CAPÍTULO 4 🌹
CAPÍTULO 4
🌷🍁🍂🌹🌺🌻🌼🌾🌵
Los recuerdos se disfrazan de olvido cuando necesitan un descanso de la cruda realidad.
Me detengo, con un nudo en la garganta. Siento que juega con asfixiarme y llevarse las únicas palabras que sé con certeza, y el dolor me aprisiona el pecho sin haberme avisado antes de ello. Miro la pantalla, con dedos temblorosos sobre el cursor, y mis ojos vuelven a recaer en la misma oración.
Los recuerdos se disfrazan de olvido cuando necesitan un descanso de la cruda realidad.
Miro ahora mis manos. Las volteo, miro mis dedos, aquellos mismos que tipearon letra tras letra algún día, y suelto una exhalación cargada de pesar. El libro que he escrito, dijo mamá. Y ambas opinaron que leerlo iba a ayudarme más que cualquier otra cosa. Porque sería yo ayudándome a mí misma. Mis propias palabras, rellenando mis reglones borroneados. Mamá B dijo que cree que hasta me recordaré escribiendo algún que otro capítulo, y puede que tenga razón. Apenas voy por el capítulo uno, y si bien mi mente sigue en las mismas condiciones, lo siento todo. Como si fuese un lector más, ¿sabes? Así, de la misma forma, que me siento espectadora de mi propia vida. Dicen que vernos desde afuera trae sus cosas positivas, al final. Espero que me traiga mis recuerdos y quien soy.
Cierro el archivo, decidiendo que lo mejor será seguir leyendo después. No creo que mi cabeza quiera soportarlo. Ya he tenido que darme unas cuantas pausas, a punto de recordar, al borde, ahí, cerquita, a dos pasos, recordando y olvidándolo al mismo tiempo. Por momentos me dan ganas de darme por vencida, pero luego recuerdo que mi curiosidad lo supera todo y me deshago de la idea.
Dejo la computadora portátil a un lado. Me recompongo de a poco, y alzo la cabeza. Mamá B está en el sofá, tomándose su taza de café antes de ir a trabajar. Yo la observo desde mi lugar, y se la ve perdida en sus pensamientos. Frunce los labios, chasquea la lengua, da un sorbo. Hace tronar sus dedos, uno a uno, y recuerdo que suele hacer eso cuando algo la inquieta demasiado.
Me detengo.
Me quedo quieta, en mi lugar, procesando lo que acaba de pasar por mi cabeza.
Antes que logre darme cuenta de ello, se escapa un grito de mis labios y ella se da la vuelta hacia donde me encuentro abriendo los ojos de par en par. Yo le sonrío, entusiasmada, y le grito, de lo más feliz de la vida, que algún asunto está inquietándola por alguna razón. Ella frunce el ceño, sin comprender por qué me emociono ante semejante cosa, hasta que le digo que lo he descubierto yo solita. Que recordé de repente las tantas veces que mamá G tomó las manos de mi mamá entre las suyas para evitar que truene sus dedos, y esa imagen logra tranquilizarme un poco.
Mamá B me devuelve la sonrisa, cambiando completamente su expresión anterior, y dice que me felicita porque estoy haciéndolo bien. Yo me emociono más de lo que ya lo estaba, y cuando sale mamá G de la cocina junto con mi taza de té, se lo cuento todo al borde de las lágrimas.
Toma asiento a mi lado mientras mi madre toma sus cosas para irse al trabajo. Se despide de ambas, con una sonrisa, diciendo que espera que tengamos un bonito día. Yo le contesto que lo será, tanto como ella. Lo presiento.
Una vez que estamos solas, me ofrece jugar a un juego de mesa como cuando era más pequeña, porque era mi favorito (y además de necesitar crear distracciones necesito llamar a mi memoria procurando que no me cuelguen antes de saludar apenas, aunque eso no lo dijo mamá; lo agrego yo).
Cuando lo trae, veo el tablero desgastado y las fichas viejas y me empiezo a reír sola, ante lo que ella me observa sin comprender, esperando por alguna posible explicación.
—¿Recuerdas cuando no encontrábamos las fichas y tuvimos que usar caramelos? —pregunto, entre risas—. Yo comía las fichas de Keane cuando volteaba para que perdiera.
Mamá se sorprende tanto por lo que digo que se echa para atrás, parpadeando, y yo dejo de reír. La observo, expectante y aguardando por lo que vaya a decir, creyendo que he hecho algo mal.
—Kath, cielo… ¿Recuerdas a Keane?
—¿Keane? —pregunto, en respuesta—. Pues, claro que sí. Él es mi hermano.
Proceso por unos segundos lo que acaba de salir de mi boca, notando que hay algo extraño en ello. Repito palabra por palabra en mi cabeza, y luego en voz bajita, saboreando cada letra, hasta que con una emoción que no sabría cómo describir, exclamo:
—¡Keane!
Recordar a mi hermano gemelo me llena el corazón. No sé cómo, pero de un momento a otro, allí estaba. Sentadito en mi memoria, esperando que lo note y lo llame antes de seguir y pasar de él. Sólo recuerdo su imagen de cuando éramos pequeños, jugando juegos de mesa. También recuerdo yendo al parque para jugar al fútbol, aunque no más de ello. Sin embargo, ¡como si eso fuera poco!
—¿Dónde está él? —pregunto después de unos minutos, tras tomarme todo mi té emocionada como nunca antes lo he estado, y veo cómo le contagio mi felicidad.
—En clases, Kath —responde, dejando un mechón de pelo detrás de su oreja—. Hoy es miércoles.
Alzo una ceja.
—¿Por qué en clases? Si él está yendo, ¿no se supone que yo también debería?
Me mira, como preguntando con la mirada “¿Realmente crees que puedes ir al instituto así?”
Yo pienso que sí. Después de todo… si tengo dieciocho, ¿no es éste mi último año? Además, si tengo dieciocho, ¿no es que está por terminar el año escolar? ¿Ya estoy por graduarme? ¿O perdí algún año?
A pesar de que se lo pregunte, dice que no responderá porque de momento fue suficiente con todo aquello que he podido recordar por mi cuenta. Yo le digo que, si no quiere que siga con mis preguntas, por favor me traiga a mi hermano una vez que terminen sus clases de hoy (no le dije que le preguntaré todo a él en su lugar, claro que no. Sino, Keane no vendrá a casa y necesito verlo). No entiendo por qué no ha estado aquí los últimos días, después de todo…
Ella me promete que lo llamará en horario de receso y le dirá que en lugar de volver a la casa de su amigo, venga a visitar a su hermana favorita. Yo me pregunté entonces si es que tengo más hermanos, pero sé que en voz alta aún no lo puedo cuestionar. Terminarán encerrándome en mi cuarto como si estuviese castigada. Bastante encerrada estoy ya, a mi parecer.
Siete horas más tarde, estoy amenazando a mi gemelo con chocarlo con mi carro si no va a mi habitación en este mismo instante, porque tenemos que hablar muy seriamente. Se lo dije inexpresiva y todo, para entrar en papel. Claro está que me obedece, lo más probable es que haya sonado muy intimidante. Podré usar esto en mi favor, después de todo.
—No me has dado ni tiempo de decirte hola… —refunfuña, una vez que cierro la puerta de una patada porque es más sencillo de esa manera. Le sonrío, pensando que es muy lindo tener un hermano.
—Lo siento —digo, sinceramente—. Era para que mamá no te tomara para ella y te hablara tanto como para no dejarme a mí conversar contigo. Me conoce, sabe qué iba a hacer.
Se dirige hacia mi cama deshecha para sentarse sobre el colchón, y ladeando la cabeza levemente me mira muy fijamente. Yo le sonrío una vez más, no comprendiendo por qué me mira de aquella manera. No obstante, aprovecho que no dice nada para contemplarlo también. Tiene el cabello rizado, como yo, y se lo aparta de la frente con ayuda de sus dedos. Me acerco con mi silla, de a poco, para observarlo mejor. Sus ojos son grandes, como los míos. Y su piel morena me recuerda a la mía también, y tiene un pequeño lunar en el cuello, cerca de donde he visto que lo tengo yo. Parpadeo, mirándolo desde otro ángulo, pretendiendo encontrar alguna diferencia, aunque lo cierto es que no lo consigo realmente. O eso creo, no me he visto mucho tiempo en el espejo. No me gusta mirarme.
—¿Tú eres mayor? —pregunto de la nada, enderezándome en mi silla y comenzando a masajear mi cuello. Tendré que tomar otra vez mis medicamentos en unas horas, además de pedir a mi mamá que me haga algunos masajes. Por momentos estoy tan tensa, y mis músculos están tan duros y duelen tanto que se siento como una roca.
—Lo soy —reconoció, apartando aquellos mechones de cabello una vez más—. Aunque no por mucho tiempo, claro.
No es como si ese fuera un dato importante realmente, pero me dio curiosidad.
Tras dejar de contemplarme a mí, recorre la habitación con la mirada. Dice que las frases y el arcoíris de la pared son bonitos, que he hecho un buen trabajo. Yo se lo agradezco, y dice que hace mucho no permito que él ingrese a mi cuarto. Le pregunto la razón, y dice que en realidad no soy de permitir que nadie ingrese a mi recámara y que suelo ponerme de malas cuando eso ocurre, más de lo usual. Cuenta que un par de veces lo he echado golpeándolo con mis zapatos y lo amenazaba con ellos cuando pasaba cerca de mi puerta. Yo me río.
—¿Tú no me dejarás entrar a tu habitación, cierto? ¿Te vengarás? —inquiero entonces, jugando. Él se encoje de hombros, empezando a quitarse los zapatos.
—No, no tengo nada que no puedas ver.
Aprovecha y se recuesta en el colchón, y sus pies sobresalen apenas de la cama. Suspira, como aliviado, y dice que extrañaba acostarse en una cama porque las últimas noches lo ha hecho en un sofá demasiado pequeño para evitar dormir en el piso. Yo le pregunto dónde estaba en lugar de aprovechar y dormir aquí en casa, aunque mi madre me ha contado algo sobre eso. Creo por unos instantes que mi cuestión lo toma con la guardia baja por la expresión que me enseña su rostro, aunque lo descarto de inmediato. No sé leer mis pensamientos, menos podré leer las emociones de las personas que no son yo, ¿verdad?
—Pues, no te voy a mentir, he estado en la casa de un amigo estos tres días…
—¿Por? ¿Él me conoce? Podría sacarle algo de información… ¿Qué tal si lo invitas a cenar? —Me lo pienso unos segundos—. No, ¿sabes qué? Invítalos a todos. Nuestros conocidos, digo. Cuéntales que estoy dispuesta a oír todo lo que tengan para decir mientras esté relacionado con Kathleen. Es una idea genial, ¿no crees?
Ahora sí puedo confirmar que no se ha tomado tan bien lo que acabo de decir, ha hecho una mueca mirando el techo… ¿O será que hay alguna mancha, o telarañas?
Miro hacia aquella dirección, aunque no encuentro nada.
—Cuando me dijeron que habías recuperado la conciencia pero perdido la memoria, creí que lo mejor sería dejar que te adaptaras un poco a la idea de no recordar nada antes de que tienes un hermano gemelo. Pensé que tu cabeza tendría cosas más importantes de las que encargarse, así que se lo dije a mamá Bryoni y dijo que si era lo que creía mejor para ti, no iba a detenerme. De todos modos, creo que ha sido una buena elección. No haberme visto estos días ha hecho que me recordaras tú sola, ¿no? Eso es muy bueno, K.
—Oh… —contesto, alegrándome un poquito más que haya pensado de esa manera en mí, aunque creo que no acepto el que me haya ocultado aquella verdad. Tal vez con un hermano el tiempo hubiese corrido de manera diferente, aunque no me quejo. Él ya está aquí—. ¿Creíste que podría haber reaccionado de mala manera o algo de eso?
Se recuesta de costado, pudiendo mirarme de frente.
—No, pero creía que te confundirías mucho más. Te conozco, eres mi hermana, y sé qué tanto te desespera no saber o saber a medias. Lamento todo esto, pero muchas opciones no hay, ¿sabes? Entre lo malo y lo no tan terrible, ¿qué preferirías, K?
Habla demasiado, como si estuviese en confianza cuando después de todo podría decirse que es una especie de desconocido para mí, pero veo en sus ojos que prefiere callar y lo noto algo dubitativo aunque no me diga nada de eso. Me pregunto si teme meter la pata diciendo algo que crea que será suficiente para mi pobre cabecita.
—¿Por qué me llamas K? —inquiero, en lugar de responderle—. Es lindo, pero extraño.
Las comisuras de sus labios de alzan un poquito.
—Odias que te llamen Kath.
No puedo evitar que pase por mi mente la idea de que tengo un hermano que realmente piensa demasiado en mí y en cómo suelen o pueden llegar a sentarme ciertas cosas. Me conoce más de lo que he de conocerme yo, y sabemos que es más cierto de los que nos gustaría.
—Después de todo sí detesto el nombre Kath —suelto, frunciendo la nariz—. Desde que lo escuché por primera vez en el hospital lo supe.
Se incorpora de a poco, hasta que se levanta de donde se encuentra. Camina hacia mí, se agacha un poco inclinando su cuerpo hacia adelante y toma de mi muñeca. Logra apartar la mano de mi boca.
—Tú y tus malos hábitos —murmura, dejando luego la mano derecha sobre mis muslos—. Deja de morderte las uñas… Hace un par de meses no dejas de hacerlo… —Miro mis dedos por un momento, y mis ojos recaen en mis uñas escamadas y un tanto irregulares. Alzo la mirada hasta encontrarme con la suya—. Has estado… muy… —Se lo piensa bien, con cuidado, tanteándolo todo como si temiera romper algo demasiado frágil—, no lo sé, no sé cuál sería la palabra indicada… has sido un manojo de nervios, mucho más que de costumbre y la pasabas…, tu ans…
Se detiene de inmediato, y yo le dedico una mirada dándole a entender que puede continuar. Incómodo, aclara su garganta. Parpadea reiteradas veces y creo haberle visto los ojos llenos de lágrimas por unos momentos, pero ha de ser la iluminación. Como se inclinó hacia mí decide ponerse de pie derecho, y se estira como si intentara tocar el techo. Desordena sus rizos, e intenta que ignore todo lo anterior dedicándome una nueva sonrisa.
—Dime, ¿cómo estás? ¿Se te acalambraron las piernas otra vez? Mamá me dijo que anoche has tenido varios calambres y fue muy difícil conciliar el sueño después.
Su cambio de tema me hace sentir confundida por unos instantes, aunque de momento decido dejarlo para después.
—Estoy bien, supongo. ¡Desde que me levantaron de la cama no he tenido ninguno! Nunca creí que los calambres fueran tan dolorosos…
—Sólo es cuestión de darle un poco de movilidad a las piernas mientras te lo permitan, quédate tranquila que en poco tiempo todos los dolores desaparecerán. Siempre has sido una chica sana.
Yo le contesto que sé que lo harán algún día y por ello me anima saber que el malestar acabará. Pero que, de todos modos, lo que más me preocupa no es mi pierna, ni mi brazo, ni los dolores de espalda que me dé esta silla de ruedas tan pesada e incómoda. Él dice que lo sabe, porque conociéndome es muy fácil de darse cuenta, y yo le digo que es una suerte que me conozca tanto.
Aprovecho la ocasión para decirle que, puesto que me conoce tanto, hay una pregunta que me gustaría hacerle y él me mira extraño por unos momentos. Yo le digo que de todos modos no es nada del otro mundo, por lo que no debe preocuparse ni evadir la pregunta para evitar que vuelva a conocer su respuesta. Acepta, no del todo convencido, hasta que se lo suelto.
—Tenemos más hermanos, ¿verdad?
Alza una ceja.
—No, ¿por qué?
Siento que una parte de mí se desilusiona ante aquella respuesta.
—Pues… he visto dibujos en la habitación de nuestras madres. Después creí que posiblemente podría tener algún hermano menor, o algo así… Lo dudé más aún cuando, un rato antes de que llegaras, creyendo que toda la desesperación estaba volviéndome loca y hacía que tuviera visiones o algo así... bueno... después me di cuenta que no, ¡estaba recordando algo más! —Se cristalizan mis ojos dada la emoción, mezclando todo lo que digo sin ponerle orden a las oraciones, y sonrío tanto que pienso por un momento que se me entumecerán las mejillas de lo tanto que he sonreído hoy ante todas las cosas buenas que han podido ocurrir—. Estaba en la cocina. Con una niña, ella me daba mucha ternura. Estábamos buscando recipientes y trapitos, íbamos a pintar. Era pelirroja, no sé muy bien de cuántos años aproximadamente… ¿Tal vez ocho, o nueve? —Esperanzada, lo miro mucho más emocionada que antes, para preguntar—. Tú la conoces, ¿cierto? ¿Quién es?
Niega con la cabeza, de una manera apenas perceptible, y aclara su garganta antes de mascullar:
—Supongo que no la conozco… no he visto a niñas pelirrojas por aquí últimamente.
No haber conseguido mucho me apena un poquito, pero intento que no me piche el globo. Le aseguré a mamá que sería un día muy bonito, y cumpliré con mi palabra.
—¿Y los dibujos? —inquiero, entonces, con una sonrisa más intentando olvidarme de todas las cosas malas—. ¿Tenemos primos o algo?
—Esos dibujos… bueno… —Regresa hacia la cama, y una vez que toma asiento bosteza logrando contagiármelo a mí—. Verás, hay un niño del orfanato que les hace dibujos cuando van a visitarlos. Ellas van los días que no trabajan para ayudar con la comida y llevan ropa cuando pueden. Cuando el niño las ve, nos han contado que se va corriendo a buscarlas y se saca un dibujo nuevo del bolsillo cada vez. Es como si él las estuviese esperando, ¿sabes? Mamá Bryoni siempre vuelve llorando diciendo que quiere adoptar a ese niño. Es muy sensible a veces.
Lo que me cuenta sana un poquito mi corazón. Más tarde iré llorando con mamá Gillian para decirle que yo también quiero que adopten a ese niño.
—¿Tú no me esperaste con ningún dibujito cuando desperté? ¿Por qué? Qué mal hermano eres, eh. —Se me escapa una pequeña risita, y siento que me observa con cariño y pesar a la vez. Eso me da ganas de llorar y me pregunto si Kathleen solía llorar por todo lo que ocurría a su alrededor tan a menudo. Lo más probable es que sí, mírame a mí. Me ha dejado sus secuelas.
—Sobre eso… —carraspea—. Espero que no te moleste que no haya ido al hospital a verte. Pero ya sabes… creí que iba a ser lo correcto. No te enfadas, ¿verdad? No me gusta cuando te enfadas conmigo…
Creo que está haciendo puchero como si fuese un bebé.
—No te preocupes… —comento, y agrego después—: aun así, me hubiese alegrado mucho ver a mi hermanito gemelo en ese momento de desesperación, cuando desperté y no tenía más que paredes vacías alrededor mío. ¿Me entiendes? No te culpo, de todas formas. No estoy enojada contigo.
Asiente, muy lentamente, con la cabeza.
—Sí, lo entiendo. Y por favor… me gustaría que tú entiendas algo más, ¿si? No olvides dónde estamos parados ahora. Yo… creo que me he pasado un poco de la raya, he hablado demasiado hoy y no sé si es exactamente lo más correcto del mundo, porque mamá me dijo que tenía que evitar contarte cosas mientras pudiera, Kathleen...
«Lo sé, Keane. Lo sé. Pero K terminará saliéndose con la suya de todas formas, ¿lo sabías? Claro que sí, me conoces tanto como la palma de tu mano.»
—Claro que lo comprendo, ¿por quién me tomas? Pero no puedes evitar decirlo una vez que estamos en el medio de la conversación ya, ¿no crees? Te quedas con las palabras en la lengua, mordiéndotela, o atragantándote con ellas. Me ayuda que me cuenten cosas, además es divertido.
Suelta un suspiro, como si algo estuviese pesándole mucho más de lo que soy capaz de imaginar, y se frota los ojos a continuación. Tal vez simplemente está muy cansado, no creo que haya podido descansar muy bien en un jodido sofá durante más de una noche. Le pregunto, de inmediato, si quiere dormir aquí por un rato porque de seguro se sentirá como nuevo una vez que duerma una siesta. Él me dice que lo hará, pero que una vez que terminemos con la charla porque tiene algo muy importante que decir, y le gustaría que por favor lo considere y lo tome en serio, porque todos lo necesitamos.
—¿De qué hablas, Keane?
—Sólo… por favor, Kathleen, te lo pido por favor… No intentes recordar tan pronto… —Noto un poco de tristeza en su voz, pero no digo nada al respecto e intento dejarlo pasar. Otra vez. Tal vez es solo mi imaginación. Tal vez sus palabras solo están cargadas de sueño, y lo veo muy razonable dadas las circunstancias—. Es un consejo, hermana. Escúchame.
—¿Y eso por qué? —inquiero, confundida. Necesito saberlo todo.
Tras mirarme directamente a los ojos durante un largo tiempo, analizándome, pendiente a mis movimientos y a mi mirada expectante, suelta un suspiro una vez más. Yo pienso que se quedará sin una parte de sí mismo si sigue haciendo eso. Cuando estoy a punto de comentárselo, se me adelanta para decir:
—Así luces mucho más feliz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro