En el momento en que el sol se escondía, los pequeños niños eran llamados por sus padres para la cena. Gideon caminaba junto a Thais aunque ella no tuviera idea de que estaba a su lado.

Todo parecía estar calmado, el pelirrojo pensó quizás sólo estaba triste. Pero no, ella estaba hundida en un mar de lágrimas y flores marchitas.

Todo parecía estar normal, porque ahora ese era su normal.

Hasta que Thais susurro con voz entrecortada "Gideon..." él pareció derrumbarse en mil pedazos, y lo estaba. Lloró, por la simple desesperación de ver a su amiga tan destrozada, perdida sin él para hacerla volver a encontrarse.

¿Por qué no le pude amar la manera que ella lo hacía? ¿Por qué nunca al menos gustarle o atraerlo?

La voz en la cabeza de Gideon lo torturaba, el amor que nunca pudo corresponder lo torturaba.

Y las voces en la cabeza del joven lo desesperaban.

Estaban agobiados, atrapados. En la tortura que se hacía llamar vida, aún para Gideon después de la muerte.