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Capítulo 34 : Luna de Miel en París ( Fin )

Luna de Miel en París

El aire de París, impregnado de un suave aroma a croissants recién horneados y flores de primavera, envolvía a Valentina y Lucas mientras caminaban por las calles adoquinadas. La luz del sol se filtraba entre los edificios antiguos, creando un juego de sombras que danzaban a su alrededor. Habían llegado a la ciudad del amor con el corazón rebosante de felicidad tras su ceremonia, y cada rincón parecía susurrarles promesas de un futuro brillante.

—Mira, Lucas —dijo Valentina, señalando con entusiasmo hacia la majestuosa Torre Eiffel que se alzaba en el horizonte—. ¡Es aún más hermosa de lo que imaginaba!

Lucas sonrió, sintiendo que su corazón se aceleraba al ver la emoción en los ojos de su esposa. —Y pensar que estamos aquí juntos, en nuestra luna de miel. No puedo pedir más.

Se acercaron a un pequeño café en una esquina, donde las mesas estaban adornadas con manteles de cuadros rojos y blancos. Un par de músicos tocaban melodías suaves con sus guitarras, llenando el aire con una atmósfera mágica.

—¿Te gustaría un café au lait? —preguntó Lucas mientras tomaba asiento.

—Sí, por favor. Y quizás un croissant —respondió Valentina, con una sonrisa traviesa—. ¡Estoy en París! Debo disfrutar de la gastronomía local.

Mientras esperaban su pedido, Valentina miró a su alrededor, observando a las parejas que compartían risas y miradas cómplices. —Me encanta ver cómo el amor se manifiesta de tantas formas aquí. Es como si cada persona tuviera su propia historia que contar.

—Eso es lo que hace a esta ciudad tan especial —asintió Lucas—. Cada rincón guarda un secreto, una historia de amor. Y ahora tenemos la nuestra para añadir a la colección.

Cuando el camarero les trajo sus pedidos, Valentina tomó un sorbo de su café y cerró los ojos, disfrutando del sabor cremoso que se deslizaba por su garganta. —Esto es delicioso. ¿Te imaginas viviendo aquí algún día?

Lucas se inclinó hacia ella, apoyando su mano sobre la mesa. —No sé si vivir aquí, pero definitivamente quiero regresar. Cada momento contigo aquí es un regalo.

Después de disfrutar de su desayuno, decidieron dar un paseo por el río Sena. Al llegar a la orilla, se encontraron con una vista impresionante: los barcos de turistas navegaban lentamente mientras los puentes adornados con candados brillaban bajo la luz del sol.

—¿Te gustaría hacer una promesa? —preguntó Lucas, sacando un pequeño candado que había traído en su mochila.

Valentina lo miró intrigada. —¿Una promesa?

—Sí —dijo Lucas mientras buscaba un lugar adecuado para fijar el candado—. Es una tradición aquí en París. Colocamos el candado en este puente y lanzamos la llave al río como símbolo de nuestro amor eterno.

Valentina sintió una oleada de emoción. —Me encanta la idea. Vamos a hacerlo.

Juntos, escribieron sus nombres en el candado y lo aseguraron a las rejas del puente. Luego, Lucas tomó la llave entre sus dedos y, con una sonrisa cómplice, la lanzó al agua.

—Que nuestra promesa flote siempre en este río —dijo Valentina con ternura.

Al caer la tarde, decidieron visitar el Museo del Louvre. La imponente pirámide de vidrio brillaba bajo el cielo anaranjado, y Valentina no pudo evitar sentirse como parte de una obra maestra en ese momento.

—¿Listo para ver a la famosa Mona Lisa? —preguntó Lucas mientras entraban al museo.

—¡Por supuesto! Pero primero, quiero tomar una foto frente a esta pirámide —respondió Valentina mientras posaba con entusiasmo.

Después de varias fotos divertidas y algunas poses exageradas, finalmente llegaron a la sala donde estaba expuesta la Mona Lisa. Valentina se quedó boquiabierta ante la pintura.

—Es aún más cautivadora en persona —susurró—. ¿Puedes sentir la energía que emana?

Lucas asintió, observando cómo Valentina se perdía en la mirada enigmática de La Gioconda. —Es impresionante ver cómo una obra puede trascender el tiempo y seguir inspirando a tantos.

Al salir del museo, el cielo comenzaba a oscurecerse y las luces de la ciudad empezaron a brillar como estrellas en la tierra. Decidieron caminar por los Campos Elíseos, donde las tiendas de lujo y los cafés elegantes creaban un ambiente vibrante.

—Mira esa tienda de macarons —exclamó Valentina, señalando una vitrina repleta de coloridos dulces—. ¡Debemos probar algunos!

Entraron en la tienda y eligieron una variedad de sabores: frambuesa, pistacho y chocolate. Mientras saboreaban los macarons en un banco cercano, Lucas miró a Valentina con ternura.

—Cada bocado es como una pequeña explosión de felicidad —dijo él.

—Y cada momento contigo aquí es un regalo —respondió Valentina, tomando su mano—. No puedo creer que estemos viviendo esto juntos.

La noche avanzaba y decidieron culminar su día con un paseo en barco por el Sena. Se acomodaron en una pequeña embarcación iluminada que navegaba suavemente por el agua. Las luces de París reflejadas en el río creaban un espectáculo deslumbrante.

—Mira cómo brillan las luces del puente —dijo Valentina mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Lucas—. Es como si París nos estuviera dando la bienvenida a nuestra nueva vida juntos.

Lucas sonrió mientras acariciaba su cabello. —Y es solo el comienzo. Prometo que siempre buscaremos momentos como este, llenos de amor y magia.

Mientras el barco avanzaba lentamente bajo los puentes iluminados, Valentina cerró los ojos y dejó que el suave murmullo del agua y el canto lejano de los músicos se mezclaran con sus pensamientos. En ese instante, supo que había encontrado no solo a su compañero de vida, sino también a su mejor amigo.

La luna brillaba intensamente sobre ellos, como un faro que guiaba su camino hacia un futuro lleno de sueños compartidos y aventuras por descubrir. En París, rodeados de arte y amor, Valentina y Lucas sellaron no solo su unión, sino también su amistad inquebrantable con aquellos que habían estado a su lado en cada paso del viaje.

Y así, entre risas y susurros, comenzaron su nueva vida como marido y mujer, prometiendo siempre buscar la belleza en cada día y celebrar cada pequeño momento juntos.


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