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CAPÍTULO 2 🍁

CAPÍTULO 2
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Dijeron que fueron 25 metros, aproximadamente. Y que tuve suerte, claro. Eso es lo que dicen todos. Es lo que escucho todo el tiempo. Muchos no comprenden cómo es que no tuve peores consecuencias. Yo creo que tras dos semanas en coma, una mente sin recuerdos, una herida de bala que me dejó sin un riñón y haber acabado en silla de ruedas son consecuencias suficientes. Suficientes desgracias también, no sé de dónde sacaron que tuve suerte.

Nada mortal, por poco. Pero sí estuve en estado crítico durante los primeros días. Si la ambulancia se demoraba 10 minutos más probablemente sí habría de necesitar más que buena suerte. Pero no lo veo tan mal. Es decir, claro que es un horror, pero nada será para siempre.

La gente sobrevive sin un riñón.

La gente tiende a recuperar la memoria.

Mis huesos fracturados sanarán. Cúbito, tibia y peroné izquierdos. Fue lo que primero impactó contra la acera, dicen. Recibió todo el peso tras 25 metros de caída y mis huesos son frágiles.

También tengo dos costillas rotas, casi lo olvidaba. Una estuvo a centímetros de incrustarse en mi pulmón.

Mi madre no me deja hablar del accidente. No quiere que llame a las cosas negativas, ¡pero no puedo hablar de otra cosa, si es lo único que sé sobre mí!

Oh, y que me llamo Kathleen. Perdón por no haberme presentado antes, ha sido descortés de mi parte. Pero es que no lo sabía y tampoco querían decírmelo. Querían esperar a que lo recuerde sola. En realidad, creo que no esperaban que me lo hubiese olvidado. Estaban espantados. En especial mamá, por supuesto.

No quiere responder a ninguna de las preguntas que le hago. ¡Ninguna! Ni siquiera sé qué día es hoy. No es como si eso dependa de mi memoria, pero su excusa es que no quiere que me sienta forzada por la fecha a recordar. Capaz es fin de año y yo no me entero, sabes. Podría serlo.

Por cierto... no es como si yo misma hubiese recordado mi nombre. Sólo fingí que dormía mientras mi madre hablaba con mamá en voz baja al lado de la camilla. Estoy muy preocupada por Kath, decía. Y yo pensé “Qué nombre tan común y horroroso”, algo me dice que en mi vida he conocido a muchas personas llamadas Kath. Pero entonces mamá dijo “Confío en que Kathleen estará bien, ella es muy insistente y podrá contra esto” y me sentí un poco mejor porque llamarse Kathleen no es tan terrible. A mí me gusta.

Hoy me han dado el alta después de estar casi una semana luego de recuperar la conciencia en el hospital. Debían hacerme estudios y unos cuantos seguimientos. Sigo restringida a muchas cosas, claro, pero al menos podré estar en un lugar diferente. Conoceré mi casa por segunda vez, y estoy algo nerviosa. No por la casa, sino que están ayudándome a bajar de la camioneta y, como no le han colocado la rampa aún, temo que me dejen caer. Estoy con las férulas y no puedo sujetarme de nada, tampoco. No me gusta que la gente me cargue. Lo sé. Estoy segura que lo sé.

Mamá es la que me lleva hacia la entrada, soy demasiado torpe para moverme solo con un brazo en esta silla y no es eléctrica porque no creí que fuera necesario tanto por un par de semanas.

Yo observo el exterior de la casa, el color amarillo de las paredes y las ventanas que las recorren. Miro los árboles alrededor y los arbustos y presiento que estamos en primavera. La primavera es fácil de distinguir. Sin embargo, mire por donde mire y lo que mire, nada me es familiar. Nada regresa a mí. Mi mamá me observa esperanzada, tal vez ansiando escuchar de mi parte un “¡Ah! Recuerdo que una vez aquí...” pero no lo hago. Sólo me intriga más. Una semana y lo único que fui capaz de recordar es que no me gusta tomar bebidas con gas. ¡Mi mente es demasiado selectiva, esto será muy complicado para mí!

—¿Estás lista? —pregunta mamá, ante lo que volteo para verla—. ¿Quieres entrar?

Pero yo solo escucho un: “¿Estás segura que esto no te recuerda a nada? ¿No quieres mirar por unos minutos mas? ¿O mejor seguir recordando dentro?”

No la puedo culpar, ha de estar algo desesperada. Que uno de tus hijos pierda la memoria tras un accidente de esos debe ser muy duro.

Yo le digo que entremos ahora. Además, algunos vecinos comenzaron a mirar hacia acá desde sus ventanas. No quiero que alguien más piense “Pobrecita, ¡pero cuánta suerte tiene!”. Es exasperante.

Guía mi silla de ruedas por el camino que lleva a la puerta de nuestra casa. Tiene piedritas, por lo tanto, fui saltando en el asiento mientras avanzaba por la superficie irregular. Tanto movimiento me hace doler un poco la cabeza.

Del manojo de llaves toma la que necesita, da dos vueltas y abre la puerta lo suficiente como para que pueda pasar con mi carrito de juguete. Me topo con la sala color beige, aburrida, plana y silenciosa, y me desinflo. No llama a ningún recuerdo.

Como no digo nada, una vez que estamos las tres dentro me observan expectantes. Para no romperles el corazón, les digo:

—Es la sala más bella que he visto en toda mi vida.

Como prácticamente es la única que vi, no califica como una mentira. Mamá suelta un suspiro dejando de retener el aire, y luciendo apenada por unos momentos, da media vuelta para mirar a mi madre. No sé interpretar lo que sus ojos intentan decirle, pero calculo que no ha de ser algo que necesite saber.

Miro la mesa ratona, mi mirada recorre los sillones intactos y los cuadros de la pared que tengo de frente. Veo el ventanal que da lugar al césped verde y es lo único colorido que llego a divisar de momento, a parte del exterior de la casa. Me gusta el verde, pero sé que prefiero el amarillo. Es bonito, ¿cierto? Los colores muy oscuros no me gustan, lo sé.

—Hace poco hemos pintado las paredes juntas, ¿no recuerdas eso, cariño? —pregunta mi madre dirigiéndose a mí, cautelosa.

—No... ¿Realmente he aceptado pintar con ese color tan feo?

Se me escapa la pregunta antes de que pudiese darme cuenta.

—Pues... —dice mamá, uniéndose, mientras juega nerviosa con uno de sus anillos—. Ha sido tu idea. Ibas a pintarle algo arriba de aquella pintura, por lo que dijiste que lo mejor sería un color similar a las hojas de los libros.

Oh.

—¿Y qué iba a pintar? —inquiero, pensativa.

Se miran entre sí.

—Tú escribes, Kath. ¿Lo sabías?

No es como si lo supiera, pero si consideramos que el papel (que estaba en el bolsillo de mi pantalón que encontré en el hospital y leí unas cuantas veces, intentado encontrarle sentido) era escrito por mí, sí lo sospechaba.

—Tal vez —contesto, ladeado la cabeza mientras miro las paredes una vez más—. ¿Por qué?

Ante mi "Tal vez" veo que ambas se emocionan un poco. No las puedo culpar.

—Todos hemos leído tu libro —responde mi madre, con una sonrisa, y no logro comprender a quienes se quiere referir con aquel "todos"—. Y nos encantó, demasiado. A Bryoni se le ocurrió que lo representáramos en la casa de alguna forma porque resultó ser muy importante tanto para ti como para nosotros. Así que ibas a transcribir la primera página en la pared, como si el muro fuera una hoja de verdad.

—Oh —contesto, sorprendida. Uno nunca termina de conocerse—. Eso es muy lindo. Creo que debería leer mi propio libro, ¿verdad? Ha de ser divertido. —Suelto una carcajada—. ¿De qué trata? Ah, y por cierto, ¿quién es Bryoni?

Ambas sonrisas se deshacen en cuestión de segundos, como si una fuerza invisible hubiese tirado de aquellos pares de comisuras hacia abajo sin esfuerzo alguno. Las observo encogiéndome en mi lugar, sintiéndome un poco culpable al respecto.

—Soy yo, Kath —dice mamá, con la voz algo rota a mi parecer, pero intenta mantener la compostura—. Y ella es Gillian, pero seguro no recuerdas nuestros nombres porque no sueles llamarnos por ellos. No te preocupes. —Una pequeña sonrisa hace aparición en su rostro tras haberse marchado de allí momentos atrás, pero el brillo no llega a sus ojos azules. A pesar de eso, yo le sonrío de vuelta.

—Oh. Bryoni, Gillian... encantada, entonces. Dijeron que yo soy Kathleen. Ese nombre me gusta, muchas gracias. —Extiendo mi mano que no tiene yeso, e intento que se lo tomen un poco a broma. No lo hacen realmente, pero no lo ven como algo malo.

—Mucho gusto, señorita —contesta mamá Gillian, guiñándome un ojo después.

Pido conocer mi habitación. Me llevan hacia allí, llevándome a través del pasillo, y abro la puerta yo misma inclinándome hacia adelante y dándole una patada con la pierna derecha. Mamá enciende la luz, y cuando puedo ver a mi alrededor abro los ojos con sorpresa. Me gusta. Quien fui me conoce muy bien. El armario está contra la pared que se encuentra a mi izquierda, con notas adhesivas en él. Me pregunto qué dirán en ellas. Del otro lado, está el escritorio lleno de cuadernos, lápices y papeles sueltos. Contra esa misma pared, hay un librero con los libros ordenados por color. Los muros son blancos, y aquél está decorado con frases de colores formando un arcoíris. La cama está deshecha en la pared que se encuentra justo delante de mí, bajo la gran ventana. Es lo único que está realmente desordenado, además de mis ideas.

—Es bonito, ¿cierto? —inquiere mamá B, mirando a mi alrededor tal como lo hago yo.

Espero encontrar mucha información aquí. Hay muchos sitios en los cuales puedo pasarme horas revisando, leyendo e investigando, ¿no crees? Eso me anima un poco más.

—Lo es —contesto, sonriendo, aunque no por el motivo que ellas creen que lo hago—. ¿Puedo recorrer toda la casa? Ya saben... por si algo regresa a mí.

—Claro, si eso quieres no podemos decirte que no —contesta mi madre Gillian, ante lo que me volteo un poco para dedicarle una sonrisa.

Así que de esa manera transcurro la siguiente media hora. La casa no es muy grande, pero me tomé mi tiempo para recorrer cada sector de la casa. Excepto uno, no me dejaron entrar allí. Dijeron que está la puerta con seguro y han roto la llave hace unos días accidentalmente, por lo que no podría revisar allí aunque eso me desilusiona un poco. Si estaba con seguro significa que hay algo importante detrás de aquella puerta, ¿cierto?

La habitación de mis madres me pareció muy bonita también. Yo creo que casi me recordó algo, aunque nada volvió a mí como lo esperaba. Ver la cama tan grande me vino a la cabeza una imagen de una Kathleen pequeña durmiendo en ese cómodo colchón, aunque no creo que haya sido un recuerdo de verdad, sólo un vago pensamiento. Logré divisar que en una de las paredes tenían algunos dibujos muy lindos y coloridos que llamaron mucho mi atención. Se los ve recientes porque las hojas no lucen viejas, y yo no los he hecho. Tal vez tenga un primo pequeño, ¿verdad?

He vuelto a mi cuarto. Les pedí que por favor me dieran un tiempo para mí porque tengo muchas cosas que hablar conmigo misma. Ellas se fueron hacia la sala sin rechistar, tras decir que están contentas de verme en casa otra vez. Yo la siento mi casa también, lo que es bueno para mí.

Admito que la silla de ruedas es una verdadera traba ahora mismo, puesto que no puedo revolver todo lo que me cruzo en la recámara como realmente me gustaría. Me han dicho varias veces, por si no me había quedado claro, que tengo que ser muy cuidadosa y ante cualquier dolor o molestia no dudara en avisar. Me duele haber perdido la memoria, pero de eso no puedo decir ni una palabra. Mamá se pone nerviosa, porque quieren ayudarme y no pueden hacer más que esperar a que mis recuerdos decidan regresar cuando les plazca y crean que sea el mejor momento para recibirlos.

Recuerdo el fragmento que he leído en la camilla de hospital. Las palabras dan vueltas por mi mente un momento, y ninguna de mis madres sabe que lo tengo. Estaban en el pantalón con el que llegué al hospital, y ellas no lo habían revisado. Yo sí, por si había dinero. Quería comprarme algo de contrabando en el buffet, al menos. La comida que me daban no era suficiente y no creían que fuera conveniente para mí comer tanto tan pronto luego del accidente, del coma y aquellas dos semanas en el medio. Aún tengo el pequeño papel conmigo, así que como puedo lo saco de mi bolsillo y lo desdoblo. Y lo leo un par de veces más, perdida en las líneas, y una tristeza un tanto extraña me persigue por unos momentos. Pobre aquella Kathleen que ha escrito eso, ¿no? Me pregunto cómo se sentía al escribir esas oraciones. Hay tachones en palabras y la letra se ve algo temblorosa. Tal vez estaba en medio de un colapso. La imagino trazando el bolígrafo por el papel, tan rota, tan fría, tan húmeda; y se me encoge el corazón. Quisiera haber podido hacer algo por ella. Me gusta su capacidad de expresar lo que quiere expresar sin dar tantas vueltas, con esas palabras tan claras y que tan confusas son para mí al mismo tiempo. Siento que me lo dicen todo, pero no a la vez. No lo entiendes, ¿no? Es extraño. Quiero entenderla, pero no lo consigo como sé que podría estar haciéndolo ahora mismo. Supongo que será cuestión de tiempo hasta que logre reunirme con ella y nos pongamos un poco al día sobre todo lo que ha ocurrido y no estoy tan al tanto.

Con un gran esfuerzo de mi parte logro trasladarme con la silla de ruedas hasta que me posiciono delante de mi ropero. Miro las notas adheridas, de todos los colores, y las leo por encima. Tiene cosas escritas en otros idiomas, tareas por hacer, y pequeños fragmentos que no alcanzo a leer. Tomo un papel verde para poder leerlo cerca, sin necesidad de forzar tanto la vista. A diferencia de lo que ya he visto, estos trazos están trazados fuertemente, como con una furia que no sabría cómo calcular. Los trazos negros, mientras los leo, me hacen pensar en el vacío de mi mente, de mi pobre mente, rodeada de soledad.

¿No te bastó, verdad? No fue suficiente para ti dejarme colapsando en el suelo. No fue suficiente para ti que me ahogaras con todo tu polvo. No fue suficiente para ti haberme asfixiado con tus húmedas mentiras. No fue suficiente para ti hacerme trizas y saltar sobre mis restos.

Vete. Por favor... vete de una maldita vez.”

No tan inesperadamente, a cada momento que pasa me encuentro más intrigada que el minuto anterior. Necesito encontrarlo todo. Estoy convencida que no estaré satisfecha hasta armar el rompecabezas por completo.

Sin embargo... ¿por qué esto está pegado aquí, a la vista de todos? ¿No es algo personal? Al menos yo, no dejaría que otra persona lo viese. ¿Y qué con el que estaba en el pantalón? ¿Por qué allí, y no en un lugar más seguro? Me parece muy curioso.

Tomo otro papel, esta vez color celeste. Lo que me llamó la atención de este es que tiene demasiados tachones, como si no lograra encontrar las palabras indicadas busque por donde las busque. Como si expresarse fuera tan difícil, que la manera menos complicada de hacerlo es dibujando garabatos, todos enrredados, que no parecen querer desenredarse jamás. No sé por qué, pero entiendo ese sentimiento muy bien. Creo que, tratándose de una escritora, podría ser un poco contradictorio gran parte de las veces. Considero, de todos modos, que hay veces donde pueden llegar a arder las puntas de tus dedos sobre el papel y otras veces, en cambio, el vacío del papel termina consumiéndote a ti. Por ejemplo, temo que el vacío en mi cabeza termine comiéndose por completo la poca cordura que encontré y que aún me queda. Mi mente es una hoja en blanco bastante a menudo, desde que me he despertado hace una semana atrás. Para entretenerme me invento historias en la mente, armando conclusiones también de qué pudo haberle pasado a Kathleen. Es divertido, más que vivir esperando con ansias algo que viene a pasos de tortuga como si tuviese todo el jodido tiempo del mundo.

Leo las demás notas, despegando las que sean necesarias (y las que alcanzo con mi altura) pero no encuentro algo más que logre llamar tanto mi atención. Vi cosas que podrían significar algo, pero en este momento no tienen mucho sentido para mí. Aun así, ¿qué de todo esto tiene algo de sentido?

Mi cabeza duele. La he hecho trabajar mucho las últimas horas, y creo que necesita un poco de descanso. Mañana tendrá que seguir trabajando, y mucho. Además, me hace doler la espalda estar sentada en mi carrito; recostarme será lo mejor. Necesito estirar mis piernas. O mejor dicho, mi pierna y los demás huesos rotos. Me han dicho que lo más probable es que demore dos meses en recuperarme y poder soportar mi propio peso.

Voy hacia mi cama. Como no hay forma de levantarme de la silla sin ayuda, llamo a mi mamá. Una vez que estoy recostada, enciende la lámpara que se encuentra a mi lado, en la mesa de noche, y me desea buenas noches. La veo marcharse con su cabello color negro balanceándose de un lado a otro antes de entrecerrar la puerta.

Apago la luz, porque me molesta. Cierro los ojos y durante un largo rato procuro dormirme, pero no lo consigo. Cambio de posición tanto como mis férulas me lo permiten, pero no estoy lo suficientemente cómoda en ningún momento. Vuelvo a encender la luz, cegándome por un momento, y cuando me adapto a su claridad mi mirada recae sobre la mesita de noche. La contemplo, es pequeña y no la había visto cuando llegué. Tiene un cajón, y debajo de él un estantecito donde veo varios pares de zapatos. Es una lástima que en las ocho semanas que tengo por delante el par izquierdo quedará allí, abandonado, al no poder usar nada en aquel pie.

Me incorporo hasta quedar cobre mis codos, y me inclino apenas para poder abrir el cajón. Busco algo para distraerme, pero todo es un desorden. Encuentro auriculares, pero no un celular o algún reproductor de música. Encuentro un cargador, pero ningún dispositivo en que usarlo. Encuentro libretas pequeñas con números telefónicos, correos electrónicos y direcciones. Intento mantenerlo en mente, me será muy útil algún día.

Entre un par de billetes libres, que decido guardar para después, encuentro trozos rasgados de lo que parece ser una fotografía. Los separo al distinguir detrás aquella caligrafía con la que me ha tocado encontrarme antes, y busco más pedacitos sacando el cajón de la mesa. Revuelto todo, sacando cosas y dejándolas en el suelo si no son necesarias. Encuentro un cupón de descuento, y lo dejo al lado de la lámpara. Eso sí me será necesario.

Encuentro nueve fragmentos e intento unirlos como puedo. Me faltan dos, y los busco una vez más. Los veo en el piso, se han caído. Estiro el brazo hacia ellos, procurando no caerme de boca, y una vez que los tengo en mi poder los agrego donde me hacen falta. Es una fotografía de un parque, o eso es lo que creo. Se ve triste y solitario. Noto que ha llovido recientemente antes de la foto. Los árboles parecen caídos a pesar de sus raíces firmes, y volteo trozo por trozo hasta toparme con los trazos de aquel bolígrafo color azul.

“Soy lo que quedó de aquellas palabras. Sí, soy el eco de mis gritos. No pretendas mucho de mí, voy a decepcionarte si esperas algo que jamás llegará. Pero si hablamos de decepciones... ¿cómo estás tú, voz de mi silencio?”

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¡Hola bebés! No dejaré muchas notas, lo prometo, pero lean ésta por favor😔

Agradezco que estén acompañándome con esta nueva historia, de verdad. Espero que de momento les esté gustando. Si es así, me gustaría que no se olviden de votar y comentar para que pueda saber sus opiniones y suposiciones 👀💕

Las actualizaciones serán semanales. En caso que me lo pidan mucho mucho y haya gente esperando por capítulos, podré llegar a subir hasta tres por semana. Está en ustedes.

Que tengan un bonito día, bellas personitas

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