IV
A la mañana siguiente el primero en despertar fue Alex. No había tenido una buena noche de sueño debido a la pesadilla de la tarde anterior. Había sido muy difícil en la oscuridad del cuarto no cerrar los ojos y ver sus propias vísceras caer a la alfombra en un estropicio de sangre y olor a pólvora mientras trataba, torpemente, de cubrirse la herida con las manos, queriendo contener lo imposible. Angelika sin embargo había dormido a pierna suelta casi toda la noche, abrazada a él. Alex había logrado conciliar el sueño casi a las tres de la madrugada, y en un momento como aquel tan solo se mantenía en pie gracias a la enorme taza térmica de café que tenía en las manos.
Las baterías estaban cargadas en una caja medianamente pequeña en el maletero del coche de alquiler de Angelika, y ambos estaban ya de camino a la mansión, ella conduciendo y el bebiendo su café en el asiento del acompañante, tratando de no dormirse sentado allí mismo. Le había planteado la noche anterior porque no devolvía el coche ya que había vuelto a la casa, con él. Pero ella había argumentado que le gustaba tener su vehículo propio. Ya que aún no se había comprado ninguno, aquello era la oportunidad perfecta de permitirse disfrutar un coche, aunque sea por unas dos o tres semanas cuando mucho. Alex simplemente se había encogido de hombros.
El resto del viaje lo hicieron en total silencio, más que nada porque cada uno de ellos estaba sumido en sus propios pensamientos o emociones. Angelika, con una mano en el volante y la otra apoyada en la palanca de cambios del coche, alternaba esta última entre la palanca antes dicha y su propio vientre todavía plano, acariciándolo por encima de la camiseta. Sabía que aún era demasiado pronto, pero estaba ansiosa por sentir los movimientos del bebé dentro de sí, las pequeñas pataditas y demás. Dio un suspiro hondo, tenía muchos motivos por los que luchar, se dijo.
Llegaron a la mansión unos veinte minutos después, Alex dejó su café a medio terminar encima del tablero del coche, cerrando con el seguro la taza térmica, y bajó del vehículo junto con Angelika, la cual avanzaba al maletero abierto para tomar la caja de las baterías en los brazos. Se adelantó a ella y abrió las enormes y pesadas puertas de madera. Ambos miraron a su alrededor, todo se hallaba dentro de lo normal, aparentemente.
—Bien, yo iré a cambiar las de arriba, tu quédate aquí y así iremos mucho más rápido —dijo ella, sin embargo, Alex negó con la cabeza.
—No conviene que nos separemos, tratemos de quedarnos siempre donde podamos estar a rango de visión uno del otro, ya sabes lo que pasó la última vez —Angelika asintió, y ambos entonces se dispusieron manos a la obra, intercambiando primero las cintas de grabación de sonido.
Alex mientras tanto, al terminar, se dirigió a una de las cámaras que ya estaba apagada, para cambiarle la batería cuanto antes y no perder un solo momento de registro visual. Se fijó con más detalle en una de las patas del trípode, tenía un trozo de papel sujeto bajo ella. Se acuclilló un momento para recogerlo y lo miró con atención, estaba amarillento, como si hubiera pasado allí tirado varias décadas sin ser visto. Angelika lo observó, y se acercó a él.
—¿Qué encontraste, Alex? —le preguntó.
—Mira esto —dijo él. Y luego leyó lo que decía, en una clara y antigua cursiva—. Escribí cada cosa que no podía decir, por cada día que no fui libre, pero aún estoy esperando.
—Vaya... ¿Será que no hemos visto ese papel la última vez que vinimos?
—No lo creo, trabajemos rápido y con cuidado, algo me dice que no será la única cosa que nos encontremos hoy.
Continuaron cambiando todas las baterías de la planta principal de la mansión en completo silencio mientras que sus pasos resonaban por todos lados, poniéndoles los pelos de punta. Al terminar subieron a la segunda planta, y al llegar al pasillo Alex se detuvo en seco al final de la escalera. Angelika también frenó a su vez, casi a punto de chocar con su espalda.
—Eh, ¿qué sucede? Casi... —dijo, pero él levantó una mano, girando hacia ella y poniéndose el índice encima de los labios. Luego señaló hacia adelante, y ella observó hacia donde le indicaba.
De una de las puertas cerradas de las habitaciones salía un espectro grisáceo, de forma definida al menos desde la cintura para arriba, largo cabello hasta la mitad de la espalda, sin duda era de una mujer. De la cintura hacia abajo no tenía ningún rasgo identificable, parecía caminar en una niebla similar a un humo bastante espeso. Atravesó la puerta saliendo al pasillo, se giró hacia ellos y los miró fijamente. Alex y Angelika observaban expectantes la escena, conteniendo la respiración.
—Reza por mí... —dijo, apenas audiblemente, y se desvaneció en el aire de un segundo al otro.
—Vamos, ha salido de aquella puerta, seguro hay algo dentro —comentó Alex, trotando hacia la habitación que señalaba.
—Alex, no creo que sea buena idea... —dijo Angelika, pero ya era tarde, ya había abierto la puerta y había entrado. Escuchó un rotundo insulto provenir de Alex, y saliendo de su estupor corrió hacia él. Por fortuna no le había pasado nada malo, solo estaba de pie, con las manos a la cintura y mirando un montón de cintas de vídeo antiguas, que habían tiradas en el polvoriento suelo.
—Nos llevaremos esto —dijo él, recogiendo una y mirando su etiqueta. Annie se ha portado mal por última vez, tenía escrito. Miró otra y leyó con atención: El yunque—. Sí, definitivamente nos llevaremos esto a casa.
—Tratemos de acabar con el intercambio de las baterías, este sitio me está poniendo los pelos de punta otra vez —insistió Angelika, volviendo abajo por la caja de baterías restantes.
Subió con la caja en los brazos, la dejó en el suelo de la habitación y entre los dos acabaron por recambiar todas las baterías lo más rápido que podían, encendieron todos los aparatos y revisaron los enfoques. Alex utilizo la misma caja de las baterías para llevar dentro los rollos de SUPER - 8 que había encontrado, y luego bajaron rápidamente por la escalera, rumbo a la primera planta y la puerta principal. Dieron una última mirada a la enorme sala, antes de salir al patio. Alex, mucho más detallista, observó que una de las cuatro columnas que decoraban el gran living estaba tallada en su base. Cuatro líneas verticales y una horizontal, como si alguien hubiera estado contando los días.
Estuvo a punto de hacerle notar este detalle a Angelika, pero se dijo que habían tenido suficiente por aquel día, de modo que cerró las puertas y las trancó con llave. Al pasar por al lado de la fuente central, caminó al coche, observó hacia arriba. En el último piso de la misma, el hombre tallado había vuelto a su posición original, dentro de aquella especie de caja o cubo. Frunció el ceño y negó con la cabeza, sin comprender la relación de todo lo que estaba pasando.
Tocando el botón en el mando a distancia de las llaves del coche, Angelika quitó la alarma y Alex abrió la puerta trasera del vehículo para dejar encima del asiento la caja con las cintas. Ella sin embargo, posó una mano en la puerta del lado del conductor y miró hacia el cielo, con cierto asombro. Alex la observó a su vez, y preguntó.
—¿Qué sucede?
—¿A qué hora entramos aquí? —dijo ella.
—No lo sé, debía ser media mañana, quizá.
Angelika tomó su teléfono celular del bolsillo y encendió la pantalla, eran más de la una de la tarde.
—¿Y entonces, por qué parece que hemos tardado más de cuatro horas, en cambiar menos de veinte baterías? —preguntó.
—No lo sé, vámonos —dijo Alex, con cierto aire sombrío. Ambos subieron al coche, Angelika encendió el motor y salieron a la calle. Alex bajó, para cerrar la portería de hierro, y luego emprendieron camino a la avenida principal.
Ambos viajaban completamente en silencio, con sus propios pensamientos y conclusiones. Alex sacó el trozo de papel del bolsillo de su pantalón y leyó aquella anotación de nuevo, como pretendiendo que las palabras saltaran a su rostro y le dieran algún tipo de mensaje oculto.
—Quizá debamos pasar por alguna casa de vídeo, para poder digitalizar las cintas. Sino nunca podremos saber que contienen —dijo él, distraídamente.
—De acuerdo. No pudimos tardar cuatro horas en cambiar las baterías, allí ha pasado algo muy extraño —Angelika lo miró de soslayo—. Y creo que tú sabes de qué se trata, o al menos tienes una idea en mente. Te conozco.
—Sí, pero la teoría que se me ocurre no tiene nada que ver con la mansión.
—Dime, vamos.
—El fenómeno del tiempo perdido, o tiempo muerto, solo ocurre con las abducciones OVNI. Es imposible que en condiciones normales ocurra lo mismo en una casa particular.
—Pues ya ves que hemos perdido cuatro putas horas —insistió Angelika.
—Ya lo sé —Alex sacó su teléfono celular del bolsillo, miró la hora, y negó con la cabeza. Sabía que no dudaba de Angelika ni mucho menos, pero solo quería comprobar una vez más que no estaba alucinando de alguna cierta forma—. Tengo otra teoría, pero quizá sea un poco más alocada.
—Dime.
—¿Y qué tal si la casa también funciona como una especie de burbuja atemporal, en la que las leyes del tiempo y el espacio no funcionan de acuerdo a la trayectoria conocida? Según la física cuántica, eso es muy posible, si alguien pudiera viajar en el tiempo, esa persona sufriría un desfasaje al momento de regresar, con pérdida de horas o incluso varios días.
—Yo te diría que has mirado demasiados episodios de Archivos X —comentó Angelika. Alex le mostró la nota de papel.
—¿Y qué hay con esto? Detrás tenemos las cintas de vídeo que encontramos, y a no ser que todas estas cosas se hayan materializado en la nada, yo diría que por su aspecto llevan allí al menos unos cuantos años, por no decir varias décadas —observó él—. ¿Por qué no hemos encontrado todo esto antes? ¿Por qué justamente ahora?
—¿Y qué crees que haya causado esa anomalía temporal, en caso de que tu teoría fuera correcta?
—No lo sé —respondió, encogiéndose de hombros—. Pueden ser muchas cosas, o quizá no sea nada. Tal vez nos estamos enfrentando a un nivel superior de energía espectral. Sea como fuere los relojes no mienten, Angie. Hemos perdido cuatro horas, y eso no podemos negarlo.
—Lo sé.
—La próxima vez que entremos a cambiar las baterías, haremos una prueba de tiempo. Dejaremos uno de los celulares en el coche, con un cronometro. El otro irá con nosotros dentro, también con un cronometro, al salir analizaremos las diferencias que muestren —dijo Alex.
—Me parece bien.
Ninguno de los dos volvió a comentar más nada sobre el tema. Angelika se detuvo en una casa de vídeo, y mientras Alex bajó con las cintas en mano, siguió camino rumbo a un local de pollo KFC. No hacía falta preguntarle que deseaban comer, era más que sabido el hecho de que con toda seguridad, ninguno de los dos tendría ganas de cocinar absolutamente nada. Compró un balde de pollo para los dos, y luego volvió a la casa de vídeo, a recoger a Alex. Esperó unos minutos a que terminaran su trabajo, y luego le vio salir con las cintas en una mano y dos discos DVD en la otra. Dejó todo en el asiento trasero y se sentó en el lado del acompañante, llevando el balde de pollo en su regazo. No fue hasta ese momento en que sintió un hambre atroz al respirar el aroma a las frituras, tomó una de las alitas y le dio una gran mordida. Luego le ofreció a Angelika, que sin apartar los ojos del camino también dio un mordisco.
—Estoy ansioso por llegar a revisar estos discos —dijo Alex, con la boca llena de pollo—. El chico de la tienda me dijo que las cintas estaban muy bien conservadas a pesar de la antigüedad que tienen. Y también me preguntó dónde las había encontrado.
—¿Y qué le dijiste?
—Que las había comprado en una venta de garaje, nada más. No creías que le iba a decir la verdad.
Ella asintió con la cabeza y no dijo nada por el resto del viaje, no quería admitirlo, pero tenía la misma vacua ansiedad que experimentaba Alex. Sabía con toda seguridad que no encontraría nada agradable a la vista en aquellas cintas, pero cualquier cosa que les acercara un poco más al final de toda aquella investigación, cualquier dato que les revelara de alguna forma como terminar con la maldición que les perseguía, todo era válido.
Al llegar, Angelika estacionó el coche a un lado del Taurus de Alex, apagó el motor y ambos descendieron del mismo. Ella llevaba el balde de KFC, Alex la caja con las cintas y las baterías para recargar, entraron al living de la casa, mientras que Brianna salía rápidamente a olisquear el césped y corretear por ahí. Alex dejó la caja encima del sillón, conectó todas las baterías a los diversos cargadores que tenían distribuidos por toda la casa, y luego tomó los discos, acercándose a la computadora y sentándose frente a ella.
—Bueno, veamos que tiene para mostrarnos esto... —dijo.
Abrió la bandeja DVD, insertó el primer disco y abrió el reproductor, reclinándose en la silla y cruzándose de brazos, expectante. Angelika se acercó a él y le rodeó los hombros con un brazo observando la pantalla a su vez.
La filmación era muy casera, pero avanzada de calidad en cuanto a la época en la que había sido realizada. Había tres mujeres en el suelo, en un rincón, como siempre todas ellas desnudas por completo, con el cuerpo lacerado y sucio. Una de ellas comía del suelo, en un gesto que a Alex le recordó una pequeña rata, agazapada para que nadie la vea. Luttemberger aparecía en escena increpándole en alemán a las mujeres en un tono de voz bastante agresivo y fuerte, ellas negaban con la cabeza y se cubrían el rostro con las manos, en el mismo instante en que comenzaba a fustigarles con un látigo de cuero, haciéndoles surcos en la espalda y las costillas.
—Santo Dios... —murmuró Angelika, apartando la vista. Alex siguió observando un poco más, hasta que pulsó el botón para abrir la bandeja DVD de la computadora, se deslizó hacia afuera y él sacó el disco, para insertar otro.
En este caso, la filmación mostraba a un grupo de mujeres, vestidas, en una gran mesa larga comiendo un gran banquete. Muchas se hallaban felices, parecía que celebraban alguna fiesta en particular. Si bien la mansión era reconocible, porque se lograba observar en alguna toma los enormes pilares de mármol del living principal, al menos no había nada fuera de lo común allí. Había comida de sobra, fruta, vinos, diversos tipos de panes, pollo y cerdo, ensaladas y jugos de naranja y manzana. Todas comían y bebían a sus anchas, aunque algunas miraban por encima de sus hombros a cada minuto, como si algo las tuviera muy nerviosas por alguna razón.
—Bueno, éste al menos no es tan malo —opinó Alex. De pronto la filmación cambió totalmente como si alguien hubiera recortado una escena. Ahora mostraba una casa en la noche, iluminada solo por la luz de las velas ritualistas, dispuestas en círculo alrededor de una chica acostada sobre un pentaculo y completamente desnuda, que parecía drogada o adormecida, estaba engrilletada al suelo y no podía moverse, aunque quisiera. El enfoque era desde la perspectiva de visión desde Luttemberger, como si se hubiera colgado la cámara al cuello de alguna forma. Se veía como sus manos tomaban un pequeño yunque de unos treinta kilos aproximadamente, lo levantaba en el aire y lo dejaba caer encima de la cabeza de la chica. Esta vez fue el propio Alex quien apartó la mirada.
—¡Oh, por Dios! —sin querer mirar pulsó a tientas el botón de la bandeja DVD. Angelika, sin embargo, hacía rato ya que ni siquiera estaba a su lado mirando—. Sin duda estos discos contienen mucho material, pobre mujer... —comentó Alex.
Ambos quedaron completamente en silencio mirándose entre sí. Alex tomó el balde de pollo que había encima de la mesa, y dio un bocado. Ella lo miró negando con la cabeza.
—¿Cómo puedes comer luego de ver semejante atrocidad? —le preguntó.
—Tengo hambre, cariño, lo siento —respondió, como justificándose—. Además, viniendo de esa casa sabíamos con lo que nos podíamos topar en estas filmaciones. Vamos, que no iban a ser campos de lavanda en primavera, ¿comprendes?
—Lo sé —asintió ella, mientras cerraba la puerta de entrada luego que Brianna entró al living.
—Lo que aún no termino de entender, es qué sentido tiene todo esto.
—¿A qué te refieres con sentido? —preguntó Angelika, sentándose en uno de los sillones.
—¿Por qué hemos encontrado las filmaciones? —dijo Alex, enumerando con los dedos las preguntas una a una— ¿Por qué justamente contienen esas imágenes y no otras? ¿Por qué en la segunda filmación vemos a un grupo de mujeres en un gran banquete, y luego una de ellas es asesinada de esa forma? Es lo que no termina de convencerme, creo que hay un mensaje oculto tras todo esto.
—Es posible, teniendo en cuenta como se vienen sucediendo todas las cosas... —comentó ella. Brianna dio un ladrido y se irguió, mirando hacia la puerta de entrada con las orejas erguidas y en posición de ataque. Alex la miró, y luego miró a Angelika de reojo. Se colocó el dedo índice en los labios y se puso de pie. Caminó hasta una de las ventanas y acercándose despacio a ella, observó hacia afuera, luego se arrojó de bruces al suelo conteniendo un insulto entre dientes.
—¿Qué pasa? —preguntó Angelika, comenzando a alarmarse. Alex le indicó que bajara del sillón y se colocara debajo de la mesa, con un gesto de su mano. Ella así lo hizo, mientras que Alex se arrastró hasta ella por la alfombra como si estuviera en medio de una trinchera soviética.
—Afuera hay varios tipos, me imagino que deben ser del Poder Superior, todos visten igual.
—¡¿Qué?! —casi exclamó ella, desconcertada y temerosa.
—Seguramente debían estar esperando desde que salimos a la mansión, nos deben haber seguido hasta aquí —Alex se acercó hasta el rifle, apretó un cartucho entre los dientes y abrió el compartimiento, estaba lleno. Accionó la palanca del armador con un chasquido y se acercó de nuevo a la ventana. Le indicó con un gesto que no se moviera de allí, y levantando un poco la vista, apunto con el Winchester justo en el instante en que uno de ellos se ponía a tiro, unos veinte metros más adelante.
Disparó y el estruendo fue ensordecedor, los cristales de la ventana estallaron hacia afuera y aquel hombre cayó desplomado en el césped del patio lateral de la casa. Instantáneamente, comenzaron a dispararles desde todos los ángulos de la casa. Angelika se tapó los oídos y dio un grito de horror, mientras que las balas se incrustaban en las paredes y destrozaban las ventanas que aún quedaban intactas. Alex corrió por debajo de una de ellas, asomó el rifle y dio tres disparos, para acabar con dos hombres más.
Varios disparos se hicieron sentir en la puerta de entrada, la cerradura voló hacia adentro y tres hombres entraron al living. Angelika dio un grito de horror en cuanto los vio, dos de ellos llevaban pistolas automáticas, el tercero tenía una UZI. Brianna se abalanzó encima de un hombre en cuanto ingresaron a la casa, mordiendole los brazos. Alex se giró y acabó con los otros dos, que cayeron desplomados encima de la alfombra, luego le disparó al tercero, el cual estaba aprisionado bajo el potente hocico del animal.
De pronto se hizo todo silencio, solamente se podían escuchar los jadeos de Angelika debajo de la mesa, y la respiración agitada de Alex con el rifle en las manos.
—¿Se han ido? —preguntó ella, casi en un susurro.
—No lo sé, quédate aquí, saldré afuera —respondió él, abriendo el compartimiento del rifle y rellenándolo con los cartuchos que faltaban. Ella lo miró, y le negó con la cabeza indicándole que no saliera bajo ningún concepto. Alex le indicó que guardara silencio, y se acercó a la puerta de entrada con paso cauteloso.
Se asomó lentamente afuera, mirando hacia ambos lados, pero no veía nada en absoluto, todo se hallaba en aparente calma. De pronto escuchó un disparo, un dolor inconmensurable en la pantorrilla que le hizo caer al suelo instantáneamente, dando un grito de dolor. Escuchó a Angelika gritar su nombre y salir desbocada desde abajo de la mesa donde estaba escondida, y miró hacia adelante. Desde detrás de su coche salía un último hombre, que aparentemente había permanecido escondido allí todo el tiempo. Alex lo abatió, apuntando desde el suelo, y arrojó el rifle a un costado, mirándose el muslo sangrante. Angelika se arrodilló a su lado, en pleno llanto.
—¡Oh, no! ¡Dime que estás bien, por favor, dime que estás bien! —exclamó.
—Creo que sí, dame una mano —le dijo, intentando ponerse de pie. Ella lo ayudó tomándolo de las axilas, y Alex pudo comprobar que apenas podía apoyar el pie, con mucho dolor—. Creo que solo me ha rozado.
—Vamos adentro, te llamaré a la emergencia médica enseguida.
—¿Estás loca? No podemos hacer eso con todos estos hombres muertos aquí —dijo Alex—. Tendrás que curarme tu misma.
—¿Pero y qué tal si necesitas sutura? —observó ella.
—Al carajo, solo vendajes y ya. No hay tiempo, no podemos arriesgarnos a que estés sola aquí, más de esos tipos podrían volver en cualquier momento.
Juntos marcharon al baño de la planta principal, allí Angelika ayudó a Alex a quitarse el pantalón y le observó la pantorrilla. Efectivamente la bala solo le había rozado dejándole un profundo surco de unos diez centímetros de largo a todo lo ancho del muslo. Se lo lavó con agua, y le volvió a insistir que necesitaría varios puntos, pero Alex se negó rotundamente de forma que solo le envolvió la pierna en gasas y un vendaje lo más apretado posible, para detener el sangrado. Una vez que estuvo curado, Alex puso manos a la obra junto con Angelika para llevar los cuerpos al patio trasero y ocultarlos allí.
Fue en ese momento en que agradeció mentalmente el hecho de que su casa estuviese ubicada en un barrio privado, donde todos los vecinos estaban lejos uno del otro. Lo que menos hubiera querido, en un momento como aquel, es que alguien hubiese llamado a la policía luego de escuchar el tiroteo. Los apiló uno encima del otro en el patio trasero, y los incineró ayudándose con un poco de combustible que ordeñó de su propio vehículo. Las llamas eran verdosas al principio, luego solamente rojas, y pronto el olor a carne quemada impregnó todo el patio. Angelika estuvo a su lado un momento, pero al ver que algunos cuerpos se sacudían producto de los espasmos nerviosos post-mortem, se alejó de allí y sin poder evitarlo, vomitó tras un arbusto. Luego simplemente volvió a la casa, y una vez en soledad, Alex se cubrió los ojos con las manos y lloró, en silencio. Recordaba a su madre, su hermano, los momentos en la universidad, los partidos de futbol en la playa, con Richie. Nunca se hubiera imaginado el hecho de que en algún momento de su vida estuviera disparando a matar a hombres que ni siquiera conocía, pero que le querían asesinar también. Luego quemar los cadáveres en el patio trasero de su casa, respirando aquel humo dulzón con aroma a muerte, a carne incinerada, ver sus miembros sacudirse espasmódicamente de a ratos. Sencillamente no podía creer como se había torcido toda su vida.
Volvió dentro caminando con dificultad, luego de que los cuerpos de aquellos hombres ardieran durante casi tres horas, esperase a que se enfriaran sus cenizas y las recogiera en una bolsa negra de residuos, y se sentó en uno de los sillones. Angelika se sentó a su lado, y ninguno de los dos dijo una sola palabra al respecto.
Ella más que nada se hallaba terriblemente dominada por un miedo atroz, Alex ya había matado varias veces, ahora su propia casa ya no era segura, y no creía poder seguir soportando mas todo aquello. Observó las paredes, llenas de agujeros de bala, las ventanas destrozadas y el polvo por todas partes, junto con los casquillos de los cartuchos desparramados por el suelo. Se tomó la cara con las manos y también lloró con amargura, buscando liberar de una vez toda la enorme frustración que podía sentir una mujer como ella, en la cual su vida se había visto degradada por semejante situación tan catastrófica.
—Vamos, cariño, cálmate... —dijo Alex, rodeándole los hombros con un brazo y atrayéndola hacia sí. Comprendía su dolor, él también había llorado momentos antes sin que ella supiera, pero Angelika estaba embarazada, no debía angustiarse así. Aunque claro, sabía que era una petición imposible.
—¡No me pidas que me calme, cuando te veo batirte a tiros con gente que nos quiere asesinar a sangre fría! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Alex se hizo pinza con los dedos sobre el tabique de la nariz, pensó un momento la respuesta y luego chasqueó los dedos.
—Esperemos un día más, si en las cámaras o en los grabadores de sonido no aparece nada relevante para la investigación, nos instalaremos en la casa y haremos una recorrida —dijo—. Pero no lo haremos solos, llamaremos a Daniel y a Lisey para que nos acompañen. Daniel es pastor, y Lisey no lo sabe, pero aún tiene remanentes demoníacos, si ella se esfuerza tal vez pueda ver algo más allá, aunque sea muy leve. Creo que puede sernos útil en algún momento.
Angelika lo observó sin poder creer lo que estaba escuchando. Si estaban planificando recorrer la casa de punta a punta e instalarse allí, era porque ya habían agotado realmente todos los recursos.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
—¿Qué otra opción tenemos? No podemos seguir así, hay que terminar con esto de una buena vez.
Angelika asintió, sabía que Alex tenía razón,
—Como prefieras, entonces. Quizá sea lo mejor —respondió.
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