06
》Capítulo 06
Esa mañana me despertó mi madre, lo que significaba que aún era temprano.
- ¡Ben, teléfono! -gritó en la puerta de mi habitación. Eran las siete de la mañana, la mujer de cabello negro y rizado golpeó la madera haciendo que me sobresaltara.
Me refregué los ojos y estiré mis brazos antes de ponerme de pie y avanzar para atender la llamada.
Nuestro viejo teléfono colgaba de una pared en el piso de arriba, justo frente a mi puerta.
- Muevete, lleva rato esperando -me regañó ella.
Bostecé y tomé el artefacto para llevarlo a mi oreja.
- Uhm... ¿Hola? -dije.
Una risa familiar se escuchó.
- ¿Qué sucede? ¿Los genios no madrugan? -respondieron al otro lado de la línea a modo de broma.
- ¿Qué? ¿Quién es? -pregunté extrañado, aún con los ojos cerrados y el seño fruncido por la repentina luz del ventanal que invadía mi vista.
- Maestro, soy yo, Philip -mi corazón dio un vuelco y abrí mis ojos como platos. - Lamento despertarte pero quería avisarte que no me esperes hoy por la tarde.
Alguna especie de decepción me invadió.
- ¿No vendrás? -me lamenté, bastante obvio.
- ¿Cuándo te he fallado? -contestaste- Hoy la clase será algo distinta... Pasaré por tu casa a eso de las siete, haremos una fogata cerca de la mía, luego cuando acabemos te regresaré con tus padres y todos felices.
Sonreí.
- Pero... ¿Por qué?
- Porque quiero mostrarte que hago los mejores malvaviscos con mantequilla de maní del pueblo.
- Phil ¿Se pueden mezclar la mantequilla de maní y los malvaviscos? -pregunté confundido.
- ¡De qué hablas! ¡Claro que se puede! ¿Jamás probaste el arroz con miel? - exclamaste.
- Debe ser un desastre... -reí.
- En serio tengo muchas recetas propias que enseñarte, aunque es difícil conseguir arroz blanco.
Te dije que esperaría entonces, aunque estaba emocionado, aún no sabía que haría el resto del día hasta llegar las siete.
Me habías despertado para entregarme a una mañana en la que no estarías.
Y yo que aún me estaba acostumbrando a tener días más movidos que los anteriores, parecía estar encantado con la idea.
- Cariño -mi madre apareció como un fantasma detrás de mí, su rostro estaba adornado con una bella sonrisa. - ¿Qué te ha dicho?
- Que hoy saldremos más tarde, creo que tiene trabajo. -supuse.
- Ya veo, ven a desayunar conmigo ya que estás despierto.
Bajé las escaleras con ella y me senté en el comedor de la cocina, papá estaba leyendo un libro de física en la sala de estar y la mesa estaba cubierta por platos de panqueques, waffles, huevos cocidos y zumo de naranja.
- ¿Desde cuándo desayunamos tan elegantes? -pregunté asombrado.
Mamá me miró con su típico rostro burlesco.
- Si te despertaras más temprano, serías testigo de lo bien que cocina tu padre.
- ¡¿Papá, tú hiciste todo esto?! -volteé a verlo, arrodillándome en mi silla.
- Sientate bien, Benedict -regañó papá. - Un hombre no es uno si es incapaz de consentir a su mujer.
Mamá sonrió triunfante y le dio un buen bocado a uno de sus waffles.
- Me siento engañado... ¿Cuál de ustedes ha cocinado mi comida durante toda mi vida? -cuestioné.
Tiziana, mi madre, señaló al hombre que leía plácidamente.
- ¿Ves lo que te digo? Debería comenzar a despertarte antes de ir al trabajo.
- No, mamá, los amo y la comida es deliciosa pero... Necesito dormir mis 10 horas diarias o no creceré. -respondí.
Una carcajada proveniente de la sala invadió el lugar.
- ¿Crees que crecerás siendo un oso perezoso?
- ¡Papá!
- Debes alimentarte bien, además has dejado de practicar deporte. ¿Sabes que hay cosas que nutren el alma más que los libros? - me aconsejó el mayor.
- ¿Quieres que le de un vistazo a tu bicicleta? -preguntó la hermosa dama en overol.
Asentí receloso mientras me servía otro panqueque.
Antes de subir a su camioneta, ella dejó mi vieja bicicleta azul gastado en el frente, me dijo que anduviera con cuidado y que después en su regreso le cambiaría los pedales ya que estaban algo sueltos.
Yo me sentí como un niño de nuevo, y observandola estática en nuestro frente recordé la primera vez que la usé.
Fue el regalo de tía Auriel por mi cumpleaños número catorce, ella era la mejor para elegir regalos.
Sonreí mientras me subía en el asiento y me sostenía de los mangos del volante, poco a poco recordé lo bien que se sentía el viento en mi rostro cuanto más aceleraba.
Podía disfrutar de estar solo por unos momentos. Observar la torpeza del mundo tangible, lo simple que es llamar hermosas a las cosas y lo complejo de analizar las conjeturas del universo.
Entre lo finito e infinito te encontrabas tú. Que te habías apropiado de una parte vital de mi cerebro y me impedías razones ciertas cosas sin cuestionarme qué dirías tú al respecto, si estarías a mi favor o comenzaríamos un debate.
Y entonces me perdí tanto en las reflexiones de mi subconsciente que maniobré mal con la bicicleta, frené en seco y salí despedido a un costado de esta.
- ¡Demonios! -me quejé de dolor, me di cuenta de que la raíz de un árbol había sido la causa y noté que algo de sangre se derramaba en la traslúcida piel de mis rodillas, la recientemente herida comenzaba a teñirse de rojo y leve púrpura y sentí punzadas de aje en la zona.
Regresé a casa estropeado y algo avergonzado ya que al igual que un infante me había dejado llevar y había sido imprudente, y aunque no lo admitiera, mis mejillas acaloradas por el tú de mis pensamientos continuos que habían provocado (más que la raíz) la caída, delataban mi naturaleza sentimental y propensa a conmoverse.
- ¿Qué te pasó? -preocupé a mi padre.
- He tenido un descuido en el camino. Me limpiaré el corte, no te preocupes. -añadí.
- Pronto, que no lo note tu madre o se volverá loca -me sugirió paulatinamente.
Y subí, me puse unos jeans claros que llegaban a mis pantorrillas, una camisa color siena de botones y mangas cortas, calcetines largos y zapatos casuales. Limpié mi herida y la cubrí con una curita y supongo que al estar cómodo sobre la cama, simplemente me quedé dormido.
- Despierta, hey, ricitos, despierta -creí oír en la lejanía de un tunel oscuro que se iba aclarando. -Vamos, se hará demasiado tarde, Ben.
Abrí ligeramente los ojos y te vi.
- Hay que apurarnos o se apagará, Ben...
Me sentí aliviado porque fueras lo primero que vi al despertar y nervioso por notar que me habías estado observando en el estado más vulnerable de un ser humano.
- Hasta que por fin abres esos ojos -susurraste con la voz algo ronca. - Vámonos o tus padres cambiarán de opinión.
Me senté sobre la cama y sonreí, aún adormecido por la extensa siesta, me perdí en las facciones de tu rostro con el rostro entorpecido y el cabello desordenado.
Mantuviste el contacto visual conmigo hasta que lo aparté, despertando más y recobrando los cinco sentidos me di cuenta de lo que hacía y me sentí tímido repentinamente.
Porque sólo pensar en mirarte era demasiado entonces.
Bajé las escaleras detrás de ti y tras avisarle a mi padre, salimos en dirección al bosque que nos recibió en tinieblas...
Traías una linterna contigo y nos indicaste el camino, hasta que el sonido del río comenzó a llenar mi corazón con ansias y la luz de una tenue fogata me sedujo como las flores a las abejas.
Emocionado me aparté de tu lado y me apresuré hacia el encantador escenario.
Sonreí, tan auténticamente que sentí que explotaría. ¿Lo habías preparado para mí?
- Es... Es increíble, yo... -farfullé.
- ¿Tú?
- Gracias Philip... -sonreí y sonreíste, aunque sospecho que lo hacías desde antes.
Avivaste las llamas y me pediste que me sentara a tu lado, hiciste malvavisvos para mi aquella noche, les pusiste mantequilla de maní encima... No era una mala combinación, tampoco era como la describías pero el hecho de que pudieras hacer sonar a algo tan simple como eso como lo más maravilloso del planeta, lo hacía especial.
Estoy seguro de que hablamos de muchas cosas y fue ahí cuando tú comenzaste a mostrarme más de ti. Tus logros de pequeño, tus disgustos, tu relación con tu madre y ahí, luego de un leve silencio, siempre te detenías cuando intentabas llegar más allá de ella.
Supuse que era como yo fui antes de ti, alguien que sólo tenía a su familia, y me equivoqué ya que tú sí tenías amigos.
Me contaste de tu equipo de béisbol de la infancia, que odiabas las pasas de uva y el sabor artificial a caramelo, me sorprendió que dijeras que no te gustaba el helado y que me hablaras más de tus disgustos que de tus pasiones, respondiste que eras un libro abierto para demostrar aquello por lo que te sentías fascinado y que me dejarías la tarea de leerte.
Tu madre lo era todo para ti, por ella eras quien eras y le agradecías todo, y no le negabas nada que la hiciera feliz.
Pero al parecer había algo que ella te negaba a ti. Algo que para el momento me era inexcrutable.
- Tengo amigos de la secundaria y el trabajo, pero no salgo con ellos.
- ¿Por qué? -pregunté.
- Porque no conocen lo que es vivir y temo que me contagien aquel tedio del que se rodean.
Tedio.
- ¿Y tú, Ben?
- No tengo amigos, supongo. -respondí. -No conozco a nadie.
- ¿De qué hablas? -me empujaste en broma. - ¿Te parece que esto lo haría un desconocido? - señalaste tu bella obra de arte.
Y mi mirada se perdió en el nido de llamas.
Fuiste el primer amigo que hice en mi vida. Y no pude haberme sentido más afortunado.
- ¿Soy tu amigo? -te miré.
- Eres el mejor de mis amigos -confesaste- Y no necesito una vida para darme cuenta de la suerte que tengo de haberte conocido.
Tuve el valor suficiente para tomar tu mano entre mis manos y llevarla hasta mi frente... Me estremecí al sentirte y tú aceptaste el gesto con cariño, con el ámbar de tus ojos desbordando una vehemente fórmula de cariño, depositaste un cálido beso en mi sien derecha.
Y dije inconscientemente tu nombre.
- Philip...
- ¿Sí?
- Tenías razón...
- ¿Sobre qué?
- Aún sin comprenderlo, sé que el amor existe.
.
.
.
Referencia ojos de Philip:
Serían como los de ella pero en él:
Espero les conmueva como a mí y a mis consejeros. Sin ellos no sería posible el desarrollo de estos personajes.
¡Un brindis por Deya e Isma!
Lo siento, Ismael por corromper tu heterocuriosa alma...
Gracias Deya por ser siempre tan dulce.
N.
"Has sido tan bueno conmigo, me lo has dado todo, tu amor..."
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