
Capítulo 4; Amar hasta la médula.
M.
Cuando el señor Patrick salió para recibirme, no pude evitar sentirme decepcionada por no verla salir junto con él, aún así, rápidamente me alivie cuando mencionó que sus cuatro hijos me esperaban en el comedor para que degustara junto con ellos de un agradable desayuno, esperando al mismo tiempo que fuera de mi total agrado, pues todo esto se debía a mí.
Me sentí honrada ante sus palabras y lo supe expresar con cada una de mis acciones, alegando que hoy los complacería con la tan esperada interpretación de la Hammerklavier. Él, con completo asombro, me respondió sonriente que ese sería el mejor agradecimiento que podía pedir y que estaría listo para escucharme tan pronto como yo decidiera pasar al piano. Por mi parte, sólo supe asentir.
Al entrar a la casa, algunos sirvientes se acercaron a mí para despojarme de mis abrigos; hoy era un día particularmente frío y extraordinariamente soleado, extraño, pero agradable.
Siguiendo por detrás al señor Patrick, al pasar a la habitación y llegar al comedor, otro de los sirvientes anunció mi presencia y todos en la mesa, incluyendo a la señorita Chaeyoung, se pusieron de pie. Amablemente pedí que volvieran a su lugar, que no eran necesarias las formalidades conmigo, que siempre era bueno mantener un ambiente cómodo y amigable. El joven James supo estar de acuerdo, y tomó asiento antes que cualquier otro, los demás aguardaron hasta que hice lugar en la mesa.
—¿Cómo ha estado, señorita Mina? Es grato volver a verla —comentó el joven Oliver con amabilidad.
—He estado bien, y de igual forma, siempre es un gusto verlos a cada uno —expresé de la misma manera.
—Qué bueno que hayas decidido venir —agregó el joven Robert, y yo sonreí en respuesta.
Aunque desee un comentario de la señorita Chaeyoung, en el cual también afirmará su alegría por el hecho de que estuviera yo aquí, ella sólo se mantuvo en silencio mientras comía. La notaba algo tímida, pero su característica sonrisa seguía situada en su rostro, así que no pude atribuir a qué se debía su comportamiento, pero en todo caso, esperaba resolver pronto esa duda.
Mientras desayunaba con todos, era grato conversar con cada uno de los varones en la mesa. No podía explicar lo cómoda que me hacían sentir con su amabilidad y sus buenas atenciones. Era interesante escucharles hablar sobre las buenas nuevas en la mansión, principalmente en la finca; como en el hecho de que uno de sus caballos acaba de cumplir otro año, en que al fin las flores de Ciclamen ya habían florecido, en que estaban próximos a la cosecha de uvas y que esperaban que probase un vino tradicional del sur.
Era agradable pasar el tiempo con verdaderos hombres. Verdaderos caballeros.
Aunque no podía extenuar el hecho de que cada palabra mía era acompañada por una fugaz mirada hacia la más joven. No sabía qué tenía su mera presencia que la volvía para mí lo más atrayente en la mesa. Me sentía como un pequeño colibrí siguiendo la corriente de la naturaleza en busca de su amado néctar, pues siempre terminaba yendo a ella.
Al acabar el apetitoso desayuno, decidieron pasar a la biblioteca para tomar una taza de té acompañado de un majestuoso libro. Además, añadió el señor Patrick, que deseaba escribir unas cuantas cartas en respuesta a diversos asuntos y que esperaba que lo acompañáramos mientras tanto.
Todos aceptamos, incluido ella.
Al entrar, Oliver me invitó a seguirlo. Al tiempo que caminábamos me mostraba la gran estantería con infinidades de libros, hasta que llegamos a un estante de color rojo, algo nuevo para mí, que siempre había visto la madera en su color natural. Brevemente me explicó el joven Oliver que todos esos libros le pertenecían a Chaeyoung, eran especiales y únicamente para ella.
No entendí a qué se refería con eso, aparte de no tener la característica pasta con el título del libro, no sabía a qué más podría atribuirse con ser "especiales". Ella era ciega, por lo que intuía que no sabía leer, pero no podía juzgar la situación, mucho menos plasmar en mis palabras mis propios pensamientos, no podía exponer aquella duda, temía que mi ignorancia se malinterpretará, pues herirla era lo último que deseaba hacer, por lo que simplemente me limité a asentir ante el nuevo descubrimiento.
Tomé un libro cualquiera y me posicioné al lado de James para tratar de hacerle compañía por primera vez, aunque rápidamente me arrepentí de mi elección, pues su intención era por último, querer leer, y lo confirme cuando puso el libro en su regazo y sólo se dedico a beber su té, mientras hacía un espantoso sonido al pasar el líquido por su garganta.
Cuando creí que mi tortura duraría todo mi preciado tiempo leyendo, rápidamente, antes de siquiera haber abierto el libro, la señorita Chaeyoung, con la ayuda de Oliver, tomó asiento a mi lado y con un enorme libro de pasta roja de terciopelo, comenzó a leer; exponiendo hojas blancas con relieves en ordenes indescifrables.
—¿Puedo saber qué es eso en su libro? Nunca había visto nada igual —exclamé confusa, más al verlo tan de cerca y no encontrar respuestas.
Ella dió un pequeño respingo ante el susto y luego intentó mirarme, yo con total cuidado toque —como la última vez— su hombro y ella al fin fijó su atención en mí.
—Es braille —contestó la señorita Chaeyoung con una tímida sonrisa.
—¿Braille? Nunca había escuchado de él, ¿qué es? —pregunté aún más curiosa que antes.
—Es un sistema de lectura y escritura táctil pensado para personas ciegas, también se conoce como cecografía.
—Vaya, eso es impresionante —dije asombrada.
—¿Quiere intentarlo? —me dijo dispuesta.
—¿Puedo? —Ella asintió energética—. Pero yo...
—No necesita saber, yo le mostraré.
Soltó el libro y con cuidadosas palmadas busco tomar mis manos, encantada por la idea, abandoné el libro que me disponía a leer y lo deje a un costado mío, luego acerque mis manos a ella, esperando con ansias ser tomadas. Y cuando al fin lo hizo, las posicionó sobre las hojas, logrando que con las yemas de mis dedos tocara sutilmente aquellos pequeños círculos.
Aunque la idea principal era que pudiera sentir aquellos extraños relieves circulares sobre mis yemas, lo que terminé sintiendo fue una mezcla de mucho y un entendimiento de poco.
De repente, el tacto de sus largos dedos sobre los míos logró que mi cordura se desvaneciera, que mis latidos rugieran, mis mejillas ardieran y que mi mente se nublara. Mis ojos viajaron desde las sombras de nuestras manos, una arriba de la otra, hasta llegar a su rostro, donde sus delicadas facciones y su encantadora sonrisa me hechizaron por completo.
Otra vez no entendía a qué se debía mi comportamiento y menos aquellos intrusivos pensamientos, pero me asusto tanto la bruma de mis emociones, que termine rompiendo el contacto y alejándome sutilmente de ella.
—¡Asombroso! —dije fingiendo emoción, al tiempo que ocultaba el nerviosismo de mi voz—. Qué cosa más interesante, debió ser difícil aprender a leer desde el tacto.
—Para nada, fue más bien una forma de libertad y alivio, pues aprendí muchas cosas del mundo desde que aprendí a leer el braille.
Sonreí al notar las emociones renaciendo en ella y abriéndose paso en las expresiones de su rostro.
No obstante, no exprese verbalmente más de mi sentir, más por respeto al lugar donde nos encontrábamos, en cambio, en un atrevido movimiento le susurre lo tan agradecida que me sentía por el hecho de que compartiera su conocimiento conmigo. Ella, como toda una dama, sonrió nuevamente y bajó levemente la cabeza sonrojándose con aparente obviedad ante mis palabras. Aunque me confundió su actitud, compartí su acción, así que escondí mi rostro detrás del viejo libro para evitar que alguien lo notara.
Después de ese breve intercambio de halagos y agradecimientos, continuamos todos con la lectura. En silencio y con algunas miradas intermitentes que sin querer le dedicaba a la señorita Chaeyoung, pase más de dos horas de mi estancia aquí en la biblioteca. Después de un rato, el señor Patrick se levantó por fin de su asiento y dejó una infinidad de cartas sobre su escritorio; luego, con una breve seña, me preguntó si deseaba seguir leyendo o si quería dar un paseo por la finca, como la última vez. Yo, en cambio, insistí en cumplir con mi promesa y me atreví a sugerirle que pasáramos al salón para que tocará para ellos.
La primera en responder a mi propuesta fue la señorita Chaeyoung, quién abandonó con velocidad su libro y exclamó encantada que le apetecía con exorbitante antelación mi interpretación de la Hammerklavier, alegando sin querer, que era lo que más esperaba del día. Reí ante sus palabras, así que dije que si todos estaban de acuerdo, el espectáculo podía comenzar.
El joven Oliver asintió con frenesí y Robert lo igualo, el único indiferente fue James, quién no dijo ni hizo nada. Por lo que el señor Patrick —quien de por sí, no abandonaba la emoción—, me pidió con amabilidad que por favor les hiciera el placer de complacerlos. Yo asentí, al tiempo que me puse de pie y los alentaba a caminar.
Cuando llegamos a la sala, sólo pude recordar mis viejos pensamientos descriptivos del lugar: «Cada centímetro del techo estaba repleto de arte. El tapizado de las paredes era armonioso junto con el marfil del suelo. Las ventanas eran gigantescas, tanto que podías ver todo el exterior con un pequeño asomo en él. Los muebles que había por todo el lugar tenían un aire real y majestuoso que los volvía alucinantes. Y el piano; el piano era la mejor parte. Justo al centro de la sala, un hermoso piano negro habitaba, era tan reluciente que podía ver mi propio reflejo y su tamaño, era monumental».
En el momento en que tomé asiento y quité el panel, fue como amor a primera vista. Ni siquiera espere a que todos hubieran tomado lugar, simplemente me deje llevar. Mis dedos besaron cada una de las teclas con tanto amor y carácter, que sentí el suelo temblar. Estaba dando cada parte de mí, de la manera más pura y vulnerable que tenía.
Cerré los ojos mientras mi mente proyectaba con claridad cada una de las notas, no obstante, mientras más avanzaba y la soltura de mi ser más se ceñía a la Sonata, deslumbre con completo terror los ojos como el ámbar de la señorita Chaeyoung. Tan atrayentes, tan mágicos, tan misteriosos, tan cautivadores, que dos o más teclas alcance a tocar por error, produciendo unas desafinadas notas a la mitad de mi interpretación, algo que sin duda me tomó por sorpresa y con la guardia abajo.
Abrí los ojos y miré a mi alrededor mientras aumentaba la fuerza de mi empuje. Buscaba aclarar mi mente y reafirmar que mi entrega era sincera, pero también técnica y perfecta. No quería cometer más errores, sin embargo, mi propia visión me traicionó y vulgarmente golpeó mis sentidos. De pronto mi vista enfocó la celestial imagen de la señorita Chaeyoung, y está vez no pude escapar.
Aquí no eran mis pensamientos, era la vida real, eran sentimientos reales.
—Dios... —susurre aterrada ante la revelación mediática que acaba de tener, pero aún así, no me detuve, seguí tocando aún más apasionada que antes.
Las notas se volvían cada vez más difíciles de tocar al final, y con el corazón latiendo con soltura y frenesí, temí no completar la Hammerklavier. Con ese miedo latente, cerré nuevamente los ojos y jadeante por el esfuerzo de más de media hora, concentré mis últimas fuerzas junto con el perturbador descubrimiento y toque las últimas notas.
Tan pronto como alejé mis manos del piano, todos se pusieron de pie y aplaudieron en unísono. Avergonzada por su acción simplemente me limité a bajar la cabeza al tiempo que hacía una pequeña reverencia.
—Me temo que inclusive el mismo Beethoven tomaría cartas en el asunto por semejante espectáculo —exclamó el señor Patrick con completo orgullo—. Si fuera él temería que alguien piense que está partitura ha sido creación suya, pues la ha interpretado con el mayor de los sentires.
—Si la bendición de Dios fuera piadosa y curará su sordera, creo que lo primero que haría sería recriminarme por tales errores que he cometido —dije con gracia.
—Si ha habido algún error, créame que en esta sala nadie lo ha notado. Simplemente ha sido magnífica —completó el joven Oliver encantado.
—Concuerdo con la frase de que la mentira y los buenos modales no pueden ir de la mano, es como el hijo del sarcasmo —mencioné intentando aparentar cero convicción a mis habilidades.
Por desgracia no había brindado el espectáculo que tanto había deseado dar. Algo que sin duda me molestaba de sobremanera.
—Opino lo mismo, es por eso que la verdad y nada más que la verdad se ha dicho en esta sala —interrumpió la señorita Chaeyoung, dejándome boquiabierta—. Si no hubiera sido por mi conocimiento de usted en esta casa, habría atribuido la razón a mi ceguera en creer que mágicamente el reconocido Beethoven ha estado aquí tocando para nosotros.
Mis mejillas ardieron tan pronto como terminó de decir aquellas palabras.
—Excelente interpretación, señorita Mina, jamás dude de sus habilidades en el piano —concluyó el joven Richard con los halagos.
—Supongo que con tan buenas palabras no me queda otra más que convencerme, así que lo agradezco fervientemente. Les aseguro que si hay una próxima vez, les tocaré con el mayor de los cuidados, para brindarles un espectáculo perfecto.
—Entonces, esperemos que haya una próxima vez —me dijo la señorita Chaeyoung.
Sonreí ante sus palabras.
—Si usted me lo pide, de mi boca jamás podrá salir una negativa.
Ante mis palabras, sus mejillas cambiaron de tonalidad a un rojo carmesí. Dulce y expresiva, simplemente me limité a admirarla ante su gesto traicionero.
—Padre... —de repente habló el joven James—. Te recuerdo que hoy viajaré para encontrarme con mis abuelos en la capital.
—Es cierto, lo olvidaba —exclamó molesto y luego se giró para mirarme—. Disculpe, señorita Chaeyoung, pero hoy mi hijo James tiene una salida sin excepciones, así que se retirara. Es una pena que no pueda compartir más tiempo con usted, pero estoy seguro que sabrá entender.
—Por supuesto que sí, qué tenga un buen viaje —le dije y él asintió.
—Me retiro —anunció y luego salió de la habitación.
—Iré a despedirme de él, si me disculpa. Por mientras, podría dar una vuelta con mis demás hijos, si no le molesta.
Negué con la cabeza comprensiva.
—Por favor, adelante.
Me sonrió y se marchó.
Mira a ambos caballeros con cierta incomodidad e indecisión, por suerte, el joven Oliver fue lo suficientemente atento para invitarme a seguirlo. Así que lo hice. Salimos de la gran mansión y cruzamos el enorme jardín hasta entrar en la interminable finca.
Con cierta decepción tomé el brazo de Oliver y caminé a su lado. Fue inevitable para mí no mirar atrás y ver a la señorita Chaeyoung con el joven Richard caminando. Ambos parecían divertirse al hablar, sin duda denotaban una gran hermandad que pocas veces había presenciado en mi vida.
—¿Qué le ha parecido la mansión Son, señorita Mina? —me preguntó curioso.
—Es impresionante, por dentro y por fuera, aunque debo admitir que lo que más me gusta es su jardín.
—Por eso mismo la compro mi padre —reveló y lo miré asombrada—. A mi madre le encantaban mucho las flores y deseaba tener una casa con un enorme jardín frontal que estuviera repleto de rosas, creo por eso mismo mi padre insistió tanto en venirse a vivir aquí.
Supuse que el tema de su madre era algo que no ameritaba hablarse en un momento así, por lo que evité el tema, aunque agradecí mentalmente el hecho de que me proporcionará tal dato extensamente agradable.
—Su padre parece ser una muy buena persona —me sincere y él rió tiernamente.
—Lo es, créame.
—No lo dudo.
Por unos minutos se quedó completamente en silencio, aunque notaba cierto querer por volver hablar conmigo, y como si leyera mi mente, instantes después continúo hablando.
—Perdone la indiscreción, señorita Mina, pero... ¿Puedo preguntarle una cosa?
—Creo que ya lo está haciendo ahora, joven Oliver, pero le consideraré otra oportunidad —dije y él me sonrió divertido.
—¿Cómo una mujer como usted aún no se ha casado? —preguntó realmente consternado—. No hay duda que posee las mayores cualidades de una dama de las que alguna vez he podido presumir que he sido testigo, así que me cuesta creer que nadie aún haya pedido su mano o haya luchado por ella.
Reí ante su comentario.
—Parece que la gente siempre asume que estoy en busca de un caballero, pues dudan de mi falta de querer por comprometerme.
—¿Y no es así? —escuché detrás de mí.
Me sorprendió sin disimula aquella intromisión ajena, pero fue más mi sorpresa ver quién había sido la persona que había puesto en duda mis palabras. Al parecer habían apresurado el paso nuestros acompañantes o bien, nosotros nos habíamos retrasado por la intensidad de la conversación.
—No todo en la vida son hombres, señorita Chaeyoung —aclaré, aunque fue inevitable darle rienda a la diversión y reír sin decencia—. El mundo es demasiado amplio y grandioso para creer que nosotros sólo giramos alrededor de ellos. Me temo que si piensa así, me veré obligada a dejarle claro mi decepción e inmutarme con los caballeros, si es que acaso mis palabras no son de su agrado.
El tema de mi persona y el como siempre todo de mí giraba indirectamente alrededor de Cupido, hacía mi sangre arder. Aunque me divertía la inocencia de su ser, no podía permitir que creyeran que estaba yo ahí por un hombre. Si bien, el supuesto objetivo era casarme, dentro de mí no crecía ni una pequeña chispa ante la idea de hacerlo.
Si fuera por mí, abandonaría este lugar sin meditarlo dos veces, sin embargo, no podía mentir ante el hecho de que ahora lo que me arrastraba a este lugar no eran los hombres, sino una mujer.
Ella.
—Creo que si pensará como las demás, entonces habría un desacuerdo —sentenció Richard—. Mi hermana es un ser de luz sin maldad alguna, es por eso que es fácil que caiga en esas ideas, así que no se preocupe. Si los ideales de una persona no dañan a otras, no hay por qué ponerlos en juicio y estar en contra.
—Al parecer se han malinterpretado mis palabras —intervinó la señorita Chaeyoung crispada—. Me toman por niña, pero mis intenciones no han sido ni serán poner en tela de juicio sus valores. Admito haber cometido un error al asumir con mi pregunta que partía de un caballero, así que me disculpo por eso, pues pensé que por eso estaba usted aquí.
De repente, mis mejillas ardieron.
Su comentario había sido acertado, porque eso mismo yo había aparentando, así que no la podía culpar, más bien, era yo la que ahora parecía tropezar entre sus palabras y sus acciones.
—No hay de qué disculparse, entiendo sus razones para creerlo, pero estoy aquí por mis padres —aclaré, aunque puedan ser contraproducentes mis revelaciones—. Mis intenciones son puras, y la amistad que les ofrezco junto con mis atenciones son por igual.
Todos guardaron silencio, por lo que me obligé a continuar caminando.
Durante el maravilloso recorrido y pese al silencio desfavorecedor e incómodo, el joven Richard decidió entablar una conversación conmigo, pacífica y divertida para intentar olvidar todo.
Me contó que durante sus días de estudiante en Escocia, en las vacaciones de verano, decidió regresar a casa para visitar a su padre, pero debido al tiempo largo que estuvo fuera, su hermana Chaeyoung había perdido la costumbre en su voz, por lo que por dos semanas pensó que habían contratado un nuevo sirviente y que por lo mismo, le estuvo pidiendo hacer cosas por ella, como limpiar los estantes o ayudarla a salir a caminar.
La señorita Chaeyoung soltó una pequeña risa y avergonzada admitió que realmente no reconoció su voz en ese momento y que nunca se tomó el tiempo para conversar con él, más que no fuera para las tareas que le pedía realizar. Richard, por su lado, continuó diciendo entre risas que entre su padre y él decidieron no decirle nada, pero que el último día le confesaron todo. Reconoció que fue divertido, pero a la vez triste, pues sentía que aquello había pasado debido a la distancia que los separaba, así que después de eso, prometió volver en cada una de sus vacaciones para evitar que eso sucediera de nuevo.
La incomodidad que antes habitaba entre nosotros, se dispersó fácilmente. Sonreí enternecida por sus palabras y asentí mientras lo miraba para confortarlo. Le agradecí por contarme sus anécdotas y las intenciones que había tenido al hacerlo. No obstante, cuando nos disponíamos a contar aún más relatos, todos nos miramos confundidos cuando de repente una gota cayó sobre mí y luego siguió con los demás.
En un pequeño pestañeo, la lluvia comenzó a besar nuestros rostros, por lo que corrimos abrumados para cubrirnos de ella.
El joven Oliver nos señaló un pequeño techado donde guardaban leña, así que lo seguimos sin dudar, una vez ahí, se quitó su refinado saco y me lo ofreció, tímida acepté, pero sólo porque era bastante sensible al frío. Por otro lado, Richard le ofreció el suyo a su hermana y la cubrió con delicadeza, luego miró a Oliver y le dijo que deberían ir por los caballos, ya que nos encontrábamos bastante alejados de la mansión y la lluvia parecía que tomaría más fuerza con cada minuto que pasará.
Oliver asintió y nos dijo que aguardamos aquí, y que no nos moviéramos por nada del mundo, que regresarían pronto. Ambas dijimos que sí y luego los vimos partir.
Mientras tanto, miré mi alrededor y como nuestra única compañía eran los troncos de madera, decidí juntar unos cuantos hasta armar —en lo que cabe— una banca, cómoda y segura para que principalmente la señorita Chaeyoung tomará asiento, sin embargo, antes de pronunciarme medite si sería correcto dejar que ella se sentará en tal sitio, pues su bello vestido lamentablemente terminaría ensuciandose.
Pese a que el saco que habitaba en mis desnudos hombros no era de mi propiedad, intuí que Oliver no se molestaría si es que acaso yo lo ensuciaba un poco, por lo que, sin más demora, lo dejé caer sobre la leña.
—¿Me permite tomar su mano? —le pedí, ardiendo en vergüenza y consumida al fuego de mis mejillas.
Ella frunció el ceño confundida, pero asintió al final.
Sentí un violento escalofrío cubrirme en cuanto toque su mano. Pese a que aún me encontraba bastante pasmada por la situación, su cálido tacto sólo sirvió para agitar mi mente y secar mi garganta, dejándome aún más helada por su toque que por el fuerte frío que nos envolvía.
—Junte unos cuantos troncos para que tomemos lugar en lo que esperamos a que ellos regresen —dije sintiéndome obligada a explicar mis razones por las cual le había pedido su mano.
—Se lo agradezco enormemente, a pesar de que no ha sido tan extenso el recorrido, estoy agotada —exclamó avergonzada.
Con cuidado logré que tomara asiento, después me sitúe a su lado.
—¿Ha vivido aquí toda su vida, señorita Mina? —pronunció Chaeyoung de repente y la miré asombrada por su iniciativa.
—Por supuesto, aunque mis padres no.
—¿Ah, sí?
—Sí, mi madre es del norte de Escocia y mi padre del sur de Francia.
—Vaya, no me esperaba para nada esa respuesta. Ambos se escuchan tan ingleses que es difícil imaginarse que hayan nacido en otro país.
—Eso es debido a la guerra, ya que desde muy jóvenes estuvieron mudándose y bueno... Al final terminaron aquí —pronuncié, a lo que ella asintió pensativa—. ¿Y su familia?
—A excepción de la suya, todos mis ancestros son nativos de Inglaterra.
Eso explicaría en gran magnitud el hecho de que su familia tuviera tanto dinero, así como tierras e influencia. Aunque, combinado, es imposible no tener alguna de las tres sin tener las demás.
—Por cierto... —mencionó con timidez—. Reitero mi disculpa respecto a mi suposición antes dicha.
El frío y las gotas de lluvia que acaban en mis brazos expuestos, evitaban que me sonrojará nuevamente, por lo que me limité a sonreír sutilmente.
—Bueno, yo reitero que no hay de qué preocuparse —le hago saber, a lo que ella me mira—. No es que intente ser vanidosa o presumida, pero normalmente me comparan con Cupido por la facilidad que tengo para conquistar hombres... Y quizás se pregunte por qué se lo hago saber, pero cabe decir que seguramente pronto escuchara ese apodo entre los demás habitantes, no obstante, créame cuando le digo que mis cualidades las he afinado con esmero y no las he conseguido como don. Si alguna vez las pongo en práctica, será con alguien en quién yo esté enamorada y busque cultivarlo.
¿Qué bien haría yo diciendo estas palabras? Ni por asomo cruzaba por mi mente tales ideas, aún así, sobre todo, esperaba que ella entendiera que ese apodo y yo, nunca tendrían el fin de profesar a una mujer de apariencia llena y de mente vacía. Más que una simple mujer que estaba en busca de casarse, quería ser una mujer que estaba en busca de su felicidad.
—No piense en mí como esa clase de mujer que va por la vida tras cada hombre que ve, pues ese no es ni será nunca un objetivo mío —continúe con cierto sentir—. Soy quien soy a donde quiera que me dirijo, y si algún hombre se muestra cautivado por mí, solo un agradecimiento de mi parte podrá ganarse, nunca nada más.
—Vaciló ante la idea del futuro, pues ya había escuchado ese apodo incluso antes de conocerla —reveló y la miré asombrada—. Y por las actitudes y atenciones que ha tenido, incluso por las habilidades que he presenciado, quizás no siendo testigo de vista, pero sí de presencia, no dudo que usted sea la mismísima encarnación de él. Estoy segura que su belleza y sus encantos son difíciles de igualar o de, incluso, comparar.
Por primera vez la comparación con ese ser no me hizo sentir humillada o asqueada, más bien, recibí cada una de sus palabras con completa gratitud y halago.
Aunque el frío hacía que me costará inclusive respirar, mis latidos desenfrenados estallaban fuertemente dentro de mi pecho a tal punto que por momentos creí estar dando alguna interpretación sonora con cada fuerte latido.
Bajé la mirada completamente avergonzada. Mis mejillas se cubrían de un rojo tan vívido como las mismas llamas del fuego. Traté de recuperar la postura, pero inclusive limpiar mi garganta costaba arduamente, por lo que simplemente me limité nuevamente a sonreír.
—Perdóneme usted por mis palabras, pero ser ciega no me resta credibilidad en cualquier otra de mis facultades, así que le aseguro que sé muy bien lo que digo, por si acaso llega a dudar de la veracidad de mis palabras —completó, dejándome consternada.
Ella se mostraba tan tímida y frágil que cualquiera pensaría que no era capaz de decir aquellas palabras con tanta pasión y mucho menos, con esa seguridad que imponía.
—Se lo agradezco —fue lo único que pude decir.
Y aunque intenté callar cualquier pensamiento impertinente que mi corazón deseara profesar, durante unos cuantos minutos sólo pude dedicarme a admirarla y sin darme cuenta, la importuna situación terminó por dominar mi voz y sin siquiera percatarme, pronto me encontraba profesado algo que nunca antes hubiera dicho a nadie.
—¿Alguna vez le han dicho que es hermosa? —exclamé con completa convicción, a lo que la observé sorprendida ante mis palabras.
Ella había tocado una fibra de mi ser que había terminado por mover el fuego incandescente de mi corazón, el que antes se encontraba adormecido.
Si bien, había sido consciente desde la última vez que la vi en aquella cena en mi hogar, tan pronto como mis ojos se desviaron del piano y se fijaron en su deslumbrante presencia, ahora no podía negar que dentro de mí crecía una atracción abrasadora por la señorita Chaeyoung, que aunque era incorrecto tener tales pensamientos por ser ambas dos mujeres, nada, ni siquiera la moral, podía detener lo que yo sentía por ella.
—No parece vacilar ante sus palabras, señorita Mina —pronunció nerviosa.
—Si lo hiciera, estaría mintiendo —exclamé sin vacilar.
—¿Entonces, es un hecho?
—Absolutamente.
La vi titubear ante la idea de intentar volver a hablar, pero el sonrojo sobre sus mejillas era tan evidente, que simplemente se limitó a bajar la cabeza y esconder sus acalorados sentimientos.
—Quizás he sonado algo impertinente, pero creo no hay mejor momento como ahora, para expresar lo que pienso de usted tanto en cuerpo como en alma —confesé con valentía, aunque el nerviosismo persistente en mis manos expresaba otro sentir.
—Para nada ha sido impertinente, sé muy bien que usted nunca sería alguien así, sólo... Siendo sincera, nunca nadie me había dicho algo así, por lo que no sé qué decir.
Reí ante la dulzura de sus palabras.
—Es un halago que no necesita ser retribuido o incluso, agradecido —mencioné comprensiva—. Con que lo sepa es más que suficiente.
Asintió ante mis palabras, ahora con una amplia sonrisa sobre su rostro que mostraba discretamente su blanca dentadura.
Desvíe mi mirada de ella y la fijé en el paisaje frente nuestro. El sonido de la lluvia cayendo y el olor a tierra húmeda, me hizo sentir extrañamente en paz y cómoda.
No pude saber si la señorita Chaeyoung estaba sintiendo lo mismo que yo, pero esperaba porque sí. De todas formas, aunque la idea en mi mente aún se encontraba levemente borrosa, comprendía que si bien, la relación entre las dos tenía un fin que no podía evitarse, tampoco podía evitar sentirme atraída por ella.
Mi alma que había estado pura en pensamiento y en ideales, jamás había luchando tanto con mi razón de ser y mucho menos, con mi propio corazón. Sabía que el destino de alguna forma nos separaría, porque ya estaba destinada al matrimonio, pero aunque no estaba tan lejos de esa realidad, pretendí fingir que realmente aquello jamás sucedería. Con la fe puesta en esa creencia y arraigada a mi propia convicción, alenté a mi espíritu y aunque sólo había transcurrido poco tiempo desde que la había conocido, no había duda que había sido flechada por ella.
Me había enamorado perdidamente de la señorita Chaeyoung. Y esos sentimientos no tenían retorno.
Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.
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