10
》Capítulo 10
Jean Finnegan era un hombre al que le fascinaban las bienvenidas en grande, y según él a su amigo también. Estuvo toda la mañana y tarde cocinando toda clase de platillos mientras mi madre estaba trabajando, cuando esta llegó a casa había olvidado que esa noche el invitado llegaría.
- Jean, ¿estás tratando de disculparte conmigo por algo? -inquirió llevándose un poco de ensalada a la boca. - Porque si es así, con un poco de esa lasagna puedo perdonarte.
Mi padre la miró y contuvo la risa.
- ¿Lo olvidaste, cierto? -se palmeó la frente. - Deja eso, Tiz, es para Nikhil.
La mujer ahogó un grito y exclamando que debía bañarse y vestirse subió a toda prisa las escaleras.
- ¿Qué sería de mi sin tu madre? - me preguntó.
Ignoré la pregunta y sonreí levemente, mi expresión desapareció cuando él continuó:
- ¿Y tú que haces aquí? Ve a bañarte y vestirte, también vendrá Lidia.
Mis ojos casi se salen de sus cuencas al escuchar aquello, si mi padre la mencionaba a ella era porque intrínsecamente me sugería que tú vendrías también.
A veces sospechaba de que él conocía todo de nosotros, pues a pesar de ser un hombre tranquilo que ocultaba cosas de si mismo, mi padre era alguien que se emocionaba por la felicidad de los demás, más que por la suya.
Y su sonrisa al ver mi reacción me dejaba entreverlo.
Subí de la mismo forma que mi madre, dando saltos cada tanto, y cuando ya me había bañado y vestido, me di cuenta de lo poco que me había tomado por la prisa.
Así que bajé a esperar mientras le ayudaba a mi padre a poner la mesa.
Se dio la ocasión en que el amigo de mi padre se presentó en nuestra casa, alto, de piel morena y cabello azabache peinado hacia atrás, era muy delgado, de manera que no parecía saludable. Se presentó como Nikhil Tagore, profesor de Física en la Universidad de Pittsburg, aunque mi padre lo llamaba sólo por su nombre a mí me había pedido que lo llame por su apellido.
Me pareció extraño y demasiado escueto para mi agrado.
Tenía raíces medio orientales, de la India tal vez o algún proceder.
- Jean, de entre todos tus trabajos hay uno en pertícular que deberías mejorar. -le espetó.
Mi padre no se inmutó de la más mínima manera, mi madre en cambio, se mordió el labio por dentro y frunció la entreceja.
- Es ese... ¿Cómo se llamaba? Oh, sí. Le vi en noir, el francés debe sonar más fluido que el hebreo, ya deberías saberlo.
Bebió un poco de su copa de vino y nos miró altivamente a todos los presentes.
- ¿Y qué esperamos para comer? ¿No me harás preguntas acerca de mi profesión, niño? -esa vez se dirigió a mí, poniéndome la piel de gallina, no me caracterizaba por ser alguien impulsivo, en eso me parecía a mi padre, así que me dispuse a ignorarle, más mi padre me fulminó de manera autoritaria.
- ¿Qué... Qué tal es -tragué saliva- la Universidad de Pennsylvania?
La débil pregunta le extrajo una risa afónica al hombre.
- Pero qué clase de pregunta es esa -bufó- ¿No quieres saber cómo es aprender Física a nivel universitario?
No. Pensé, no quiero.
- Déjale tranquilo con eso, Nikhil, disfruta la noche, mañana hablaran de todo eso... -dijo mi padre con calma y cansancio.
Entonces la puerta sonó, la campanilla que emitía su canto cuando esta se abría nos adivirtió de la llegada de Lidia, de ella y de ti, su hijo.
- Buenas noches -saludó la mujer que lucía una falda larga de color negro y botas de cuero. Estabas de pie cerca de ella y asentiste junto a sus palabras.
Tras eso nuestras miradas se cruzaron y yo la aparté bruscamente aún sin comprender exactamente el por qué.
Nos dispusimos a cenar, todos escandalizados por el constante bochorno que el señor Tagore traía en su hablar.
- ¿Y su marido? -preguntó a Lidia sin escrúpulos.
Un silencio incómodo le siguió.
- Falleció hace mucho tiempo -contestó ella, segura de sí misma.
El invitado apenas sintió lástima, en su moreno rostro se dibujó una mueca de desinterés y continuó hablando con mi padre.
- ¿El joven es tu aprendiz? -se refirió a ti.
- No, no -negó el hombre- es Benedict quien le enseña.
Esto hizo que el rostro de Nikhil se desfigurara. La sorpresa, el desagrado y la incapacidad de tolerar que algo que él no reconociera estuviese pasando se desplegaron en crítica no constructivas hacia mi persona.
- ¿Te has vuelto loco, mocoso? -exclamó- ¡Cómo le vas a enseñar tú algo a alguien! Primero aprende como se debe -por poco y se pone de pie- Apuesto hasta el último de mis libros de Sullivan a que si rindes el examen de Física de Pittsburg no apruebas más del 70%.
- Pero qué demoni... -mi madre se enfureció.
- Va a enseñarle mal a este otro -te señaló- ¿Por qué creyeron que sería buena idea? ¿Acaso no existen los profesores titulados por algo?
Mi madre iba a lanzarse sobre él y cerrarle la boca a puñetazos. Mi padre se rascaba la frente y contenía la risa, tu madre estaba pálida y tiesa en su silla y tú... Tú ya te habías puesto de pie.
- Señor Tagore, es una pena que usted, todo un profesional no conozca los principios... -él te observó con asombro- el reconocimieto de la ignorancia es el principio del conocimiento.
No supo qué responder, de hecho, nadie supo que agregar. Mi padre estalló en una carcajada grave y estruendosa y mi madre se relajó un poco.
Me guiñaste un ojo, esa lección socrática te la había dado hace mucho tiempo, sonreí enseñando lo dientes.
- Pasaré al baño -continuaste- con permiso...
Nikhil estuvo más callado a partir de entonces, sé que llegaste a herir su orgullo, el orgullo de un físico-matemático que sólo los conocedores del pensamiento filosófico pueden llegar a ofender.
Me di cuenta de que en ese aspecto me parecía a aquel hombre. En calma mientras en los cálculos me encontrara y cuando una idea ajena a lo cuántico y numérico llegaba a mi cabeza, el sistema colapsaba.
Terminamos de comer y los adultos se sentaron a hablar en el frente.
- Puedes subir con Philip si gustas -sugirió Jean- No hay nada importante que discutir y hace un buen cielo, te dejo sacar el telescopio.
- ¡¿Lo dices en serio?! - pregunté emocionado.
Él sonrió y yo corrí a buscarte.
Hace mucho que no me dejaba usar su telescopio refractor, y moría por enseñarte algo de lo más me apasionaba en el mundo.
Te vi saliendo del baño y sin pensar con claridad tomé tu mano y te llevé raudamente al piso de arriba, a través del pasillo al costado de mi habitación a unas diminutas escaleras que llevaban a una especie de balcón de madera.
- ¿Qué sucede? -interrogaste- Me ignoras toda la cena pero ahora me arrastras contigo... Tenemos serios problemas de comunicación, huh.
Me apené.
- Philip -renegué- no quería ignorarte, ¿sí? Sólo tampoco quería hablar contigo...
- ¿Por qué? ¿Qué hice ahora?
Me estiré el cabello hacia atrás.
- Ugh... No hiciste nada, es sólo... Mi papá dice que...
- ¿Es por ese amigo de tu papá? El tipo es un idiota, tú viste su cara cuando le dije eso en la mesa. No sabe nada acerca de la vida real, por eso odio a los maestros.
- Yo soy tu maestro -refuté.
- El punto es que-
- El punto es que mi rendimiento ha disminuido desde que comencé a pasar tiempo contigo -interrumpí.
Tu rostro se quedó congelado.
Una vez compartiste conmigo que tenías miedo de significar un óbice en mi camino a cumplir mis sueños.
Te negué aquello en esa ocasión, pero mis lecciones en casa habían demostrado que era cierto.
- Oh, vaya Ben... Lo siento, no tenía idea...
- No te preocupes -dije- ayúdame a montar esto -te pasé el enfoque del telescopio.
Estuvimos en silencio un rato, armando las piezas del artefacto, incapaces de cruzar miradas o decir algo. Nuestras manos se rozaron en incontables ocasiones y lo único que podíamos hacer ante nuestros exaltados corazones era guardar silencio.
- Tu padre tiene razón -dijiste al cabo- No sé que te dijo, pero no hay manera de que un padre no quiera lo mejor para su hijo.
Pero y si yo no quería lo mejor para mí.
¿Y si yo te quería a ti?
Todos somos jóvenes y estúpidos en algún momento, yo estaba probando aquel papel protagónico y me encantaba estar a la merced de esos sentimientos.
- Philip, prometimos algo -te fulminé- y no sé tú, pero yo no romperé aquella promesa.
Tal vez lo hacía más por mí que por ti, tal vez el deseo de encontrarme a mí mismo a través de ti era más persuasivo que la idea de encontrarme solo.
- Lo sé, Ben... Pero no voy a dejar todo ese peso en tus manos.
Nos sentamos para usar el telescopio.
- No lo haces -susurré- Sólo me estoy acostumbrando a estudiar doble al mismo tiempo.
- ¿A qué te refieres?
- Mientras más te conozco siento que estoy más cerca de comprender qué es el amor.
No estuve seguro de sí aquello fue una confesión sublevada...
En el cielo, Saturno brillaba cerca de Escorpio, y en Escorpio sobresalía Antares, no tuve que saber todo aquello para entender lo cerca que estábamos.
Te miré y me miraste, nuestros ojos reflejeron el etéreo universo y unimos nuestros labios en un beso.
Tus manos recorrieron mi espalda y la timidez se hizo a un lado, dejándome acariciar tu pecho. Uno a uno los latidos iban cada vez más rápido, quitándome el aliento, tu lengua y la mía siendo partícipes del milagro de la vida, que ni la ciencia había logrado descifrar al increíble y despiadado, misterio del amor.
Hola
¿Qué tal? Espero que estén bien, super relajad@s y felices y si no, pues sonrían, el mundo es suyo.
Los quiero mucho, la verdad, amo que existan personas como ustedes, con sus corazoncitos rotos o nuevecitos, sus cicatrices o sus historias chuecas, con cada parte de ustedes, los quiero. Y nadie me enseñó a hacerlo, me es inevitable.
Si ando muy cursi me pegan plz ♡
Con amor,
N.
"Me enseñaste el valor de las estrellas..."
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro