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Capítulo 3; ¿Puedo tomar tu mano?

M.

Cuando entraron a la casa, me quedé todavía unos cuantos segundos afuera tratando de regularizar mis latidos. Me sentía asustada ante ellos, porque no comprendía a qué se debían, aún así, traté de no darle cabida a eso. Quise aguardar más tiempo ahí, en la entrada de mi hogar, pero temí que mi inocente acto se mal interpretara, así que, aunque agobiada por la situación, junte la poca valentía que tenía y regrese adentro.

Durante más de una hora estuvieron conversando mis padres con cada uno de ellos, sin tocar el evidente tema de aquella joven, la cual se encontraba también en la sala y ocupaba un significativo lugar al lado mío, no obstante, pese a que creí vagamente que ese tema no se tocaría en lo que restaba de la noche, fue el propio señor Patrick quién la presentó con orgullo ante nosotros.

—Ella es mi hija, Son Chaeyoung, la menor de los cuatro.

Ella no contestó, pero supo sonreír a la nada.

—Sé que puede parecer un poco extraño su repentina presentación, hemos tenido nuestras razones, pero como pronto nos espera una unión entre ambas familias, no hay mejor momento para que la conozcan que ahora mismo —continúo el señor Patrick.

No me atreví a despegar la mirada del suelo, pues aquellas palabras que profesaban con benevolencia sobre la pronta unión de mi mano con alguno de los hermanos Son, me habían dejado con una evidente timidez, y era imposible para mí no sentir la mirada de todos ellos cuando aquel anuncio terminó de escaparse de la boca del señor Patrick.

—No necesita darnos explicaciones, es un placer para nosotros recibir a toda su familia aquí en nuestro hogar —exclamó mi padre con sincera amabilidad, y así mismo, evitando más mi exposición al tema.

—Así es, señor Patrick, las puertas de la mansión Myoui siempre estarán abiertas para todos ustedes —completo mi madre, con una amplia sonrisa.

—Pero, ¿por qué no nos mira a los ojos? Eso es de mala educación —mencionó Sana con extrañeza, mientras fruncía el ceño.

—¡Sana! —la recrimine de inmediato, avergonzada pellizque su brazo para que se callara.

—¡Ay! —grito ella, mientras se sobaba.

—Discúlpela, es un poquito... —Retrasada—, entrometida —me excuse, tratando de salvar el cómodo ambiente que habitaba en la sala.

Aunque de cierta forma era mi culpa, pues sólo mis padres sabían sobre ella y sobre su condición.

—No, perdonen ustedes, soy una ciega que intenta no aparentarlo —pronunció Chaeyoung por primera vez en la noche, y aunque su tono no denotaba vergüenza, si exclamaba tristeza.

Miré a mi hermana y sus mejillas estaban tan rojas que parecía querer que la tierra misma se la tragara. Aún así, bien me hacía que el entendimiento de mi hermana recibiera unos cuantos tropiezos de vez en cuando para que aprendiera a mantenerse callada. Uno debía mostrar buenos modales siempre y no guardarlos debajo de la almohada.

No obstante, el silencio que se produjo después de esas palabras fue tanto, que tuve que verme en la penosa necesidad de pedirles que me permitieran tocarles una pieza. Justamente mi querido y amado piano se encontraba situado apenas a unos escasos metros de la sala, lo que lo volvía pertinente. Aunque claro, no era un hecho que estaba en mis planes, sin embargo, evitar que la noche cayera en picada era mi mayor objetivo.

—Por supuesto, hija, eso sería magnífico —contestó mi padre antes que cualquier otro ante mis palabras. Incluso él sabía a qué se debía mi falso querer de atención.

—¿Con qué nos vas a deleitar, señorita Mina? —preguntó encantado el señor Patrick.

—Si la idea les agrada, creo que no hay mejor pieza para tocar esta noche, que la Sonata para piano número veintinueve, Opus ciento seis en si bemol mayor, señor —dije poniéndome de pie y caminando hacia el piano.

—Oh, la Hammerklavier... ¿Es usted admiradora de Beethoven? —preguntó el joven Oliver intrigado.

—Por supuesto, lo soy hasta los huesos —exclamé sonriente, y todos en la sala rieron.

—No lo dudo, no es una pieza nada fácil de tocar, así que hay que tener mucha paciencia y dedicación para aprenderla —continúo él diciendo.

Reí con cautela, al tiempo que tomaba asiento en el banco y levantaba el panel que cubría el teclado.

—Bueno, como dijo el pianista italiano Ferruccio Busoni, «la vida de un hombre es desgraciadamente demasiado corta para aprender la Opus ciento seis».

—Dura cuarenta y cinco minutos, así que le doy la completa razón —comentó el joven Richard divertido.

—Por desgracia, aún nos espera la cena, así que sólo los degustaré con una pequeña intromisión de veinte —aclaré, pues no pensaba volver esto un espectáculo de mis habilidades, sólo pretendía escapar de aquella incómoda situación.

—¡Qué pena! —mencionó el joven Oliver—. Espero que podamos escucharla completa en otro momento.

—Le aseguro que así será —le prometí, mirándolo.

Respiré profundamente, esta interpretación era la mayor partitura para piano sólo en cuanto a longitud y amplitud de aliento se trataba. Inclusive el propio compositor admitió que se trataba de una pieza para piano extremadamente difícil, y aunque fue una de las últimas piezas que aprendí a tocar con la ayuda de mi institutriz, le había dedicado tanto tiempo y esmero incluso después para nunca olvidar ni una sola nota, que estaba confiada —o eso me hacía creer— en que todo saldría bien.

Cuando posicioné mis dedos en el teclado, no lo pensé por mucho tiempo y sin la ayuda de una partitura que respaldará mi talento, fluí como sólo el agua sabe hacerlo.

Jamás había deseado tanto demostrar mis verdaderas habilidades en el piano como en ese momento. Mis ojos no se despegaban del tablero; miraba con completa convicción la rapidez de mis dedos y cómo estos se movían con la misma suavidad de una hoja cayendo.

Tan pronto como la pieza llegaba a su fin, dentro de mí crecía el fuego de la alegría y el sabor de la victoria, pues con el mayor de las dedicaciones, había dado un espectáculo que ameritaba celebrar, ya que ni una sola vez había fallado.

Cuando terminé, lo primero que mis ojos quisieron ver fue la silueta de la joven Chaeyoung, quién con los ojos cerrados y el semblante sereno, había escuchado mi devoción en el piano. Quise creer que le había agradado, sin embargo, ella hizo algo que no esperaba, pues se puso de pie y aplaudió con esmero, sonriente y aunque mirando a la nada, repartió elogios sobre mis habilidades sin siquiera reprimirse.

Otra vez un fuerte sonrojo se apoderó de mis mejillas, aún así, mantuve la cabeza en alto, pues ya que no tenía el oprobio de la cruda desgracia interminable recordada de las palabras dichas por mi hermana. Estaba segura que con esa pieza de piano inclusive los problemas se habían esfumado.

Los hermanos Son, como todos unos caballeros, supieron agradecerme por hacerles presenciar tal espectáculo audiovisual, ya que mi presencia y el sonido del piano, habían sabido transportarlos hacia la vieja Alemania (Pues el título Hammerklavier procedía del término alemán «piano-forte»), no obstante, el único que no pareció encantado por mis habilidades fue el propio James. Mis padres y mi hermana, en cambio, supieron agradecerme con la mirada por tal acto arriesgado. Y en mi caso, recibí con total humildad y cariño cada una de las palabras y acciones hacia mi persona.

Cuando terminó la ovación mi madre se puso de pie y los invito a pasar al comedor, ya era hora de cenar. Una vez ahí, nos acomodamos como de costumbre, los padres se posicionaron cada uno en la cabeza, los tres hermanos del lado derecho y las mujeres del lado izquierdo, sin embargo, no sabía si era simple coincidencia o qué, pero otra vez había quedado al lado de la señorita Chaeyoung.

Mientras concurría con normalidad la velada, algunas cuantas anécdotas supieron acompañar el momento. El señor Patrick, como de costumbre, fue el primero en iniciar una conversación, como el buen narrador que era comenzó a transportarnos a su infancia hace más de cincuenta años, cuando tenía escasos diez; él nos contaba sobre su niñez y lo muy travieso que había sido, que desde siempre fue un parlanchín nato, pero que aún así, también sabía ser serio en ocasiones.

Por otro lado, los hermanos Son alegaban que jamás habían visto a su padre molesto y que, la única y última vez que lo habían visto, fue hace años, por lo que era como si nunca hubiera pasado. También se habló de ellos, sobre todo el hecho de cómo cada uno era en particular diferente a los otros, pero entendía muy bien esa parte —demasiado me atrevería a decir—, pues Sana y yo, éramos más opuestos que el verano y el invierno juntos.

Así transcurrió la cena, entre aspiraciones y sueños, entre infancias alegres, entre desalentadores sucesos, entre sustos inexplicables, entre gustos compartidos, entre amistades nuevas.

Fue así hasta que, cuando el postre estaba siendo servido, y significaba el punto final de la cena, la señorita Chaeyoung extrañamente me buscó. Primero dijo mi nombre, y aunque me encontraba atenta a otras conversaciones, el sonido de su voz hizo que detuviera cualquier cosa que estaba haciendo en ese momento y concentrará mi atención sólo en ella.

Al mirarla, observé que se notaba un tanto decepcionada, pues aunque no había contestado a su llamado, ella ya esperaba con la boca abierta para continuar hablando.

Me sentí apenada por ella, así que, pese a que su presencia me ponía inexplicablemente nerviosa, toque su hombro con delicadeza y con la misma giró su cuerpo. Me atreví a llegar a más, y llevé mi mano hasta la suya y la presioné levemente, con eso esperaba que entendiera que era yo, aún así, se lo confirme con palabras, pues su expresión inquieta parecía que me lo pedía a gritos.

—¿Me buscaba, señorita Chaeyoung? —dije sutilmente, esperando que nuestra conversación no se convirtiera en foco de atención para el resto.

—Sí, sí lo hacía —respondió del mismo modo, con una tímida sonrisa.

—Dígame, la escucho atentamente.

—Sólo quería expresarle mi mayor admiración hacia su interpretación de la Hammerklavier, debo de decir que fue magnífica, nunca antes había escuchado a alguien tan fantástica como usted —expresó con sinceridad, mostrando cada vez una sonrisa más amplia.

Me ruboricé inmediatamente.

Sus palabras habían servido para hacerme recordar aquel sentir que había experimentado hoy en el fugaz atardecer, cuando tuve el divino placer de admirarla bajar del carruaje con ese hermoso vestido.

—No sé qué decir... Sus halagos me toman por sorpresa —pronuncié tan nerviosa que termine tartamudeando sin querer.

—No necesita decir nada, seguramente ya ha escuchado infinidad de veces tales halagos o incluso, algunos más elaborados —exclamó con cierta vergüenza.

—Quizás, pero nunca así de sinceros, y para mí, la honestidad cuenta más que las palabras más bellas unidas en una sola —terminé diciendo, mientras sujetaba nuevamente su mano.

—Concuerdo con usted.

—Me parece entonces que nos espera una grata amistad por delante, aún así, perdone usted si la noticia le resulta en un infortunio debido a mi parte, más ante una posible alianza —me disculpe.

—Para nada, parece ser una buena mujer, así que no dudo que haga feliz a cualquiera de mis hermanos. —Me sonrió al terminar.

—¿Y a usted? —mencioné atenta.

—Creo que hay un malentendido aquí, seguramente alguno de mis hermanos pudo haber intuido algún tipo de desacuerdo de mi parte por el hecho de que alguno se casara, pero olvidaron algo muy importante, señorita Mina.

—¿Qué cosas?

—Qué si ellos son felices, yo también.

Aunque no podía verme, la sonrisa que esboce en ese momento era la más sincera que había tenido el placer de dar a cualquier persona. Sin duda aparte de su belleza, era una joven excepcional en cuerpo y alma.

—Me alegra saber eso —fue lo único que dije. El sentimiento era tan puro que temí arruinarlo con mis palabras.

De repente, sentí un toque en mi brazo y asustada me separe de ella, giré mi cuerpo y encontré a Sana con la mirada curiosa en mí y en la señorita Chaeyoung.

—¿Pasa algo? —dije preocupada.

Extrañamente me sentí como un ladrón, el cual, sin querer, había sido interceptado en el momento justo en que sus manos tocaron las tan anheladas joyas.

—¿De qué hablan tú y la señorita Chaeyoung? ¿Puedo unirme?

—La imprudencia es el peor pecado para una persona, si alguien me lo pregunta.

—Pero como nadie lo hace —refutó molesta.

—Sana... —la recrimine por su actitud—. Te recuerdo que eres una dama, así que compórtate como tal.

—No pensaba en interrumpirlas, sólo parecía que su conversación había terminado y pensaba que podía aportar algo más para que no culminará tan deprisa.

—No hace falta, de todas formas ya has logrado que se finalice sin el mayor de las importancias —le hice saber con cierto disgusto.

Sana no contestó, simplemente miró a otro lado y se cruzó de brazos. Por mi parte sólo pude suspirar agotada y negar con la cabeza en reproche.

Intenté retomar mi conversación con la señorita Chaeyoung, pero al girarme, la encontré hablando con su padre, por lo que supuse que no sería corrector ser yo ahora la imprudente. Simplemente me acomode en el asiento y acentúe mi postura recta, al tiempo que me dediqué a escuchar las miles de historias más que cada uno en la mesa contaba.

No bastaba con decir que fue una cena ampliamente agradable, sin duda esa descripción no le hacía la suficiente justicia que merecía, porque por primera vez desde que había conocido a futuros prometidos, está vez parecía todo tan armonioso y sincero, que uno sentía la suficiente confianza con ellos, incluso teniendo en cuenta que éramos relativamente extraños.

Había algo en la familia Son y en la mía, que nos volvía tan cercanos y tan cómodos con los otros, que no faltaba más que unirnos también en sangre y cualquiera afirmaría que en efecto somos familia desde hace muchos años.

Al terminar la cena volvimos a la sala, ahí platicamos un poco más, por desgracia, ya no tuve la dicha de poder conversar con la señorita Chaeyoung, aunque bien me hubiera hecho, sin embargo, no quise forzar la situación; si bien, sentía una extraña curiosidad hacia ella, también debía entender que aún no éramos amigas, y que debía darme el justo tiempo de conocerla, para poder llegar a tener una mejor relación.

Fue por eso que, cuando llegó la hora de que partieran, y el señor Patrick fue el último en despedirse, aproveché el momento para hacer un movimiento el cual, si tenía que ser sincera, no tenía los suficientes fundamentos para deber hacerlo, pero aún así, ahí me encontraba yo, tratando de hacer algo que a los ojos de los demás podría parecer un acto servicial, sin embargo, para mí, comenzaba a volverse controversial.

—Fue un gusto haber escuchado tan magnífica interpretación de la Hammerklavier —me dijo el señor Patrick, y me incliné levemente para agradecer tal cordial halago—. Espero que pronto nos deleites con la versión completa, para mí y para mi familia sería un total honor.

—Por supuesto que sí, le aseguro que me jugaré la vida cuando de nuevo ponga mis dedos en el teclado.

—No lo dudo, querida, no lo dudo... —aseguró convencido mientras reía—. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en decírmelo, te aseguro que lo tendrás, es lo mínimo que puedo ofrecerle al hacer una interpretación de cuarenta y cinco minutos.

—No se preocupe, señor Patrick, lo hago con total placer.

Aún así, escuchando de la propia boca del joven Richard lo que significaba la señorita Chaeyoung para su familia, y pese a que tal vez no era el movimiento más acertado, quería mostrarme más íntima a ellos y poder ganar la confianza de todos, principalmente la de ella.

Para mi peculiar suerte, el señor Patrick antes de despedirse de mí me dijo sobre nuevamente ir a la mansión Son, me invitaba incluso a quedarme, no sabía muy bien cómo tomarme esa invitación, pero cuando tocó el tema de la señorita Chaeyoung, mis sentidos se agudizaron sin discreción.

—En nuestro antiguo hogar vivían cerca nuestro varios familiares, así que Chaeyoung solía convivir muy a menudo con sus primas, por desgracia aquí no hay manera de que pueda formar una amistad con alguien, pero viendo su interacción esta noche, parece que eso puede cambiar.

¿Nos habría escuchado también?

Bueno, eso era obvio, no obstante, no entendía mi preocupación, simplemente estábamos conversando como cualquier otra persona en la mesa.

—Si me lo permite, me gustaría conocer más a la señorita Chaeyoung. Como usted lo mencionaba antes, ambas familias esperan unir en matrimonio a alguno de sus hijos, y ahora conociéndola a ella y sabiendo el cariño que le tienen, además de que en algún momento puede que seamos familia, quisiera hacerme su amiga.

—Eso sería magnífico —exclamó contento—. Nada me haría más feliz que mi futura nuera se llevará bien con mi querida hija. Estoy seguro que harán una maravillosa amistad.

—Yo espero de corazón que sí —le dije sonriente.

—Chaeyoung ha estado tan interesada en la música, y oírla tocar, le ha fascinado por completo y bueno... Sé que he sido yo el que le ha prometido cumplirle cualquier cosa, pero si el tiempo y su querer lo permite, me gustaría que practicará el piano en la mansión Son y permitiera que Chaeyoung la escuchara.

Nunca antes me habían hecho tal petición y menos hacia mi persona, pero inexplicablemente no necesité meditarlo por mucho tiempo y acepté sin el mayor de los problemas. Sea lo que fuera, esperaba que mi encanto en el piano también produjera alegría en otras personas.

—Por supuesto que sí, señor Patrick, cómo se lo he hecho saber con anterioridad, para mí no hay más honor que servir a su familia —exclamé sincera, y él me agradeció—. Espero estar visitando pronto su hogar.

—Eso espero también, por ahora, estaré atento a su carta, me despido, que un buen sueño sepa abrazarla esta noche —mencionó, bajando levemente su cabeza y regalándome una amplia sonrisa.

Sin darme cuenta, ya todos esperaban dentro del carruaje y miraban —incluyendo mi familia— la íntima conversación que ambos teníamos. Ante ello, me sentí extremadamente tímida, así que tan pronto el señor Patrick subió al carruaje, sin esperar a nadie, entré nuevamente a la casa.

La visita de los Son sin duda había hecho efectos en mi familia, pues, después de ese día y al pasar los siguientes, en cada oportunidad —que la vida siendo cruel— disponía, mis padres exclamaban eufóricos que la mayor de sus hijas estaba próxima a casarse y que debían ir asegurando el dote. No paraban de hablar del casamiento y de la celebración, del próximo baile y cual de los tres jóvenes me sacaría a bailar, no una, sino dos veces, y con eso se confirmarían con cual de todos uniría mi vida a él.

Nuevamente aquel detestable sobrenombre "Cupido", acompañó las palabras de mis padres y por desgracia, a eso también se le sumó la impertinencia sobrante de mi hermana, quién no paraba de hablar día tras día de cómo mis habilidades natas habían servido para robar el corazón de aquellos buenos hombres, que mi comportamiento, mi expresión al hablar y mis modales, además de mi encanto, habían dejado a todos esa noche impresionados.

Aunque me aferre a la idea de que estaba haciendo el bien por mi familia, sus palabras y sus acciones cada vez me hacían querer dar un paso hacia atrás y huir muy lejos. Temía aún así que al hacer eso estuviera esfumando la vida ante mis ojos, y acompañando mis años con desdichas e infortunios, cosa que para nada quería, por lo que me trague mi orgullo y mi dignidad y acepte nuevamente que ese nombre se apoderará de mí.

Siguiendo las semanas, mandé por fin una carta para avisar sobre mi visita el miércoles (dos días después) a la mansión Myoui, y si mi presencia sería oportuna o debía desertar y ser corregida, y aunque el envío de la carta se demoraba mínimo unas diez horas, aún teniendo un reparto privado en la zona, al día siguiente, tan pronto como el sol besó mi ventana y las aves acurrucaron mi oído, el señor Griffiths, nuestro sirviente, constataba la presencia de un repartidor privado de la familia Son, el cual había hecho llegar una carta especialmente para mí.

No faltaba decir que el manuscrito contenía una redacción y una preciosa letra como ninguna, en la cual expresaban la gran alegría que había causado recibir antes de la merienda una carta de parte mía. Sin extenderme tanto y expresando vagamente fragmentos de la carta; mandaban saludos y buenas nuevas a mi familia, otro poco más hablaba sobre los últimos días y lo cómodos que se sentían ahora viviendo aquí, y por último, lo más importante, la aclaración firme de que mi visita nunca sería un inconveniente y que esperaban verme tan pronto como el miércoles llegará.

No fue necesario contestar su carta, su contenido aclaraba muy bien el hecho de mi esperada presencia, que parecía imposible expresar algún pero o marcha atrás después de ese anuncio. Además, acuñado mi anhelo de ver de nuevo a la señorita Chaeyoung, mi mente viajó a nuestro último encuentro. Mi corazón latiendo sin interrupción, mis mejillas tan rojas como una manzana y mi timidez tan vivida como una herida, me dejaban ansiando nuestro reencuentro.

Fue así que, cuando menos lo espere, los días pasaron volando y el miércoles fue esta vez quién besó mi ventana, pues la luz del sol entrando por ella y acariciando mis frías mejillas, hizo que me diera cuenta que al fin había llegado el tan ansiado día. Nuevamente podría presenciar con mis propios ojos la dulzura en su ser, la alegría en su rostro y la calidez en su voz. Impregnada por ella en mi memoria, el viaje en carruaje fue fugaz y pronto me encontré al frente de la entrada de la mansión Son esperando nuevamente verla.

Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.

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