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Capítulo único.


«Cuando amando muera la muerte, la luz del plenilunio será pintada por las nubes. Cuando amando muera la muerte, el sol y la luna se besarán en una eterna oscuridad… Porque cuando muera mi amada muerte, se llevará consigo mi identidad.»

« Muerte, nárrame».

El acerbo sonido de tus lágrimas se convierte en la más amarga galimatía. Permanecías mirando hacia un inexistente punto desde el coche volcado y golpeando sin fuerza la puerta magullada por el accidente.

Me pedías ayuda, tu clara voz pendía de un hilo, sabías que yo me encontraba allí… Y aunque estuviera tu rostro cubierto de sangre, sentí cómo el amor nacía en mí.

Cuando me observaste con esos ojos que no podían ver, sentí que tu mirada me pidió narrarte nuestra historia aún no iniciada.

«Nárrame mil historias de amor… Nárrame mil versos seguidos escritos en tu boca, que de tu boca nace la miel que a mi alma endulza. Nárrame como si fuera la estrofa de una poesía tatuada en tu corazón. Nárrame como si fueras Eros enamorado del amor; vierte sobre mí, la más dulce melodía, tocada por tus dedos, de las teclas del piano, las cuerdas del violín o la orquesta de un teatro».

Y sin embargo, aunque el amor naciera en mí; aunque estuviera sintiendo por ti el sentimiento más vivo e inmarcesible del universo… Sigo siendo la muerte. Muerte fría y cruel; muerte que imaginas y temías en aquella tragedia, rogando que no llegara nunca, aunque estuviera a tu lado siempre.

¿Cómo podría yo amarte? ¿Cómo podría yo amar?

Porque si la muerte llegara a enamorarse; si la muerte llegase a sentirse viva, ¿qué más quedaría para el mundo si no es el caos? ¿Qué quedaría para la muerte si no es morir de amor?

Me pediste que escribiera cánticos en tu nombre y los clamara como un poeta empedernido, porque ardo delante de ti, por ti… debido a ti. Me pediste que dictara en un mudo grito el color de tu boca; el color de la vid más dulce y la fragancia más etérea de tus labios barnizados por tu propia lengua.

Pienso en tu sonrisa cargada sobre tu arco de Cupido que farda de un idílico encanto.

Pienso en la textura de tu belfo atisbado de ternura incomprendida, donde se alza el alba de mi inmortal amor.

Me dijiste que cuente las constelaciones marcadas en tu cuerpo, cada diminuto lunar y el brillo de las gloriosas galaxias que aún existen en cada ojo que han dejado de ver. Así que, canto epopeyas sobre tu voz y tu tez clara como un paisaje nevado. Narro la odisea de tu desgracia, y aunque las lágrimas se deslicen como cuchillas sobre tus mejillas en esta gris habitación y enrojeciendo tu piel… Yo quisiera tocarte y llevarme tu dolor conmigo… Pero me privo de hacerlo.

La efervescencia del mar de lágrimas y dolor que yace en tu interior te ahoga y te ahoga cada noche, cada vez que lloras y gritas por la lava incandescente que se acumula en tu pecho a punto de hacer erupción, pero yo no puedo hacer nada para calmar tu dolor… porque solo soy y sigo siendo la Muerte.

Me pediste que te narrara, que lo hiciera la muerte enamorada de ti, cada vez que hubieras intentado morir.

Me pediste que plasmara en un lienzo en blanco palabras de mi alma, los versos besados por mi amor; que describiera rigurosamente, y hasta morir de pasión, tus oscuros orbes fijados en la luna copiando su plateado color en tus pupilas... Porque mueres cada día y cada crepúsculo, y que, como la oscura noche, me perdiera en el océano negro de tus iris, en tu mirada medúsea y confusa… plena de tristeza que no puedo calmar y que me mata y me mata cada vez que yo te miro. Pero lo cierto es que el amor que te tengo está lastimándote también, y como soy la Muerte… me rehúso a dejarte morir.

Sabía que ya no eras libre, sabía que tu vuelo se había cortado como se cortan las más delicadas flores. Sabía que ya no había melodía que pudiera corresponder a tu pasión, y aunque estuvieras tan cerca de mí, también estabas tan lejos.

La música era algo ajena ahora. Ya no había melodía que narrara tu felicidad; ahora tu cuerpo estaba sumido en plumas oscuras como las de un ave negro y desgraciado; uno que no podía volar por mucho que agitara sus alas esperando alzar vuelo.

El sonido de los violines seguía filtrándose sobre tu piel, te seguía erizando el alma pero ya no había movimiento ni visión; tus ojos estaban tan oscuros y llenos de amargura; así que, cuando decidiste cerrarlos la segunda vez, esperando morir de la manera menos dolorosa, el agua te tragó entero. Te engulló.

Diste piruetas y piruetas, y luego saltaste del puente hasta el fondo del río haciendo un Grand Jeté.

Porque su cuerpo aún recordaba cómo bailar, porque tu pasión no moriría aunque tu vista lo hubiera hecho. Porque estabas harto de vivir estando muerto, Jimin.

La efervescencia del agua te envolvió por completo y tu cuerpo se sintió ligero; fue arrastrado hacia la oscuridad. Tu piel se veía verdosa, negruzca, sin luz alguna que pudiera darme tus claras facciones, hasta que tus ojos se abrieron en medio del agua y vislumbraron la luz del sol detrás de mí, que se extinguía mientras más hondo fueras. Ahora tu cuerpo danzaba en medio del agua eterna, de la calidez fría que le otorgaba ella… Casi como un suspiro de la muerte… Y la Muerte seguía siendo yo.

Cuando abriste los ojos, me viste. Sentí que lo hiciste. Extendiste tus manos hacia mí mientras se me desgarraba el pecho de dolor por volver a ver cómo lo intentabas…; cómo no te cansabas de exhalar tu último aliento.

Y entonces me sonreíste, mi amado Jimin…

Me sonreíste, y la inocencia de tus labios, de comisura a comisura, era el horizonte donde se alzaba el sol. Tú eres el alba que tiñe mi cielo de los colores puros donde me regocijo.

Tu cuerpo delicado que flota y el abrazo que pretendes darme cuando dejas que la corriente lo atraiga hacia mí, me acongoja y me rindo delante de la manera sutil en la que todo lo que mi amor representa delante de mí, mi alma se despoja; se sumerge y se corroe como la tinta de un manuscrito; como la tinta de mi poesía escrita en tu mirada, en tus ansias de besarme, ¡de besar a la muerte!

Me pides que te narre dos mil historias de amor, donde pudiera existir la chispa de fuego ardiente en medio del océano de mis pasiones; de la mangata de mi boca que se desvanece al pronunciar tu inmaculado nombre. Me pides que le cuente sobre la ígnea llama por la que perecieron las estrellas de nuestro universo y la misma que convirtió nuestra historia de amor en la tragedia más bella del dolor de la muerte enamorada.

Me dice… «Muerte, nárrame...»

«Nárrme mil muertes versátiles; nárrame tres mil historias de amor y conviérteme en el numen de tu desesperada pasión. Déjame ser tu sol, mientras seas tú mi luna… Porque la piel nunca se sintió tan cálida estando tú a mi lado, porque la muerte no se sintió tan viva desde que estás aquí a mi lado».

Y entonces me dices, también: «Oh, Muerte, yo soy tú y tú eres yo. Enamorado yazco de ti desde la primera vez que te vi sin poder ver; que te oí en medio de mis lamentos y te sentí como caricia de pétalos primaverales o el beso del viento otoñal. Permanece, Muerte, a mi lado. Ahora que ya puedo verte estando vivo en medio de este invierno».

Y comprendí el error de mi capricho… Porque por un joven al que había hechizado en el río y al que salvé de mí mismo, tocó mi oscuro cabello húmedo y acarició mi pálida piel observando el abismo infinito de mis ojos, debajo de aquel sauce llorón. Comprendí que nada llegaría a ser eterno y que yo estaba equivocado. Una Muerte como yo nunca debería amar ni ser amada.

«Muerte, ámame…»

El sonido de mi dolor se esparce como los dientes de león. Tu sonrisa resplandece y a la vez no… ¿Cómo he podido hacerte esto? Ahora lo único que deseas es poder besarme y amarme como dices hacerlo; como oyes que lo hago yo.

Los solsticios pasan y pasan; transcurren con vehemencia, pero tú sigues destruyéndote hasta que por fin comprendo que tú también eres muerte, que yo te he convertido en muerte.

Me matas lentamente consumiendo mi irónica vida, y te matas lentamente engatusado a mi hechizo… Y entonces… ¡Oh, Muerte mía…! Cuando te digo, haciendo de tripas corazón, que lo nuestro era una farsa; que no me quieres en realidad porque, solamente, había querido que vivieras porque amaba verte respirar.

«Lo sé» me dices tomando de mi ropa delicadamente, como si tuvieras miedo de no volver a hacerlo jamás «Sé que te amo porque así lo quieres, porque me has querido salvar. Sé que sabes que sin nuestro eclipse, seguiría siendo infeliz y trataría y trataría de morir… Sé que te dolía verme sufrir porque te he sentido a mi lado durante todo este tiempo; incluso si no puedo ver el mundo, puedo verte a ti.»

«Todo lo que toco muere…»

«Entonces sálvame o llórame un triste río. Pero tócame con un beso tuyo.»

Me pediste que te narrara, por lo tanto narro el elixir de tu boca y la suavidad cargada de inocencia con la que tus labios me besan. Oigo el sonido caudaloso de tus lágrimas que me hacen llorar… Es la primera vez que puedo tocarte, MuerteMi Muerte. Es la primera vez que sostengo tu rostro entre mis manos y escribo sobre tu belfo con mi lengua, miles y miles de versos románticos y épicos sobre mis sentimientos hacia ti.

«Muerte, mátame...»

Cae tu cuerpo inerte después y tu piel, reposando sobre la hierba, parece ennegrecerse cada vez más, mientras caigo en cuenta que tu sonrisa se ha ido para siempre. El fuego que me consume el pecho parece querer estallar y las lágrimas que despiertan junto a mi desgraciado amor, me derrumban ante tu cadáver… el cual ya no puedo abrazar.

Me odio por haberte hecho pasar por un infierno, por permitir que me sintieras a tu lado y hechizarte para que te enamoraras de mí y no desearas morir, pero alguien enamorado de la muerte que no muera era realmente irónico, ¿verdad, Jimin, mi amor?

Y ya no existe el desbeso que te regrese a la vida. No existe el desenamoramiento que te devuelva aquel brillo en los ojos que, por muy opacos que hubieran parecido, eran el símbolo de tu vida. Pero ahora cargando con tu cuerpo yazco solo, debajo del sauce que llora conmigo…

«Oh, sauce llorón… Llórame los días, llórame la vida, que se me marchita el sino sin esa divinidad mía; que en mi alma no cabe ningún claro más de luna… Y si vez alguna, clamado mi nombre habéis en llanto, ¿por qué esta eternidad sin su lado me quema tanto? Oh, sauce llorón, decidle a mi amor que la anemoia, por mucho que sus recuerdos se nublen en mi corazón, mis labios aún pronuncian su nombre como si todavía me robase la razón..»

Permanezco bajo el sauce llorón… añorando su llegada. Creyendo que mi ángel, que mi amante, volverá en cualquier momento y se sentará a mi lado sonriéndome tan jovial y encantador como siempre me ha parecido. Permanezco bajo el sauce llorón esperando que ese momento llegue, pero no llega… ni nunca llegará; solo se siente como si fuera otra eternidad más.

No hay viento más gélido que el de su ausencia, y el cielo siempre permanece negro. Ya no hay días, ya no hay luz. La oscuridad del sol me ciega completamente, me carcome por dentro generándome una tristeza descomunal con cada paso del tiempo.

Aplastante.

El oxígeno se mantiene abundante para mí, pero yo ya no necesito respirar…, no lo he necesitado en un buen tiempo. No es que no pudiera morir asfixiado tratando de soportar mi propia respiración porque mi cuerpo reaccionaría por inercia pidiéndome aire, no, sino que esta inmortalidad no me permitiría morir incluso si me cortaran la cabeza con la hoja de acero más afilada del mundo.

Y me aplasta. Me aplasta su ausencia. Me quema el recuerdo de sus cálidos besos y sus plúrimos pestañeos que emanaba la más pura inocencia celestial.

Y entonces te pido yo a ti:

«Nárrame y oblígame a seguir existiendo, debajo del sauce que llora conmigo… hasta que mi amor vuelva a mí».

El acerbo sonido de sus lágrimas suenan como las calmadas olas del mar, como el angustiado viaje del río hacia el océano; hasta perderse en el fondo de la absoluta oscuridad como el hueco en pecho; como su marcesible alma… Como si la muerte le hubiera robado la identidad.

«... Porque cuando amando muera la muerte, su amado vivirá muriendo por volver a verle».

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