CAPÍTULO 7 🌼
CAPÍTULO 7
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Cuando llegamos a casa, estoy mojada de pies a cabeza y mis dientes no hace más que castañar. Gia se disculpa con mamá Gillian, quien abrió la puerta, y ella le contesta que no debe disculparse (a menos que sepa controlar el clima). Le dicen que se quede cuando se despide para ir a su casa, y Keane la regaña porque está lloviendo fuerte y va a mojarse mucho más, además de que es peligroso. Yo le ofrezco de mi ropa para que pueda cambiarse en lugar de resfriarse mientras mamá Bryoni me dice que debería tomar una ducha caliente. Agrega luego que puede ayudarme y yo presiento que no podré hacerlo sola, pero me niego. Ellas insisten y yo les pido que aunque sea me dejen intentarlo. Les aseguro que les avisaré por cualquier cosa que llegue a ocurrir, y aceptan a regañadientes.
Gia elige mi ropa y mamá G prepara el baño para mí.
Una vez que ingreso con ayuda de mi hermano con la toalla a mi alrededor, me siento en la silla que ha traído mamá para no estar de pie. Él se va y yo me deshago de la toalla, haciéndola un bollo y arrojándola sobre la tapa del inodoro. Me sorprende que haya caído donde esperaba. Lucho con los grifos durante cinco minutos, pero consigo que salga el agua caliente tras tener que regularla un poco para no quemarme viva. Cierro los ojos bajo el agua y a mis músculos tensos les parece el regalo más agradable del mundo. Intento que no se mojen mis yesos cuando me enjabono y uso la esponja, y mi espalda se queja cuando me agacho un poco para llegar a mis piernas.
Tras enjabonar mi pecho, noto que tengo un tatuaje bajo la clavícula. No lo puedo ver bien desde esta posición, así que pediré que me lo lean luego.
Lavo mi cabello, luchando con tan solo una mano, y me detengo cuando entra jabón en mis ojos. Trago un poco de espuma también. Enjuago mi mano antes de frotarme los ojos, y quejándome en voz alta porque me arden demasiado y soy una tonta, me detengo en seco al escuchar una voz retumbar en mi cabeza.
—Oye, estás tirándome del cabello… —Escucho aquella voz masculina retumbar en mi mente, un tanto adormilada, y creo que estaba quejándose hasta que suelta una risa ronca—. Ten cuidado, bebé. Estoy ebrio, pero puedo sentir aún…
—Oh, lo siento —me oigo murmurar, viendo cómo lavaba su pelo. La sensación de haberlo sentido todo pegoteado momentos atrás de esa situación me invade por completo—. Es que no se va el olor…
Él había cerrado los ojos con más fuerza y con ello su frente se frunció, mientras una gota de agua caliente cayó por ella. Mis uñas rascaron su cuero cabelludo y con un jarrito le tiraba agua en la cabeza para enjuagarlo, intentando que no le entre aquello en los ojos. Desde afuera veo sus facciones, la cicatriz de su mejilla y el corte que tenía en las comisuras de sus labios, aquella que había desinfectado momentos atrás. Lo veo sereno y tranquilo y la Kathleen del recuerdo sonrió, aunque él no haya sido capaz de verme. Me acerqué, para asegurarme que el olor a alcohol había salido por completo, y cuando me di cuenta que lo he conseguido me aparté. Me doy cuenta que movió los dedos de sus pies, que sobresalían del agua con la que he llenado la bañera antes de que termine por desmayarse y consideré que debían dolerle por los zapatos que ha tenido que usar por obligación de su madre. Le quedaban chicos y no había tiempo de conseguir otros.
—¿Sabes? —preguntó, haciendo que desviara la mirada hacia su rostro. Movió sus labios apenas, a causa de la herida—. No estoy tan borracho como crees.
Por un momento creí que estaba a punto de dormirse, y continuó arrastrando las palabras:
—Yo estoy de maravillas… solo el muro se coló en mi camino, choqué a alguien cuando caí y dejó caer su vaso sobre mí.
La última parte fue apenas entendible.
—Eso no fue lo que me dijeron cuando me llamaron para que te fuera a rescatar.
Bufó tras decir que soy su heroína, y momentos más tarde descubro que ha terminado por dormirse en la bañera, y por más que lo intenté, no lo pude despertar para que se vista y se fuera a la cama.
La imagen se esfuma de mi cabeza, y abro los ojos pero la luz es demasiado fuerte y tengo que parpadear para acostumbrarme y soporto el ardor de ellos mordiéndome la lengua. Siento mis manos temblar ante el recuerdo y por momentos no sé qué se supone que debo pensar al respecto.
Segundo más tarde mi cabeza me traiciona una vez más.
Entonces veo que todo me da vueltas, no sé coordinar mis pasos, y nada está firme. Creo ver cosas que se nublan frente a mí y mis piernas se sienten flojas. Siento que camino sobre agua y me patino, golpeándome el hombro contra algo que no soy capaz de distinguir. Como puedo, me arrodillo y empiezo a gatear, hasta que algo se clava en mi rodilla y termino arrastrándome por el sucio suelo. Encuentro algo con lo que me ayudo a levantarme, y distingo las escaleras hacia su habitación a lo lejos. Avanzo, llevándome por delante cosas que nadie sabe qué hacen allí interfiriendo con el paso, y alzo un pie para subirme al escalón. Veo tres escalones en el mismo lugar, y le erro cuando intento pisar. Lo intento de nuevo, aunque más arriba, y me golpeo contra la madera. Me tomo de la baranda cuando encuentro el primer escalón y comienzo a subir, tanteando un poco antes de dar el envión. Al cabo de unos segundos no logro distinguir nada, y pienso en retroceder creyendo que el resto de la escalera ha desaparecido. No obstante, termino pisando mal y siento mi cuerpo caer al piso, aunque de manera apenas perceptible. Lo único que me duele es la vista ante mi visión doble, y triple cada tanto.
Llaman a la puerta preguntándome si estoy bien. Estoy demasiado perdida en mi cabeza como para pedirle a mi boca que se abra y suelte una simple respuesta. Miro para todos lados, desesperada, hasta que creo que logro no llamar al descontrol. Sin embargo, cuando intento ignorar el temblor de mis manos y mis uñas partidas, enfocándome en un punto fijo de la pared, acabo sobresaltándome, sintiendo cómo mi corazón comienza golpear contra mi pecho como nunca antes lo ha hecho al oír esas voces una vez más, retumbando por todas partes.
—Joder, Kathleen, ¡déjame en paz!
—Dios, ¡no sabes cuánto te detesto! ¡Te odio! ¿Me escuchas? ¡Te odio!
Distingo una risa de repente.
—¿Que me odias? Eso es lo que quisieras. Has dicho que soy lo que más quieres en el mundo, estúpida. ¿O acaso lo olvidaste tan rápido?
—¿Acaso soy yo la que olvida rápido? Porque tengo entendido que ese eres tú, ¡idiota!
Escucho mi acelerada respiración. Siento mi pecho subir y bajar con velocidad bajo la palma de mi mano, y me asusto cuando escucho gritos cerca. Me resbalo de la silla, y caigo sobre el agua salpicando un poco. Me zumban los oídos y no puedo concentrarme en el dolor. Sé que me llaman otra vez, aunque se pierden las palabras con el aire y chocan contra la puerta de madera y no entiendo qué me intentan decir. Abro y cierro la boca un par de veces, pero no sale mi voz. Golpean la puerta de manera insistente y quiero responder que estoy bien pero las letras se entierran en mi garganta, no queriendo ser pronunciadas. No queriendo enfrentarse al exterior.
Si tan solo supieran que de lo único que deben escaparse es de mi interior…
—¡Kathleen! Joder, hermana, ¡¿estás bien?!
Escucho a la distancia la voz de Keane. Aturdida sacudo la cabeza, me ferro a la silla para poder levantarme sola. Me lleva un tiempo conseguirlo, con los ojos cerrados fuertemente y el agua caliente mojándome la espalda. Aclaro mi garganta, con la mirada perdida en algún lugar del cuarto de baño. Siento las gotas volviéndose frías sobre mí y con el aliento que logro recuperar, le contesto.
—Estoy bien, Keane.
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