III
Los días posteriores caí en una profunda tristeza. Si antes no me hablaba en absoluto, luego de nuestro suceso en la cafetería directamente ni siquiera me dirigía la mirada. Mientras tanto, mi hermano había convertido el living de nuestra casa en una especie de sala multijugador donde se tiraba las tardes riéndose con su compañera de Warcraft, la cual más adelante pasó a ser su novia formal. Tommy, el friki de la familia, había conseguido novia antes que yo, era insólito.
Sin embargo, los meses pasaron, el fin del primer año de nuestro curso se acercaba rápidamente y con él, los exámenes finales. Este año, hasta donde tenía sabido, el primer examen trataría sobre la expresividad y la comunicación de la música clásica, y finalmente volvería a hablar con Angelika, aunque yo no lo sabía hasta que la oportunidad me saltó de nuevo a la cara, como aquella vez de camino a la cafetería.
Frederick Danna, nuestro profesor de historia musical, nos había encomendado los preparativos del primer examen para el siguiente lunes, aquel día lo vimos entrar con un grueso portafolios con documentos, colocó el mismo encima de su escritorio y nos ordenó que formáramos grupos de tres personas. Nuestra tarea era elegir un artista clásico, una pieza de opera o una obra clásica del autor que eligiéramos, y exponer una tesis sobre la influencia y características de la música elegida, así como sus variantes, y más datos.
Cuando nos dio la orden de comenzar, toda la clase se revolucionó, formaban los grupos de a tres personas con chicos y chicas que eran amigos entre sí, o al menos tenían una cierta simpatía, mi hermano me miró y asentí con la cabeza, sabía que si no me elegía a mí no había forma de que otra persona hiciera grupo con él, pero sin embargo, nos faltaba uno más. Entonces, con rapidez, miré a Angelika en su asiento. Observaba hacia todos lados, esperando la señal de alguien para poder unirse a un grupo, pero como era de esperarse, nadie la miró siquiera. Parecía que no estuviese ahí, como si fuera un fantasma.
Fue allí, cuando comprendiendo que el primero de los cinco exámenes para salvar el curso estaba perdido, hundió la cara en las manos y negó levemente con la cabeza, tal vez maldiciendo silenciosamente en alemán como me había maldecido a mí en la cafetería. Y la idea me fulminó la cabeza como un rayo. Levanté la mano derecha, aun con la estilográfica entre mis dedos, y el profesor me miró.
—¿Sí, Alex? —preguntó.
—El compositor clásico que elijo, señor, es Weber —de soslayo, vi que Angelika había sacado la cara de entre sus manos, y me miraba con ojos enormes.
—Está bien, aunque una elección extraña, la ópera clásica de la época romántica alemana es muy difícil. ¿por qué la has elegido ahora?
—Porque ella nos ayudará, a mí y a Tommy —respondí, señalando con mi dedo índice hacia el asiento de Angelika.
El profesor asintió con la cabeza y silenciosamente anotó algo en su libreta de grupos. Ya que no estaba mirando me puse de pie, tomando lugar en una silla libre al lado de Angelika. Ella no dejaba de mirarme.
—¿Estás loco? ¿por qué hiciste eso? —me preguntó.
—Vi que no tenías grupo, al parecer todos se olvidaron de ti, y a nosotros dos nos faltaba alguien más, ¿qué tiene de malo?
—Que yo no me ofrecí a estar contigo.
Al escuchar aquello, no me enfurecí, pero me decidí a hablarle por lo claro de una vez.
—Escúchame, Angelika. Estás en un país que no conoces, el cual seguramente no te gusta, rodeada de gente que no te cae bien, lo puedo notar. Aquí tienes una clase de cincuenta personas a la cual no le interesas una mierda, salvo a mí. Y si quieres salvar este año y no perder el dinero de la matrícula, te recomiendo que trabajemos juntos y de buena gana —ella me miraba muy sorprendida—. Y te diré una cosa, tú no quieres perder el año por el dinero, y yo no quiero perder el año porque he continuado el curso por ti, para poder hablarte y conocerte. Creo que podemos ayudarnos.
Bajó sus enormes ojos verdes a la mesa, y luego los volvió a levantar hacia los míos.
—Supongo que tienes razón —dijo, casi en un susurro.
—Genial, hagamos una cosa, te espero a la tarde, cuando salgamos de aquí. Te llevaré en el coche hasta mi casa, puedo encargar comida si lo deseas, o preparar algo con lo que tenga en el refrigerador, y charlaremos un poco más sobre el tema del grupo mientras cenamos. Y sobre todo de ti, no tienes a tus padres contigo y créeme, mi situación no es tan distinta a la tuya.
Angelika me miró sin comprender.
—Alex, vuelve a tu sitio —sonó la voz del profesor, desde su escritorio.
—Sí señor —respondí, y mientras me levantaba, susurré—: Te espero.
Volví a mi asiento mientras que Angelika me miraba fijamente. Y la vi sonreírse, negando con la cabeza, tal vez por mi osadía. De todas formas, fue la sonrisa más sincera y hermosa que había visto jamás. Yo también estaba feliz, había utilizado el factor sorpresa contra ella, y había resultado un éxito. Tommy me miró, haciéndome un guiño de complicidad. Yo sonreí, y levanté el pulgar.
El resto del día me lo pasé muy ansioso, deseando que llegara el momento de salida para poder estar con ella charlando en nuestra casa, interesándome por su historia. Al salir de la universidad me planté a un costado de la puerta principal y cuando Angelika salió, me acerqué por su izquierda alcanzándola al caminar.
—Bien, ¿nos vamos?; iré a buscar mi coche si me das un momento.
—Espera, mejor hagamos una cosa —respondió—. Déjame ir hasta mi casa, me daré una ducha y me cambiaré de ropa, además tengo que elegir qué libro llevar, creo que tengo material de Weber que podría servirnos para esto.
—Perfecto, ¿a qué hora te paso a buscar?
—Nueve y media, si quieres. Será un poco tarde, pero mañana tenemos día libre y no me preocupa el tiempo —me entregó un papel donde había anotada una dirección—. Lo escribí mientras estábamos en clase —cuando levanté la vista del papel ella me señaló rápidamente con el índice—. Confío en ti, Alex, además como bien has dicho, tenemos que ayudarnos, y quiero poner la mejor voluntad.
Me dejó con la palabra en la boca, no tuve tiempo a decir nada más. Simplemente se dio media vuelta y comenzó a caminar rumbo a la parada de transporte público, con sus carpetas bajo el brazo y ondeando las faldas de su vestido.
Las dos horas siguientes fueron las más largas de mi vida, conduje hasta casa en silencio, y a Tommy le pareció sumamente extraño que no encendiera la radio. Me preguntó un montón de veces que había pasado con Angelika, ya que al salir nos había visto hablar, y solo me limité a decirle que esa noche vendría a casa. A excepción de aquello no dije más nada en todo el camino.
Al llegar no entré el coche, solamente lo dejé estacionado en la calle, entré a la casa y me encaminé a mi habitación. Tomé ropa limpia, me di una ducha, me sequé y me vestí. Aún faltaba mucho rato para tener que ir a buscar a Angelika a su casa, así que me concentré en limpiar un poco, dar una mejor vista cambiando de lugar los almohadones de los sillones, y aspirando la alfombra de la sala de estar. Tommy invitó a Betsy, su novia, a jugar Warcraft y estar un rato juntos ya que según me dijo no quería molestar mucho. Cuando ya no tenía más nada que hacer, me limité a prepararme un café y sentarme a ver un poco la televisión, esperando que la hora pasara lo más rápido posible.
Quince minutos antes de salir, me froté un poco de bálsamo en la cara, rocié un poco de perfume en mi cuello, tomé el trozo de papel con la dirección de la casa y las llaves de mi coche, y saliendo a la calle monté en mi vehículo, encendí el motor y arranqué.
Cuando llegué a la casa, un modesto apartamento de una planta, con pequeñas ventanas al frente y ladrillo a la vista, me detuve frente a la puerta y toqué un par de veces la bocina. A los cinco minutos Angelika salió, se acercó a la puerta del acompañante de mi coche, la abrió y se sentó con lentitud en el asiento. Yo la miré, estaba preciosa. Se había recogido el cabello en dos trenzas perfectas, atadas luego entre sí. Los aretes que pendían del lóbulo de sus oídos eran grandes, de plata, con una gema verde engarzada en el medio. Una blusa celeste claro y un pantalón formal negro hacía la combinación de colores perfecta para una mujer con su cutis. Me incliné tímidamente para darle un beso en la mejilla, y ella me lo devolvió cortésmente, luego de acomodar los libros en su regazo. Ambos respiramos con fuerza, sin decirle nada al otro respectivamente, pero creo que tanto yo como Angelika habíamos degustado nuestros perfumes. Ella olía a... ¿coco quizás?; era posible. Mi cuerpo reaccionó de formas inesperadas, y yo me revolví en mi asiento, fingiendo que acomodaba el cinturón para poder alisarme el pantalón.
—Bueno... ¿nos vamos? —pregunté yo, cortado.
—Claro. Encontré lo que pude, muchos libros tuve que venderlos cuando vine aquí, como te contaba en la cafetería. Pero he podido salvar unos cuantos.
—Con eso está bien, tú tranquila. Además, siempre podemos contar con la ayuda de internet como último recurso —la miré de reojo—. ¿quieres que pase a buscar algo rápido para cenar? ¿O prefieres un café?
—¿Pueden ser ambas?
—Claro, ¿por qué no?, cenaremos comida china con palitos, para luego tirar los palitos y acabar comiendo con tenedor.
—Es un buen plan —dijo Angelika, riéndose levemente. Y yo reí a mi vez.
Cuando llegamos a casa estacioné el coche a un lado de la cancha de tenis, como hacia siempre, apagué el motor y descendí. Angelika bajó con los libros bajo el brazo y al ver la cancha en su totalidad, se le iluminó el rostro de una forma que nunca había visto antes, ni siquiera en clase.
—¿Por qué nunca me habías contado que tenías cancha de tenis?
Yo me encogí de hombros.
—No lo sé, quizá sea porque nunca has dejado que te hable... ¿te gusta el tenis?
—Oh sí, cuando vivía en Alemania la casa de mis padres estaba a no más de cuatro calles del club de tenis, y todos los fines de semana mataba el rato allí —comentó—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro, dime.
—Aquella chica de la clase, Sue Smith, es tu pareja, ¿verdad?
—¡¿Qué?! Oh no, por Dios. El día que me estabas mirando, ella solamente vino a pedirme unos apuntes, pero si la puedo evitar créeme que lo hago, no me gusta en absoluto —respondí. Pude notar que ella se sonrojaba levemente, al evidenciar que la había descubierto mirándome. Y eso era algo que, me imagino, no tenía planeado.
—Siento haberte juzgado mal, y haberte dicho cerdo en la cafetería.
—Así que eso fue lo que me dijiste, vaya —puse cara como enojado, ella me miró aprehensiva y luego comencé a reírme—. Descuida, no hay drama. ¿Paz?
—Paz, claro que sí —dijo, con una sonrisa de alivio. Volvió a mirar la cancha de tenis, me miró y me codeó levemente, noté que estaba más tranquila, más confiada—. Cuando quieras te enseño un poco, novato.
—Si tú lo dices... —respondí, y ambos reímos.
—Tienes una casa muy bonita.
—Y bastante barata nos costó cuando vinimos aquí.
—¿También vienes de otro lado? —Me miró interesada.
—Ya vamos a tener tiempo de charlar todo eso, entremos —en un gesto atrevido y confiado, apoyé mi mano en su espalda y la guie hacia la puerta. Ella se dejó llevar.
Entramos y el living olía a perfumador de ambientes. Mi hermano había rociado después que salí a recoger a Angelika a su casa, y lo bendije en silencio por esa buena idea. De Tommy no había rastro alguno, me imaginé que debía estar arriba en su habitación, hablando con su novia sobre el último teclado gamer que Cougar lanzaría al mercado, tal vez.
—Puedes dejar tus libros ahí, si deseas —le señalé una mesa de madera de roble tallada, que había en el centro del recibidor—. ¿quieres que prepare café?
—Claro, me gustaría.
La guié entonces hacia la sala de estar. Angelika se sentó en uno de los sillones de cuero blanco, frente a una mesa ratona central de vidrio, y yo marché a la cocina a encender la cafetera. Diez minutos después ya tenía todo servido en tazas con su respectivo edulcorante y las cucharillas, encima de una bandeja símil plata, la cual deposité con suavidad sobre la mesa. Luego me senté al lado de Angelika.
—Primero que nada, quiero pedirte disculpas por haberte hecho venir aquí, si esa no era tu intención. Creí que podíamos hacer un buen grupo para el examen de fin de curso —comenté.
—Oh no, faltaba más. Yo debería ofrecerte una disculpa a ti por haber sido tan grosera en la clase. Y tengo que reconocerlo, no conozco gente aquí y esto es un buen primer paso —me respondió, envolviendo con sus manos una de las tazas de café. Jamás había esperado nada así de ella, y creo que la sorpresa en mi rostro era muy evidente.
—Sabes que por mí no hay problema. Cuéntame, ¿por qué has venido, aparte de la universidad?
Angelika bajó la mirada hacia su taza de café, como si le pesara hablar de eso, o no fuera prudente. Luego volvió a hablar, pero en un tono más bajo, como si temiera que las paredes oyeran.
—Vivía en una residencia de clase alta en Stuttgart, plena Alemania. Mis padres se llamaban Friedrich Steinningard y mi madre Gertraud Steinningard. Tenían casi cincuenta años los dos cuando mi padre sufrió un accidente en donde trabajaba, una planta de procesado de coches. Se resbaló y quedó atorado... —la voz se le quebró y una lágrima cristalina rodó por su mejilla, dejando tras su paso, una línea negra de maquillaje. —Se quedó atorado en una de las prensas hidráulicas. No quedó nada, lo dejó literalmente fino como una moneda. Cuando mi madre se enteró, salió como loca y se presentó allí. La policía no quería dejarla pasar, decían que no podía ver aquello, y tenían razón. Incluso hasta el propio forense trató de contenerla, pero mi madre estaba enceguecida, y pasó de todas formas. Cuando vio la escena, aquella imagen tan espantosa, sufrió un infarto allí mismo y murió instantáneamente. Según me enteré, la cabeza de mi padre parecía una sandía a la que la hacen estallar con petardos de navidad. Yo estaba en bachillerato cuando pasó todo aquello, llamaron a mi profesor, el cual me sacó aparte al terminar la clase y me dio la noticia. En cuestión de veinticuatro horas había quedado huérfana, ¿comprendes? —varias lágrimas se habían unido a la primera que vi caer por su rostro.
—Te comprendo, Angelika. Oye, si de verdad no quieres hablar de esto... —ella hizo un gesto con la mano.
—Oh no, descuida —me dijo—. Si tenemos que trabajar juntos, debemos conocernos bien, y esto es necesario, aunque duela.
—Como quieras, ¿qué pasó después?
—Permanecí viviendo con mis tías en Düsseldorf durante seis largos años en los cuales las vi arrancarse los ojos con tal de quedarse con el patrimonio de mi padre. Cuando terminé bachillerato comencé a trabajar en un local de comida rápida, y para cuando reuní el dinero suficiente y comprar el pasaje de avión, mis familiares habían logrado su cometido de vender hasta la última piedra de los muros de mi padre, me dieron unos pocos miles de euros y los aproveché para la matrícula universitaria. Por eso aquel día en la cafetería acepté tu invitación, tan solo había comido una hamburguesa un día y medio atrás.
Ella me miró como esperando una respuesta concreta, yo estaba sinceramente aturdido por todo lo que me había contado. Sin duda era una chica muy fuerte, y algo de mí se preguntó qué sería de mi vida si me hubiesen pasado la mitad de las cosas que le ocurrieron a ella. No lo resistiría, me dije. Caería en la locura más atroz, o en el alcoholismo más despiadado, tal vez.
Ella se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano derecha. Yo la miré, con los brazos extendidos como preguntándole con los ojos si me permitía abrazarla, ella me miró a su vez, asintió levemente con la cabeza y se dejó guiar hacia mi hombro. Yo la contuve en silencio, hasta que los espasmos de sus sollozos fueron atenuando.
—Gracias —me dijo, una vez que se sintió mejor y se separó de mí.
—Olvídalo. Al lado de tu vida, Angelika, mi historia es un paseo de fin de semana.
—Cuéntamela.
Di un largo suspiro antes de comenzar a hablar.
—Verás, con mi hermano, Tommy, vivíamos en una residencia de las costas de Manhattan. Mis padres se llaman Frank Connor y Dorothy Connor. Mi padre es dueño de Libertyville, el banco más importante de la ciudad, y mi madre, directora de un colegio privado del barrio donde vivíamos. Todo marchaba bien hasta que cumplí los veinte años.
Angelika esperó a que continuara hablando, pero no estaba decidido a seguir la historia. No sabía qué pensaría de mí cuando le contara lo que seguía.
—¿Y bien? —me apuró.
—No estoy seguro de contarte esto.
—Oh vamos, no creo que sea nada peor a lo que yo te he dicho ya —me respondió, y tenía razón.
—Mi padre me echó de casa cuando comencé a dibujar.
Angelika me miró como si estuviera de broma. Parpadeó unos segundos, estupefacta, y abrió más grandes los ojos aún al formular la pregunta.
—Es una broma, ¿verdad? ¿Te echó por dibujar?
—Sí, me echó por dibujar. Durante mi adolescencia, predecía por medio de caricaturas—expliqué—. Mi padre acabó por asustarse cuando lo dibujé en una cama, postrado por distrofia muscular. Estoy seguro que eso fue el detonante de todo, mi hermano le hizo frente, así como lo ves, y le dijo que si yo me iba él se venía conmigo. A mi padre no le importó. Era católico, y decía que la persona clarividente lo es por tratar con el diablo, y no quería un hijo satanista en la casa. Por lo tanto nos dio dinero a ambos, el suficiente con el cual plantar cara a la vida y largarnos de allí. Fue así como tras mucho viajar de un lado al otro, decidimos venir aquí, y continuar nuestro camino. Tommy eligió la casa y yo pagué la matrícula de ambos para la universidad, además de comprar el coche.
—Vaya, tu historia también es trágica, en cierta medida —dijo ella. Y luego volvió la cabeza rápidamente hacia mí, con los ojos como platos y una sonrisa—. ¿sabías que me encantan todos esos temas de la precognición y demás?; es mi pasatiempo favorito, ¡sí, señor! cuéntame más de eso, ¿cómo veías?
Una sonrisa bailó por mi rostro, de la forma menos pensada ahora Angelika se mostraba interesada en mí, o en mi historia, o tal vez en ambas cosas. De una forma u otra, era bello e inesperado.
—No lo sé —respondí, más animado ahora—. ¿nunca te pasó que te frotas los ojos durante un rato, y luego cuando los abres parece que ves destellos transparentes en el aire? pues es masomenos así, por decirlo de alguna forma.
—Comprendo.
—Pero mucho más vívido en comparación con el ejemplo que te di. Simplemente estaba haciendo cualquier cosa, y venían de repente, sin más aviso que una sensación extraña, como el dejavú, para que puedas imaginarlo.
Angelika miró su reloj de pulsera y volvió a mirarme de nuevo con sus grandes y luminosos ojos.
—¿Te diste cuenta que estuvimos más de media hora sin estudiar, entre que preparaste el café y hablamos todo esto?
—¿Tienes apuro por volver a tu casa? —le pregunté. Ella se encogió de hombros.
—No, a decir verdad.
—Genial, entonces hagamos una cosa, vamos a comprar algo para cenar si quieres y seguiremos charlando de todo esto más cómodos, ¿te parece bien? —Angelika sonrió, una dentadura tan blanca y perfecta como su piel.
—Claro, no tengo problema.
Ambos nos pusimos de pie entonces, Angelika se alisó su blusa en un acto reflejo y yo señalé a la escalera detrás de mí.
—Si me das un minuto, le iré a preguntar a Tommy si no quiere comer algo. Está con su chica ahí arriba, seguramente quieran cenar con nosotros.
—Genial, te espero.
Subí las escaleras de dos en dos, al llegar a la segunda planta, avancé por el pasillo hasta la puerta del final, y golpeé con los nudillos. A los cinco minutos mi hermano asomó, vestido solamente con un pijama y descalzo. Lo miré de arriba a abajo.
—¿Qué quieres?; vaya molesto eres —me dijo, recriminándome.
—No dejas de sorprenderme, hermanito —le respondí, aguantando la risa—. Iremos con Angelika a comprar algo para cenar, ¿quieres que te traiga algo para ti?
—Bah, como si quisiera cenar. Ve, tal vez tengas un poco de suerte y termines como yo —luego de tomarme del pelo con descaro, me cerró la puerta en la cara suavemente.
Permanecí allí parado un par de minutos más, mirando la puerta sin comprender en que momento mi hermano se había convertido al fin en un hombre. Desde adentro me llegó el murmullo suave de los resortes del colchón y unas risitas de mujer, sonidos mezclados con el frufrú del roce de sábanas. Finalmente me decidí a continuar mi camino, sin más.
Bajé las escaleras rápidamente, Angelika se hallaba esperándome con los pies muy juntos y las manos a la espalda.
—¿Nos vamos? ¿Tu hermano cenará con nosotros?
—No, está con su novia en la habita... —dije, y de pronto me sucedió.
Me desplomé en la alfombra de la sala de estar con los ojos en blanco, con los brazos estirados hacia adelante y los dedos de las manos contraídos como si quisiera cubrirme de algún peligro que solo yo veía. Mi espalda se arqueó de tal forma que las últimas vertebras cerca del coxis crujieron.
—¡Alex, pero qué...! —exclamó Angelika, muerta de miedo.
—Algo pasa, algo pasa, algo, algo, algo pasa —sentía como si mi cerebro se hubiera trabado en esa frase—. Billy Trelawney, Billy puño de hierro, así le dicen los amigos, hora libre y pincha, pincha, pincha... —de pronto me tomé el brazo izquierdo dando un alarido, y abrí los parpados con la boca abierta, Angelika vio mis ojos en blanco y gritó. Corrió hasta el pie de la escalera y clamó a viva voz.
—¡Tommy, tu hermano está teniendo una especie de ataque!
Un minuto después mi hermano bajó corriendo la escalera abotonándose aún la camisa de su pijama. Su chica se asomaba por la barandilla superior de la escalera envuelta con una de las sábanas, mirando confundida.
—¿Pero qué está pasando?
—¡No lo sé, empezó a hablar incoherencias sobre un tal Billy que no conozco, tiene los ojos en blanco, ayúdalo! —exclamó Angelika, sujetándole del brazo con desesperación, dejándole las uñas marcadas en vivo color rojo sobre la piel.
—Déjalo, está en trance. Aunque nunca había tenido uno tan fuerte —respondió mi hermano. Ella lo miró con furia ante la aparente tranquilidad que mostraba—. Mira, ya se está calmando, dentro de poco volverá en sí.
Era cierto, esa especie de convulsión que me había sujetado en sus garras parecía remitir paulatinamente, hasta que al fin quedé tendido de espalda encima de la alfombra unos tres o cuatro minutos que para Angelika, fueron interminables, según me dijo después. Poco a poco, y ya completamente despierto miré alrededor. Empecé a incorporarme y Angelika avanzó hasta arrodillarse a mi lado, sujetándome por debajo de los brazos.
—¿Estas bien? me diste un susto de muerte...
—Nunca estuve mejor —respondí con una sonrisa. Acepté su ayuda para levantarme y tuve que volver a sentarme de nuevo en uno de los sillones, mis manos temblaban.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó ella.
—¿Qué viste? —fue la siguiente pregunta de mi hermano.
—Cuídate, Angelika. No soy el único que te mira con buenos ojos, y no todos son tan amables, ni te invitarán a una barrita de chocolate.
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