EPÍLOGO.
Después de la muerte de la mujer, el hechizo en Jungkook había desaparecido, pero ahora había caído en una profunda depresión.
Sus hijos a los que le tenía algo de aprecio, intentaron sacarlo, pero el ex gladiador, no hizo más que encerrarse en la cueva en que solía estar junto a cupido durante un poco tiempo de su juventud.
Anhelando su llegada y sus labios como lo hizo, pero Jimin nunca llegó, aunque Jungkook lloró, gritó y estuvo a punto de cometer suicidio por cupido, jamás lo hizo. Porque estaba ocupado intentando olvidarlo (aunque aquello no lo supiera el humano) o porque prefería ver el amor a través de otros ojos que no fueran los suyos.
Hasta que lo hizo.
Antes de morir, con la vejez en la mano, el corazón a punto de detener su latido, apareció su bello cupido.
Que tal vez estaba ayudando a alargar su vida y seguía velando por él.
Cupido había llegado y le había besado la frente, había hecho bromas sobre su aspecto de anciano y el gran hombre que solía ser Jungkook, no hizo más que llorar por él. Llorar por lo que nunca fueron, sin reclamos, nada más que lamentos por su cobardía.
Pero, antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por la muerte, recibió lágrimas de cupido (¡De un Dios!), que le impulsaron a le rogarle estar a su lado, que lo llevara con él.
Y como Cupido, es el Dios que siempre cumple cuando se trata del amor.
Le otorgó el último deseo humano a su amado.
Y le convirtió en Dios.
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