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Capítulo III

Cuando salió el sol por la mañana y entró con fuerza por la ventana, Aby sintió como si la luz proveniente de éste le quemara. Ya era una costumbre aquello y se había planteado el poner unas cortinas desde hacía un tiempo. Lo más seguro es que aquello no sucediera jamás, puesto que pronto se iba a mudar.

Cuando se incorporó en la cama y se estiró al bostezar, sintió una fuerte punzada en el cuello que le hizo soltar un quejido de dolor.

—¡Auch! —exclamó tras el repentino piquete. Se llevó rápidamente las manos al cuello y comprobó que todo anduviera bien. Tenía una ligera hinchazón y le picaba. Rápidamente salió de la cama y se dirigió al baño para mirarse en el espejo. Había dos huecos considerablemente grandes que tenían una apariencia horrible, como si aquello se estuviera infectando. La piel se le había puesto morada y dura, además de que sentía bastante incomodidad al momento de girar la cabeza.

—Verga—susurró algo disgustado. Cuando caminó para salir del baño se sujetó con rapidez del marco de la puerta. La visión le falló por un momento y una oleada de vértigo le acompañó. Un mareo extraño junto con unas náuseas lo invadieron de inmediato. No pasaron más de diez segundos cuando volvió en sí y regresó a su cama. Se sentó, confundido y atando cabos. Algún bicho lo habrá picado, posiblemente una chinche o algo parecido. Más tarde iría a ver al doctor, probablemente después de que María grabara su podcast.

Suspiró.

Tenía que abandonar esa mala costumbre de dejar abierta la ventana. Aquel era un primer aviso. Cuando volvió la vista, notó entonces la lata de atún sobre el marco y sonrió. Recordó enseguida el gatito que lo había visitado y que se había esfumado de la nada. Aby no tardó en imaginar que posiblemente aquello se lo había hecho el gato. Se puso de pie para ver si se había comido el atún, sin embargo, este seguía ahí y había comenzado a apestarse.

—Puto gato—maldijo.

Aby salió de su habitación junto con la lata de atún en sus manos y se dirigió a la cocina para depositarla en la basura. Cuando llegó, vio que junto a María estaba sentada Roel, su novia. Ambas estaban en el comedor, mirando la pantalla de la laptop de la chica y cuchicheando entre risitas, señalando de vez en cuando el monitor. Aby, en pijama, se paró frente a ellas sin que siquiera lo notarán.

—Buenos días—dijo sonriendo. Las chicas apartaron la vista de la portátil y rápidamente vieron al muchacho, también con una sonrisa en el rostro.

—¡Miren quién se despierta! —exclamó María al ver a su mejor amigo, aún con los ojos vidriosos y con un evidente semblante de cansancio por apenas despertar—. Pensaba que no ibas a levantarte. Son casi las diez.

—¿Y durmieron juntas o ella acaba de llegar? —señaló el chico a Roel, que mantenía su sonrisa. La muchacha no pudo evitar sonrojarse. Usualmente hacia eso cuando la gente señalaba ese punto, puesto que recién había salido del closet y no estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios jocosos. Se imaginaba desnuda, tumbada en la cama junto a su novia, a veces simplemente abrazadas y en otras ocasiones incluso teniendo relaciones sexuales—. Creo que durmieron juntas—Aby le guiñó un ojo a Roel.

—Ro quiere conocer a Walter así que la invité—María le dio un beso en la mejilla a su novia—. Pensaba que más tarde podríamos ir a comer algo.

—Claro, por qué no—contestó Abraham encogiéndose de hombros. Le encantaba la idea. Hacía semanas que no salía a comer con sus amigas; la mayor parte del tiempo se la pasaba en su trabajo o escribiendo en su habitación. Y si había oportunidad, acostado en la sala viendo alguna película en Netflix o vídeos en YouTube. Suerte que en aquel momento estaba de vacaciones, así que podría salir a dónde quisiera.

—¡Puta madre, Aby! —grito Ro de la nada—¿Qué es esa cosa que tienes en el cuello? —preguntó. Sus ojos casi se salieron de sus cuencas y la manera en que observaba la herida delataba las dimensiones de la misma: era simplemente asquerosa.

Abraham se tapó rápidamente. María también volteó a verlo. El rose de sus dedos con la piel maltratada no sólo le dolía: directamente se sentía ardiente, como si aquello quemara de alguna forma. Si lo pudiera describir de una manera, era como tener pequeñas agujas jodiendo aquello.

—¡Mierda! —dijo retirando la mano de inmediato. Ro se puso de pie rápidamente—. Déjame ver eso.

La chica se acercó despacio a Aby y lo examinó con cautela. Aquello pintaba terrible. La muchacha hizo una mueca.

—Está infectado—dijo—. Tendrás que ver a un médico.

—¿Es grave?

—Si no te lo curamos enseguida se puede poner peor.

Ro Benavides era estudiante de medicina, así que sabía de lo que estaba hablando. O eso pensaba. Después de todo, las prácticas no eran lo mismo que atender a una persona real.

—Maldita sea—se quejó el chico—. ¿Crees que pudo ser una chinche?

—¿Una chinche? —la chica frunció el entrecejo—. No, no digas estupideces. No hay chinches aquí. Déjame ver otra vez.

Aby se acercó con cautela, intentando no hacer movimientos bruscos para que aquello no le doliera tanto.

—Qué raro.

—¿Qué?

La muchacha tomó asiento. Repasó rápidamente en su mente y se rascó la cabeza intentando comprender aquel disparate. María por otro lado, había ido a otra habitación y cuando venía de vuelta, traía consigo unas gasas y unas vendas, agua oxigenada y un par de broches.

—¿Y bien? —dijo María mirando a su novia.

—Esta cosa parece que la hizo un murciélago—se rascó la cabeza—. Sin embargo, que yo sepa no hay murciélagos aquí. Y menos tan grandes. A menos que vengan de otro sitio, como algún lugar en abandono o una zona rural cercana. Es difícil que un murciélago se adentre solo porque sí a la ciudad.

—Bromeas ¿No?

—No, estoy segura de que esto lo hizo un murciélago—señaló—. Reconocería esa mordida donde sea. Tienes que ir al doctor cuanto antes para que te ponga vacunas antirrábicas. Te va a doler. Mucho.

—Eso no me tranquiliza menos—el semblante de Aby cambió.

El muchacho se sentó con pesadez en una silla. Sintió náuseas de repente y deseó con todas sus fuerzas haber podido cerrar aquella ventana mientras pudo.

—Mientras tanto ponte esto—María acercó al cuello de Aby una gasa con una masa extraña y bastante olorosa—. Te va a ayudar con la inflamación. Mi abuela me lo ponía cuando me picaba una abeja.

—¿Qué es...? ¡Auch! —gritó el chico.

—¡Perdón! ¡Perdón! —María retiró rápidamente la compresa. Se mordió el labio inferior y miró la herida de su amigo. Estaba roja, e incluso parecía haber empeorado, como si se hubiera quemado—. Creo que ya la cagué.

—Yo me encargo—comentó Ro intentando calmarla al tiempo que ponía agua oxigenada y algo de algodón en el cuello del chico.

—¿Qué me pusiste? —preguntó Abraham.

—Una compresa de ajo—contestó María algo apenada—. No sabía que eras alérgico.

—Ni yo.

Las chicas miraron algo desesperadas al chico. Él, por otra parte, se limitaba a lanzar pequeños quejidos. Se sentía débil y de vez en cuando tenía mareos. Una constante sensación de sueño le acompaña y pensaba que de un momento a otro se iba a desmayar, pero no era así. Solamente quería dormir.

—Mierda, me voy a perder a Walter—se lamentó.

—A Walter lo ves todos los días en la tele—intervino Ro—. Tienes que ir al médico.

Y así fue. Poco después de que Aby tomó el desayuno y más tarde una ducha, un Uber pasó a recogerlo. Aquel día, que planeaba fuera grandioso y divertido, había sido más bien pesadillezco. De camino al médico se quedó dormido y cuando llegó a su destino el conductor lo tuvo que despertar. El doctor Pedro Yunes, a quien frecuentaba desde que era un niño (y a quien consideraba uno de los pocos adultos a los que podía llamar "amigo") era un hombre de mediana estatura, con evidente calvicie y un mostacho que lo hacía ver simpático. El hombre atendió a Aby con gusto y rápidamente tomó unas muestras de sangre y también le dio unos antibióticos.

Aby mencionó que lo había mordido un murciélago y el médico no dudó en examinar aquella herida. Pedro le indicó que actuaría lo más rápido posible, así que tendría que esperarlo para que los exámenes estuvieran listos ese mismo día. Y mientras esperaba, Aby no dudo en quedarse dormido de nuevo. Ahora tenía el cuello vendado y bien apretado. En su mano derecha sostenía una bolsa con cajitas de medicina y en la izquierda su teléfono, que veía de vez en cuando cada que despertaba.

Su sueño no había sido del todo acogedor. A veces tenía destellos que mostraban un rostro que se le hacía conocido de alguna parte, sin embargo, no sabía de dónde. El gato negro que había entrado por su ventana también se hacía presente e incluso, dos muchachos jóvenes con poca ropa salían flotando de entre un banco de espesa niebla. A los muchachos pensaba conocerlos también, pero no estaba seguro de dónde. Le recordaban a personas que habría visto tal vez en internet o algún sitio por el estilo, como en uno de esos comerciales de "servicio a la comunidad" que pasaban en la tele.

Cuando el médico regreso con los análisis eran las cinco de la tarde. Yunes tuvo que despertar al muchacho: traía buenas noticias. La prueba había dado negativo, por lo que no tendrían que vacunarlo. Además, los exámenes de ADN indicaban que la mordedura no la había hecho ningún murciélago. De hecho, no había ningún indicio que mostrara la presencia animal en ningún momento. Aquello había sido extraño, pero al final, también había causado bastante alivio en Abraham. Aun así, tendría que tomarse los medicamentos y aplicarse un ungüento para bajar la hinchazón, sin mencionar el cambio del vendaje.

Cuando Abraham llegó a su departamento, Ro y María también iban entrando. Habían salido a comer y ya estaban de regreso. Iban a pasar la noche juntas. Aby bromeó sobre aquello y procedió a tomarse su medicina.

—Qué raro—observó María—. La hinchazón bajó de golpe.

—Bueno, el doctor Yunes es sabe lo que hace—Aby se encogió de hombros—. Le confiaría mi vida a ese pelón—sonrió.

Cuando el chico se quitó el vendaje la herida parecía bastante más sana. Ya no estaba hinchada y su piel ya no se veía morada. Pensó que los antibióticos habían comenzado a surtir efecto. Incluso había dejado atrás toda esa terrible sensación de cansancio que lo aquejaba. Se sentía con energías.

Estaba anocheciendo.

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