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NARANJA: Pure as the driven snow

No podía apartar la vista, sin importar cuánto lo intentará, sus ojos permanecen fijos en la imagen frente a él: aquel chico del distrito 12, sentado en calma y silencio, mirando el paisaje a través del cristal del tren.

Bill permanece unos instantes de pie en la entrada del vagón, inseguro de querer interrumpir los pensamientos del chico. Es la primera vez desde que se convirtió en escolta de tributos que vuelve a casa con un vencedor; nada le preparó lo suficiente para este momento.

Había visto ir y morir a un par de tributos en años anteriores, en su mayoría era un milagro si sobrevivían al baño de sangre en la Cornucopia al comenzar los juegos, y en algún punto de sus dieciséis años de vida, la joven promesa del Capitolio, Bill Cipher había perdido la esperanza de que eso cambiaría. Claro, no dejaba de fantasear con el día en que alguien resultará vencedor y la vida comenzará a sonreírle, podría tener un ascenso y saldría finalmente de su estatus como la burla del resto de escoltas. Estaba seguro de que su vida sería maravillosa el día en que ese sueño se hiciera realidad.

Pero ahí estaba, inquieto e inseguro sin saber si acercarse a su tributo.

—¿Te quedarás ahí toda la tarde?

La voz suave y ansiosa del chico castaño saca a Bill de sus pensamientos. Avanza hasta quedar de pie frente a él, Mason voltea a verle. Bill observa con tristeza la mirada del chico frente a él, recordando la vitalidad y curiosidad que había en aquellos ojos incluso en el día de la cosecha; un brillo que se ha desvanecido y remplazado por algo similar a una fina capa de baho en el cristal.

—Siéntate, —dice Mason sonriéndole débilmente —no muerdo.

Una risa sale de los labios de Bill mientras toma asiento, sintiéndose tonto por la incomodidad de hace un momento. Mason vuelve la vista hacia el exterior, invitándole de forma inconsciente a hacer lo mismo.

—¿Qué pasará ahora? —dice en voz baja Mason sin despegar la vista

Abre y cierra la boca un par de veces, sabiendo muy bien la respuesta a esa pregunta, ha estado preparado para eso desde el primer día que puso un pie en el destruido y maloliente Distrito 12, entonces, ¿porqué no puede hablar?

—Volveremos al 12, tendrás algo de tiempo para disfrutar lo que el Capitolio brinda a los vencedores y después empezaremos el tour de la victoria por los distritos. —dice Bill sintiendo un nudo en la garganta

"Disfrutar", esa palabra se sentía terrible en su boca al notar como el chico a su lado traga saliva, simplemente aceptando su destino. Ninguno de los dos se siente lo suficientemente valiente para decir en voz alta lo que en verdad sigue: los próximos juegos. Ahora que Mason es el único vencedor de su distrito, será el mentor para la próxima pareja de tributos, papel que Bill había asumido en los últimos juegos, incluso sin ser parte de su trabajo.

—¿No has dormido bien? —pregunta Bill tratando de apartar los pensamientos de ambos de los juegos -Estás ojeroso.

—No. —responde Mason —Tengo miedo de lo que veo al cerrar los ojos.

El rubio solo asiente con la cabeza, entendiendo a lo que se refiere. Incluso si nunca había tenido un vencedor, los comentarios del resto de escoltas sobre los ataques de pánico y las maneras en que cada tributo afronta ganar es suficiente para darse una idea vaga de lo que el chico siente. Aunque Bill dijera algo en este momento, no puede borrar las imágenes de los tributos que murieron frente y a manos de este chico de dieciséis.

Una fría sensación invade a Bill mientras piensa en las palabras que ambos intercambiaron al conocerse: "¿Podrías confiar en mi?" había preguntado él, jamás había esperado que la respuesta fuera algo diferente a NO. "Dame una razón para confiar en ti." Respondió su tributo con total calma, como si aquel frente a él no fuese de quién depende su vida sino un mercante cualquiera del distrito.

Y lo hizo. No solo le dio un motivo, se aseguró de darle veintitrés razones para ganarse esa confianza, ¿eso era suficiente?

No se siente que sea así. Obvio, salvar su vida le daba algunos puntos pero ¿no era ese su trabajo? ¿Contaba como buena acción si él también quería ganar algo? No, necesitaba algo diferente. Había presenciado el momento más vulnerable del chico frente a él la noche anterior a los juegos, le vio realmente aterrado y compartieron el miedo a lo que el futuro aguardaba en ese momento, está vez debía ofrecerle lo mismo.

El chico del Capitolio retira de su ojo derecho el parche; es la primera vez que alguien le ve sin aquella prenda aparte de su familia. Aún así, siente que en ese momento lo que el chico castaño necesita no es al escolta, ni al mentor de los juegos que protagonizan sus pesadillas, solo necesita a la persona en la que aprendió a confiar en tan poco tiempo.

—Tu...—empieza a hablar nervioso el chico

Bill suelta una risa entre nerviosa y divertida, en los ojos de Mason por un segundo pudo vislumbrar ese brillo curioso que tanta le atrae.

—No es nada, —dice Bill —solo una fea cicatriz. —su voz suena un poco menos entusiasmada de lo habitual —Esta ahí desde que tengo memoria, aunque al presidente no le agrada —hace una breve pausa sintiéndose incapaz de decir algo más que pueda lastimarle — y me niego a una cirugía tan pronto.

Mason ríe sin emoción, el rubio solo se acomoda un poco, apoyándose contra el respaldo del asiento.

—Ven,—dice en Bill en voz baja — recuestate.

Mason no duda mucho en hacerlo, con más confianza de la que el chico del Capitolio espera. Bill aparta con cuidado los mechones oscuros de cabello que caen en su rostro, notando los diferentes tonos castaños que se ven con la poca luz que entra por la ventana.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunta Bill

—Nunca te había visto tan relajado. —dice Mason tranquilo —No creí que pudieras quedarte quieto más de cinco minutos.

Bill se ríe sin apartar la vista del chico recostado en sus piernas, disfrutando de la calma que no había esperado presenciar en su rostro desde el día de la cosecha.

—Ja, síguete riendo Mason Pines, —dice Bill con un tono arrogante y fingiendo estar herido por el comentario —pero está sonrisa ganaría un premio si me lo propusiera.

Por un instante cree haber cometido un error, al ver como las cejas del chico se fruncen ligeramente antes de volver a sonreír.

—Dipper. —dice con calma —Puedes decirme Dipper.

El corazón de Bill se detiene ante esas palabras, sintiéndose incapaz de decir algo por un momento. Sonríe ampliamente, deseando no lucir tan tonto como se siente en estos momentos.

—No, —dice finalmente Bill —necesitas algo más especial.

Dipper lo mira confundido, aunque su sonrisa no abandona en ningún momento su rostro. El rubio piensa en algún buen apodo, aunque su cerebro se niega a cooperar, tal vez sea la presión de tener al chico observándole fijamente o el hecho de que por milésima vez una melodía resuena en su cabeza que al abrir la boca sale el apodo menos original que encuentra.

—Pino.

—¿Pino? —dice Dipper, sentándose —¿Por qué?

¿Realmente había una razón? Si, pero morirá de pena si lo admite.

—Digamos que "Pajarito" ya está muy gastado. —dice Bill intentando convencerse incluso a él

—Para ser uno de los mejores estudiantes, eres terrible con los apodos.

Bill lleva su mano al pecho en un exagerado gesto de ofensa, aunque no es capaz de tomarse en serio lo suficiente para dejar de sonreír.

—Auch, y yo aquí apreciando tus dotes musicales, Pino. —dice Bill fingiendo estar dolido

Dipper ríe un poco, dejando que su mirada vuelva a fijarse en el paisaje más allá del cristal.

—Así que es eso. —dice Dipper en voz baja —No creí que estuvieras escuchando esa vez.

Bill mira con sorpresa a su tributo, realmente incrédulo ante la idea de que su Pino pensará que no había importado lo suficiente el tiempo que compartieron antes de los juegos.

—No he dejado de pensar en esa canción. —admite el rubio —Nunca había escuchado algo así.

—No lo sé, es linda pero...—hace una pausa antes de continuar —tal vez ahora tenga una nueva canción para ti.

—¿Seguirás cantando al regresar al 12?

—Solo espero que todo sea como antes. —responde Dipper casi en un susurro

Por la forma en que el brillo en los ojos de su Pino se apaga, Bill lo sabe, Dipper no es ningún tonto, ambos están concientes de que sobrevivir a los juegos no es lo mejor que puede pasarle a ningún tributo: el premio, la comida extra, el glamour, no son suficientes para enmascarar los abusos a los que son sometidos tan pronto como salen de la arena. Volver a una vida normal, después de todo lo que ha pasado, Bill se sorprendería si algún vencedor algún día puede hacerlo.

Aún así, ninguno de los dos está dispuesto a romper la burbuja en la que se encuentran; el sitio seguro que ese instante les brinda antes de que la luz del exterior desaparezca y la oscuridad les recuerde la realidad. Por un instante no son tributo y escolta, no, pueden ser dos adolescentes experimentando por primera vez un amor juvenil.

Bill sonríe amargamente, sabiendo que en el momento en que bajen de ese tren todo lo que han construido terminará, ¿sería capaz de defraudar a su familia quedándose en el 12? ¿Sobreviviría si dejará de lado todo y viviera con Dipper? ¿Será capaz de permitir el futuro que les depara? Por primera vez entiende porque aquella canción permanece grabada en su mente, cuanto desearía poder huir y vivir lejos de todo.

Aún así, se permite dejar de pensar, disfrutando de la calidez que el ligero roce de sus manos le brinda. Después de todo el amor a veces se tiñe de naranja, del mismo tono que el atardecer.

Ok, definitivamente quiero un AU de los juegos del hambre...tal vez algún día ^^

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