III
En cuanto llegaron a su hogar, Angelika subió a la habitación argumentando que necesitaba recostarse un momento, quería ver televisión y nada más. Alex la miro aprehensivo, sabía que una parte de ella solamente quería olvidarse un poco de todo lo que había visto en breves instantes, hasta incluso esa espantosa tormenta había comenzado a remitir a medida que transcurría el día. Le preparó una taza de café, unos bocadillos y le subió todo en una bandeja, la cual ella agradeció. Le dijo que seguramente dormiría un poco después, así que Alex cerró tras de sí al salir, una vez en el living le abrió la puerta principal a Brianna para que saliera al patio a corretear un poco, y llamó por teléfono para ordenarse una pizza con bastante aceitunas y cebolla.
Mientras esperaba la comida, tomó asiento frente a su computadora, la encendió y conectó los comandos y accesos para controlar las cámaras y las grabadoras de sonido, tecleando tal y como Vince le había explicado en un principio. Al instante, varias cuadriculas con imágenes diferentes aparecieron en la pantalla de su computadora, fue clickeando una por una, ampliándolas, y se cruzó de brazos tras encontrar la que enfocaba a la escalera y el salón principal, observando con atención. Las marcas que había encontrado al lado de la escalera habían vuelto a aparecer, igual que como las había visto la primera vez, pero el rastro marrón era la única diferencia en la imagen.
Tenía sus dudas al respecto sobre qué pasaría exactamente en cuanto las cámaras comenzaran a registrar un periodo de horas prolongado. Lo más sensato era que directamente no ocurriese nada de mayor relevancia, ya que no había nadie viviendo allí dentro que provocara los espectros, pero al estar tan ligados con la mansión sabía también que todo podía ser terriblemente posible.
Se sentía asquerosamente nervioso y no era algo que le agradase demasiado, se levantó de la silla y estiró la espalda dando un resoplido, luego miró a su alrededor y giró en redondo. Encogiéndose de hombros, salió al patio principal y se recostó contra el capó del Taurus observando a Brianna que iba y venía por el césped. No sabía porque, pero su mente había comenzado a fluctuar hacia Tommy a medida que observaba hacia el cielo, que poco a poco comenzaba a despejarse más claramente.
Sabía que era una amenaza desde que le había echado del grupo, pero una parte de sí pensaba que le hubiera gustado conocer su paradero, poder hablar con él de alguna forma, intentar rescatarlo en la medida de que fuese posible. Era su hermano a fin de cuentas, siempre le había querido como tal a pesar de todo lo que había pasado, de toda la historia que encerraba a ambos, y solo Alex conocía.
—Vaya mierda... —murmuró, hacia la nada.
Los minutos transcurrieron sin más pensamientos recurrentes, solo permaneció allí, con la mente en blanco y disfrutando del aire fresco sin meditar en nada más, hasta que el repartidor de comida rápida llegó con su clásica motocicleta frente a la puerta de la casa. Le hizo un gesto de que esperase un instante, entró a la casa a buscar dinero, salió luego afuera y pagó la comida dándole al chico unos generosos diez dólares de propina. Se dio media vuelta y volvió a la casa, cerrando la puerta tras de sí.
Se sentó de nuevo frente a la computadora, abrió la caja de cartón y tomó con las dos manos un triángulo de pizza, dándole un generoso mordisco en la punta y dejando el resto encima de la caja. Miró la pantalla de la computadora en claro gesto ansioso, y volvió a ampliar cada una de las cuadriculas para observar con más detalle. De pronto una de ellas mostró un poco de estática y cambio la imagen de un segundo al otro, ya no enfocaba a una de las habitaciones superiores como la habían dejado. Alex frunció el ceño un tanto confundido, se sacudió las manos y amplió la imagen, observando con más atención.
La cámara ahora mostraba una escalera de una casa que conocía muy bien, su propia escalera. Abrió grandes los ojos y se acercó a la pantalla de la computadora como si no pudiera comprender lo que estaba observando. Los cuadros que pendían de las paredes, el barandal de madera caoba, la alfombra que decoraba los escalones con su horrendo estampado floreado que tanto le gustaba a Angelika. Sin duda era su propia casa. Y había algo más.
Luttemberger estaba subiendo, le veía claramente por la espalda.
Tragó el bocado de pizza que masticaba, mientras se inclinó en la silla para mirar directamente a la escalera. Allí no estaba subiendo absolutamente nadie. Volvió a observar la pantalla, y Luttemberger ya estaba de pie en el rellano. Hizo una pausa y siguió subiendo. Otra cámara cambio de enfoque, y Alex la amplió. Ahora mostraba el piso superior, veía claramente la puerta del ático cerrada, la de su habitación también. Luttemberger apareció en escena, siempre de espaldas, se situó frente a la puerta cerrada. Dio un paso hacia adelante, y la atravesó limpiamente.
Se levantó de la silla con tal brusquedad que la misma cayó hacia atrás, corrió con toda la velocidad que pudo y subió las escaleras de dos en dos. Al llegar arriba, se abalanzó contra la puerta de la habitación y la abrió de un golpe seco con el hombro, embistiéndola. Ante aquella forma tan brusca de entrar, Angelika, que dormía plácidamente, se despertó de un salto en la cama. Lo miró sobresaltada y ambos quedaron en silencio sin decir absolutamente nada. Alex un tanto agitado por la desbocada carrera, y ella con el corazón palpitando en su pecho debido al susto.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—¿Estás bien? —fue la pregunta de Alex, mientras avanzaba hacia ella y le apartaba las sabanas. La examinó por completo de pies a cabeza, bajo la atónita mirada de Angelika.
—Estoy bien, cálmate. ¿Qué está pasando? Me has dado un susto de muerte, tenía un buen sueño.
—Lo siento —Alex caminó hasta la ventana, apartó un poco la cortina y miró hacia afuera, no había absolutamente nada extraño.
—Cariño, me estas asustando —dijo ella. Él se acercó de nuevo a la cama, le dio un corto beso en los labios y la arropó con las sabanas nuevamente.
—Tranquila, no me hagas caso. Si necesitas cualquier cosa llámame, estaré abajo.
—Pero Alex... —él salió al pasillo rápidamente y cerró tras de sí, sin escucharla en lo más mínimo. Bajó las escaleras tan rápido como las había subido un momento atrás, tomó asiento de nuevo frente a la computadora y observó las pantallas y los monitores. Todo estaba en orden, las imágenes mostraban de nuevo distintos enfoques de la mansión vacía, pero nada fuera de lo común. Alex clickeó un acceso directo de sonido y abrió las grabadoras de voz, escuchó atentamente pero tampoco había nada extraño, no registraban ningún sonido por fuera del ruido normal.
Se reclinó en su silla y resopló cansado, meciéndose el cabello con los dedos. Miró la caja de pizza con nuevo apetito, tomó el trozo que había dejado a medio terminar, y le dio un nuevo mordisco. De pronto miró el rifle a un lado, seguía en el mismo sitio donde lo había dejado la primera vez, en el sillón. Tragó el bocado que estaba masticando, dio una mordida más a su trozo de pizza y se puso de pie, caminando hacia el rifle para tomarlo en sus manos. Últimamente, después de conocer muy bien el disgusto que le provocaba a Angelika el hecho de que usara el arma, había evitado por todos los medios posibles no hacerlo, al menos desde que ella había vuelto a la casa. Si de él se trataba, la verdad era que se sentía mucho más seguro con el Winchester al alcance de la mano. No tanto por una cuestión de entidades, sino porque sabía perfectamente que había más miembros del Poder Superior que seguramente estarían rondando por los alrededores, también sabía que ellos debían suponer el hecho de que en la muerte de Kaspar, él había sido el culpable.
Levantó el rifle y abrió el compartimiento de los cartuchos con un clic sordo, observó adentro y vio que estaba descargado, así que lo recargó de nuevo. Lo volvió a cerrar, jaló la palanca del armador y colocándoselo en posición, apuntó hacia adelante y observó por la mira, con una sonrisa. Era bueno volver a tener el rifle en las manos, se dijo, y vaya si lo volvería a usar.
Aunque Angelika se enojara con él, le contaría lo que había visto, lo que había pensado, y el porqué de su decisión. Era obvio que a una entidad o un espectro no podría hacerle daño con el rifle, pero si alguien del Poder Superior se intentaba pasar de listo colándose en las inmediaciones de su casa, o decidía emboscarles en la mansión, le daría plomo. Y Angelika tendría que aceptar aquello.
Pero si tú sabes más que nadie que ambos están perdidos, tanto ella como tú. Y créeme, no te veo capaz de enfrentar todo esto solo, ni siquiera ella. Está embarazada, y se hará débil con el correr de los días, su vientre crecerá mientras que su poder disminuirá.
Haz una cosa mucho más útil y practica, ¿por qué no la liberas? Será mejor para todos.
Ve arriba y dispárale, está dormida, ni siquiera sabrá que le pasó.
Le harás un favor, mejor eso que sufrir después.
Alex se quedó petrificado ante lo que estaba escuchando, sabía que no era una ilusión propia de la enorme tensión que sentía, producto de toda aquella situación límite, sino que por el contrario había oído aquello muy dentro de su cabeza, como si sonara en estéreo dentro de su mente. Era una voz que no conocía, muy grave y espantosamente tétrica, que le había congelado la sangre en las venas con aquel tono funesto.
Por acto reflejo, arrojó el rifle al suelo como si quemara, directamente lo soltó y dio un paso hacia atrás, como si temiera perder el dominio de su propio cuerpo y cometer una verdadera locura. El Winchester cayó de culata, y sorpresivamente se disparó, debido al golpe. Había olvidado que le había accionado la palanca del armador y que además estaba cargado. Sintió como si una enorme mano le empujara hacia atrás, e instantáneamente un líquido tibio comenzó a manarle del vientre mientras un dolor indescriptible se apoderaba de sí. Se llevó las manos al estómago, viendo como sus propias entrañas sangrientas caían a la alfombra. Intentó cubrirse torpemente, y pensó que no podría evitar morir allí mismo, después que el rifle se disparase de la forma más imbécil posible, en su propia casa, respirando olor a pólvora y después de haber comido tan siquiera un trozo de su pizza favorita. Sus intestinos se deslizaron fuera de la herida que había dejado el Winchester, luego de acertarle a quemarropa en el vientre. Sus jugos gástricos se mezclaron con la sangre que le manaba a borbotones, mientras caía de rodillas al suelo con los ojos abiertos y una expresión completamente atónita. Alguna parte de su moribunda mente escuchó de forma muy lejana el sonido de la puerta de su habitación cerrarse de un golpe, seguramente Angelika estuviera bajando por las escaleras a ver qué había sucedido, le encontraría allí muerto, sin más. Y su bebé nacería y no podría estar allí para verle, para sujetar la mano de su amada en el momento que pujara, ni lloraría con ella después. Oh Dios, no quiero morir, pensó, sabiendo que comenzaba a sentir frio y la vista se le oscurecía cada vez más, y más.
Finalmente, cayó sobre su pecho, con los ojos abiertos, en medio de un mar de sangre.
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Sintió que le sacudían levemente, y despertó con brusquedad, con el cuello y la parte baja de la espalda ligeramente adoloridos debido a la posición en la que se había dormido encima de la mesa. Angelika estaba a su lado, moviéndole por el hombro con delicadeza pero firmemente. Alex miró a su alrededor confundido, la computadora seguía allí, encendida frente a su cara, la caja de pizza estaba media vacía y ya debían ser como las siete u ocho de la noche.
—Cariño, te has quedado dormido —le dijo ella, mirándolo con cierta ternura compasiva.
Alex se puso de pie con brusquedad, ella se apartó y lo miró sin comprender que le estaba sucediendo. Se palpó el estómago y luego miró el rifle de reojo, seguía en el mismo lugar de siempre. Respiró aliviado y cerró los ojos dando un profundo suspiro.
—Gracias a Dios...
—¿Qué tienes? —le preguntó ella.
—Nada, no te preocupes. Solo un mal sueño.
—¿Has visto alguna novedad en los monitores?
—No, al menos hasta que me quedé dormido —respondió Alex—. Demonios, ni siquiera sé en que momento caí rendido.
—Normal, estamos muy cansados con todo esto —dijo ella. Luego miró la caja de pizza a medio terminar, con cierto reproche—. Veo que has comido bien, y los demás nos jodemos.
—¿Quieres que encargue otra?
—No, no te preocupes, estaba bromeando. Creo que solo cenaré una sopa liviana —respondió ella—. Aun estas a salvo de los antojos de comidas imposibles a horas realmente impensadas, así que no te preocupes por ello.
—Por el momento, supongo —sonrió Alex, mientras ella asentía con la cabeza.
—¿Cómo estamos de baterías?
Alex revisó los monitores, abrió un panel de control en la barra de tareas y dio una rápida mirada a las barras de rendimiento que mostraban datos.
—Aún tenemos la mitad, mañana a primera hora tendremos que ir a cambiarlas —señaló con un dedo hacia arriba—. Iré a buscar las baterías de repuesto al ático y las pondré a cargar enseguida, así están listas para mañana a primera hora.
—Iremos los dos, ¿verdad?
—Claro que sí, ninguno entra solo allí dentro, bajo ningún concepto.
Angelika le dio un beso en los labios, el cual Alex correspondió posando sus manos en la cintura de ella. Luego se separó, caminando hacia la cocina. Desde allí le preguntó si le apetecía un vaso de jugo de naranja, Alex respondió que no, y miró de reojo los monitores en la pantalla de su computadora, por si alguno cambiaba de imagen repentinamente. Tenía una sensación extraña desde que se había despertado, sabía que había sido todo un muy mal sueño, sin duda. Pero aun así le parecía tan real, que hasta casi podía sentir el empuje de los perdigones en su cuerpo, al impactar.
¿Y si todo aquello era una especie de aviso, o una revelación aterradoramente brutal? Se preguntó mentalmente. Angelika le había dicho que alguien iba a morir en manos de su rifle, pero jamás había dado por sentado aquello. Sin embargo...
—¿Te encuentras bien, cariño? —fue la pregunta de Angelika a su lado, que había vuelto al living. Parpadeó un par de veces y asintió con la cabeza.
—Sí, claro que sí, no te preocupes —luchaba contra el instinto de apagar la computadora y no observar más nada hasta el día siguiente, o el otro, pero sabía que necesitaban conocer que pasaba tras las puertas de esa casa cuando la noche caía, necesitaban conocer al enemigo por sobre todas las cosas. Pero también necesitaba apartarse de todo aquello, por su propio bien. De las cámaras y del rifle, sin duda.
—Es que te noto un poco cansado —opinó ella. Él sonrió jovialmente, para demostrar lo contrario.
—¡Si recién empezamos! No podemos agotarnos ahora —dijo, con una sonrisa. —Iré arriba a buscar las baterías de una vez.
—Claro, ve —asintió ella—. Iré a prepararme la sopa.
Ambos se alejaron con caminos totalmente diferentes, y en uno de los monitores de la computadora el rostro de Luttemberger apareció, perfectamente visible, observando por la lente de una de las cámaras, como si de un periscopio se tratase. Sin expresión alguna en su rostro, como de costumbre tan solo una apariencia fría, mortal.
Pero no había nadie allí para verle, frente a la pantalla.
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