CAPÍTULO 6 🌻
CAPÍTULO 6
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Mi hermano Keane me extiende una a una las pastillas que debo tomarme. Una vez que logro tragar alguna con el agua le pregunto que para qué es, y me contesta sobre la mitad de ellas. Me dice que no sabe sobre todas pero que de todos modos no pregunte como si estuviese permitiendo que me diera cualquier cosa y yo desconfiara al respecto. Le contesto que no lo hago, sólo que quiero saber lo que consumo y la razón por la que no me dejan beber ni una gota de café.
Una de las pastillas me termina dando sueño al cabo de unos minutos, y él me encuentra cabeceando en el sofá. Cuando le pido que por favor se quede conmigo porque con él me siento un poquito más segura, escucho que llaman a la puerta y mis ojos adormilados se dirigen hacia allí. Keane se pone de pie para abrir, y una vez que lo hace mi mirada se posa en la chica que está allí de pie. Se miran unos segundos y luego se saludan como si fuesen amigos de toda la vida, para después él hacerse a un lado y dejarla ingresar. La mirada de la chica se posa en mí, y su rostro lleno de pecas me luce familiar aunque por más que lo intente, no logro recordar quién es. Avanza hacia mí, cautelosa, ante mi entrecejo fruncido y tras que la contemple tanto. Es muy alta, más que mi hermano y lo más probable es que sea mucho más alta que yo también.
—Hola, Kathleen…
Su voz me suena familiar también.
—Oh, hola —respondo, ladeando la cabeza mientras sigo observándola procurando que de aquella manera venga su nombre a mi cabeza pero es en vano.
Intercambia miradas con mi hermano por un momento, y una vez que sus ojos recaen en mí una vez más, pregunta:
—No me recuerdas, ¿verdad?
Suelto un suspiro. ¿Acaso la gente no nota lo frustrante que es para una persona que ha perdido la memoria que inquieran sobre esas cosas? ¿No saben lo tanto que desespera tener que responder “No, no recuerdo”?
Mi falta de respuestas se lo dice todo. Veo que una sonrisa triste se forma en sus labios, y se acerca un poco más tomando siento en el sillón y mi gemelo hace lo mismo. Ella está a mi derecha, mientras que Keane se sentó en el brazo del sofá a mi izquierda.
—Mi nombre es Gia —dice, y noto que juega con sus dedos—. Soy… bueno… antes del accidente habrías dicho que soy tu mejor amiga.
Volteo hacia Keane, sorprendida, y él me enseña una pequeña sonrisa asintiendo con la cabeza. No obstante, antes de que pudiese decir algo siquiera, me frena diciéndome:
—Que ella sea quien sea no significa que tengas que usarla para recordar. ¿Lo sabes, K?
Yo le digo que no tiene que preocuparse con eso porque voy a portarme bien. No me cree del todo, pero le sonrío para sonar un poco más convincente al menos. Por hoy, creo que no quiero recordar nada más. Mañana será otro día.
Regreso a Gia. Mis ojos recaen en los suyos, color verde, y le sonrío a ella también. A diferencia mía su cabello es lacio, con ni un solo rizo, y es muy largo. Me pregunto cómo hace para que no le pese tanto y que luzca tan bonito.
Me cuenta que no ha podido ir al hospital porque hablando con Keane llegaron a la misma conclusión, que sería lo mejor para mí y esas cosas. Todos creen saber lo que sería mejor para mí. También me pregunta cómo estoy físicamente y le respondo que la verdad rara vez no me duele nada, y hace una mueca mientras estoy describiéndole mis incontables dolores y la cantidad de medicamentos que debo tomar cada día y cada unas cuantas horas. No me olvido de mencionar que mis huesos se cansan al estar la mayor parte del tiempo en una silla en la que no me puedo mover por mis propios medios y que dormir cómoda es algo prácticamente imposible para mí. Digo que mi casa es linda y me gusta pero que me cansa al mismo tiempo, porque no puedo hacer nada interesante en ella por culpa de mis huesos rotos. Ella me ofrece salir un rato, porque estar tanto tiempo encerrada me volverá loca. Yo pienso que ya estoy volviéndome loca, pero no se lo digo.
Keane dice que podría acompañarnos si queremos pero agrega que cree que sería bueno dejarnos ese rato a solas para hablar sin él interfiriendo; pero me hace prometer que no le preguntaré cosas muy grandes que puedan llegar a provocarme dolores de cabeza y le dice a ella que si le pregunto algo que tema por responder, no lo haga. Gia le asegura que cumplirá porque mi cabeza necesita un descanso, al mismo tiempo. Yo también opino que mi cabeza necesita un pequeño descanso.
Me sorprende haberme recuperado pronto después de lo que ocurrió hace un rato, aunque intento no pensar demasiado sobre ello porque tengo el presentimiento de que si lo hago no podré dejar de llorar. Suficientes lágrimas he derramado ya, voy a terminar deshidratándome si sigo de esa manera.
Tras abandonar la casa, ella cuelga su bolso en su hombro y guía lentamente mi silla de ruedas en dirección al parque. A medio camino, como si se arrepintiera, da la vuelta y vamos en la dirección contraria. Yo frunzo el ceño, en el medio de lo que le estoy contando, y me adelanto a que me diga algo al respecto:
—¿Qué haces? ¿Estamos volviendo a casa? Sé que mi madre dijo que teníamos que regresar antes de que anochezca, pero me parece que aún falta un par de horas…
Se demora unos segundos en responder.
—Oh, no —dice—. Es sólo que me di cuenta que estábamos yendo al parque donde te han robado una vez… No creo que sea buena idea regresar allí.
Pienso unos segundos en esa situación y me recorre un escalofrío y ganas de correr pero recuerdo que mis piernas no pueden hacerlo aún.
—Qué bueno que te has dado cuenta —le digo, mirando mis manos hechas puños pensando en si tendré la fuerza suficiente para golpearle a alguien si se acerca—. Tal vez al verlo todo lo recuerde y dudo que sea algo que me apetezca recordar, sabes…
—Exacto, por eso mismo. Quédate tranquila porque no pasará nada, ¿si?
Le creo un poco.
Una vez que llegamos a un parque distinto vamos hacia la sombra, y me enfrenta a un banco de madera para sentarse allí y poder mirarnos a la cara. Yo miro a mi alrededor y agradezco estar rodeada de árboles y no de paredes todo el tiempo. Es lindo estar aquí, dudo mucho poder asfixiarme una vez más. Las copas de los árboles no son muy altas y corre un poco de brisa. A la distancia veo que un par de niños están jugando, y sonrío. Me pregunto cuándo ha sido la última vez que vine en esta dirección.
Aunque sea todo verde, logro reconocer ciertas cosas y eso me hace sonreír una vez más. Ella, atenta a mi expresión, me pregunta:
—¿Qué ocurre?
Deja un mechón de pelo detrás de su oreja, y cuando intento hacer lo mismo mis rizos se escapan haciendo lo que ellos quieren.
—He jugado al fútbol con Keane aquí un par de veces.
Mi confesión la toma por sorpresa.
—¿De verdad? ¡Eso es genial!
Asiento con mi cabeza, aún mirando a mi alrededor.
—Sí, lo he recordado ayer. Reconocí el lugar… Y también… —Entrecierro los ojos, mirando hacia mi izquierda, y se recompone delante de mí aquella fotografía echa pedazos. Los charcos se dibujan en el suelo, los árboles lucen caídos de repente y un cielo cargado de nubes grises hace su aparición. Recuerdo la foto y la frase que la acompañaba, y froto mi cabeza. Es aquí—. El día que me dieron el alta en el hospital encontré una foto de este parque en mi cajón… —musito, mirando hacia el otro lado ahora—. Estaba rota. ¿Sabes si este lugar significa algo para mí, o esas cosas?
Se la ve pensativa por unos momentos, no sabría decir si intentando encontrar una respuesta o buscando una forma de disfrazarla, y tras unos segundos, lo que dice es lo siguiente:
—Has venido aquí conmigo un par de veces… decías que te daba un poco de tranquilidad ver colores tan vivos aquí. A unos metros hay flores, y amabas ir allí. Siempre me has pedido que les tomara fotos, o que te tomara fotos a ti junto a ellas. Pero nada más… ¿Qué foto es la que encontraste…? ¿Podrías describírmela?
Pienso en su respuesta y considero que tiene un poco de sentido lo que acaba de decir.
Luego, le hablo sobre la foto sin omitir nada de nada. Tras el accidente siento que me he vuelto muy observadora y me quedan todos los detalles muy fácilmente. Si quiero juntar las piezas, necesito una buena memoria con lo que voy recolectando en el camino.
Ella asiente despacio con la cabeza mientras me escucha, como si supiera de qué foto estoy hablándole. Me cuenta que la ha tomado ella y que le pedí que la imprimiese y me la dé, mientras que las otras aún las tiene ella porque no ha tenido oportunidad de entregármelas. Quería dármelas todas juntas, y eran demasiadas. Le pido que, por favor, me las lleve a mi casa en cuanto pueda si cree que verlas no supone un problema. Dice que no lo es, y me sonríe, aunque yo permanezco un tanto pensativa luego de eso. Ella me pregunta, una vez más, si ocurre algo. Parpadeo intentando salir de la ensoñación.
—Sólo… —comienzo, y me aclaro la garganta—. ¿Por qué estaba rota? La fotografía, me refiero… Yo la sentí muy triste así que tal vez esa sea la razón, ¿verdad? Eres buena tomando fotos.
Me sonríe, diciendo que de todos modos no cree que sus fotos sean la gran cosa aunque noto que aquellas cuatro palabras le han dado un brillo diferente a sus ojos. Es un verde tan intenso, que cuesta apartar la mirada sin arrepentirte de hacerlo después.
Tras dejar un mechón detrás de su oreja una vez más, dice que tal vez la foto no me gustaba o estaba molesta por alguna razón. Yo le cuento sobre la frase escrita que leí detrás de la imagen, y veo que eso la deja pensando por un largo rato. La noto sorprendida, y traga saliva después de pedirme que se la recite una vez más. Me la sé de memoria de tanto que la leí.
—“Soy lo que quedó de aquellas palabras. Sí, soy el eco de mis gritos. No pretendas mucho de mí, voy a decepcionarte si esperas algo que jamás llegará. Pero si hablamos de decepciones… ¿cómo estás tú, voz de mi silencio?” —repito, palabra por palabra, y froto mis ojos cuando siento que vendrán las lágrimas a por mí—. Es muy extraño, ¿sabes…? Leer cosas que he escrito…
Acomoda su bolso sobre sus muslos, mientras yo permanezco con la cabeza gacha.
—¿Por qué es raro para ti?
Muerdo mi labio inferior por unos momentos, y la miro una vez más.
—Yo me siento extraña. Leerme es como… no lo sé, sólo sé que me duele el corazón cada vez que lo hago. No me topo con cosas muy bonitas, Gia. Todo lo que leo son cosas tristes. ¿Qué tengo que pensar de Kathleen, entonces? ¿Que no tenía cosas buenas que contar? ¿Que sólo estaba acostumbrada a sangrar sobre el papel…? No lo comprendo, y eso me duele mucho también. Estoy desesperada. Y confundida. Y muy perdida.
Siento las lágrimas picarme los ojos otra vez y hago todo lo posible para evitar derramarlas aquí.
Por favor, Kathleen. No llores. Deja de llorar.
—Pues… —empieza a decir, en voz baja, sonriendo apenas de lado aunque con la tristeza subiéndole a los ojos—, solías decirme que lo hacías para ponerle nombre a las cosas… Para ordenar tus ideas, para saber lo que sientes y no dejarlo encerrado dentro de ti. Lo necesitabas para no ahogarte con las palabras no dichas… —Me contempla esperando por una expresión de mi parte, y sólo aparto la mirada hacia unos árboles que se ven a la distancia porque siento que si miro aquellos ojos encendidos van a consumir todo mi esfuerzo por no romperme otra vez—. Me enseñabas lo que escribías sólo si era parte de alguna novela. Eso sí tenía cosas felices, Kathleen. Y eran cosas realmente muy lindas. Yo adoro leerte a ti, y no sólo por ser mi mejor amiga.
Pero es en vano, y rompo a llorar una vez que suelta la última palabra.
—A mí no me gusta leerme… —musito, entre jadeos, temiendo quedarme sin aire una vez más. Veo sus inquietantes ojos preocuparse poco a poco—. No me gusta ver sólo fragmentos de mí donde parece que me estoy haciendo pedazos. No me gusta leerme y no saber qué me motivó a escribir aquello alguna vez. No me gusta leerme, pero a pesar de eso no poder saber la historia completa de todos modos. Sólo me despierta más dudas. Y me aprisiona y quiero descubrir la verdad, quiero saber qué tantas cosas pasan, pero no de esta manera… —Mi voz se quiebra, y por primera vez, me permito llorar de verdad. Cubro mi rostro como mi yeso molesto me lo permite y siento brazos que me rodean momentos después. Acaricia mis hombros, y la siento temblar a mi lado. Mi rostro se baña en lágrimas y sólo quiero pedir perdón. A mamá, a Keane, a Gia… a Kathleen. Perdón por permitir que todo esto pasara. Por no saber controlarlo. Por mi desesperación. Por la asfixiante situación, por mis huecos, por el vacío que rellena mis espacios y me grita que nada es suficiente. Que nada es suficiente y que no parece querer serlo nunca.
—Creo que lo que menos quieres es que te pida que no llores… —musita, cuando siento que no me puedo detener—. Y no lo haré. Sólo… que estaré aquí para ti si eso es lo que quieres. No necesitas pasar por todo esto tú sola, ¿si? No voy a poder comprenderlo, pero me han dicho que es muy frustrante para ti. Kathleen está acostumbrada a tener las cosas claras… Ante tantas cosas inciertas y preguntas sin respuesta, creo yo que es entendible que te sientas como te estás sintiendo ahora, Leen…
Lloro hasta que no puedo permitirme derramar una lágrima más. Está bien permitirnos llorar cada tanto, pero temo por mí al verme llorar tanto en tan poco tiempo. He despertado hace menos de una semana y he estado a punto de inundar mi habitación en esos días, no creo que eso sea demasiado bueno para mí.
Seco las lágrimas como puedo y ella al apartarse rebusca algo en su bolso y me lo extiende. Es un pañuelo. Yo lo tomo, y una vez que logro recomponerme, le dedico una sonrisa asegurándole que me siento un poco mejor.
—¿Sabes qué, Leen? —Atenta aguardo a que continúe, pensando mientras tanto en el apodo sin perderme en mis pensamientos por demasiado tiempo—. ¿Qué tal si empiezas a escribir tú? Para intentar comprenderlo mejor… para comprenderte mejor. Escribir siempre ha sido una salvación para ti, pasara lo que pasara. Te conozco desde hace apenas tres años pero creo que te conozco lo suficiente como para decírtelo con seguridad. Confía en mí, y por lo menos inténtalo.
Asiento con la cabeza, considerando la idea. Tal vez me ayude a evitar inundarme y rebalsar de esta manera mucho menos seguido.
Para procurar olvidar lo que pasó hace unos minutos y poder distraerme más fácilmente me ofrece ir por un helado antes de retomar el camino a casa. La propuesta me alegra un poco, así que me lleva hacia una heladería mientras presto mucha atención para saber cómo regresar algún día. Nos quedamos allí, sentadas alrededor de una mesita hasta que lo acabamos todo y vemos cómo se avecinan nubes negras en el cielo. Comienza siendo sólo una llovizna y me dice que lo mejor será llevarme antes de que comience a llover más fuerte para que no se preocupen en casa ni terminar mojándonos demasiado.
Sin embargo, tenemos más de mil metros por recorrer y nada nos cubre. Yo agradezco que mi silla no sea eléctrica, quién sabe, tal vez bajo todo pronóstico termino electrocutándome de forma bastante dramática y exagerada o se cortan las luces y no podré cargar la batería en casa. De todos modos si eso último pasara en parte sería un alivio, lastima mucho mi espalda y me trae dolores de cuello estar en ella tanto tiempo.
Avanzamos, no tan rápido por los charcos que comienzan a formarse y noto que ella está poniéndose un poco nerviosa. Yo le digo que no pasa nada, así que no tiene por qué preocuparse.
—Además —agrego, sonriente—, me gusta la lluvia. Si pudiera, estoy segura que estaría saltando en los charquitos y rodaría por el suelo. Es divertido, ¿no crees?
Se detiene por un momento, haciéndome fruncir el ceño. Sin poder voltearme, le pregunto:
—Gia, ¿estás bien?
Escucho que carraspea. Tras eso retoma, y veo un relámpago por el rabillo del ojo. Segundos más tarde, se oye un trueno que logra calarme hasta los huesos y quedo con los pelos de punta.
—A ti… —empieza, balbuceando, y continúa—. A ti no te gusta la lluvia…
Enarco una ceja. Eso no es cierto.
—¿Por qué lo dices? —inquiero, y acelera un poco el paso porque las gotas comienzan a caer con mayor intensidad que hace apenas unos minutos.
—Tú me lo contaste —repone, y por un instante creo haber notado que su voz tembló—. Dijiste que te recordaba a cuando lo perdiste todo…
—¿Que yo qué?
Sólo soy capaz de escuchar el viento correr y mover las hojas de los árboles, y por unos momentos presiento que se ha llevado su voz. No obstante, carraspea una vez más.
—Olvídalo. No he dicho nada, ha sido una equivocación…
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