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Capítulo 12

Especial.

Cleo:

Estaba con Breeze y su abuela en la cocina, me estaban enseñando a hacer algo llamado hallaquitas de chicharrón. Breeze picaba un pimentón mientras su abuela me enseñaba a hacer la masa.

—Cleo, ¿Puedo hablar contigo un momento? —Preguntó Albert entrando a la cocina.

Su abuela me indicó que podía ir con él con una asentimiento de cabeza.

—¿Qué pasa? —Pregunté cuando estuve a su lado.

Con un movimiento de su mano me pidió que lo siguiera hasta afuera.

—Iremos a comer helado mañana, nos vamos a las tres.

—Oh, eso es genial, le diré a Breeze y a Lex que...

—¡No! Quiero decir, me refería a tú y yo... Solos.

Eso no me lo esperaba.

»No quieres ir ¿Verdad? Le dije a Lex que esto no era buena idea, creí que después del beso tú querrías, no lo sé... Estar conmigo.

Bajó su mirada y jugó nervioso con el cierre de su chaqueta.

—Yo sí quiero estar contigo —Afirmé deteniendo el movimiento de su mano en el cierre—. Me encantaría estar contigo.

Lo decía de corazón, Albert de verdad me gustaba, me gustaba cómo se ponía nervioso cuando estaba a mi lado y todas las atenciones que tenía conmigo. Me gustaba porque todo lo que sentía él, también lo sentía yo.

¿Saben qué? Louis, Ernest y su contrato se podían ir muy al diablo.

—¿Eso es un sí?

—Me encantaría salir contigo, Albert.

Su vista se clavó en la mía y sonrió. Se acercó y me dió un beso rápido.

—Volveré adentro, contaré las horas para que mañana llegue rápido.

—Y yo igual.

***

Hoy a las tres sería mi «cita» —entre comillas porque no sabía si era el término correcto— con Albert, ayer estuve esperando con ansias este día y lo peor de todo fue que el tiempo se pasó muy lento. Incluso deseé adelantar el las horas para que se hiciera el momento, pero en este instante solamente quería detenerlo para poder elegir mi vestimenta.

—¡No tengo nada que ponerme! —Exclamé.

—A ver, tienes ropa de todas las marcas, de todos los diseñadores, sacada de todas las tiendas posibles ¿Y me estás diciendo que no tienes nada que ponerte?

—Es que tú no entiendes, hoy no quiero ser la famosa Cleo Garfield, quiero ser Cleo Garfield, la chica normal.

—Y mi hermano quiere que seas tú misma, sólo ponte algo que grité «Cleo» por todas partes —Dijo y salió de la habitación para darme espacio.

Breeze tenía razón, a Albert no le importaría mi vestimenta siempre y cuando me sintiera cómoda y segura con ella, no le molestaría mientras fuera yo misma.

Tomé un vestido amarillo mostaza con algunos volantes a la altura del busto y me lo puse con botines de tacón de color marrón. Me quedé mirándome en el espejo, sopesando si debía quitarme o no las extensiones, no me gustaba mucho usarlas y al fin y al cabo no formaban parte de mi verdadero yo, porque yo amaba mi pelo corto.

No hay calor, no hay nudos y aunque no te hayas peinado en una semana entera se ve bien. El cabello corto es lo máximo.

Ví el reloj. Ya casi era la hora, así que me quité las extensiones y peiné rápidamente mi cabello poniéndome un pasador con perlas.

Cuando bajé, Albert me estaba esperando en el umbral de la puerta, pude notar que su familia —más que todo Breeze y Lex— estaban asomados no tan disimuladamente desde arriba.

Me aclaré la garganta para llamar su atención y él se dió la vuelta para verme, sus ojos casi se salen de su lugar.

—¿Eres tú, Cleo?

—Sí, soy yo —Contesté orgullosa—. ¿Ya nos vamos? —Le pregunté.

—S-Sí, claro.

Awwwwwww.

Tomé su mano y los dos nos dirigimos a la heladería. Mientras caminábamos íbamos hablando de todo y de nada a la vez. A veces bromeábamos sobre algo y de vez en vez llegaba un que otro fanático que quería una foto o un autógrafo, al principio me apenó porque creí que a Albert le incomodaría, pero él se mostró bastante divertido con la situación.

Cuando llegamos a la heladería, entramos y tomamos asiento en una mesa cerca del mostrador.

—¿De qué van a querer sus helados? —Preguntó la mesera.

—Para mí dulce de leche, para ella frutos rojos —Le dijo—. A menos que quieras otro sabor, Cleo.

Yo negué con mi cabeza dando a entender que lo él pidió estaba bastante bien para mí. La mesera asintió y fue por el pedido.

—¿Cómo supiste que los frutos rojos son mis favoritos? —Interrogué.

—No me hagas preguntas como esa, por favor.

—¿Por qué?

—Porque me haces sentir especial.

—¿Y acaso no lo eres?

—No cuando toda tu vida está en internet.

—¿Lo viste por internet?

—Lo dijiste una vez en una entrevista, solamente lo recordé.

—Eso te hace especial, cualquier persona lo habría buscado en la web.

—Yo no soy cualquiera.

—Me consta —Dije poniendo mis manos sobre las suyas en la mesa—. ¿Y yo? ¿Soy especial para ti?

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