaron, bebiendo después un sorbo.

—Me has dicho uno de los motivos por el que estamos aquí, pero aun te falta otro. Dijiste que eran dos —observó ella, meciendo su copa de jugo.

—Que sea después del almuerzo, aún tenemos tiempo de sobra.

Los platos llegaron quince minutos después, y comieron frugalmente, riendo entre frases. La comida era sabrosa, tanto el plato de Alex como los mariscos que había deseado Angelika, y ambos se convidaron con el plato del otro como dos novios que recién están cursando el idilio de los primeros paseos juntos. Pidieron el postre, un banana split para dos, y luego de haber reposado la comida, haberse mirado y acariciado las mejillas lo suficiente, Angelika sentía que no aguantaba más. Desde que habían salido de la casa había perdurado la sensación de que Alex tenía una noticia bastante importante para darle pero que no sabía ubicar el momento exacto para decirlo, y aquel presentimiento se había mantenido estancado bajo la capa negra del terror que sentía desde que había comenzado la investigación. Sus ojos volaron de nuevo a la pareja de jóvenes rockeros que se levantaba de la mesa para retirarse, tomados de la mano, y sonrió perdida en sus pensamientos.

De pronto Alex se puso de pie, manoteó el bolsillo interno de su chaqueta y sacó una pequeña cajita de terciopelo rojo. Se arrodilló frente a la silla de Angelika y abrió la cajita, al mismo tiempo que las personas a su alrededor, incluso hasta las que estaban en el fondo del pasillo los señalaban con una sonrisa. Ella miró dentro, embobecida, con los ojos abiertos como platos, preguntándose mentalmente que estaba haciendo, porque Alex tenía en sus manos un anillo, una sortija de compromiso hecha de plata, con engarces de rubí encima del cintillo.

Lo sabes bien, lo has estado esperando todo este tiempo.

Oh por Dios, no puede ser posible.

Se puso de pie, guiada por la mano de él.

—Oh, Alex... —murmuró. No sabía en qué momento había comenzado a dejar fluir las lágrimas. Sentía el banana split que había ingerido bullendo en el interior de su estómago, junto con los mariscos del plato principal. —Oh, Alex, por Dios...

—Angie, no necesitaba leer tu diario para saber tus deseos del compromiso, lo sabes, pero más allá de eso y aunque no tuviera forma de saberlo, creo que corremos demasiados riesgos para no cumplir al menos una vez en la vida con las cosas que soñamos  —comenzó a decir—. Si logramos triunfar sobre toda esta misión, quiero que seas la mujer con la que pueda compartir el resto de mi vida, porque te elegí desde el primer momento en que te vi sentada en aquel banco de la universidad. Te elegí desde el primer momento que me llamaste cerdo en la cafetería. Y te seguiré eligiendo dentro de cincuenta años más, hasta mi último respiro —sacó el conjunto de anillos de la cajita roja, le colocó primero el cintillo en el anular izquierdo, luego la alianza de compromiso, y sus dedos temblaban levemente—. ¿Aceptas casarte conmigo?

Angelika se miró la mano izquierda con los ojos borrosos por las lágrimas que se acumulaban en ellos, desbordando y corriendo por sus mejillas. Se miró el dedo, coronado por los anillos.

Anillos de boda, Dios mío.

—Alex... —murmuró. Le miró a los ojos, sus ojos azules mar, azules cielo. Sus ojos.

Le ayudó a ponerse de pie, tirando de sus manos. Él la miró sin comprender, casi que con miedo a un rechazo debido a su expresión.

—Cariño, ¿qué sucede?

—Claro que... por supuesto que... —Angelika se miró la mano de nuevo, y de pronto lanzó un lamento tan hondo y tan sincero, al mismo tiempo que se abalanzaba a los brazos de Alex, que éste realmente se asustó. —¡Te amo!

Alex la levantó, rodeándole la cintura con los brazos hasta el punto en que ella quedó suspendida en el aire, prendida a su cuello y llenándole de besos. Los comensales y los cocineros, las camareras y todo el mundo que se había acercado a mirar la escena, aplaudían fervientemente. Ella le miró cuando la euforia detuvo su torbellino dentro de su cabeza. No se había dado cuenta que había estado suspendida en los brazos de Alex hasta que él la bajó suavemente.

—¿Esto es en serio? Es que no puedo creerlo...

—Claro que sí —aseguró él—. En fin, dada la sorpresa, ¿nos vamos? Aún no hemos paseado a Brianna, por si no lo recuerdas.

—Espera, ¿y tu anillo? —preguntó Angelika, de forma acusadora.

—Aquí —Alex metió mano al bolsillo de su pantalón y saco una alianza de plata. Se la colocó en la palma de la mano a ella y le ofreció su propio anular izquierdo.

—No puedo creer que esto esté sucediéndome... —Sonrió ella, aun con las mejillas húmedas, mientras le colocaba el anillo en el dedo.

—Aprovéchalo, no lo pienses, no hay nada que pensar —respondió él.

Cuando los clientes volvieron a lo suyo después de aplaudir, y Angelika recuperó un poco la compostura de sus emociones, Alex pagó lo que habían consumido y salieron fuera con los brazos enganchados a la cintura de cada uno. El aire templado golpeó en las mejillas aun húmedas de ella, y Alex sonrió, observando de reojo su expresión de felicidad absoluta. Si Angelika era feliz, él también lo seria, claro que sí.

—Podemos ir a la playa a pasear a Brianna, si te parece —dijo.

—Claro, vamos allá —sonrió ella, radiante. No cesaba de mirar su propia mano cada poco rato. Subieron al Taurus estacionado en la puerta del restaurante, Alex encendió el motor mientras que Angelika jugueteaba con el animal estirando una mano al asiento de atrás, y arrancaron rumbo a la playa más cercana. Ella encendió la radio del coche en cuanto tomaron por la avenida principal, sintonizando la EzROCK donde transmitían una canción de los Scorpions. Comenzó a balancearse de un lado al otro en su asiento, levemente, con una sonrisa embriagada y la mirada perdida hacia adelante. Alex la miró.

—¿Ese vino tenía alguna droga? —bromeó.

—Tú eres mi droga.

Ambos rieron y Brianna dio un par de ladridos al escuchar sus risas, todo marchaba bien, pensó ella, cerrando los ojos satisfactoriamente.

Sus ojos...

Abrió los ojos con brusquedad, miró a Alex, con las manos sobre el volante y mirando al frente, tamborileando con los dedos la canción que sonaba en la radio. No podía ser posible, se dijo. Ojalá que se estuviera equivocando, al menos una vez en su vida. Él se inclinó ligeramente, miró rumbo al cielo y señaló con el índice.

—Vaya, mira esa tormenta que viene allí —comentó—. Pero si hasta hace un rato hacia buen tiempo.

—Qué extraño —dijo Angelika, mirando a su vez. Era agradable poder pensar en algo diferente.

—¿De todas formas quieres pasear a Brianna? Mi idea era caminar un rato por la playa.

—Claro, por mi está bien, dejaremos el coche estacionado relativamente cerca, por si se pone a llover.

—De acuerdo.

Entre ellos no sobrevino más nada que el silencio, cortado por la melodía de la radio, que encerraba un misterio que solo Angelika conocía, como un adarve fatídico, un bicho asqueroso que carcomía su propia felicidad sin descanso ni tampoco prisa. ¿Cuánto tiempo más pasaría antes de que la culpa la consumiera por completo? Se preguntó para su fuero interno. Si no le decía lo que había visto se sentiría culpable por el resto de su vida. Lo sabía.

Pero no sería aquel día, ni el siguiente, aun había tiempo, lo sabía también.

Llegaron a los accesos a la costa más rápido de lo que creían, en no más de quince minutos, tiempo en el cual Angelika dejó vagar sus pensamientos por la línea irracional de la mente en blanco común y corriente, que se pierde con un cartel, la expresión de un transeúnte hablando por teléfono y los oscuros nubarrones que se acercaban por el horizonte. Unas calientes ráfagas de viento comenzaron a hacer volar las hojas de los árboles, Angelika bajó un poco la ventanilla de su puerta, respirando ese aire cargado de tormentosa inestabilidad, húmedo, denso, y frunció el ceño. Los pájaros volaban desorientados, alejándose de la tempestad. Alex estacionó el coche a un lado, apagó el motor, y descendió a la acera, mirando al cielo.

—Vaya mierda de clima... —murmuró.

De pronto Brianna se irguió en el asiento, miró hacia adelante con las orejas tiesas, dio un ladrido y volvió a hacerse un ovillo peludo encima del asiento trasero, gimiendo entre sus patas. Angelika la miró, y de pronto vio con mayor claridad. Todo en la casa era un desastre, en ese preciso momento, mientras ellos pasaban una velada increíble, mientras perdían el tiempo dando vueltas bajo una tormenta que se dirigía hacia ellos, su apartamento era un verdadero infierno.

—¡Alex, la casa! —exclamó, entreabriendo la puerta de su lado del acompañante. Él giró sobre sus talones y la miró sin comprender.

—¿Qué?

—¡La casa, vamos a casa, ahora!

Él entonces se metió dentro del Taurus casi zambulléndose en el asiento del conductor, dio una vuelta de llave y salió de su lugar contra el bordillo de la acera haciendo un peligroso giro en U y chirriando los neumáticos. Varios coches que venían detrás clavaron sus frenos y tocaron las bocinas, los conductores le gritaron maldiciones al pasar, mientras Alex aceleraba pisando a fondo.

—¿Qué sucede? —preguntó, poniendo tercera con un manotazo y rebasando a una Ford Ranger.

—Hay algo dentro, si no llegamos a tiempo, no tendremos ni siquiera los cimientos de la casa en pie.

Alex la miró con los ojos muy abiertos un segundo, puso cuarta, zigzagueo entre una Amarok y un Mercedes, y pasó al carril rápido subiendo a cien.

—¿Qué viste?

—No lo sé. No tiene forma, no he tenido tiempo de verle con más detalle, quizá sea por eso.

Angelika estiró la mano y apagó la radio, sin volver a su regazo apoyó su mano en el hombro de Alex, este apartó sus ojos de la calle un segundo más, y asintió con la cabeza, dedicándole una sonrisa afable. Una sonrisa que intentaba demostrar tranquilidad aun sabiendo que no era posible conservar la calma en una situación así. Pero mentalmente, en su torbellino de sensaciones, Angelika agradeció silenciosamente aquel intento por contenerla, aunque no hubiera palabras de por medio que cumplieran con su cometido justo.

No tardaron demasiado en volver a su hogar, Alex era hábil conductor y había cortado camino por algunas calles secundarias, que sabía estarían desprovistas de tráfico. Se había saltado también algún que otro semáforo en rojo, no le importaba una multa en ese momento ni que lo hubieran grabado las cámaras que había encima de las señalizaciones, ya tendría tiempo de pagarlas después. Qué ironía, las cámaras de nuevo en su vida diaria, pensó.

Frenó el coche en la portería automática de su patio, y sin bajar de él ni apagar el motor atisbó a mirar con atención. No había nada fuera de lugar, al menos de momento, pero tenía la certeza de que no era así. El nerviosismo de Angelika se le había contagiado de alguna cierta forma, quizá sugestión, todo lo que sabía era que tras esa fachada de aparente tranquilidad que tenía su propia casa, había algo más esperándole. Una horrible sorpresa.

Puso primera, pulsó el botón del portón automático, lentamente comenzó a abrirse, deslizándose con sus rueditas por encima del carril, obediente. Alex soltó el embrague, pisando un poco el acelerador, y condujo el coche a marcha de peatón hasta estacionarlo en su lugar de siempre, al costado de la cancha de tenis. Miró hacia la casa, ni una ventana rota, ni siquiera el vuelo de un pájaro se percibía en el ambiente.

—Todo está... —había comenzado a decir Angelika, desde el asiento del acompañante.

—Demasiado tranquilo, tal y como lo dejamos antes de irnos.

Apagó el motor y ambos bajaron, ella fue la encargada de abrirle la puerta trasera a Brianna, que saltó al corto césped olisqueando centímetro a centímetro con el hocico a ras de tierra. Alex, con la llave en la mano, abrió la puerta del living, y observó. Angelika, desde más atrás a su derecha, le miraba expectante, sin atreverse a caminar a su lado para observar por su cuenta.

—¿Qué sucede? —le preguntó, viendo el estupor que lo había dominado repentinamente.

—Tienes... tienes que venir a verlo —murmuró Alex, boquiabierto. Angelika se acercó por detrás de él y espió por encima de su hombro.

—Oh, santo cielo.

La escena era caótica. No había un solo lugar de la casa ordenado. Los pesados sillones de cuero se hallaban patas arriba, el empapelado de las paredes estaba cubierto de arañazos, con una furia tal que incluso hasta había surcos en el cemento. Las lámparas estaban destrozadas, la pantalla del televisor también, el equipo de música estaba destruido por el suelo como si le hubiera pasado una aplanadora por encima, con sus cables desparramados como si fueran tripas de colores.

La mesa ratona estaba partida en dos, y los restos de su grueso vidrio yacían dispersos por toda la alfombra. Todos los adornos de los muebles estaban destruidos en su gran mayoría, al menos los que eran de cerámica. El aparador con toda la vajilla que habían comprado desde que habían comenzado a vivir juntos se hallaba volcado en el medio de la sala, una silla partida en dos, otra contra la esquina, con dos patas rotas.

Entraron prácticamente en puntillas. No podrían dejar entrar a Brianna hasta que no hubieran aspirado y barrido cada trozo de vidrio de la alfombra, o se cortaría las patas, pensó Alex, mirando a su alrededor con el ceño fruncido. Las puertas se hallaban rasguñadas como si hubieran enjaulado a una manada de tigres desbocados, el tapizado de los sillones de cuero también se hallaba desperdigado por cada rincón de la sala. Caminaron hacia la cocina, escuchando el crujido de los cristales bajo sus pies como cientos de escarabajos malditos. Al llegar comprobaron que el panorama no era muy diferente que en el living. Todos los sartenes, ollas, electrodomésticos, cubiertos, vasos y platos habían sido estrellados contra todos lados. Las puertas de los placares estaban desencajadas, muchas bisagras no tendrían arreglo más adelante, parecía como si la casa en general hubiera sido tomada en las manos de un gigante bebé y la hubiera usado como sonajero.

Y la cámara, intacta, seguía filmando.

Alex la tomó en sus manos, presionó de nuevo el botón de REC y la filmación se terminó.

—¿Crees que las habitaciones superiores estén destrozadas también? —preguntó ella. Y por el tono de voz, Alex pudo saber que estaba llorando.

—No lo sé, de todas formas, necesitaré la computadora para analizar la cámara. Tenemos que ver qué fue lo que pasó —dijo Alex. Giró sobre sus talones y la miró, estaba más pálida que de costumbre.

—Iré a buscarla, aunque creo que primero tenemos que ordenar todo, no tenemos siquiera una silla en condiciones donde sentarnos.

Él la observó con detenimiento unos segundos.

—Cariño...

—¡No se te ocurra decirme que me tranquilice! —explotó, agitando los brazos—. Todas nuestras cosas, nuestros muebles, esto es peor que ser saqueados. ¡Debí hacerte caso cuando me decías que teníamos que comprar esa maldita casa en Hawái, y no habernos metido en ninguna de estas investigaciones de mierda! —señaló todas las cosas, abriendo los brazos como buscando abarcar toda la sala con el mismo gesto— ¡Mira, estamos en la ruina total!

Asustado, Alex la envolvió en sus brazos y le besó el cabello. Estaba temblando, Angelika tiritaba contra su pecho, no sabía si del miedo o de la furia desmedida.

—Angie, cariño, tranquilízate, por favor te lo pido. No estamos en la ruina, siempre se puede comprar todo de nuevo, tú no te preocupes en lo más mínimo.

Ella se separó de él, miró al suelo con gesto apesadumbrado y los hombros bajos, una lagrima rodó por su mejilla, permaneció un breve instante detenida en su fino mentón y cayó al suelo silenciosamente, entonces Angelika levantó la cabeza y lo observó, con sus ojos verdes clavados en los azules de Alex.

—Somos nosotros los que estamos en la ruina —objetó. Se dio media vuelta y comenzó a caminar rumbo a las escaleras, para subir a la habitación—. Preocupémonos por saber qué demonios habrá captado la cámara, ya tendremos tiempo del resto, supongo.

Había algo en la tonalidad de sus palabras que no le terminaba de calmar. Ella de pronto se había sentido abatida, cansada de luchar. Era entendible, pero también se dijo que quizá Angelika había estado reservando sus propias ideas durante mucho tiempo y ahora había explotado sin más. Miró la cámara de nuevo, en sus manos, con su almacenamiento lleno de información por descubrir. Sintió un escalofrió repentino en el momento en que escuchó los pasos de Angelika bajar por las escaleras, y cambiando el aparato de mano en mano, casi en un gesto compulsivo, salió hasta el living.

—Bueno, ahora hay que ver donde nos sentamos a trabajar —comentó ella, neutralmente.

—No te preocupes, encontraremos la forma —Alex miró a su alrededor y observó un rincón limpio de cristales en el suelo, se sentó en él, con las piernas cruzadas, y le dejó espacio suficiente a Angelika, que lo miró con una expresión desdeñosa. Se sentó a su lado, y le cedió la computadora portátil. Alex se la colocó encima del regazo y la encendió.

Conectó la cámara y buscó por la última fecha y hora el archivo de vídeo más reciente, y lo abrió con el reproductor. La pantalla del Mac mostraba a Alex, de espaldas a la cámara, luego giraba y la miraba extrañado. Acto seguido la preguntaba sobre si el nuevo fetiche de Angelika era grabarlo fregando los platos. Alex adelantó un poco la grabación hasta el momento en que la casa quedaba inundada por el más absoluto silencio. Se fijó en la hora que marcaba, ya hacía por lo menos unos veinte minutos en los que debían haberse ido.

De pronto un movimiento en la imagen. Alex sintió que el corazón latía con fuerza, encerrado en la caja torácica de su pecho, sintiendo que retumbaba en sus oídos. Uno de los cajones de la encimera se había abierto, imperceptiblemente. Él retrocedió la imagen unos segundos, abrió un editor de vídeo y comenzó a reproducir los frames en cámara lenta, señalando con el dedo.

—Ahí, mira —dijo. Angelika asintió con la cabeza, mientras que Alex comenzó a reproducir de nuevo a una velocidad normal.

Durante los siguientes veinte minutos de filmación nada más sucedió, y tanto Angelika como Alex habían comenzado a impacientarse, él adelantaba la filmación en fragmentos pequeños de dos minutos por clic, hasta que de pronto sucedió lo que estaban esperando.

Una algarabía de objetos salía despedida en todas direcciones, las puertas de los placares se sacudían con gran estrépito, las tazas y los platos se hacían añicos contra las paredes, y una de ellas estuvo a punto de golpear la cámara, pasó rasante por el lente de la misma y siguió su trayectoria hasta la pared con un ¡CRASH!

—Por Dios —murmuró Alex, espantado.

Las paredes comenzaron a rasguñarse por sí solas, había más sonidos en la grabación que Alex imaginó debían ser los muebles destruyéndose en el living, y en aquellos momentos se lamentó de no haber colocado otra cámara allí, para tener un registro más completo del fenómeno. La cámara pareció desenfocarse un momento breve, y Angelika dio un respingo, señalando la pantalla con el índice tembloroso.

—¿Qué fue eso? —preguntó. Alex pausó el vídeo.

—¿Donde?

—En el desenfoque, retrocede —le pidió. Alex hizo lo que ella le indicaba—. Reproduce en cámara lenta, creo que vi algo interesante.

Alex comenzó a avanzar gradualmente hasta que vio un rostro, asomando de una pared, en el mismo momento en que el desenfoque comenzaba. Trato de observar con más detalle, pero le era imposible, casi parecía una mancha.

—Espera, creo que puedo hacer algo con esto —dijo. Usando unas herramientas de edición expandió el cuadro de la imagen, luego le hizo una mejora de capa, una corrección de color, y amplió nuevamente, dando más nitidez. De súbito, Angelika se tapó la boca con las manos, se puso de pie y corrió hacia las escaleras desbocadamente.

—¡Oh no, no puede ser! —exclamó. Él la miró sin comprender, hasta que volvió a enfocar su mirada en la pantalla, entornando los ojos levemente para apreciar mejor el cuadro.

—Puta madre...

El rostro que asomaba de la pared era el de una mujer madura, quizá no más de cincuenta y cinco años. Las cuencas de sus ojos eran dos pozos negros, vacíos. Cerró la pantalla de la computadora portátil, la dejó en el suelo de forma apresurada, y avanzó hasta las escaleras subiendo de a tres escalones en grandes zancadas. Al llegar a la puerta de la habitación se detuvo en seco, podía escucharla llorar desde afuera. Tanteó con una mano el pestillo y empujó, estaba cerrada.

—Cariño, ábreme, por favor.

—¡La vi, se quién es la mujer de la grabación! —dijo, en una exclamación ahogada de llanto— ¡Es...!

Alex no la dejó terminar la frase.

—Es tu madre, lo sé.

Permaneció mirando la puerta sin decir más nada, solo escuchando que los sollozos de ella se habían detenido por un momento. De pronto el sonido de la cerradura, y la puerta abierta.

Ella lo miró un segundo y se abalanzó en sus brazos llorando con la amargura de una niña, y dentro de su fuero interno, Alex pudo captar todo lo que recorría sus sentimientos, de cabo a rabo. Era duro para ella tener que haberla visto marchitarse poco a poco, presa de la locura, verla sin ojos, ensangrentada. Y ahora estaba allí, en su propia casa, destrozando todo a su paso, como un furioso torbellino caótico y desalmado. Él solamente le acariciaba el cabello con parsimonia, con los ojos abiertos como platos y dubitativo, esperando a que se calmase.

¿En qué momento se había roto el encanto del compromiso? Se dijo. Hasta hace cuestión de un momento estaban pasando una agradable velada, y ahora llegaban a la casa, encontraban todo destruido, y la perfección de la alegría más sincera se trastocaba en llanto desconsolado.

Repentinamente, Angelika se separó de su pecho, le miró con los ojos irritados y la punta de la nariz colorada, Alex sintió pena de verla así.

—Tenemos que protegernos, y acabar con esto de una buena vez —le dijo.

—Lo sé. Por ahora solo limpiaremos todo, ordenaremos un poco y mañana trataré de expulsar lo que sea que haya invadido nuestra casa —Alex le enmarcó el rostro con las manos, y la miró a los ojos directamente—. Solo necesito que estés tranquila, en calma. No puedo hacerlo si estas aterrorizada.

—¿Y cómo pretendes que me sienta? ¿No se supone que debemos tener miedo?

—Sí, claro que sí —coincidió él—. Pero te necesito en pleno uso de tu capacidad psíquica mañana, si hay algo grande aquí además de tu madre, no podré solo.

—De acuerdo —Angelika se secó las lágrimas con la palma de la mano—. Gracias. Por todo.

—¿Cómo?

—Otro en tu lugar me habría abandonado, escéptico o no, al conocer mi historia. Siento que todo esto que está ocurriendo, es solamente culpa mía.

—No digas esas cosas —Alex la miró con fijeza.

—Pero...

Él la interrumpió.

—Te amo cariño, y pelearemos contra esto juntos.

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