CAPÍTULO DOS - MEDIODIA
Aquella había sido una nochebuena fría, quizá una de las más frías de los últimos cinco años, según repetía una y otra vez el parte meteorológico en la televisión.
La nieve había caído lenta y constantemente durante las primeras semanas de diciembre, había cesado durante cuatro o cinco días y ahora volvía a caer. Los niños se divertían formando muñecos con nariz de zanahoria y bonetes, en la acera de las calles, enfundados en sus mitones y gorros de lana. Los padres, con un poco más de paciencia, los vigilaban mientras se reunían con los vecinos conversando alegremente, cantando villancicos y admirando las luces navideñas de las otras casas.
Para Angelika y Alex, sin embargo, había sido una nochebuena inquieta, melancólica y sin mucho color, más que nada para Alex, que aunque tenía muy en claro la situación con su hermano, gran parte de sí mismo lo extrañaba y pensaba en él. Habían pasado al menos cuatro meses desde su separación, y la casa aun le continuaba pareciendo extremadamente vacía, silenciosa, y distante. Lo peor de todo había sido el día de acción de gracias, donde comiendo pavo asado, en la mesa junto a Angelika, con velas rojas, la chimenea encendida y copas de sidra de manzana, se había preguntado más de una vez donde estaba Tommy, si tendría un poco de pavo para comer en aquella fecha tan especial, si tendría una estufa caliente donde ver crepitar un fuego. Había cenado por consideración a Angelika, pero la comida le había sentado mal, acabó su plato, charló un poco con ella, abrazados frente a la chimenea viendo las llamas bailar encima de los leños y las piñas, y luego había subido a su habitación, se encerró en el cuarto de baño y vomitó lo que había ingerido.
Ahora, cerca de fin de año, ya había superado con creces la mala época de aquellas primeras festividades sin su hermano. Los tres meses de vacaciones que se habían tomado luego de su expulsión, lejos de todo trabajo, consulta, correo electrónico y entrevista le habían sentado bien, se sentía mucho más descansado, y lo que era mejor para ambos, fue el hecho de no haber visto más nada relacionado a aquellos demonios, ni a la mansión con la que había soñado Alex tantas veces. Había tenido unas pesadillas esporádicas, y nada más. Y tan rápido como había aparecido aquel primer temor, se fue sin más rodeos, y la sombra de Balberoth junto con aquella mansión se disipó como el humo de un cigarrillo en el aire.
Brianna había crecido mucho, se había convertido en una enorme labradora de largo pelaje castaño cobrizo, de orejas anchas y mirada afable que correteaba detrás de palitos, atrapando bolas de nieve que Alex y Angelika le arrojaban cada vez que salían al patio a jugar. Y en aquel preciso instante se hallaba echada frente al calor de la chimenea, vuelta de lomo hacia la estufa a leña encendida, dormitando hecha un rosco en la alfombra marrón de la sala.
Angelika y Alex, sin embargo, se hallaban sentados en el sillón frente a la chimenea, conversando casi en susurros, muy quedamente, contándose mutuamente sus propias vidas antes de conocerse. Angelika relatando como eran las festividades en Alemania, sus tradiciones, sus comidas típicas, y Alex maravillándose por todo aquello. En la pared contigua había encendido un televisor de pantalla plana, empotrado en el soporte que colgaba de la pared, con el volumen enmudecido. En la mesita central de la sala había platillos con avellanas, nueces, panes de frutas secas y aceitunas sin carozo. Alex se estiró para tomar dos aceitunas en la mano, se metió una a la boca y la otra la acercó a los labios de Angelika, que la tomó gustosa, dejándose rodear los hombros por él. Y rápidamente un nuevo silencio sobrevino entre ambos. Él la miró, y sonrió levemente.
—Parecemos dos ancianos, comiendo y hablando frente a la chimenea, ¿en qué momento cumplimos los setenta? —ella sonrió también.
—Quizá solamente se nos hayan caído encima —respondió—. Pronto volveremos a ser nosotros mismos, tendremos que recomenzar con el trabajo.
Alex suspiró, enderezándose en su asiento. Ella le miró con una sonrisa bailando en sus labios.
—Tendremos... —murmuró, asintiendo con la cabeza. —A veces extraño las investigaciones y los casos que nos llegaban, pero a veces me gustaría no haber empezado con eso jamás. Y quedarme aquí, contigo, frente a la estufa, comiendo avellanas por toda la eternidad.
Angelika sonrió, apoyó con su frente en la de Alex, mirándole a los ojos, y le dio un corto beso en los labios.
—A mí también me gustaría, pero esto es lo que hacemos, ayudar personas. Y ahora más que nunca debemos ser firmes. Solo somos tú y yo, nadie más.
—Lo sé. A veces me gustaría saber cómo está mi hermano, que ha sido de él, pero no puedo ver nada, todo lo que le rodea es muy turbio, no puedo encontrarlo. Y tonto de mí, le he destrozado el teléfono cuando lo tiré a la calle.
—Yo tampoco puedo saber nada de él, como si estuviéramos bloqueados. Es raro, pero quizá sea mejor así. Hay cosas que tal vez sea mejor no saberlas.
Alex asintió con la cabeza, y la miró con detenimiento por unos instantes que a la propia Angelika le parecieron eternos, era como si le estuviera analizando de alguna forma, leyendo dentro de sí misma, averiguando algo que solamente él veía.
—¿Qué será de nosotros, de nuestra vida, de todo?
—Algún día tendremos que parar. Decir basta, y abandonar este trabajo —respondió ella. Alex asintió nuevamente, y sonrió, mirando hacia las llamas en la estufa.
—Lo sé. Y será necesario, no podremos hacer esto toda la vida —y con aquella declaración, el tema permaneció completamente olvidado entre ellos durante al menos, un mes más.
Angelika comenzó su diario personal el mismo día que retomaron los casos y las investigaciones, el diecisiete de enero exactamente. El mismo día que comenzaron a suceder cosas, otra vez.
Durante aquellos meses sabáticos que se habían tomado de descanso, Alex había aprovechado el tiempo libre y había desarrollado un blog donde en el primer mes de lanzamiento había llegado a los casi nueve mil suscriptores. Allí publicaba los resultados de sus trabajos, los archivos de vídeo, las imágenes, y todo lo relacionado a la información que recolectaban de cada caso.
Se hallaba justamente, revisando su página de internet, cuando Angelika bajó por la escalera vestida con un bikini culote y una fina camiseta de lycra, disfrutando de la tibieza del living con el aire acondicionado encendido en unos veinte grados. Se apoyó en sus hombros, luego de rodear la mesa de trabajo, y le besó en una mejilla, Alex se dio vuelta y le correspondió con un beso en los labios. La mañana se hallaba soleada, aunque fría, y la nieve derretida goteaba de los alfeizares de las ventanas suavemente, brindando un aire de nostalgia y buen ánimo.
—¿Te apetece una taza de café? —le preguntó ella, alegremente.
—Claro, gracias, Angie. ¿Has dormido bien?
—Como una piedra —sonrió ella, contestando a medida que caminaba hacia la cocina.
Alex sonrió, también. Lentamente la vida tomaba su curso normal, rutinario, había comenzado a preparar la página para los nuevos casos que vendrían, había revisado su correo personal, y también había contestado a todas aquellas personas que le habían escrito que los agendaría para los días posteriores, en cuanto tuviesen todo listo para recomenzar.
Angelika encendió la cafetera, mientras tanto, y a medida que el café comenzaba a calentar, aromatizando el ambiente con su perfume característico, tomó un bollito de anís de la panera y se conformó con darle una mordida, viendo distraídamente por la ventana hacia la acera, desierta a esas horas de la mañana. La máquina quita nieves avanzó gradualmente, con la pala baja, limpiando la calle en su acostumbrado andar tedioso.
De pronto, de pie bajo un árbol de la plaza pública que había en la acera de enfrente, se hallaba Tommy. Llevaba el cabello despeinado, un pantalón de pana negro, gruesas botas para la nieve y una chaqueta cazadora, con la cremallera cerrada hasta el cuello. Miraba hacia la ventana, con las manos en los bolsillos, y una sonrisa tenue en el rostro. Angelika, perpleja por todo aquello, dejó su bollito de anís encima de la mesada de mármol negro, y haciendo puntas de pie, se inclinó hacia la ventana, entrecerrando los ojos y apoyándose con las palmas de las manos en el borde, para ver mejor.
—¿Pero qué...? —murmuró.
De pronto el rostro de Tommy se deformó increíblemente. Los ojos se le cayeron y en su lugar solamente había un gran agujero putrefacto, negro como el petróleo, una mirada vacía y cadavérica de pesadilla, unas cuencas muertas y agusanadas. La piel se le tornó gris, y abrió la boca, dando un grito que solo en la mente de Angelika pudo escuchar. Su boca estaba vacía, no había dientes ni lengua, los labios se le cuartearon grotescamente y la mandíbula decayó al menos unos cinco centímetros. Su piel entonces comenzó a supurar gusanos horribles, moscas y toda clase de alimañas. Y fue allí cuando el pánico que le había invadido a Angelika en un principio, se manifestó en un grito tan desgarrador como la visión que tenía frente a sí. Casi era un chillido.
Alex se dio tal sobresalto que se levantó de la silla donde estaba sentado como si tuviera un cojín con resortes, de esos que aparecen en las caricaturas infantiles. Corrió hacia la cocina velozmente, golpeándose la cadera contra el borde de un sillón. Ingresó en ella rápido como el viento y rodeó a Angelika en sus brazos.
—¡Angie, que pasa! —exclamó. Ella le miró con lágrimas en los ojos.
—¡Tommy está ahí afuera, le he visto, en aquel árbol! —le señaló con un dedo tembloroso. Pero al volver la vista, no había nada allí, ni siquiera huellas de pisadas.
—¿Estás segura?
—¡Claro que sí, allí estaba, tenía la cara...! —meditó las palabras un instante. —Estaba muerto.
—¡¿Qué?!
Angelika asintió con la cabeza. Alex entonces la soltó y giró de nuevo hacia la sala.
—No puede ser, saldré a mirar.
—¡Alex, no vayas, por favor quédate conmigo! —exclamó ella, estirando sus brazos hacia él como una niña pequeña a su padre. Alex se volteó un solo segundo, mientras se colocaba su chaqueta polar por encima.
—Cariño, tengo que ir, volveré enseguida. Si quieres puedes verme por la ventana de la cocina, no pasa nada —aseguró. Como toda respuesta, Angelika giró de nuevo a la ventana, mientras escuchaba el tintineo de las llaves y la puerta abrirse. Al poco, Alex caminaba hacia la plaza de la acera de enfrente, con Brianna detrás, olisqueando la nieve, levantando copos con sus patas.
Le vio rodear el árbol varias veces, mirar alrededor, colocarse las manos alrededor de la boca para amplificar el sonido, exclamando el nombre de Tommy unas cuatro o cinco veces. Los vigilaba mientras daba rápidas miradas por encima del hombro, temerosa de que algo o alguien le apareciesen por detrás y...
¿La matara, la violara, hiciera ambas cosas? Se preguntó. ¿En qué momento se le habían ocurrido ese tipo de vejaciones?
En realidad, nunca se le habían ocurrido, eran...
—Como si las hubiera escuchado en mi cabeza —murmuró, pensando en voz alta.
Sintió que se le ponía la carne de gallina, erizando el vello de sus brazos. Vio que Alex se volteaba hacia la ventana de su propia casa, mirándola en la distancia, y abría los brazos encogiéndose de hombros como diciendo "Aquí no hay nada, mujer". Le vio silbarle a Brianna, que comenzó a trotar alegremente detrás de si hacia la casa. Dos minutos después, de nuevo la puerta abrirse y cerrarse. Entonces ella corrió hacia la sala, y se abrazó de Alex, prácticamente colgándose de sus hombros.
Temblaba de pies a cabeza como una hoja al viento. Él notó aquello, de modo que la estrechó contra sí, acariciándole la espalda, extrañadísimo.
—Alex, tengo miedo... —susurró.
—Cariño, cálmate. Allí no había nada, ni siquiera huellas en la nieve —ella se separó de él con vehemencia.
—¡Yo sé lo que vi, estaba allí de pie, hasta te podría decir cómo iba vestido! —exclamó.
—Lo sé, Angie, te creo. Solamente que he salido a revisar y no había nada. Quizá solo haya sido una visión fugaz, debes tranquilizarte.
—Debemos empezar con las investigaciones, así estaremos protegidos. Hemos descuidado la protección hacia nosotros en todo lo que hemos hecho.
Alex asintió con la cabeza.
—Lo sé. Comenzaremos mañana mismo.
—Y debemos proteger la casa.
—Angie...
—¡Tenemos que protegernos, hazme caso! —exclamó ella. Alex asintió, y le dio un corto beso en los labios. Aquel simple gesto fue suficiente para detener el temblor de Angelika.
—Está bien, como tú quieras.
Bebieron el café, y aquel incidente no se volvió a repetir en todo el resto del día, para tranquilidad de ambos. Tampoco volvieron a hablar del tema, y ocuparon su tiempo libre en acondicionar el equipo adecuado, contestar llamadas y correos electrónicos, y más pronto de lo que pensaban cayó la media tarde, junto con la hora de la merienda. Angelika se hallaba exhausta, y Alex por el contrario, estaba animado y jovial. Recomenzar con las investigaciones le sentaba como cuando era un niño, y retomaba las clases, volviendo a ver a sus viejos amigos de aula.
Mientras Alex clasificaba los documentos de antiguos casos en gruesos archivadores, Angelika subió a darse una ducha caliente y descansar un poco mirando televisión en la cama. Al llegar a su armario, escogió ropa liviana, una toalla limpia y con todo aquello en los brazos se metió al baño, dejó todo encima de una repisa de madera y abriendo la llave del agua caliente, se quitó la ropa y se metió bajo la ducha, arqueando la espalda para que el chorro de agua le masajeara al caer. Tomó un jabón perfumado y una esponja de baño, y comenzó a frotarse el cuerpo comenzando por los pechos, luego el vientre y de allí a las piernas. Y de pronto lo sintió, aquel olor.
Detuvo sus manos encima de sus muslos, y dejando la esponja a un lado en su soporte de pared, frunció el entrecejo y comenzó a oler con atención el ambiente, que comenzaba a reinarse de un vapor cálido y nebuloso debido a la temperatura del agua. Inmediatamente pensó que tal vez alguna tubería estuviese taponada con algo, y eso causaba aquel olor fétido y repugnante, acre y podrido. Miró el desagüe, y vio que el agua bajo sus pies desnudos se desagotaba sin dificultades. Entonces saliendo de la ducha, se acercó a la pileta y acercando el rostro olisqueó dentro, tampoco había nada extraño ni obturado.
¿De dónde provenía aquello entonces? ¿Sería solamente algún tipo de macabra sugestión, por lo que había pasado esa mañana? Se cuestionó.
Con la palma de la mano derecha limpió el vidrio empañado del espejo, viendo su propio reflejo entre las gotitas de agua que había dejado su mano al pasar, el cabello mojado que se escurría por debajo de la línea de sus hombros. Aquel hedor se hizo más penetrante por un momento, y luego desapareció por completo de un segundo al otro, sin dejar rastro.
Repentinamente, por detrás de sí, con el rostro borroso por la neblina, Tommy apareció. Angelika ahogó un grito de pánico, se giró rápidamente sobre sus talones, pero allí no había nada. Volvió de nuevo la vista hacia el espejo, y Tommy seguía allí. Entonces sintió que la invadía un intenso trance, su cuerpo se irguió, separando sus pies del suelo mojado unos dos centímetros. Se vio en aquella mansión de nuevo, con un vestido de época clásica, recorriendo las habitaciones luminosas y decoradas en un tiempo donde la casa relucía por su esplendor y elegancia.
En uno de los pasillos había un hombre que ella no conocía, de facciones afiladas y ojos azules, profundos y sin expresión alguna, que envuelto en una gabardina negra, con capucha y larga hasta los pies, la miraba con detenimiento. De pronto aquel rostro cambió, en su lugar estaba el propio Tommy, de pie ante ella. Se acercaba lentamente, le tomaba una mejilla con las manos y sonreía.
—Angelika, Angelika... —murmuraba sin mover los labios. —Tú me perteneces...
Quiso separarse de él, pero no parecía tener dominio propio de su cuerpo, y sin saber bien porque, se sorprendió a si misma odiando a Alex. Lo odiaba por haberla separado de Tommy, lo odiaba por no haberle mostrado la verdad sobre la casa. Y deseaba a Tommy, quería que la poseyera, que le hiciera el amor.
Él la besó, y su mente se expandió más allá del propio trance mostrando lo que la dominaba realmente, una entidad demoníaca que ya había tomado posesión de la voluntad de Tommy, usándolo como una marioneta, influenciándole. Algo muy poderoso que tenía nombres antiguos, "El pequeño cuerno", "La menor de las serpientes" ,"El lucero de la mañana" y el "Principe de las mentiras". Y quería hacer lo mismo con ella, quería acabar con el grupo, separándolos uno por uno, condenándolos a muerte.
El pánico la había dominado repentinamente, sintió que las piernas se le aflojaban, y de un segundo al otro volvió en sí, viendo de nuevo el espejo de la ducha frente a ella, el vapor del agua inundando el baño, el sonido del agua al caer. Temblaba de pies a cabeza, y un alarido pugnaba por aflorar de su garganta, pero logró reprimirlo. Respiró hondo, se metió de nuevo al agua caliente y se duchó otra vez, lo más deprisa que pudo. Cerró el agua, tomó la toalla, se secó rápidamente el cuerpo, se envolvió el cabello con ella, y se vistió presurosamente, saliendo a la habitación.
Se sentó en el borde de la cama, respirando agitadamente. Se tomó la cara con las manos y comenzó a llorar, en silencio, espasmódicamente. Una vez se tranquilizó, tomó de un cajón de su mesita de noche una agenda en blanco, un bolígrafo y comenzó a escribir, con lentitud y sin prisa alguna.
"Han pasado varias cosas hoy que me han dejado con el corazón en la boca. Vi a Tommy dos veces, primero afuera, vigilando, y ahora en la ducha. He tenido una nueva visión con la casa, esa mansión está presente en cada momento y aun no puedo entender por qué, ni siquiera que significa todo esto para nuestras vidas.
Tengo miedo, pero no quiero perturbar a Alex. Siento a veces que no me creé. No sé qué hacer, tengo un terrible presentimiento de que las cosas irán empeorando con el correr del tiempo
¿Por qué Tommy parece estar ligado con esa maldita casa? Me siento como si conociera toda esta historia de antes, pero no puedo comprender porque, ni cómo. Parece que viviera en un dejavu constante, una regresión al pasado con saltos al futuro, rebotando dentro de mi propio cuerpo sin comprender las cosas que ocurren, pero al mismo tiempo comprendiéndolo todo. Si tan solo tuviera alguna forma de saber las respuestas...
Siento que conozco todo lo que está pasando a mí alrededor, y al mismo tiempo parece que todo fuera un sueño, que nada fuera real ni tangible. No entiendo que está pasando con nosotros, ni con lo que nos rodea.
No sé qué hacer..."
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