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IV. ¿Aplastado u olvidado en el armario?

COOPER


Como que me duele toda la espalda.

Y la cara.

Y la cabeza.

Y el orgullo.

—¿Quieres un juguito de melocotón? —cuestiona Mario.

—No, no. Estoy bien —miento. Me sentía un poco ridículo—. Puedes dejarme solo.

—¿Seguro? —entrecierra los ojos—. Voy a traerte otra aspirina.

—Por Dios Mario, déjalo tranquilo. Ni que fuera un bebé —comenta Tobias pasando de largo por mi cuarto para entrar al suyo—. ¿¡Pero qué estás haciendo, imbécil!?

—¡Sé que te robaste mi perfume! —escuchamos un reclamo al otro lado de la pared—. ¡Y lo quiero de vuelta!

—¡Yo no tengo tu maldito perfume! —exclamó Tobias—. ¡Suelta mis revistas, Esteban!

—Uy, pero que enojón... Y después dices que Cooper es el que se comporta como un bebé —contratacó mi otro hermano—. ¡¡Mauricio!!

—¡Se muereee! —gritó el susodicho desde la planta baja, posiblemente en el taller.

Y eso amigos míos, es lo que sucede cuando seis hombres conviven en la misma casa, y encima son hermanos.

Todo es un desquiciado descontrol.

—¡Me cago en la...! —Tobias pasó corriendo por el pasillo, seguido de un alterado Esteban—. ¡Norman! ¿¡Dejaste a Mauricio solo con el coche!?

Mario y yo nos levantamos para ir a ver el espectáculo. Nuestras cabezas sobresalían de la puerta, observando cómo Norman comía unas palomitas en la entrada de su habitación bajo la expectante mirada de sus dos hermanos mayores.

—Si —contestó este por lo bajo, despreocupado de la vida—. ¿Y? —Se llevó otra palomita a la boca.

—¡Que estás aquí tan tranquilo! —dijo Esteban.

—Si —Se acomodó los lentes, y luego se comió otra palomita—. ¿Y?

—¡Mira tú pedaz...!

Iba a atacar Tobias, pero si no fuese porque Mario intervino casi añado otra pelea a la lista de matanzas que nuestros padres en secreto me habían pedido crear.

Yo era el menor de seis hermanos.

Y era el favorito de nuestros padres.

Porque sabía cómo ganáremelos, a costa de los otros.

—¡Me morí! —gritaron otra vez desde nuestro taller mecánico. El negocio de la familia Mash–Ohmen.

—Ya, ya... Mejor bajemos a ver qué Mauricio esté bien, ¿si? —propuso Mario, tranquilizando las aguas como siempre solía hacer. Él era mamá número dos cuando no estaba ella—. También te vienes Norman —anunció mientras empujaba las espaldas de Tobias y Esteban para bajar.

El mencionado acomodó nuevamente sus anteojos y resopló. Volteó a mirarme y me hizo una señal de que les acompañara también.

Pues qué remedio.

Con dificultad podía moverme. Hoy había recibido el peor mariachi en la historia de México. Mi columna podía testificar a mi favor.

Fue entonces, que los cinco llegamos al taller y descubrimos que en efecto, el coche estaba completamente en el suelo.

Y unos zapatos se hallaban aplastados a su merced.

Todo se descontroló por supuesto.

—¡Mauricio! —clamó Mario, jalándose de los pelos al mirar la escena.

—¿¡Viste lo que hiciste, Norman!? ¡Mataste a nuestro hermano! —esta vez fue Tobias.

Norman no cabía en sí mismo, las palomitas se le habían atragantado en la garganta.

Por mi parte, estaba a punto se perder los nervios.

—¡Tiren de esa maldita palanca! —ordenó Mario a cualquiera de nosotros.

A punto de estallar me encontraba.

Esteban corrió para subir el coche.

—¡Resiste bro! ¡Que hallé porno nueva en el cuarto de Tobias!

—¡Esteban!

Y por fin exploté.

—¡Voy a llamar a mamá!

—¡¡NOOOOOOO!! ¡¡A MAMÁ NOOOO!!

Y me petrifiqué con el celular en la oreja. Y Tobias dejó de sacudir a Norman. Y a Esteban la mandíbula le tocó los pies.

—¡Mario!

Y Mario sufrió de un infarto en cuanto vio a  Mauricio salir del auto vivito y coleando como si no acabara de provocarnos el mayor susto de la historia.

—¡Voy a traer mi fuerte perfume para despertarlo! —salió disparado Tobias hacia su habitación.

Yo suspiré aliviado por Mauricio, pero no lo estaba al ver a Esteban golpear las manos pálidas del desplomado Mario. Norman se quitó sus anteojos para limpiarse las lagañas y mirarnos a todos con indiferencia. Que hermano más raro.

Aunque de hecho...

¡Qué hermanos más raros!

Mauricio, el mayor. Parece mentira, ¿a que si? 

Luego le seguía Tobias, que solía ser el más malcriado.

Después, Esteban que.. . bueno. Esteban era un bueno para nada realmente.

Mario como dije, nuestra madre número dos.

Le sigue Norman. El emo mitad nerd mitad hater mitad Harry Potter que no habla casi nunca.

Y yo.

Cooper. El más normal de todos y el que recibe chocolate solo para mí cuando regresan sus padres de viaje.

Todos nos encargábamos del negocio familiar.  Aunque yo más bien, quería ser otra cosa en mi vida.

Presidente.

O estrella del pop, cualquiera de las dos me caía perfecto.

—¡Ese es mi perfume! —pronunció Esteban en cuanto llegó Tobias con el frasco y lo puso en las narices de Mario.

No pasaron muchos segundos cuando el cuarto hermano se despertó y nos miró confundido. Pero en cuanto posó sus ojos en Mauricio, arrugó el entrecejo como si acabara de recordar lo sucedido.

El mayor de los Mash, chifló y metió las manos en sus bolsillos. Sonrió de aquel modo torcido cuando ha cometido una travesura y desea mostrarse inocente.

Le habló a Esteban.

—¿Y si me enseñas esas revistas que mencionaste antes?

—¡¡Mauricio!! —exclamamos en su dirección.

Él solo se rió fuertemente.

—Oh, vamos. Fue gracioso. Mejor que la broma de la semana pasada cuando escondí a aquel  vagabundo en el clóset de Tobias.

—Ni me lo recuerdes —murmura Mario—. Estuve lavando su ropa por tres horas porque no estaba satisfecho aún —entrecerró sus ojos.

—Si me hubieras hecho eso a mí, posiblemente ya no sería un vagabundo en el armario. Sino un cadáver —soltó Norman de repente.

Le miramos como que... como que... como que...

Ustedes saben cómo le miramos porque también le miraron igual ante aquel comentario tan fuera de lugar.

—Como sea —continuó Mauricio—. Hacer parecer como que el coche me ha aplastado ha sido la mejor de todas en mucho tiempo.

¿¡MAURICIO HIZO QUÉ COSA!?

Y nos callamos.

Y nos estremecimos.

Y nos miramos aterrorizados.

Incluido el inexpresivo Norman, cuyo rostro no mostraba nada más y nada menos que pavor absoluto.

El grito había sido escuchado por todos incluso sin el altavoz.

Tragamos saliva, y mis cinco hermanos se mantuvieron atentos a cuando acerqué el teléfono a mi oreja lentamente.

Había olvidado colgar la llamada.

—Holiwis mami...

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Este escrito no estaba destinado para ningún desafío, pero espero que lo hayan disfrutado tanto como yo hacerlo.

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