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U N O

Yo tengo una esperanza, 
¡Sé que lo nuestro es posible! 
Sueño con ese día y poder estar junto a ti. 
Poder decirte a los ojos que lo eres todo para mí, 
soñar el mismo sueño y despertar a tu lado, 
poder amarte y a la vez, poder sentirme amado.

***

El despertador comenzó a sonar y lo sobresaltó haciéndolo salir del sueño en el que se había sumido. Más de medianoche. Era hora de encender su computadora, seguramente Luciana ya lo estaría esperando.

En medio de bostezos y restregándose los ojos, se encaminó de puntillas hasta su escritorio intentando ser lo más silencioso posible, sin embargo todo lo que hacía parecía sonar diez veces más fuerte de lo normal. No le habría gustado que sus padres despertaran y lo obligaran a apagar aquel aparato por medio del cual podía ver a la mujer de la que estaba enamorado. No quería ser castigado de nuevo y que le quitaran el único medio que tenía de comunicarse con ella.

Pulsó el botón de encendido y esperó un tiempo para que terminara de cargarse la sesión. Trató de desperezarse, no quería que lo viera con los ojos hinchados por el sueño. Había tratado muy duro de no caer dormido, sin embargo su día había sido algo agitado y al final el cansancio había podido con él; lo había vencido, no obstante fue lo bastante listo para haber programado la alarma antes. Por nada del mundo se iba a perder de una cita con ella, no importaba que fuera virtual. Cada segundo era valioso cuando hablaban, ya que un océano los separaba y las horas de diferencia no les permitían hablar tanto como les habría gustado. Sus itinerarios no podían ser más diferentes. Mientras que ella dormía y soñaba con poder verlo, él, despierto a miles de kilómetros de distancia, no podía dejar de pensar en ella.

Era por eso que no desaprovechaba nada de tiempo y se organizaba de tal manera que pudieran encontrarse siempre a las mismas horas.

En tanto tecleaba su correo y contraseña pensó en los alegres ojos castaños que lo esperaban al otro lado de la pantalla. En la sonrisa deslumbrante de Luciana, sus bromas, sus secretos, esos silencios tímidos en los que a veces no se necesitaba decir nada más porque sus simples expresiones hablaban por ellos.

Una sonrisa se pintó en sus labios al ver el nombre de su novia seguido de una lucecita verde. Estaba esperando, como siempre, por él.

Luciana se sobresaltó al escuchar el sonido proveniente de su portátil. Una videollamada. Ni siquiera pudo detener la sonrisa que vino a estrellarse en su rostro cuando vio la solicitud aquella. No le importaba que fueran muy temprano en la mañana, casi no hubiera dormido y tuviera que esconderse de sus padres para hablar con Marco. Él merecía cada segundo posible de su tiempo disponible.

Acomodó su cabello y de repente fue consciente del aspecto que tendría. Nunca había sido especialmente vanidosa, pero quería lucir bonita para él. Con un clic aceptó la petición y entonces vio cómo aparecía el rostro adormilado del chico al que tanto quería. Parecía cansado, y sin embargo tan feliz de estar ahí frente a la pantalla.

Esa sonrisa que tanto la embelesaba se hizo presente y sintió un vuelco en el estómago sin saber que él sentía lo mismo solo por la mera visión de sus ojos.

—Buenos días —susurró él con voz ronca y párpados pesados, por lo que no pudo evitar enternecerse.

Ambos buscaban cualquier manera de verse y poder hablar. Se habían hecho cercanos gracias a una pequeña comunidad de lectores y escritores, donde se habían dado cuenta que compartían gustos muy similares y disfrutaban de los mismos temas de conversación.

Noches en vela hasta muy entrada la madrugada habían compartido chistes, opiniones y uno que otro debate ocasional. Sin darse cuenta habían comenzado a añorar esas conversaciones con el otro al punto de revisar la hora cada cinco minutos impacientes por poder conversar de nuevo.

Horas completas volaban, desde el amanecer hasta el anochecer, hablando de todo y nada, temerosos de confesar que dentro de ellos habían comenzado a formarse sentimientos profundos por el otro.

Luciana destelló su sonrisa y Marco se cuestionó cómo aquella chica podía gustar de él. Solía preguntarle por qué le atraía si él se consideraba feo, pero aquello no era algo a lo que a la chica le prestara tanta importancia. Lo que en verdad le gustaba era su voz profunda que le calaba hondo, su sonrisa tan dulce... y aquella manera tan especial de hacerla sentir.

—¿Me escuchas? —Fueron las primeras palabras que brotaron de los labios femeninos.

Marco asintió sin palabras; no podía despegar la mirada de aquellos ojos que lo fascinaban. Había algo acerca de ellos que siempre lograban hipnotizarlo. Habían sido esa sonrisa sincera y esos ojos llenos de luz y vida los que lo hicieron darse cuenta de que, lo que sentía por ella, era más grande de lo que había pensado en un principio.

—Te extrañé, Lu —admitió sin pena. De verdad la había extrañado durante el largo día que había tenido.

—También te extrañé —murmuró ella más que encantada por aquella confesión—. ¿Cómo estuvo tu día?

—Bien...

—No te noto muy convencido.

Marco sonrió ante esa observación. Poco a poco ella iba conociéndolo más y eso era algo que le agradaba sobremanera.

—Discutí con mis padres —expresó.

—¿De nuevo? —Marco asintió—. ¿Por lo mismo?

Cuando recibió otro asentimiento como contestación, Luciana suspiró. No le gustaba que tuviera problemas con sus padres por su culpa.

Ella sabía lo mucho que los molestaba el que su hijo no estuviera durmiendo las horas que debería, pero él no la escuchaba acerca de eso.

—No importa, Lu. Estoy feliz de que me regañen si es por la mejor de las razones.

—¿La mejor de las razones? —curioseó.

—Sí, ya sabes. Hablar contigo. Es lo único que me importa, lo demás carece de importancia para mí.

Aquello calentó el interior de Luciana. Él siempre parecía decir lo correcto en el momento indicado. Calmaba sus inseguridades con sus palabras y la hacía sentir valiosa, hermosa, importante.

—Igual no me gusta que te metas en problemas por mi culpa —expresó en un murmullo.

El saber que no dormía lo suficiente por hablar con ella y que sus padres lo regañaban a causa de ello era algo que en verdad la hacía sentir culpable. Y ni hablar de los momentos en que lo castigaban y lo dejaban sin portátil. Era esa la razón principal por la cual Marco evitaba contarle cuando pasaba aquello. No le gustaba ocultárselo, pero tampoco quería preocuparla y que se sintiera mal.

De por sí era bastante malo tenerla preocupada por la situación tan fea que vivían en su país. Tanta inseguridad, tanta delincuencia... El recuerdo del asalto no tan lejano destelló en su mente y el miedo helado que había experimentado en aquel momento volvió a estallar dentro de sus venas. Llegó a pensar que había llegado su hora, que jamás volvería a ver a su familia, a hablar con Lu... Dios, Lu. De repente había sido lo único que podía pensar. En sus conversaciones, la manera en que estaba comenzando a enamorarse de ella...

—No es por tu culpa, ya deja de decir eso.

—Pero...

—No. Ya déjalo. Mejor cuéntame qué hiciste hoy, ¿sí?

Luciana sonrió y entonces se dispuso a olvidar el asunto y contarle lo que hizo durante el transcurso de su día.

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