CAPÍTULO 9 🌵
CAPÍTULO 9
🌷🍁🍂🌹🌺🌻🌼🌾🌵
No voy a decir que te extraño,
O que tus ojos son las estrellas más brillantes que he visto en mis noches oscuras,
O que aun siento tu cuerpo bajo mis manos,
O los suspiros de tu boca,
O tu manera tan peculiar de hacerme tan feliz.
No lo voy a decir.
Tampoco voy a decir que sacudiste todo a mi alrededor en cuestión de segundos,
Que no dejo de contar los días desde nuestro adiós,
Que mi cuerpo tiembla y se sacude con el frío porque no está entre tus brazos,
Que tus palabras siguen haciendo eco en mis oídos,
Que mi mente sigue traicionándome con el “¿Qué hubiera pasado si…?”
No, no voy a decírtelo.
No voy a decir que las olas que llevo dentro terminaron ahogándome,
No voy a decir que verte en mi pared aún me duele,
No voy a decir que quiero que te quedes conmigo una noche más,
No voy a decir que eres el único que conoce todos mis huecos.
Te aseguro, que no voy a decir que me has hecho trizas. Que me falta el aire. Que mi pecho duele a cada momento. Que deseo llorar y vaciarme de una vez por todas. Que quiero entrelazar nuestras manos sólo cinco minutos más. Que nos hubiera deseado un final muy feliz. O algo feliz, no un final.
Aunque no te preocupes, no voy a decirlo.
No diré nada. No mereces escuchar cómo sangra mi corazón.
No diré nada. Todo morirá conmigo, junto con mis ansias de que todo sea como antes.
Ansias de despertar al lado tuyo,
De despertar y no encontrarme con la cama vacía,
De que mis sábanas no se sientan frías,
De sólo sentir tu calor.
Pero no… como verás, estoy helándome en esta húmeda habitación.
Y sé que no vendrás a arroparme esta vez.
Todo se terminó.
Pero no te preocupes, no estoy reclamándote nada.
Ha sido un honor que me rompieras el corazón.
Llevo una mano hacia mi pecho tras leer todas aquellas líneas, sintiendo cómo cada una de ellas se encargaba de darme puntadas que me hacían quejarme para mis adentros por el daño que causaban. Tomo una gran bocanada de aire y las cuchillas se entierran en mí una vez más. Intento respirar con calma, deseando no perder los estribos, y masajeo sobre mi esternón. Duele demasiado.
Tiro con fuerza para arrancar la hoja de aquel cuaderno. La doblo como mi única mano me lo permite, y la dejo debajo de la almohada. Aún sigo en la cama, me he despertado demasiado tarde y no quiero regresar a la silla todavía. Mi espalda no se queja respecto a ello.
Paso a leer la siguiente hoja, con cautela, y descubro que la página ya está arrancada por la mitad. Paso mis dedos por los bordes rasgados y me pregunto dónde estará la parte faltante. Comienzo a leer, adelantándome mientras llevo una mano a mi pecho por lo que sé que ocurrirá a continuación.
«Nos hemos dicho adiós tantas, tantas veces, que tras la despedida ya estaba pensando en las palabras indicadas para la próxima vez. Esperando, expectante, a que sean las últimas. Deja de ir en mi dirección opuesta, ¿sabes? Terminaremos encontrándonos en el mismo punto algún día. Recuerda que…»
—… la Tierra es redonda… —completo, en voz baja, notando que tengo las mejillas bañadas en lágrimas y he mojado el papel que se encuentra sobre mis piernas. Froto mis ojos con mi puño, y sorbo por la nariz. Decido dejar el cuaderno donde estaba, en la mesita de luz, eliminando los restos de mi llanto antes de llamar a mi hermano, a los gritos, por segunda vez en el día. Tras pocos segundos lo veo ingresando por la puerta, y me pregunta preocupado si me ha pasado algo. Lo veo con un lápiz en la mano. Yo solo lo miro curiosa por unos instantes. Su mirada insistente espera por una respuesta, y tras aclararme la garganta, le pido que me ayude porque necesito salir de estas cuatro paredes. Que no quiero estar sola, que no quiero estar aquí tanto tiempo con una persona que no conozco porque me hace trizas el corazón y no me gusta estar tan triste. Veo otro destello de preocupación atravesar sus ojos, aunque intento convencerme de que he visto mal.
—En definitiva… —comienza, con voz ronca, y aclara su garganta antes de seguir—, a mí tampoco me conoces…
Trago saliva.
—Sí, pero sé que puedo confiar en ti… En cambio, no sé qué se supone que debo pensar de Kathleen… me siento muy perdida. Sus zapatos son muy grandes para mis pies tan pequeños, ¿sabes? Me hacen tropezar, y no quiero dañarme las rodillas.
Analiza por unos segundos lo que intenté hacerle entender, y asiente lentamente con la cabeza antes de acercarse a mí. Me dice que todo estará bien, sonriéndome de lado. Pienso en decirle que esas cosas no me hacen creer que todo vaya a estar bien realmente. A cada cosa nueva que voy encontrando es cuando más termino dudándolo.
Él me ayuda a regresar a la silla. Me pregunta si quiero dar una vuelta, y le digo que lo haré después de almorzar. Veo en el reloj que se encuentra en la pared del comedor que van a dar las cuatro de la tarde, y me corrijo. Digo que después de beber algún té o algo parecido saldré. Él dice que debería comer algo más porque ya se hará la hora de mis medicamentos, otra vez. No le contradigo, y me deja al lado de la silla que él estaba ocupando antes de que se vaya a la cocina. Veo que hay libros sobre la mesa, y me inclino para mirar. Estaba haciendo tareas de matemáticas cuando lo llamé.
Regresa minutos después con porciones de pizza que aparentemente han quedado de ayer junto con un vaso de agua. Deja el tarrito con las pastillas de hoy a un lado, y hago una mueca. Vuelve a sentarse, y suelta un suspiro antes de enfocarse en la consigna del libro una vez más.
—¿Por qué haces tarea? —inquiero, mirando cómo resuelve y escribe sobre el papel cada paso y respuesta. Sin mirarme, revolviendo su pelo, dice:
—Pues, tengo examen pronto.
Por un momento creí que mi hermano no fuese de las personas que cumplen con las tareas, pero me lo guardo solo para mí misma.
Recuerdo lo que me ha dicho mamá: que no puedo ir al instituto en mis condiciones y esas cosas. Yo le insistí, una vez tras otra, diciéndole que ir me ayudará mucho y que además es un poco exasperante ver las mismas tres caras todos los días a pesar de que sean mi familia y los aprecie mucho. Me contestó que teme que no vaya a cuidarme allí, dadas todas las restricciones que me ha dado el médico. Yo pienso que es estúpido no poder ir a clases. Distraerme y cambiar un tanto de aires me parece mucho más positivo y productivo que estar todo el día en mi casa esperando que llegue la hora en la que deba tomar todos mis medicamentos.
—Debería ir al instituto como tú —suelto, dirigiéndome a Keane—. ¿No crees?
Chasquea la lengua, saliendo de su ensoñación de números. Bueno, de números y letras. Mejor dicho… de más letras que números.
—Estaría bien si pudieras —es lo que dice, y mi rostro dibuja una sonrisa—. Pero lo cierto es que no estoy seguro que sea algo que puedas hacer, K.
—¿Cómo que no? —pregunto, indignada—. Yo quiero hacerlo. Es nuestro último año, ¿verdad? Mamá G me dijo que tengo dieciocho años, pero no quiso responder más de eso.
—Tal vez pronto, hermana…
Es todo lo que dice antes de sumergirse una vez más en su tarea. Yo como lo que me ha traído, tomando largos sorbos de agua, y una vez que acabo me tomo una a una todas y cada una de las pastillas. La última, que es la más intimidante, me ha raspado la garganta y bebo lo que resta del agua a continuación.
Veo que desordena su cabello cuando se traba con algún ejercicio, y me inclino sobre su hombro para ver qué está intentando resolver. Sigo paso a paso todo lo que ha hecho, y frunzo el ceño.
—La raíz de dos está dividiendo, Keane.
Nota que aquél es el error que le ha estado complicando las cosas, y me lo agradece por recordárselo mientras borra. Sin embargo, se detiene en seco y voltea de inmediato hacia mí tomándome por sorpresa.
—¿Cómo sabes eso? —Lo miro confundida—. Cómo sabes que la raíz de dos está dividiendo —especifica, un poco mejor.
Eso es sencillo.
—Porque lo leí en el enunciado, claro.
—¿Y cómo supiste que lo estaba haciendo mal?
—Porque la estabas omitiendo. Así te traba el ejercicio y no puedes hacer nada.
—¿Y cómo sabes que eso me lo traba?
Me quejo.
—Joder, Keane.
—¿Qué? Sólo… ¿recuerdas matemáticas, acaso?
Me encojo de hombros.
—Sí, ¿por qué?
Se lo ve un poco confundido durante unos minutos, aunque no digo nada al respecto. Cierra el libro una vez que acaba, y lo guarda en la mochila que tiene a su lado junto con el lápiz y el borrador que estaba utilizando. Me pregunta si quiere que salgamos ahora, y yo le digo que sí ignorando lo que acaba de pasar y su notable confusión.
Le avisa a mamá G que no estaremos por un rato, que me cuidará y me cuidaré y no debe preocuparse. Ella nos da algo de dinero, por si acaso. No creo que lo necesitemos pero lo aceptamos de todos modos.
—¿Quieres ir a algún lugar en particular? —pregunta, comenzando a caminar muy lentamente mientras lleva mi silla. Miro a mi alrededor y no parece que ayer haya llovido tanto, el calor del sol ha secado todo demasiado rápido.
—No lo sé, ¿conoces algún lugar al que me guste ir? Ayer hemos ido con Gia a un parque. Tenía flores que me gustaban me dijo, pero no visitamos hacia aquella parte porque fuimos a por un helado y luego llovió.
—Podemos ir allí si quieres… —ofrece, y yo niego con la cabeza desde mi lugar.
—Me gustaría conocer algo que no recuerde nada de nada, o esas cosas. ¿Se te ocurre algo?
Dice que cree tener una idea aunque no está del todo seguro, y yo le digo que me lleve hacia donde sea que tenga en mente. Vamos despacio, yo recorro mi mirada por cada sitio por el que pasamos deseando que algo me suene familiar o cruzarnos con personas que podría reconocer. Sin embargo, nada de ello pasa y en cierto modo podría agradecerlo. Me ayuda a prestarle más atención a las cosas independientemente de los recuerdos que se han escapado de casa.
Mientras más recorremos más me convenzo de que estamos en primavera. Para estar cien por ciento segura, se lo pregunto y él me dice que estoy en lo correcto. Por un momento me siento orgullosa de mi descubrimiento, aunque no es nada del otro mundo.
Pienso en la fecha, dada su respuesta. Si es primavera, estamos en abril, mayo o junio. Es muy poco probable que sea marzo, en ese caso apenas estaría comenzando la estación y no luce como si así fuese.
Me avisa que estamos por llegar. Me emociono, mirando hacia el frente en todo momento. A la distancia, de a poco, veo que se extiende un gran edificio de color blanco. Veo sus puertas dobles y fuerzo mi vista para poder ver algo más a pesar de los metros que distan entre aquí y allá. Una vez que sus pasos se detienen y con ello mi silla de ruedas, alzo la cabeza para poder ver todo el edificio. Miro las escaleras, la pequeña rampa e inclino la cabeza. Mi mirada se posa en las puertas una vez más, y unos metros más arriba, allí lo veo.
ESCUELA SECUNDARIA DE BILLINGHAM
Repaso cada letra en mi cabeza, muevo los labios a punto de pronunciar las palabras pero no lo hago. Miro, por doquier, aunque no me dice nada que no conozca ya. Recorro las ventanas, y se ve movimiento dentro. El parque que se extiende a ambos lados se encuentra desierto, y me pregunto cuándo ha sido la última vez que he venido aquí sin saber que no podría regresar tan fácilmente debido a un accidente donde me caí desde veinticinco metros de altura y no me he matado por poco.
Intento mirar a mi hermano, pero no puedo voltearme en la silla. Sin lograr mirar su rostro, le pregunto, en voz baja:
—Es aquí, ¿cierto? Venimos aquí.
Él murmura que sí. Pienso por un momento que tal vez me haya traído muy en contra de su voluntad. Ir a un lugar donde tanto frecuentabas ir claro que podría llegar a levantar mucho polvo mientras despiertan unos tantos recuerdos, pero no es mi caso. Es como si estuviera en este lugar por primera vez.
Le pido ir hacia otro lugar. Tal vez estando dentro sí pueda volver algo a mi mente, pero dudo mucho que podamos ingresar. Él me lleva por el mismo camino en el que hemos venido.
—¿Aquí saben de mi accidente? —inquiero tras cinco minutos, rompiendo el silencio—. En la escuela, me refiero. ¿Lo saben?
—Claro que lo saben, K. Aquí trabaja mamá también… Varios profesores me han dicho que esperan que regreses pronto.
Pienso en sus palabras y me propongo insistirle a mi madre, una vez más, que me deje regresar. Mamá Gillian estará aquí también así que no tendrán nada de qué preocuparse. Keane también lo estará, aunque esté de más decir. Y Gia. Estaré protegida.
Tras quince minutos me doy cuenta que nos estamos dirigiendo al parque. Veo puntos de colores a unos metros, y noto que son aquellas flores que le he mencionado un rato antes. Sonrío a pesar de que no puede verme, y una vez que llegamos nos posiciona a la sombra de un árbol. Él se sienta en el césped, y se levanta de inmediato diciendo que aún sigue mojado. Yo me río, viendo su pantalón húmedo en la parte trasera.
—Gracias —le digo, después de que fuéramos cerca de un tronquito para que lo usara para sentarse. Está a mi lado, y tenemos flores de muchos colores al frente nuestro. Las observo, pensando que son muy lindas y que espero que no aparezca alguien egoísta que decida arrancarlas y quitarles todo su esplendor, con tal de llevárselas. No es bonito arrancar y ver marchitar después, ¿no crees?
—¿Por qué?
Inhalo profundamente, y por unos instantes siento que nada desea presionarme el pecho para robar mi respiración. Agradezco estar aunque sea unos minutos sumergida en esta tranquilidad.
—Por sacarme de casa —alego, y lo miro de reojo. Sonríe apenas.
—No hay de qué, hermana. Mientras sea algo que te haga sentir mejor, intentaré hacerlo por ti…
¿A que tengo al mejor hermano que pueda llegar a existir?
—¿Yo puedo hacer algo por ti, Keane?
Me mira confundido por unos momentos, tras alzar la mirada de sus zapatos.
—¿Algo por mí? ¿Por qué tendrías que hacer algo?
Me encojo de hombros.
—Simplemente porque quiero. ¿Acaso tú no haces todo esto por mí porque quieres hacerlo?
Durante los siguientes segundos no le escucho emitir palabra alguna. No sabría decirte si por dudar de la respuesta o estar buscando las palabras indicadas para no tocar ningún punto que no debería.
—Pues… —comienza, tras un rato donde lo esperé un tanto impaciente—. Creo que es lo mínimo que puedo hacer por ti, K… Y te quiero, ¿si? No quiero que lo olvides. Con recuerdos o sin ellos, Kathleen. Ten en cuenta siempre que te quiero.
Me topo con sus palabras sin preparación alguna. Me pregunto si intenta decir algo más con ello que no logro interpretar del todo, pero me limito a simplemente sonreírle y decirle que dudo olvidarlo otra vez, por lo que no debería preocuparse al respecto. “No me volveré a caer de otro edificio como para olvidarlo, ¿sabes?”, agrego después, aunque no lo encuentra divertido y me mira con sus ojos tristes. Muerdo mi lengua por un momento, y rodeo sus hombros con mi brazo derecho. Lo acerco un poco a mí, y por un momento creo que está por largarse a llorar porque sus labios tiemblan. Le pido perdón por lo que he dicho, y responde que ese no es el problema. Termina por tragarse las lágrimas, brindándome una sonrisa que sé que no es tan sincera como me hubiese gustado.
—Sea por lo que sea… —le digo, frotando su espalda—, sea cual sea el problema… Todo va a estar bien. Es lo que tú me has dicho a mí, ¿cierto? ¿Quieres hablarlo? Tú ya me has visto llorar y ahogarme con mis propias lágrimas, Keane.
—Estoy bien, no es nada —indica, y me toma de la cara. Aprieta mis mejillas, logrando que lo apartase pegándole juguetonamente. Se ríe—. Gracias por preocuparte, K.
—De nada, bobo —comento, posicionándome más derecha en mi silla puesto que están comenzando a dolerme los hombros y la espalda. Recuerdo algo, que no se relaciona para nada con el asunto, y se lo pregunto. Necesito que alguien me haga masajes si no quiero morir hecha nudos.
Pienso que es un salvaje, porque me hace doler mis músculos mucho más de lo que estaba esperándome tomándome desprevenida. Me quejo un poco, pero dice que no me ha hecho nada y que hago escándalo por todo. Va en chiste pero termino dando un manotazo hacia atrás esperando golpearle, pero no lo logro y él se ríe de mí. Me alegra un poco ver su cambio de humor tan de repente.
—¿Tu hermana escandalosa puede preguntarte algo más?
—Claro que mi hermana escandalosa puede —dice, mientras aprieta sus pulgares contra la base de mi cuello. Echo la cabeza hacia atrás un poco—. Pero eso no significa que yo le pueda responder cada pregunta que llegue a pasar por su cabecita, y lo sabes.
Dudo mucho que no vaya a responder, es algo en lo que estuve pensando mucho desde que lo he recordado y mamá no ha querido decírmelo nunca. No sé qué tiene de malo.
Aunque… tal vez necesite disfrazar la pregunta para que no lo note y antes de procesarla ya me lo haya respondido. Deséame suerte.
—Pues, ¿cuándo es tu cumpleaños? No te haré una fiesta sorpresa, te aviso, no te ilusiones.
Escucho sus carcajadas detrás de mí.
—El 27 de marzo, K.
Gracias, Keane. Gracias. No entiendo por qué tanto misterio para sólo saber eso. Le sonrío a las flores, y él continúa con sus masajes. Sus manos dejan de moverse y quedan sobre mis hombros cuando le pregunto entonces qué día se supone que es hoy.
—Ya sé lo que intentas hacer…
Suelta un suspiro, y sigue con su tarea. No obstante, a pesar de saberlo todo, le digo que no tengo ningún otro motivo detrás; simplemente quiero saber en qué día del bendito año ando viviendo porque es algo más que termina exasperando al fin y al cabo. Eso me hace sentir más perdida de lo que de por sí ya estoy, a pesar de que busque y busque el camino de vuelta.
Y él, sobre el sonido de los autos que provocan al deslizar sus neumáticos por la acera, me dice:
—Eres terca, ¿lo ves? Siempre has sido un poco cabezota respecto a todo, de todas formas… Quiero cuidarte, y no sé por qué, siento que si te lo digo será para problemas. Sólo… no le digas nada a mamá Gillian, y menos a mamá Bryoni, ¿si? Por favor… Probablemente si lo mencionas, alguna de las dos se eche a llorar. Y no lo digo en broma.
No entiendo cómo un simple número pueda llegar a hacerlas llorar, pero le prometo que no diré nada de nada.
—Es viernes.
Gruño intentando golpearle otra vez pero se aparta antes de que fuese capaz de tocarlo. Vuelve a sentarse en el tronquito, tras reírse un poquito.
—Hoy es 20 de mayo, Kathleen. Tienes dieciocho hace menos de un mes, no es el fin del mundo. Sé que lo preguntabas por eso…
Sí debo admitir que era unas de mis preocupaciones porque tener 18 implicaba que esté acabando el año escolar y me preocupa un poco la idea de perder un año por el estúpido accidente. No obstante, hablando del accidente, comienzo a hacer algunas cuentas mentalmente. Catorce días en coma, seis días hasta que pude salir del hospital, desde el dieciséis he podido estar en mi casa… Uno, dos…
Termino frunciendo el ceño una vez que acabo, y pienso que he hecho mal las sumas y restas.
—Keane… —lo llamo, volteando el rostro hacia su dirección. Sus ojos me lo preguntan, y yo le contesto con una pregunta más sin poder comprenderlo realmente—. ¿Tuve el accidente el día de nuestro cumpleaños…?
Su falta de respuesta es la encargada de decírmelo todo. Lo observo, y esquiva mi mirada. Espero a que diga algo aunque sea para sacarme aquella idea de la cabeza, pero jamás ocurre; y una extraña sensación de tristeza me invade de repente.
Y tal como leí en un cuaderno de mis escritos horas atrás, «Hay veces que labios cosidos gritan más fuerte que gargantas desgarradas.»
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro