Mi regazo
No te he olvidado,
samaritana inmensa
de las noches de Vega.
Aún recuerdo
la cantina perdida
en aquel desolado
Valle de las Cenizas
-qué ansia humana
de nombrar los desiertos-,
y vuelvo a tu regazo
hecho de humo
de cigarrillo amargo,
a tu mirada insomne
y arrojada
hasta el oscuro fondo
de mi alma.
No, no olvido
cómo me sostuviste
en esa hora maligna
cuando todo se anega
en tinieblas y alcohol.
Y todavía recuerdo
cómo te contuviste
el corazón
para no enamorarte
de mis estrellas muertas
mientras me dabas vida
con tus labios expertos.
Te quedaste esa noche,
dulce reparadora,
más yo no podía ser,
tan cometa errabundo,
quien cerrase tu círculo,
igual de congelado.
Dónde estarás ahora,
entre esta multitud
de soles que navego...
Necesito otra vez
el firme suelo
de la vieja cantina,
la música suave,
la tenue luz dispersa,
tu mano protectora,
el calor de tus ojos
traspasado a mi pecho
y aquel ofrecimiento
tan desnudo y completo.
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