Capítulo V
Por la mañana Abraham se levantó sin energías. Apenas y tuvo las fuerzas necesarias para salir de la cama y cuando llegó a la cocina, María y Ro ya tenían listo el desayuno. Eran las once de la mañana y parecía como si no hubiera dormido en semanas. Sus ojeras eran grandes y oscuras, y el color de su piel era casi blanco. Parecía que tenía una especie de resfriado o quizá algo peor.
—Te ves fatal—fue lo primero que dijo Ro cuando lo tuvo enfrente. Lo examinó con rapidez y extrañamente, notó que no había nada fuera de lo usual más allá del aspecto del chico.
—Tengo sueño, eso es todo—respondió él bostezando. María permaneció callada y algo distante. No sé sentía bien al ver a su mejor amigo así y hasta cierto punto, aquello le daba escalofríos. Eso no tenía precisamente la pinta de un resfriado común o algo por el estilo. Nadie se ponía en tan mal estado con algo así. Quizá lo más probable es que se tratara de algún tipo de infección. Sin embargo, una parte dentro de ella le decía una cosa totalmente diferente. Ni siquiera se atrevía a pronunciarlo. Los síntomas eran bastante específicos y los había notado desde el día anterior, pero no lo reconocería. Era un disparate. No era el año 1600. Mierda, ni siquiera era 1800. Estaban en pleno 2021. El solo pensar en va...
—¡Oh, por Dios! —exclamó Ro de repente. Señaló la venda en el cuello de Aby y notó como debajo de esta había dos puntos rojos bastante marcados.
—¿Y ahora qué? —Aby se quejó recostado en el sofá.
—Se te ha abierto la herida—Ro se apresuró a quitar los vendajes cuidadosamente—. Amor, tráeme el agua oxigenada, las gasas y el algodón. Y también los antibióticos de Aby.
—Enseguida.
—Si sigues así creo que tendremos que internarte en el hospital—Ro miró los ojos vidriosos de Abraham. El chico lanzó un quejido inconforme. Odiaba los hospitales. Lo iban a analizar de todas las formas humillantes posibles; le iban a examinar la mierda, la orina e incluso le iban a sacar la sangre. Odiaba el olor a hospital. La mezcla entre el aroma de la ropa de los doctores y de la penicilina le daba pánico y nauseas; se imaginaba a alguien acercándose a él con una enorme jeringa o con un bisturí. La última vez que había estado en una habitación de esas fue cuanto tenía cinco años. Se había caído de la cama y golpeado en la pierna. Al poco tiempo le detectaron un tumor debajo de la rodilla y tuvieron que tenerlo en cirugía y luego en observación. Hasta donde recordaba, fue horroroso.
—Por favor, mejor inyéctame agua y mátame—bromeó el muchacho. Ro sonrió ligeramente.
—Estarás bien—contestó.
Cuando María llegó con las cosas, Ro retiró el vendaje de la herida. Esta ya estaba desinflamada. No había rastro de infección más allá de los dos huecos en el cuello. Se veían negros y algo profundos; alrededor de estos aún había un poco de sangre seca y, a pesar de eso, tenían la pinta de comenzar a cicatrizar.
—Qué extraño—dijo la muchacha—. Es como si alguien los abriera de nuevo. ¿No te rascas? —se dirigió a Aby—¿Verdad?
El muchacho negó con la cabeza. Ro suspiró. Comenzó entonces a curar la herida y a poner nuevos vendajes.
—No te toques—advirtió—, o jamás vas a sanar. Tendremos que llevarte otra vez al médico.
—¡Oh, no! —el chico volvió a quejarse—¡Denme hasta mañana! ¡Prometo mejorar!
—Sabes que esto no funciona así, Abraham.
Abraham tenía la piel fría y sudorosa. Sentía como si de un momento a otro se fuera a desmayar. Quería estar más que nunca recostado sobre su cama, esperando para recuperar sus fuerzas y tal vez, salir de paseo o a comer algo. No estaba hambriento, pero sabía que en algún momento del día su apetito iba a volver.
—Un día más. Quiero escribir un poco esta noche.
Ro suspiró. Giró la mirada hacia su novia y está se encogió de hombros. Ambas sabían que Abraham escribía por las noches e incluso a veces el día lo atrapada al momento que él estaba sumergido en lo más profundo de sus historias. La concentración literalmente lo devoraba e incluso le quitaba el sueño; era como si aquello le diera las energías que necesitaba para seguir adelante. A menudo ambas decían que su amigo era un gran escritor y que, si seguía así, seguramente terminaría publicando algo de éxito.
—Está bien—Ro se resignó—. Pero te cuidaremos. Si te rascas te golpeo, cabrón—bromeó la chica.
El resto del día siguió con tranquilidad. Ambas ayudaron a Abraham a volver a su habitación. Cerraron las cortinas para que la luz del día no lo perturbara e incluso también le cerraron la puerta con llave. Tenía todo lo que necesitaba allá adentro. Y a pesar de que volvieron un par de veces para llevarle de comer, el muchacho seguía en el mismo estado. Dormía profundamente sin emitir ni un solo ruido. Ni siquiera parecía que estuviera vivo; no movía el estómago y no daba signos de estar respirando. Sus manos frías y pálidas descansaban sobre su pecho y su rostro maltratado y cansado por fin parecía encontrar la paz.
En algún punto del día ambas se pararon en el umbral de la puerta a cuchichear sobre lo que tenía Abraham. Estaban preocupadas e incluso Ro llegó a mencionar que, tal vez, algo que comieron en la calle les había sentado mal. María recordó los tamales que habían probado en La Portales, pero lo descartó por el simple hecho de que ella se encontraba perfectamente. Ro aseguró que aquel no era un argumento cien por ciento válido. Su diagnóstico rápido es que, muy posiblemente, Aby estaba siendo víctima de la tuberculosis pulmonar.
—No es común que alguien contraiga esta cosa hoy en día—mencionó la chica—. Es casi tan extraño como que contraigas la peste negra en un lugar como este. Su propagación no es tan fácil a menos que estés en contacto directo con alguien contagiado. Pero en serio hablo de estar muy cerca de un enfermo—explicó. María tragó saliva con nervios.
—Entonces puede que nosotras también estemos contagiadas.
—Es muy probable—confirmó Ro—. Abraham se tendrá que quedar en cuarentena. Tendremos que llamar a un especialista y que de paso también nos revise a nosotras. Por suerte conozco a alguien.
—Tendremos que retrasar la mudanza.
—Más bien adelantarla—Ro suspiró—. Estar en un sitio tan cerrado como este muchas veces es cómplice de estas enfermedades. Se encierra mucha humedad y hace que sea idóneo para el virus. Eso y otros patógenos. Por el momento Aby tiene todos los síntomas.
—¿Y la herida?
—No tengo idea.
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