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𝐈𝐕

Izuku se le quedó mirando sin saber si el cambia-formas lobo hablaba en serio o estaba bromeando, la sonrisa ladeada le dio la respuesta.

—No me gusta tu idea, ni un poquito —se cruzó de brazos el felino—. No vamos a robarle a esos aldeanos, no lo haré —recalcando lo último golpeo con su pie desnudo el suelo.

El chico frente a Izuku era la decisión encarnada. Sentado sobre el suelo era una oda a lo salvaje. La piel era clara, el cabello cenizo caía en mechones hasta tapar parte de su frente, los ojos rojos atraparon los verdes del felino.

De pronto el gatito tuvo miedo, se sintió demasiado pequeño, demasiado solo. Lo peor de todo era que no podía pensar en un lugar donde le gustara estar que no fuera allí, con su lobo.

Una sonrisa maliciosa se dibujo en el rostro cincelado del chico, levantando una ceja, comentó.

—Eres lindo, pero eso no quiere decir que no vaya a hacerlo. Conseguiré ropa y luego algo de comida, ya verás.

Antes de que Izuku pudiera decir algo, Katsuki invocó su forma de lobo y salió de allí sin darle mayores explicaciones al ofuscado chico de ojos verdes que lo miraba boquiabierto.

—¡De verdad lo va a hacer! —chilló cambiando y corriendo tras el idiota lobo.

Los humanos lo iban a acribillar, de eso no le cabía duda. Más preocupado de lo que le gustaría reconocer, siguió al chucho con la idea de evitar a toda costa que el plan descabellado se llevara a cabo.

El sol ya estaba en el ocaso, el lobo había encontrado la aldea de pescadores. Dado que eran gente de costumbres madrugadoras, ya para esa hora todos estaban recogidos en sus casas.

Con la panza pegada al suelo, Katsuki arrastró su peluda existencia hasta llegar a la parte de atrás de una choza, la que debía de ser la del jefe de la aldea, ya que era la más grande de todas.

Izuku que se consideraba a sí mismo un niño bueno, no podía creer que estaba a punto de ser cómplice de un robo. El lobo sinvergüenza estaba acechando la ropa que había tendida en el patio, la mirada decidida le dejó claro al felino que no lo iba a hacer cambiar de opinión
sin importar cuánto chillara y suplicara.

Ese maldito cabezota sería la muerte de los dos, o al menos eso pensaba. El lobo se dio la vuelta y le mostro los colmillos al pequeño gato montés que acechaba a su espalda, dejándole saber que tenía que quedarse allí. Izuku realmente odiaba como su gato obedecía por inercia al chucho mandón, realmente quería brincar en puntitas de lo frustrado que eso lo hacía sentir.

El resultado final, era siempre el mismo, bajaba sus puntiagudas orejitas y se sentaba obediente.

¡Maldito pulgoso!

Una vez Katsuki quedó satisfecho con la obediencia del felino, salió a buscar la ropa para su pequeño mimado. La idea de que pasara frío cuando estaba en su forma humana no le gustaba. Suerte que no era de los de detenerse a hacerle muchos números a la situación, de lo contrario, hubiera comenzado a entrar en pánico con esa faceta de lobo sobre protector con un chico que ni siquiera pertenecía a su manada.

Izuku suspiró. Observando preocupado desde detrás del tronco de un árbol caído, comenzó a maldecir el momento en que se dejó arrastrar hasta allí. Muerto del susto vio al lobo cruzar el patio aprovechando la oscuridad, desde su posición tenía una buena vista del lugar y podía vigilar la puerta de atrás de la choza.

El lobo llegó hasta donde estaba la cuerda en la que la ropa colgaba. Con el hocico tomó un pantalón y lo tiró al suelo, después siguió con una camisa. Luego de obtener algo para el también, arrastro su presa hasta la orilla del patio. Estaba por entrar a la arboleda, cuando la puerta de la cabaña se abrió.

El grito de una mujer alertó a los ocupantes de la presencia de un animal salvaje.

Izuku chilló y comenzó a correr tras el lobo. Los humanos los siguieron por un buen trecho, pero cuando el bosque comenzó a ponerse muy espeso, lo dejaron. No valía la pena tantas molestias por un animal que robaba ropa, por muy extraña manía que fuera para una criatura salvaje.

Sin querer tomar riesgos, Katsuki e Izuku continuaron corriendo en sus formas animales a toda prisa, saltando entre las rocas y pendiéndose entre la maleza del bosque. El ser prevenidos no estaba de más, sus perseguidores podían ser humanos, pero entre ellos podían haber buenos rastreadores.

Todavía jadeando detuvieran la carrera en la pequeña cueva que encontraron bajo las raíces de un árbol enorme. Katsuki dejó caer la ropa que había logrado robar, el felino soltó la que había ayudado a traer cuando la carga se convirtió en un problema para su compañero de
fechorías.

Estaba Katsuki por caer de costado en la suave hierva, cuando sintió la mordida de unos filosos dientes justo en la cola. Al volverse se encontró con un enfurruñado felino que le mostraba los dientes y que tenía todos los pelos del lomo levantados.

"¡Qué lindo!"

Fue el inocente pensamiento del lobo.

Una verdadera lástima que Izuku no se sintiera lindo, precisamente.

—¡Eres un idiota! —gritó cuando tomo su forma humana —. Casi te matan. Por poco y usan tu piel como tapete en la entrada.

Katsuki convocó su forma humana, por lo general no era partidario de que le gritaran. Los que lo conocían podían dar fe de que la mayoría del tiempo no tenía paciencia con ese tipo de cosas y terminaba mordiendo a alguien, pero con el gatito, todo era diferente.

—Ya no pasaras frío —le ofreció una camisa que era dos veces la talla de Izuku.

Izuku, aún sentado sobre el suelo, estiró la mano para tomar la tela que se le ofrecía. Jamás en todos sus pocos años de vida se había sentido tan tonto. Una calidez se encendió en su corazón y comenzó a recorrer sus venas, los ojos se le llenaron de lágrimas. El gran lobo tonto había arriesgado el pellejo solo para que él no pasara frío.

—¡Gracias! —susurró mientras se metía la camisa por la cabeza.

Se sonrojó hasta la médula cuando sintió las manos grandes de Katsuki que le ayudaban a acomodarse las mangas por los brazos.

—No tenías por que hacer esto.

—Tengo que admitir que la mayoría del tiempo quisiera morderte —admitió Katsuki con una sonrisa socarrona —. Pero jamás dejaría que alguien bajo mi cuidado la pase mal.

Izuku se mordió el labio pensativo.

—Yo no estoy bajo tu responsabilidad —suspiró cansado, abrazándose así mismo trato de darse ánimos —. ¡Quiero regresar a casa!

Katsuki se metió la otra camisa que había logrado robar, en su caso apenas si le quedo, ya que los músculos de su dorso eran bien marcados y sus brazos de granito. Siempre había sido un niño grande, pero durante el último año había crecido hasta casi ser de la estatura de su propio padre.

Algunos de los lobos desarrollados de la manada habían tenido problemas para ganarle en una lucha cuerpo a cuerpo, lo cual hacía sentir muy orgulloso a su progenitor.

—No dejare que nada te pase —se acercó gateando hasta que sus rodillas se tocaron con las de Izuku —. Cualquiera que quiera tocarte sin tu consentimiento, lo despellejare vivo. ¿Estamos claros?

E Izuku le creyó. Sonriendo levanto su mirada para ver el cielo estrellado a través del techo de hojas que proporcionaban los árboles —. Cualquier macho errante que sienta mi olor, sabrá lo que soy —se quejó permitiendo que Katsuki lo sentará en su regazo.

—Lo sé, cachorro —lo consoló el lobo haciendo que el chico más pequeño recostara su cabeza sobre su pecho—. Lo tuyo es una bendición y una maldición, en partes iguales —besando la cabeza peliverde, quiso preguntar —. ¿Ya conociste a tu pareja?

—No, todavía no— se encogió de hombros Izuku—. Mi primera luna llena fue el mes pasado. Papá no me dejó salir de casa, ¿puedes creerlo?... Dijo que yo era muy joven y que no se iba a arriesgar a que alguien quisiera probar suerte conmigo... Como si no pudiera defenderme solo.

Katsuki sonrió con mucho cuidado de que el felino no levantara la cabeza y lo descubriera, como el más hipócrita, agregó.

—No me imagino cómo pudo pensar eso, si tu eres un gatito de temer. Mi lobo ya le tiene
miedo a esos afilados colmillitos tuyos, y eso que soy un animal grande.

La risa de Izuku se convirtió en carcajada.

—Eres un mentiroso de lo peor —revolviéndose en el regazo trató de defenderse de las manos perversas que le hacían cosquillas —. ¡Suéltame! —suplicó entre jadeos mientras trataba de de zafarse del chico más grande.

La pelea de cosquillas terminó con Izuku acostado de espaldas al suelo y Katsuki sobre él, acomodado entre sus piernas abiertas. Las manos del pecoso estaban sobre su cabeza, apresadas por las de Katsuki que de pronto había dejado de moverse.

Como si la misma noche confabulara en su contra, una brisa fría removió las hojas del suelo del bosque, saturando las fosas nasales del lobo con el olor dulce del felino. Ese olor era lo que identificaba a los chicos nacidos para ser la pareja de un alfa, y de uno muy poderoso, ya que no cualquier hembra podría resistir los embates de un alfa cambia formas.

Así que según la leyenda, los dioses creaban un compañero con olor a hembra, y que como ellas, necesitaban de un macho que les amara y protegiera.

El lobo dentro de Katsuki olfateó el cuello del chico bajo suyo, embriagándose con el delicioso olor del felino que ya comenzaba a entrar en celo. El día siguiente sería luna llena, los instintos del lobo adulto ya estaban despiertos y deseaban ser satisfechos. El temblor en el cuerpo de Izuku hizo entrar en razón a Katsuki.

Poniéndose de pie como si hubiera estado acostado sobre brazas ardientes respiro agitado, tratando de hacer retroceder al lobo que gruñía por aparearse con el felino dispuesto.

—¡Lo siento! —trató de disculparse.

Pasándose la mano por el rebelde cabello cenizo trato de ordenar sus pensamientos. Por muy poco y ataca al chico. Al mismo que minutos antes le había asegurado que estaba totalmente a salvo con él, como su protector.

Izuku se puso de pie, aún tembloroso. Su felino aruñaba exigiendo seguir bajo el peso del hombre más alto. Casi podía sentir como su aroma aumentaba para atraer al macho frente suyo.

Las cosas se saldrían de control.

—Tenemos que regresar a nuestras manadas—susurró sintiéndose desnudo, a pesar de tener puesta la camisa que le llegaba a los muslos —. Mañana será luna llena.

Sin poderlo evitar, sin posibilidades de poderlo evitar. Katsuki salvó el espacio que había entre ellos, envolviendo la fina cintura del pecoso, lo atrajo al calor de su cuerpo.

—¡Mío! —gruñó mientras tomaba por asalto la boquita de cereza de Izuku.

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