CAPÍTULO 5 🌺
CAPÍTULO 5
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Búscame cuando eso sea lo que quieras.
Búscame cuando no me encuentres en alguien más,
Búscame cuando solo veas las puntas de tus pies,
Búscame cuando los días se hagan eternos,
Búscame cuando las noches se vuelvan tormentosas.
Búscame cuando me extrañes.
Búscame cuando te arrepientas.
Búscame cuando no puedas escapar del laberinto donde nos metimos sin mirar atrás.
Búscame. Vamos, búscame.
Búscame en tus sueños,
por cada rincón de la ciudad,
búscame en personas que te recuerden a mí.
Vamos, he dicho que me busques.
Búscame cuando no puedas esperar.
Búscame cuando te consuma la ansiedad.
Búscame, hasta con los ojos cerrados.
Búscame, sin cesar.
Búscame.
Búscame.
Búscame de una maldita vez,
que no se haga demasiado tarde.
Porque cuando te decidas a hacerlo,
Cuando arrastres tus pies buscando mi sombra,
Cuando grites mi nombre y resuene en la penumbra,
Cuando tus manos deseen palparme desesperadas una vez más…
Ya no me vas a encontrar.
Gruño y tiro de mi pelo. Miro el cuaderno que tengo sobre mis muslos, y tras darle una última leída, lo arrojo contra el ropero. Sé que tiene que significar algo. Sé que no lo escribí sólo porque sí. Nada se escribe solo porque sí, ¿sabes? No poder saber qué demonios hace esto aquí, entre mis cosas, no me ayuda en nada.
Leer cada cosa que me topo me oprime el corazón. Me sacude, aun encerrada en esta silla de ruedas, y no sé qué hacer. No sé qué se supone que tengo que hacer, no entiendo nada, todo está vacío y me murmuran cosas, aunque con desesperación, que no logro comprender. Quiero llorar. Leo, y leo, y leo y quiero llorar, y quiero gritar más fuerte que el eco en mi vacío pero no puedo. No tengo nada. Lo que Kathleen ha escrito me dice todo y nada al mismo tiempo. Y nadie quiere ayudar. ¿Por qué todo lo que me encuentro me hace sentir a punto de colapsar, por alguien que jamás conocí?
Noto que mi pierna derecha se mueve, al compás de los latidos acelerados de mi corazón, y me pone más nerviosa de lo que ya me encuentro. Inconscientemente llevo los dedos a mi boca, mordiéndome las uñas, y por unos instantes me lo imagino a Keane regañándome por estar haciéndolo. Pero no puedo detenerme, y mi cabeza está por estallar, me cuesta respirar y estar en mi habitación me asfixia. Contiene demasiados secretos que no me quiere revelar de otra manera que no sea de a pedacitos, como si pretendiera que eso será lo mejor para mí, aunque no lo es. No lo es y todos creen que saben cómo deben ser las cosas. Todos buscan controlarlo, pero ni siquiera yo tengo el control suficiente.
Tiro de mi pelo una vez más, mordiéndome los labios mientras siento las lágrimas arder en mis ojos. Me hace estremecer la imagen de Kathleen, en mi cabeza, estrellando platos de cerámica contra la pared. Veo sus ojos inyectados en sangre, sus manos temblorosas; aquellas que sujetan las piezas rotas después de hacerlo todo añicos, y noto sus dedos lastimados. La escucho gritar en mi cabeza, con la voz rota, sus gritos raspan mi propia garganta y sus lágrimas son las que corren por mis mejillas. Verla tan desesperada, rota, furiosa; es lo que me rompe el corazón. Llevo mi mano derecha a mi pecho, y me duele. Y, de repente, la escucho gritar una vez más. Me hace saltar en mi lugar y me da miedo. Cierro los ojos, con fuerza, no queriendo ver esa imagen tan desgarradora. Derriba todas mis barreras y se mete debajo de mi piel, haciéndome temblar y temo por mí. Temo por ella.
Veo que sus rodillas colapsan y la hacen caer el suelo, sobre los añicos. La veo llorar, desesperada, esperando que alguien llegue a por ella y se la lleve a un lugar sin tantas cosas rotas que amenazan con hacerla sangrar. Lloro al no poder rescatarla, por no poder hacer nada por ella. Pero el recuerdo, ajeno a mi llanto, me hace estremecer una vez más. Y sus gritos, desgarrados, resuenan en mi cabeza mientras la sostengo con mis manos, creyendo que ha sido suficiente.
«¡Te odio! ¡Te odio, te odio! Sal de aquí de una maldita vez, ¡vete! ¡Vete, por favor! Déjame en paz, idiota. ¡He dicho que te vayas…!»
Se queda sin aliento, la observo arañando su rostro, y le grito que no lo haga. Le grito que se detenga, que todo estará bien, pero no escucho mi voz. Se atoran las palabras en mi garganta, lastimándome habiéndome tomado desprevenida, y no puedo dejar mis manos quietas. No sé que hacer. Todo se mueve bajo mis pies y me ahogo en sollozos y gemidos, pero retumban en mis oídos y se pierden en mi vacío. Sobre mi desesperación la escucho a ella una vez más, en un hilo de voz, allí en el piso con heridas en sus rodillas, y ver su sangre me nubla por completo.
«Por favor… devuélvemela… Devuélvemela, por favor… haz que deje de doler…»
Siento el sabor a su sangre en mi boca, y la lengua me arde. Mi pecho arde. Yo me siento en llamas, quemándome, consumiéndome, y no lo puedo detener. No soy capaz de acabar con mi incendio y pataleo y sujeto mi cabeza y suplico que termine. Grito tanto como mis pulmones me lo permiten y me siento pequeña, me veo pequeña, y eso sólo me da más ganas de llorar.
La puerta se abre y me asusta y me sobresalta y otro grito ahogado se me escapa y siento que no puedo soportarlo más. Apartan las manos de mi pelo, me toman de las mejillas y me dicen algo que no logro entender. Los ojos me arden, mi vista está nublada y no sé de quién de trata. Sólo puedo desearla a ella diciéndome que puedo estar tranquila, porque se encuentra bien. Hasta que me doy cuenta que soy yo, y no sé si realmente se encontraba bien. Y no puedo dejar de llorar, me falta el aliento cuando intento dar bocanadas de aire y siento que alguien está sobre mi pecho, aplastándolo, no dejándome respirar. Intento inhalar, pero no puedo. Me siento débil, y alguien toma de mis manos frías, apretándolas, y las siento calientes contra mi piel. Le pido, en silencio, que no me deje ir. Que no me suelte. Le pido que me deje respirar, que me devuelva mi tranquilidad, que todo deje de doler.
—Kathleen, tranquila. Estoy aquí, no te preocupes. —Enjuga mis lágrimas y echo la cabeza hacia atrás. Parpadeo, numerosas veces, pero no consigo ver nada. Mis manos intentan apretar algo, las hago puños, mis uñas se entierran en mi piel y le pido que calle las voces. Que no soy capaz de soportarlo, no así, aunque mis palabras se vuelven balbuceos y siento mi lengua hormiguear—. Mírame, K. por favor, hermana, mírame. Tranquila, no te dejaré sola. Inhala, muy despacio. Mírame respirar e inténtalo conmigo, vamos…
Creo comprender lo que dice pero me pierdo y dejo de sentir mis piernas. Me hormiguea la cara, y siento que me voy a desvanecer. Intento palpar algo con mis dedos, y toco rizos, siento que son los míos, y siento mi cuero cabelludo doler. Las palmas de mis manos terminan perdiéndose y me toman del rostro, alzándome la cabeza, y me quejo porque duele. Me dicen algo que no comprendo. No comprendo, no comprendo, no logro comprender nada.
Siento frío de repente. Mis dientes castañean, manos frías se posan en mi nuca y un escalofrío me sube por la columna vertebral. Cierro los ojos con fuerza.
—Vamos, cariño. Tú puedes, vamos, respira.
Distingo la voz de mamá. Intento llenar mis pulmones, pero me cuesta. Joder, cuesta demasiado. Me asfixian, me asfixian, sus palabras rotas me asfixian demasiado. Quiero mover mis brazos pero me pesan. Me piden que abra los ojos, pero me siento débil y no puedo. Me dicen que ellos están aquí y que voy a estar bien. Yo quiero creerles, pero no puedo. ¡No puedo, no puedo!
—Inhala y exhala, K. Siempre pudimos, por favor, inténtalo de nuevo. Tranquila…
Siento que son las manos de Keane las que me sostienen, e intento llevar mis manos a las suyas. No puedo, y me siento temblar una vez más.
—Kean…
Su nombre se pierde con el aire cuando intento pronunciarlo. Pierdo las letras, moviendo apenas los labios, e intento convencerme de que estaré bien cuando siento mi mano sobre mi pecho. Siento los acelerados latidos de mi pobre corazón y sujeto la tela de mi camiseta con fuerza. Le pido que se detenga, que duele demasiado, y abro los ojos con mucha dificultad. Lo veo delante de mí, y con lo primero que me encuentro es con su mirada desesperada y a punto de dejarlo derramar todo. Mamá Gillian está de un lado, y mamá Bryoni del otro. Abro mi boca, procurando recuperar el aliento, y me inclino hacia delante de a poco. Mi madre me extiende un vaso con agua, para cuando quiera tomarlo, y siento cómo comienza a calmarse mi corazón mirando sus ojos. Intento imitar el ritmo de su respiración, lo mejor que puedo, y cada vez que inhalo siento un dolor punzante que logra hacer temblar mis manos una vez más. Miro mis dedos, y mis uñas sangran. Me dicen que voy a estar bien, que no tengo que preocuparme por nada. Y esta vez, yo les creo.
Una vez que consigo calmar mi respiración, me echo a llorar una vez más. Mi hermano es el que me estrecha entre sus brazos, apretándome con cuidado contra su pecho. Acaricia mi pelo, diciéndome que lo he hecho bien. Intento abrazarlo también pero me siento sin fuerzas y él lo nota. Repite que todo va a estar bien.
Yo recuerdo la voz susurrante de Kathleen contra mis oídos, aterrada, y cierro los ojos con fuerza. Recuerdo, entonces, lo que leí hace unas horas en uno de sus cuadernos, en letra grande, como si estuviese gritándolo esperando que alguien sea capaz de escucharla como nunca antes. Recuerdo uno a uno los trazos, pidiendo auxilio, y se recomponen en mi cabeza cobrando sentido al fin.
«NO PUEDO SOLA CONTRA ESTO… ESTÁ CAYÉNDOSE TODO SOBRE MÍ. POR FAVOR, QUE ALGUIEN TAPE MIS OÍDOS. POR FAVOR, QUE ALGUIEN CALLE TODO EL RUIDO. POR FAVOR, QUE ALGUIEN ME DEJE A OSCURAS, NO QUIERO VER AQUELLA REALIDAD. POR FAVOR, QUE ALGUIEN MATE LAS VOCES DENTRO DE MÍ.»
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