CAPÍTULO 13 🌺
CAPÍTULO 13
🌷🍁🍂🌹🌺🌻🌼🌾🌵
Me veo corriendo contra el viento mientras mis pies patinan sobre el asfalto mojado, queriendo escaparme de una vez como si la oscuridad estuviese mordiéndome de los talones intentando consumirme y cegarme por completo. Veo mi propio rostro mirando hacia atrás, deseando que se haya quedado lejos, y las gotas de lluvia se mezclan con mis húmedos lamentos. Veo gritos de desesperación y desamparo en mis pupilas y siento correr el terror en mis propias venas. Lo siento golpear constantemente mi pecho, procurando acabar con los latidos de mi corazón, y sigo corriendo. Sólo escucho mis suelas chocar contra la acera y mis palpitaciones amenazando con hacerme colapsar. Sólo escucho las voces en mi cabeza, repitiendo constantemente, en que quiero desaparecer.
Noto que alguien me toma de los hombros y sólo quiero que se aparte de mí. Quiero decirle que lo voy a lastimar con mis bordes descubiertos y que se ahogará en mis heridas si no se aleja lo suficiente. Pero nada sale de mi boca tras gritar. Aprieto mis labios con fuerza, y siento mis mechones entre mis dedos de un momento a otro. Cierro mis manos como puños y me toman de la muñeca. Sus palabras chocan contra una pared invisible y rebota todo lejos de mí, no dejándome comprender nada. Aun así… ¿cuándo entiendo algo? Nunca soy capaz de entender nada de lo que ocurre a mi alrededor.
Muerdo mis labios. Manos se posan sobre mis mismas manos e intentan que suelte mi cabello. Escucho murmuros a mi alrededor pero no sé qué significan. Siento movimiento a mi lado y abro los ojos por un instante, mientras mis labios tiemblan al igual que mis frías manos e intento enderezarme alzando la cabeza muy lentamente para no despertar lo que pueda llegar a estar allí dentro. Me encuentro con un par de ojos verdes oscuros como el bosque en la desgarradora noche, que me miran agobiados y el temor se encuentra a punto de sobrepasar el umbral de sus pestañas.
—Leen, por favor… —murmura, en un suspiro, cuando mis ojos conectan con los suyos y sostiene mi rostro para que no busque escapar—. ¿Estás bien?
Pero yo sólo quiero que deje de mirarme así, de esa manera, y que me suelte. Y correr. Lejos.
Aunque no puedo. Ni evitar que me analizara ni echarme a correr con esta maldita silla de ruedas a cuestas.
Sobre los latidos de mi corazón escucho murmuros una vez más, hasta que noto, tal vez un poco tarde, que tengo treinta pares de ojos que están posados sobre mí en este mismísimo instante. Sólo puedo pensar en que quiero que la tierra me trague cuanto antes.
—Señorita MacQuoid… —Percibo que aquella voz viene de algún lugar y la busco una vez que Gia me suelta. Es la profesora de Biología—. ¿Se encuentra bien? ¿Quiere salir por un momento?
I wanna reset.
Meneo la cabeza y me siento pequeña cuando soy consciente de lo que está ocurriendo. Me siento como una niña asustadiza bajo la mirada de todos y cada uno de mis compañeros y aquello me da ganas de llorar.
—Yo… —empiezo, sin saber para qué lado mirar—. Yo… necesito salir… —Ella asiente con la cabeza, y la noto preocupada también. La veo dirigirse a su portafolios y sacar un celular de adentro, y mi corazón late con más intensidad—. No le diga a mi mamá —es lo que le pido, y se detiene en seco. Gia se prepara y se posiciona detrás de mí para dirigirme hacia la puerta del salón, y me saca de él antes de que sea capaz de escuchar algo más.
Me deja en el corredor, y se arrodilla frente a mí para pedirme, suplicante, que le explique lo que está ocurriendo. Yo sólo logro encontrar voz para decirle que quiero estar sola.
Regresa al salón con la cabeza gacha, y suelto el aire que estaba reteniendo. Muerdo mi lengua, diciéndome que no tengo que volver a llorar. ¿Acaso cuántas veces lloraré al día? Sería el colmo haber sobrevivido a un accidente como esos para morir deshidratada después, ¿no te parece?
Froto mis ojos antes de mirar hacia todo aquello que me rodea. No hay mucho que te pueda contar, sólo que es un corredor y hay unos cuantos salones aquí. Veo carteleras y anuncios en ellas, los cuales no llego a leer porque están demasiado altos para mí.
De todas formas, no me importa el pasillo. Ni los carteles. Ni la silla. No me importa nada. Solo quiero escapar. Quiero escapar de los malos fragmentos que intenten recomponerse en mi cabeza en el momento menos indicado. Quiero escapar de los recuerdos al menos por una vez porque temo no poder soportarlo.
No me importa. Ignoro las trabas, ignoro mis yesos, ignoro que necesito ayuda de alguien más. Aunque sea sólo con mi mano derecha, pruebo con poder moverme sola. Tanteo de un lado, del otro. Izquierda, derecha. Una, otra vez. Uno, dos. Aquí, allá. Y, muy lentamente, veo cómo las ruedas se mueven sobre las baldosas y por un momento me siento bien. Avanzo como caracol mirando el movimiento que genero en las ruedas con la poca fuerza que puedo ejercer, aunque cuando menos me lo espero termino sorprendiéndome al escuchar una voz detrás de mí.
—¿Qué haces?
Avanza hasta posicionarse delante de mí y sacudo mi cabeza para apartar los rizos de mi cara. Tengo que alzar el mentón primero para que me tenga miedo y no se atreva a regañarme cuando no debe y segundo porque es demasiado alto para mi corta estatura.
—¿Cómo que qué hago? —Enderezo un poco más la espalda, porque estar dos centímetros más alta me hace sentir más intimidante—. Huyo, eso es lo que hago. ¿Qué haces tú?
Sus ojos azules me observan divertidos.
—Llevo esto —alza unos cuantos folios en el aire, no los había visto antes en sus manos— a sala de profesores. ¿Te sientes mejor?
—Claro que sí —miento.
Él me contempla como si no lo considerara una verdadera pérdida de tiempo, y tras inquietarme un poco, se vuelve y termina detrás de mí.
—¿Dónde te llevo? No te cobro, el primer viaje es gratis.
Yo me río, y sin tener que pensarlo ni siquiera dos segundos, le contesto:
—A cualquier lugar.
Se inclina unos centímetros hacia adelante para dejar los folios sobre mis muslos y obtener con eso quedar con las manos desocupadas. Me lleva por el corredor, de lo más campante, y me pone nerviosa que vaya lento por si alguien nos ve y acaba por enterarse mi madre.
No obstante mis preocupaciones sólo aparecieron para ponerme nerviosa porque en realidad nadie nos ve, o al menos eso es lo que creo yo. Recorrí todo con la mirada en cuanto pude y es un lugar tanto espacioso como desconocido para mí.
Entramos a la biblioteca, que es demasiado grande como yo soy pequeña. Avanza a través de los distintos libreros, y frena detrás del último donde llega un poco menos de luz y estaríamos a oscuras si no fuera por la ventana.
—Querías silencio, ¿verdad? —inquiere, en voz baja, sin haberse movido de su lugar—. Te tapabas los oídos. Por eso, digo…
Repito su pregunta en mi mente por un par de veces, tanteando todo para encontrar una respuesta.
—Tal vez sí… o tal vez no. Es raro. Quiero que calle. Pero es frustrante cuando calla. —Veo que se pone delante de mi carrito y apoya la espalda contra la pared, sentándose en el suelo, a mi izquierda—. ¿Lo entiendes?
Cruza sus piernas. Deja uno de sus codos en su rodilla y reposa a continuación la mejilla en la palma de su mano.
Se lo piensa unos momentos.
—No realmente. ¿Podrías ser más específica?
Noto que me mira con curiosidad, y una parte de mí no imaginaba que fuera a quedarse.
Chasqueo la lengua e intento armar una respuesta.
—Pues, la amnesia es… muy fastidiosa. Y monótona. Y… vacía. Ese tipo de silencio es espantoso. —Bajo la mirada hacia mi mano y veo lo que ha provocado el tormento en mis uñas frágiles. Aclaro mi garganta—. Sin embargo… cuando comienzas a recordar cosas que no encastran, piezas que son huecas en sí mismas… tanta incertidumbre y desesperación te hacen pensar que, después de todo, el silencio puede no ser tan terrible como lo pintaste antes. Lo extrañas, al menos por un momento. Y después quieres que haya ruido para cubrir esos espacios… —Alzo la mirada, y lo encuentro mirándome absorto—. Es un círculo que no es interrumpido por nada, ¿sabes? A veces no encuentro las palabras adecuadas para describirlo todo.
Mi mirada abandona su rostro y vaga por los distintos estantes, llenos de libros con lomos de todos los colores que uno se podría imaginar. Pienso que sería irónico no poder encontrar las letras adecuadas estando tan rodeado de páginas y sentir que respiras de ellas más que del oxígeno.
—¿Y no existe un equilibrio entre las dos cosas? —pregunta, curioso, ante lo que suspiro.
—Existe, creo. Pero el ciclo continúa, de todos modos. Cuando recordaba cosas buenas es cuando todo se mantenía estable. O tal vez no cosas buenas, sino cosas que simplemente no eran malas.
Asiente de una manera apenas perceptible, y musita después:
—Aquí puedes combinar ambas cosas. El silencio de una biblioteca, junto con los gritos de todos aquellos autores. Sólo con la diferencia que… los escuchas si los permites entrar.
—Yo… en mi caso, yo también puedo darles permiso. No a entrar, porque siempre tienen las puertas abiertas. Sino a… darles a permiso a que me desmoronen. Desmoronen, de verdad.
Recuerdo lo que ocurrió minutos atrás y pienso en que me escuchó gritando en medio del salón.
Tras aquello, frunzo el entrecejo en mi lugar sin entender por qué hablo de estas cosas con un desconocido. Ni siquiera he podido hablarlo con mi hermano.
—¿Y hoy? —quiere saber—. ¿Hoy les diste permiso?
Volteo para mirarlo una vez más, y ahora está jugando con los botones que se encuentran en la manga de su camisa blanca. Me cuestiono a mí misma dónde tendré que empezar a callar, y él aguarda a por una respuesta. Frotó mis ojos al sentir en ellos rastros de lágrimas que no están, y soplo para apartar mechones de mi cabello.
—Levin, ¿realmente te interesa saber cómo batallo con mi amnesia tan penosa?
A diferencia de como habría podido esperar, sus labios trazan una sonrisa y sus dedos se enredan en su cabello castaño por unos momentos.
—Sólo quería ayudarte a dejarlo salir, pero está bien si no quieres. Al fin y al cabo es tu decisión.
Me muestro confundida durante los siguientes segundos puesto que no logro entender como alguien que no me conoce puede siquiera decir lo que acaba de decir.
—Lo que intento decir… —explica, retomando, y lo veo tan tranquilo que no puedo entender tampoco cómo su mirada pueda llegar a inquietar tanto a las personas. Es como si pudiera ver todo lo que intentas ocultar y verlo tan pacífico asusta—. Tus gritos. Los de aquí —Señala su cabeza—. No los dejes encerrados para que retumben y sólo causen eco. No está mal dejarlos libres un momento. Te sentirás libre tú también, pat… Kathleen.
Frunzo la nariz. Lo miro, más atenta que nunca, y la luz es suficiente para recorrer cada facción de su rostro intentando encontrar algo escondido allí. El color de su pelo no me dice nada de nada, pero el movimiento de sus manos cuando lo alborota me resulta familiar y Keane viene a mi cabeza por unos instantes. Lo aparto, ya que no tiene nada que hacer aquí. Si sabe que me salí del salón por lo que ocurrió y no está Gia cerca se pondrá como loco. Sus ojos turquesas me hacen pensar en la libertad que mencionó momentos atrás. Pienso en el cielo, sin nubes, sin lluvia, sin tormentos. Pienso en aquellas aves que pueden extender sus alas y ser libres, aquellas aves que no tienen vértigo por el cielo azul que las protege. Siento su piel suave a pesar de no estar tocándola, y siento la mía áspera tras caer sobre la acera bajo esos veinticinco metros. Me pregunto si el cielo tenía los mismos tintes de sus ojos cuando caí o si estaba cargado de nubes negras que venían para absorbérmelo todo y luego llorar sobre mis restos.
—¿Te molesta si te pregunto por qué me miras tanto?
Alza una ceja, más curioso que divertido, y sacudo la cabeza para ordenar mis pensamientos unos segundos.
—Tú y yo… —comienzo, ladeando la cabeza, buscando mirar su rostro desde otra perspectiva. Su mentón, su mandíbula, sus labios, aquella mancha en su cuello…—. ¿Somos cercanos o algo así?
Aprieta sus labios y se lo piensa un poco, mirando los papeles que tengo sobre mi falda.
—Define «cercanos».
Aunque probablemente ya lo sepas, su respuesta consigue inquietarme un poquito más.
Mientras tanto, empiezo a sentir cómo el dolor de cintura regresa de a pasitos lentos.
—Cercanos en el sentido de… ¿cercanos? —respondo, aunque suena más como una pregunta—. No creo que sea de desconocidos que me digas lo que me dices con tanta… facilidad y libertad. ¡Y que me mires como lo haces! Pareces un descarado, ¿lo sabías?
Recuerdo de ayer su mirada sobre mí, hablándome sin abrir siquiera la boca.
—¿Y cómo te miro? —pregunta, tras soltar una pequeña carcajada. Por suerte la biblioteca está vacía, lamento avisártelo tan tarde. Nadie más se está enterando de nuestra conversación.
Yo le contesto:
—Como si buscaras hacerme temblar las jodidas piernas con tus palabras mudas. Como si intentaras decirme que lo sabes todo.
—¿Y qué si lo sé todo?
—Define «todo» —Imito su noto haciendo más grave mi voz, y escucho su risa.
—Bien. —Sonríe, volviendo sus ojos un tanto más pequeños, para decir después—. No somos cercanos, Kathleen. Te conozco, me conoces. Pero no hay nada. No debes tener muchos recuerdos de mí así que sería bastante normal no encontrarme en tu memoria, escondido por ahí.
Una parte de mí se desilusiona un poco, y Levin lo nota.
—Ah, ¿no? ¿Y no tienes algunos recuerdos sobre mí para contarme, entonces…? Sabes, me gusta interrogar a la gente por recuerdos a pesar que lo tenga medio prohibido. Sé que las personas me contarán cosas que no van a lastimarme como las cosas que termino recordando yo sola… —Lo miro con los ojos bien abiertos, aunque la desilusión hace presión en mi corazón. Si no encuentro amigos cercanos, ¿cómo se supone que podré atar cabos? Gia no va a ayudarme mucho, lo sé muy bien…
Se lo ve pensativo por unos momentos.
—Bueno… podría contarte sobre el día que nos conocimos pero no sé si sea un relato muy feliz de todos modos.
Yo espero, en mi lugar, para que sepa que puede comenzar. Sólo me faltan las palomitas.
Cuando lo interpreta, se posiciona de forma que puede abrazar sus piernas y comienza:
—Yo entré aquí a los dieciséis años, así que no ha pasado tanto tiempo… Creo que había sido a fines del primer trimestre. Somos compañeros desde entonces pero nunca me habías dirigido la palabra, y yo tampoco a ti. Hasta ese día, creo que estábamos con exámenes porque te veías muy estresada. —Se detiene y mientras tanto espera una reacción de mi parte, pero yo le hago un ademán diciéndole que puede continuar—. Tu casillero estaba al lado del mío. De hecho, sigue estando al lado del mío. Y como dije, estabas muy estresada. Demasiado diría yo. Y hasta algo enfadada, me animaría a decir… Intentabas tomar cosas y se te caían al suelo. Casi como ayer… —Recuerdo que intentando guardar mis pertenencias en la mochila salieron disparadas hacia las baldosas al haberse caído de la mesa—. Yo intenté ayudarte. Me ponías muy nervioso de esa manera, no sabía cómo era posible que alguien pudiera acumular tanto, tanto estrés. Okay, resulta que te ayudé con bastante miedo por si decidías descargarte conmigo y me golpeabas con los cuadernos pero de hecho, fue como si en realidad de repente hubieses estado un poco más tranquila al ver que, después de todo, el mundo no estaba en tu contra, como te oí murmurar cuando cayeron los cuadernos sobre tus pies. —Me imagino todo lo que relata y agrego detalles que no menciona en mi cabeza, buscando recomponer una escena que mi mente se niega a reconocer como propia—. Cuando todo estuvo en orden, cerraste el casillero. Y te diste cuenta que guardaste el libro para literatura que necesitabas así que tu paz se evaporó con el aire, abriste la puerta y la cerraste tan pronto como pudiste. Y en ese momento… te diste cuenta que te habías agarrado el dedo pulgar de la mano izquierda. Gritaste, creo yo más por toda la situación acumulada que por el dolor. Te habías cortado y yo te acompañé a la enfermería. Te quedó una pequeña cicatriz.
Para certificar que es una historia verídica, pide permiso para tomar mi mano del hueso cúbito fracturado y busca aquella marca con delicadeza. Su tacto me hace cosquillas en los dedos. Una vez que logro tener la cicatriz a la vista, un «Ohh» se escapa de mis labios.
—Después de ese día creo que empezaste a tener más cuidado con las puertas los días de estrés —asegura, de cierta forma que me hace reír.
Le sonrío, a pesar que no sea el recuerdo más feliz de toda la historia, y se lo agradezco por contármelo.
—¿Y luego de eso? —inquiero—. Voy a adivinar. Me dijiste «Déjame presentarme. Me llamo Levin. Levin Dyer», ¿verdad?
Sin borrar una sonrisa, niega con la cabeza.
—No soy tan predecible. Luego de eso te dije que mi mamá es masajista, por si te interesaba. Por el estrés y todo eso.
—Oh, ¿en serio? —pregunto, ilusionada. Justo cuando más lo necesito, con esta silla que no hace más que endurecer mis pobres músculos.
Ante lo que él responde:
—No.
Y se ríe, pero yo termino haciendo puchero. Más tarde, agrega:
—Yo sé hacer masajes de todos modos, por si los necesitas. El primer masaje es gratis.
Consigue hacerme reír y por un momento dejo de lado completamente el hecho de estar sumergida en aquel maldito mar del olvido, y mi risa cesa cuando lo veo ponerse de pie.
—Oh, ¿ya nos vamos? —quiero saber, mirando hacia arriba por su altura.
—¿Quieres volver?
Me encojo de hombros.
—¿La verdad? No. Me gusta hablar con alguien que no sea parte de mi familia, a ellos ya no les puedo sacar más información.
Frunce algo el ceño ante lo que acaba de salir de mi boca.
—¿Por qué lo llamas «información», pat…? —se interrumpe, y niega con la cabeza—. Kathleen. No es información, es tu vida.
—Oh, no lo sé. Todavía no reacciono que se trata de mi vida al ser cosas que no están en mi memoria, supongo. La primera semana, en el hospital, desconfiaba de cada cosa que me decían. Había cosas que resultaron muy difíciles de creer para mí, como que había allanado un departamento. No tiene sentido. Que me hayan disparado, tener tantos huesos rotos, haber estado en terapia intensiva… mi cabeza no podía procesarlo. Y lo comencé a llamar información. A veces la información es difícil de procesar, ¿no crees?
Medio asiente con la cabeza, y yo aprovecho que no dice nada para continuar:
—Sin embargo, para serte sincera no siento como si no procesara información. Simplemente veo que no lo comprendo una vez que llega a mí. No se une con nada, no me suena de ningún lado, no tiene nada de sentido. Descubro cosas y me siento perdida porque no sé para qué lado debería ir primero, ¿me entiendes? Son tantas las cosas que debo recordar, y mi memoria es demasiado selectiva. No logro ordenar nada como me gustaría, y me mareo sola. Me siento perdida en esta silla gran parte del tiempo, simplemente, por no sentirme encaminada en este maldito caos.
Escucha palabra tras palabra con tanta atención que me sorprende que exista alguien que desee escuchar cada palabra que sea pronunciada por mí. Veo que se lo piensa por unos momentos, analizándolo todo, y reposa el hombro contra la pared mientras abre y cierra la boca buscando la forma de contestar a aquello.
—¿Puedo decirte una cosa?
Acomodo los folios sobre mis muslos para que no se caigan porque estaban deslizándose, y se lo permito.
—No todo el que anda sin rumbo fijo se pierde, Kathleen.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro