Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 11 🌼

CAPÍTULO 11
🌷🍁🍂🌹🌺🌻🌼🌾🌵

—Ya le avisé a Keane —me informa Gia, guardando su celular en el bolsillo de su falda.

Me froto los ojos mientras se lo agradezco. Lo cierto es que el dolor de mi cabeza se está tornando un poco insoportable y necesito que, ya que tiene en mente venir hacia aquí, de camino vaya a por mamá y le pida alguna pastilla para mí. Ayer me ha dolido también, aunque no tanto como ahora y no comprendo la razón. Tal vez tenga que ver con la emoción por salir de la cueva, ¿no? Quién sabe.

Ya se han ido casi todos del salón porque estamos en receso y quedamos nosotras dos, esperando a mi hermano. Aparece apenas unos minutos después junto con una botella de agua, y me extiende el medicamento antes de decir algo siguiera. Tras haberla bebido, se lo agradezco y me quedo con el agua.

Gia termina de guardar mis cosas de matemática en la mochila, y me preguntan si quiero dar una vuelta por el colegio en los diez minutos que nos quedan. Yo me niego, diciéndoles que prefiero quedarme aquí al menos este recreo en la tranquilidad del salón deseando que así se calme un poco el dolor de cabeza.

Keane se queda y le digo que no es necesario, que puede ir si quiere. A Gia le digo exactamente las mismas palabras pero dicen que prefieren permanecer conmigo en este lugar. Yo noto a mi hermano algo tenso y nervioso, y cuando intento mirarlo de frente me esquiva la mirada. Me debato en silencio en si sería buena idea preguntarle algo al respecto, pero llego a la conclusión de que muy posiblemente no vaya a contarme nada. No sé si será algo normal en él o lo hace simplemente porque cree que apenas puedo sostener mis cosas y menos podría cargar también con las de él.

Nadie dice nada con el correr de los minutos, y cuando quiero darme cuenta mis compañeros están regresando haciendo demasiado ruido que no es necesario (y, especialmente, que es evitable). El salón se llena de inmediato de alumnos de camisa blanca y corbata azul, y una profesora ingresa momentos más tarde. Deja las cosas en su escritorio y procede a saludarnos con un «Buenos días», ante lo que respondemos de la misma manera. A largos pasos, puesto que es muy alta, avanza hacia donde me encuentro sentada y me saluda de lo más sonriente. Se presenta, diciéndome que es la profesora de historia. Veo su cabello negro recogido junto con sus ojos color avellana y me recuerdan a mi mamá Emmeline. No porque luzca como ella porque mamá G no me ha enseñado fotos pero sí por lo que me contó: era profesora de historia. Por mi cabeza pasa la pregunta de si llegó a conocerla alguna vez, aunque me lo guardo para mí. Dudo mucho que espere una pregunta de esas de mi parte en lugar de que le conteste un “Hola, le prometo que aprobaré”.

La mañana corre sin muchas cosas extraordinarias, hasta que llega la hora del almuerzo. Yo digo que no tengo hambre, pero me obligan a ir hacia allí de todos modos. Tampoco quiero porque temo que me observen demasiado, esta silla llama demasiado la atención y no quiero que más de doscientas personas coman hablando de la señorita que allanó un departamento y casi se mata.

—No podemos dejarte sola, Leen...

—No deben preocuparse por eso —les digo, despreocupada—. ¿Qué tantos problemas puedo causar encerrada en una silla de ruedas?

Ellos dos intercambian miradas.

—Ese no es el problema.

—Puedo cuidarme solita, serán apenas unos minutos. Prometo que me voy a portar bien.

Intento poner cara de angelito para sonar un poquito más convincente, aunque sea, y lo dudan demasiado antes de decir que sí. Festejo en silencio cuando se van en dirección a la cafetería, y me pregunto cuál ventana debería romper primero.

Okay, claro que eso no.

Me río sola ante la estupidez que acabo de pensar.

Me dedico a mirar cada detalle que me sea posible de este salón. He estado dos trimestres aquí metida, debe haber manera que me recuerde aunque sea a un sólo diálogo entre esas doce semanas.

Observo la pizarra que debería ser blanca pero se ha vuelto gris debido al uso de los marcadores. Miro los pupitres. Mi mirada recae en las baldosas. Inspecciono mi uniforme una vez más. Azul, blanco y negro. Dos de ellos son demasiado oscuros para mi gusto, aunque no me quejo. Podría ser peor. Miro mi único zapato puesto, junto con mi calcetín blanco que sube hasta unos cuantos centímetros debajo de mi rodilla. Mamá ha tenido que ayudarme a vestir, porque fue una lucha intentar hacerlo sola. Me hace sentir mal pensar que son pocas cosas en las que no dependo de alguien más, pero me siento un poco mejor cuando pienso que falta un poco menos de un mes y medio para recuperar mi pierna y brazo izquierdos.

Hago ruiditos con mi boca cuando he recorrido con la mirada todo cuatro veces y no me recuerda a absolutamente nada. Me aburro, deseando que los minutos corran más rápido, y antes de que pudiese darme cuenta la campana retumba en mis oídos. Con los estómagos llenos, de a poco mis compañeros regresan mucho más silenciosos de lo que había estado imaginando. Veo ingresar a Archie abrazando a su compañero de banco por los hombros, y me sonríe cuando ve que estoy observándolo. Yo recuerdo los dibujos de sapitos y empiezo a reírme sin poder evitado. Creo que creyó que estoy burlándome de su cara.

—¡Hey, Kitty! —me llama, alzando su mano en mi dirección. Me detengo, y lo observo de nuevo—. ¿Qué tal estás, ahora? ¿Bien? Me alegro por ti, yo también lo estoy. Es una suerte, ¿no crees? Yo también lo creo.

A cada pregunta que intento responder a su momento, él me interrumpe tapando mi voz. Su amigo se burla de él y le dice que me deje respirar. El chico de ojos turquesas entra a la par de mi amiga Gia, hablando de algo en voz baja, y ella me busca con la mirada por unos momentos. Al ver que no me he movido de mi lugar veo que suelta un suspiro, probablemente de alivio. Se sienta a mi lado segundos más tarde.

—Pensé que estarías arrastrándote por el suelo con tal de moverte de la silla —confiesa, buscando entre sus pertenencias lo que necesitaremos ahora. Yo le digo que es una exagerada aunque tendría que haber admitido que podría haber sido el caso si me hubiese pasado por la cabeza la idea en lugar de entretenerme viendo las moscas pasar.

Saca mi libro de química de la mochila amarilla, y se lo agradezco. Al ver la tapa abro los ojos sorprendida, porque lo reconozco. Lo tomo lo más pronto que mi pobre manito que lo permite, y lo hojeo buscando algo entre las páginas. Gia me pregunta qué estoy haciendo ante mi rapidez y por unos momentos creo que estoy por arrancar las páginas y lanzar el libro hacia algún lugar porque parece que todas las páginas están pegadas.

—Leen, oye, ¿estás buscando algo? ¿Qué recuerdas? —Su tono la hace ver un poco confundida y yo le extiendo el libro. Miro sus ojos verdes, fijamente, y le pido que por favor lo haga por mí—. ¿Hacer qué? ¿De qué hablas?

Parpadeo un par de veces, aunque haga lo que haga el número no logra salir de mi cabeza.

—Busca la página 127.

Sin comprender, hace lo que le pido. Abre las páginas 126 y 127 y las contemplo atenta buscando algo que llame mi atención.

—Aquí... —dice, en voz baja, y me señala uno de los márgenes. Me acerco un poco, y leo para mis adentros las letras en las que mis ojos se posan.

«Sólo necesito que entiendas mis palabras cuando estamos en silencio.»

Y debajo, en color azul:

«Comprendo tus vacíos cuando los veo rebalsar.»

Intercambiamos miradas de inmediato, y noto cómo traga saliva al ver sus ojos oscurecer. Yo cierro mis ojos con fuerza y sujeto mi cabeza, intentando que aquel recuerdo regrese, pero no incompleto, y lo único que logro recomponer en mi cabeza es estar inclinada sobre el material de química para escribir allí y divisar cómo, a continuación, otra mano me imita respondiendo lo que he conseguido trazar sobre el papel. Bufo, frustrada.

—No sé qué demonios significa —murmuro, antes de que sea capaz de preguntármelo.

Cierro el libro, como si le tuviera desprecio, y ella se aclara la garganta antes de decir:

—No te preocupes, ¿sabes? Tal vez no signifique mucho... ¿Por qué tendría que estar en un libro de química?

—¡Rulitos!

Estoy a punto de morderme la lengua del susto, y con cara de pocos amigos, me volteo para observarle.

—¿Qué pasa, Archie?

—¿Recuerdas cuando te emborrachaste en mi casa y bailaste sobre la mesa? Porque yo sí, fue divertido ver cómo te caíste y después seguiste como si nada. ¿No te duelen las caídas a ti?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro